Las nueve musas

El realismo social español: Cela y Delibes

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EL REALISMO SOCIAL ESPAÑOL: REALISMO Y REALIDAD EN CAMILO JOSÉ CELA Y EN MIGUEL DELIBES

 

INTRODUCCIÓN:

No es cosa fácil escoger hablar de dos grandes autores de la literatura española moderna y contemporánea.

Camilo José  Cela y Miguel Delibes son, sin lugar a dudas, dos grandes figuras de la narrativa española  de la posguerra.

Camilo José  Cela
Camilo José  Cela

Pues, es imposible pretender conocerlos en unas líneas. En efecto, el mero hecho de  unir a ambas personalidades aún diferentes desde el punto de vista humano y literario puede parecer arbitrario. Sin embargo, su visión de la sociedad y la actitud adoptada tocante a las cuestiones  que se les plantean  son, en varios casos, idénticas.

En las obras rurales, Cela y Delibes, el mundo rural ya no se ve como un telón  de fondo. Por lo contrario, constituye incluso la sustancia de la obra. Asistimos, en ambos autores, a un desplazamiento del análisis de la naturaleza humana hacia el de las reacciones humanas en la sociedad. Su realismo se basa, antes que nada, en un dominio directo y personal del universo rústico.

Es así como Cela recorre a lo de los escritores de la generación noventa y ocho, la mitad de España a lo largo de numerosos viajes realizados en unas provincias tan diversas como Guadarrama, Andalucía, Cantabria y los Pirineos.

El conocimiento de Delibes acerca del campo resulta, de modo geográfico, más limitado —Castilla la Vieja— pero, sin duda, más profundo. Con el correr de los años, lo adquiere en Sedano, pequeño pueblo situado al norte de Burgos en el que el escritor edifica una residencia y se pasa allí, en compañía de su familia y sus vecinos campesinos, el tiempo de ocio. Además, vienen las investigaciones hechas como colaborador del periódico de tradición liberal de  Valladolid llamado El norte de Castilla.

El novelista del realismo social, volveremos sobre este término, es el heredero de Cela y  Delibes tales como artífices del realismo. De allí, viene la introducción de técnica behaviorista  y los personajes se perciben desde dentro por su apariencia física y en el diálogo. Su realismo predica también una vuelta hacia las fuentes populares; compara la literatura con el arte del alfarero que debe poner sus raíces en el pueblo para sobrevivir.

Delibes vuelve a tomar esa preocupación de realismo descriptivo insistiendo mucho en ella. Su escritura se presenta,  muy a menudo, como un modelo de escritura realista ya que, en vez de contentarse con aderezar su texto de giros populares como sucede con Cela, se expresa hasta en el idioma de los campesinos. Al respecto, Umbral (1970, p.121) menciona que “no se limita a saturar de populismo sus libros a través de los diálogos sino que él mismo habla como un personaje más de la novela (…) no hay ruptura entre el tono popular y el tono culto de autor”.

Otro crítico de Delibes, Alfonso Rey (1975, p.117-180), da una interpretación de la identidad entre el lenguaje del narrador y el de los personajes en su análisis de Las ratas a través de estos términos “Las ratas expresa una visión exteriorizada del mundo campesino de Castilla que esta visto desde la perspectiva de sus moradores (…) el mundo campesino se muestra así a sí mismo a los ojos del lector”.

Así, se justifica el recurso a un vocabulario técnico, incomprensible para un ciudadano y que da, a sus ojos, un aire exótico a la novela. Se trata de distinguir relieves, especies animales o vegetales que no aprehende forzosamente a un ciudadano sino muy diferente, sin embargo, para un campesino.

En efecto, el objeto de la presente investigación se centra en el hecho de aprender y conocer el aporte y la visión de algunos novelistas destacados a través de un enfoque realista  de la novela  española contemporánea  y mostrar el cambio ocurrido en la literatura afectado por el ámbito algo estimulante de la posguerra.

A tal fin, estudiaremos  algunos casos específicos de dos precursores del realismo social a través de sus novelas rurales y analizaremos también el realismo y la realidad en la obra titulada La Colmena de Camilo José  Cela.

CELA Y DELIBES: PRECURSORES DEL REALISMO SOCIAL DE LA POSGUERRA ESPAÑOLA:

El realismo social es una corriente  literaria que se  ha desarrollado en España a partir de los años 50 y reúne toda una generación de escritores como Juan MarséJuan Goytisolo, Juan Benet, Luis Martín-Santos, Miguel Delibes, Camilo José Cela, entre otros, quienes, por no haber participado directamente en la guerra civil, tienen una visión  más crítica  de la realidad española. Dicho realismo social no es más que la expresión de un disgusto general de una parte de la sociedad, es decir, las capas modestas como el proletariado. Y, según Réda-Euvremer (1998), es un neorrealismo que traduce, de manera objetiva, el ambiente socio histórico.

Además, no es una casualidad si la mayor parte de estos escritores ya citados son militantes o simpatizantes del partido comunista español y no dudan en sacar a la luz su rechazo de la ideología franquista. Y, al respecto, podemos ver las obras de Sanz Villanueva (1976) y  Gil Casado (1968).

Camilo José Cela
Camilo José Cela

Novelas rurales de Camilo José Cela y Miguel Delibes:

Cela y Delibes muestran el camino del realismo social a través de los males que padece el mundo rural.

Tocante a Cela, es necesario distinguir  la crítica que se encuentra realmente en la obra y el impacto que hubo de tener sobre todo específicamente las resonancias de La Familia de  Pascual Duarte.

La obra de Cela tiene una gran trascendencia crítica y objetiva, porque, por una parte, insiste en la precariedad de la existencia del individuo en la España de la posguerra, y, por otra parte, en lo que refiere al mundo rural, porque deplora la decadencia de los pueblos cuya principal característica  quedan el empobrecimiento, las condiciones de vida miserables de los hombres y mujeres que olvidan incluso el color de la saciedad. Además, la enseñanza que resulta inadaptada a las necesidades del pueblo, no puede ser de gran ayuda para ellos.

En efecto, eso consigue  hacer palpable la tristeza y unos palacios en ruinas, unas casas vacías, de la decadencia de vitalidad de una sociedad muy debilitada por una emigración masiva que rezuman el problema al mismo tiempo que la impresión de sofocación e insatisfacción inherente a la sociedad española de la posguerra.

Por lo tanto, podemos descubrir, en la primera y principal novela rural de Cela, La Familia de  Pascual Duarte, una segunda dimensión crítica. Es, antes que nada, la evocación sobre todo de un clima de violencia que parece ser la única respuesta posible de un individuo ante una sociedad represiva en la que se siente inadaptado. El lector no deja de  hacerse preguntas sobre las razones de la escalada de violencia en la que está Pascual. ¿Es éste una víctima? ¿Si así sucede, quién es el culpable? Los límites  de la respuesta quedan difusos en la medida en que  Cela no establece, de modo claro, las relaciones entre la influencia de las estructuras y el comportamiento de los individuos aun cuando los orígenes y el ambiente familiar de Pascal Duarte parecen predestinarlo a una existencia marginal.

Resultan ilustrativas estas palabras sacadas de la obra de Cela La Familia de  Pascual Duarte (1979, p31) “Se llevaban mal mis padres, a su educación se unían su escasez de virtudes y su falta de conformidad con lo que Dios les mandaba- defectos todos ellos que para mi desgracia hube de heredar- y esto hasta que se cuidaran poco de pensar los principios y refrenar los instintos, lo que daba lugar a que cualquier motivo, por pequeño que fuese, bastara para desencadenar la tormenta que se prolongara después días y días sin que le viese el fin”.

Encontramos, sin embargo, un elemento de respuesta a través de una noticia publicada en 1956, El molino de viento  (p.784) en la que el escritor menciona “Esto del molino de viento es fácil. Que el viento sopla como Dios manda? Pues el molino se mueve y la molienda marcha, y el trigo se muele. Y el molinero come, y todos contentos… Que el viento no sopla porque no le da la gana? Ah! Entonces es cuando se estropean las cosas, y el molino para, y el molinero pasa más hambre que Carracuca, y la gente se pone rabiosa y criminal”.

Los responsables de los males son, pues, designados. Son el marasmo económico y el inmovilismo de la posguerra en la que el país está sumido. La dimensión crítica de las obras de Cela es, a pesar de las condiciones concretas de vida, una interpretación entera de los problemas sociales que desborda más allá del mundo rústico y concierne al pueblo español por completo. Además del alcance crítico objetivo de la obra, hemos también de ver lo que ha significado según sus lectores. Pues, cualquier que sean los límites del realismo  y el compromiso del novelista, ha abierto y mostrado, sin lugar a dudas, el camino hacia una renovación literaria y ha contribuido también a la transformación  de la visión de la sociedad española  desde los  primeros años de la dictadura. El escándalo de la publicación de La Familia de  Pascual Duarte en 1942 ha sido un acontecimiento muy importante.

La obra ha seducido. Que Pío Baroja se niegue a prologarla queda un hecho revelador del poder subversivo que  representaba el libro en aquel entonces: “No, mire, le habría contestado Baroja al novelista, si usted quiere que lo lleven  a la cárcel, vaya usted solo, que para eso es joven; yo no le prologo el libro.”

Igualmente, resulta significativo que la segunda edición de La Familia de  Pascual Duarte quede prohibida durante algún tiempo; lo que, por lo demás, no constituye una casualidad si tenemos en cuenta unos criterios oficiales del arte de aquella época, arte concebido especialmente al servicio del régimen.

Este aspecto le permite al lector contemporáneo entrever el carácter provocador de la primera novela de Cela y el valor corrosivo de una violencia que parece hoy gratuito pero ha permitido, en el momento de los hechos, decir lo contrario de los mitos oficiales e introducir  toques estridentes en la sinfonía de rigor. La explotación cinematográfica de que es objeto  Pascual Duarte   muestra el grado de influencia de la novela para con el público.

En 1976, el cineasta español Ricardo Franco lleva a la pantalla la obra de Cela con el título de Pascual Duarte. Entonces, este personaje se hace el símbolo  de la suerte hecha al individuo durante la dictadura dura.

El  crítico  Fernando Lara puede, en este caso, escribir en las columnas de la revista Triunfo (1976, p.65) que “Pascal Duarte se nos presenta en la película como el resultado de una continua frustración entre las expectativas hacia las que tienden una realidad personal e histórica y la forma brutal en que es abortada (…)  Pascual Duarte personifica una rebeldía que, motivada por un contexto irracional, se transforma en una violencia del mismo signo. Una violencia que no se explica a sí misma, que explota con fría brutalidad, porque esa misma brutalidad  se le ha impuesto como norma desde  una situación social que le ha impedido siempre realizar aquello que deseaba”.

Un año antes, otro cineasta español, José Luis Borau, había dirigido una primera película Furtivos la que se inspiraba también de la obra de Cela en la trama del guión. Pero, el director precisa que los Furtivos son también todos los clandestinos, los marginados, los excluidos,  como la prostituta y el reincidente que aparecen  en la película. Como en la novela de Cela, el drama privado simboliza una realidad social global.

Esta doble reposición  de la novela queda la mejor prueba del impacto de ésta sobre el público y su significado en el ambiente literario de la posguerra. Sin embargo, dicha alcance critico de La Familia de  Pascual Duarte  y de la obra de Cela en general no debe ocultar su percepción subjetiva de la realidad, la que sale en las páginas de la novela a través de cierto número de procedimientos técnicos, entre los  cuales la adjetivación constituye un elemento importante como sucede en las palabras siguientes (p.145), “El  vagabundo habla con la señora vieja que tiene delante. Una señora vieja de antiguo aire distinguido, de airosos modales campesinos, de pensativo y bello mirar.”

Cada uno de los tres sustantivos viene acompañado con dos adjetivos los que, por su número y lugar, retienen el interés del lector. De hecho, el interés no está en el mismo detalle sino en la cualidad concedida a este detalle. Además, el uso frecuente de la comparación saca a los  personajes de la realidad cotidiana y les superpone una imagen poética. Así viene descrita  María la Supita (p.83) “Marchaba pegada a las casas como una sombra, casi como un presagio veloz pero no grácil, silenciosa pero carcajeante, saltarina quizá cojeadita como un viejo duendecillo burlón o un soldado que vuelve, cargado de todas las glorias, todas las desilusiones, con un tiro o un cantazo en la cadera.”  

Así, el enfoque desplaciente de la vieja devota se transforma gracias a la imaginación del lector, la que superpone a la imagen concreta de salida  otras imágenes ajenas a la primera y totalmente imprevisibles: las de un presagio, de un duende, de un soldado.

Miguel Delibes
Miguel Delibes

La idealización de lo real también se hace por proyección de referencias culturales. El personaje está sacado de su temporalidad y proyectado en la intemporalidad, como en esta evocación de los habitantes de Alcarria, comparados con unos retratos del Greco o con unas descripciones de Antonio Machado en estos términos (p.504) “Semejan con frecuencia caballas del Greco. Quizá mejor de Don Antonio Machado: las caras son las mismas pero el gesto es diferente. Los caballos del Greco estaban en las buenas y los de Antonio Machado en las malas.”             

Las referencias a la generación del 98 no resultan, por lo contrario, gratuitas. Corresponden con una aprehensión del pueblo similar, con una misma visión mítica de éste en el campo de la crítica de una situación histórica y la busca de germen de renovación. La precedente cita muestra que los personajes de Cela  son una síntesis  de los mitos clásicos del hombre español, muy cerca de la visión del campesino castellano propuesta por Unamuno en su obra titulada En torno al Casticismo[1].

Camilo José Cela con Pablo Neruda.
Camilo José Cela con Pablo Neruda.

En ambos casos, hacemos hincapié en la concepción esencialista del hombre mediatizado por la tradición literaria. Es, sin duda, a este nivel donde hay que situar el primer desacuerdo entre Cela y los escritores del realismo social. Mientras que esta corriente busca el Hoy y ahora del pueblo español, la España de Cela, como la de la generación 98, resulta ampliamente intemporal. Prueba de ello, esta descripción de Andalucía en que  a través de diversas evocaciones literarias, legendarias e históricas, Andalucía de Cela se confunde con la de Antonio Machado y la del Siglo de Oro si seguimos estas palabras (p.155) “El vagabundo palpa la prieta piedra y aromática de Andalucía que huele misteriosamente a tierra y a azahar, a paz y a sobresalto, a toro negro y a roja carne de membrillo, a pan caliente y callosa mano que lo amasa, a vino en la bodega  y a caballo en la cuadra, a leyenda mora, a milagro cristiano y a gesta heroica de los caballeros, a romance tradicional y a poesía rendida y amatoria”.

Acerca de la dimensión crítica de las obras rurales de Delibes, las opiniones quedan más matizadas aunque ciertos como Gil Casado (1973, p.155) les niegan esta intención al mencionar que en cuanto a la intención crítica, puede decirse que no existe.

Sin embargo, Delibes afirma a propósito de su obra Las ratas en una conversación con César Alfonso de los Ríos (1971, p.182) que ha encontrado en la novela el medio de expresar cierto número de críticos en lo que refiere a la realidad social que no pueden aparecer en la prensa:

“En cierto modo, Las ratas y Viejas historias de Castilla la Vieja son la consecuencia inmediata de mi amordazamiento como periodista. Es decir que a mí, cuando no me dejan hablar en los periódicos hablo en las novelas. La salida del artista estriba en cambiar de instrumento cada vez que el primero desafina a juicio de la administración.”

Descubrir alguna intención crítica en las novelas de Delibes y contestarla no es hacer dos lecturas de la obra  incompatible, es por lo contrario descubrir las contradicciones reales. Tomemos el ejemplo de Las ratas. La novela evoca la cotidianidad de un pueblo de pequeños terratenientes de Castilla en que  casi toda la tierra pertenece a un individuo, en que la casi totalidad de lo queda se reparte entre dos familias y en que las demás familias toman las sobras. Allí, vemos una agricultura extremadamente arcaica, basada en una pericia  ancestral completamente desfavorecida ante las calamidades naturales. Vemos, allí,  una franja de marginados que viven en unas condiciones muy atroces. La familia de Nini, por ejemplo, vive en unas cuevas; su padre el Ratero  se alimenta con ratas y vive de  la caza de estos animales.

Por fin, vemos también allí  una tasa alta de analfabetismo y cretinismo. A través de estas condiciones,  a veces, ocurre que se transgreden  las normas fundamentales. Tanto el incesto como el asesinato no parecen ser cosas raras. No obstante, esta dimensión crítica viene neutralizada por otros elementos constitutivos de la obra.

Primero, los personajes son pobres, miserables y viven en unas condiciones inverosímiles. Parecen, sin embargo, satisfechos de su suerte y no aspiran por nada más. Luego, la crítica de la situación social se expresa a través de los personajes cuyas profundas  motivaciones debemos tomar con cautela. Si Justito, el alcalde, quiere que desaparezcan las cuevas y propone una vivienda muy decente al Ratero, es bajo el orden del gobernador solamente preocupado por  la imagen de marca de España ante la invasión turística.

Por otra parte, el ambiente pueblerino esta propicio para el crimen y la transgresión de las normas establecidas. Pero, estos sucesos no tienen sino una presencia residual en la obra. El mundo rural es, de modo fundamental, armonioso e inocente. Reina allí doble armonía  tanto en las relaciones sociales como en  los que mantiene el hombre con la naturaleza. En realidad, no existe verdadero antagonismo dentro de la comunidad campesina aunque la presencia de Don Altero, el gran terrateniente, puede ser una  fuente de conflicto.

Estas contradicciones de Las ratas se aclaran a la luz  de su primer contexto: la obra del novelista. Sólo las entendemos- lo que no las cancela- en función de la vida urbana tal cual aparece en La Hoja roja o Parábola del Náufrago. Descubrimos entonces el pesimismo radical de Delibes frente a la sociedad moderna industrial, su angustia ante el proceso de deshumanización del hombre, estandarizado  por la sociedad de consumo, los medios de comunicación de masas  y el modelo americano. Y, a lo largo de la declaración del autor en la que menciona que “de mí se ha venido a decir (…) que escribo bajo el lema  menosprecio de corte y alabanza de aldea” y puede  que haya algo de verdad. Ocurre que la vorágine de las grandes ciudades, con su cohorte de apremio e insolidaridad desmantela nuestra humanidad sin darnos cuenta, y en este sentido, prefiero el pueblo a la pequeña ciudad”, vemos dicho pesimismo.

Como individuo, entonces, Delibes puede adoptar una solución vuelta a la tierra y es lo que hace al residir en Sedano. También con el periodismo, puede intentar acelerar la solución de las cuestiones agrarias. Es también lo que hace en su calidad de director del diario liberal de Valladolid, El Norte de Castilla. Sin embargo, si dicha postura puede, en el plan práctico, conducir a una acción real a favor del mundo rural; en el campo ideológico,  lleva a un impasse.

Miguel Delibes y Ángeles CastroPor lo demás,  Delibes no desconoce esta contradicción  y parece  asumirla a través de la literatura en la que la presencia del mito reemplaza el universo real contradictorio, un universo sin contradicción  que se realiza  en la armonía del hombre y la naturaleza en lugar de la imposible solución concreta de los problemas reales. Si podemos admitir con Delibes que la censura lo ha hecho pasar del periodismo a la literatura, parece que  se trata también de una necesidad  de salir de un impasse ideológico. De este hecho, se distingue radicalmente del realismo social, que se propone ver, de modo concreto y sin escapatoria, los problemas sociales.

La visión del mundo rústico de Cela  es constituido por el fundamento de las posiciones ideológicas semejantes. Hemos notado la evocación y la crítica de una situación. Sería, sin embargo, dar una parcial idea de este universo literario  el hecho de descuidar el trabajo de creación artística que establece los contornos de una ideología  y marca los límites de ésta.

Desde este punto de vista,  las palabras el autor tales como vienen expuestas en el inicio de Viaje a la Alcarria  queda reveladoras ya que va  mencionando que “retratando al hombre y al paisaje, sin meterse en camisas de once varas y en  berenjenales que le llevan  a sacar  conclusiones filosóficas, morales o políticas (que sacará el lector  si quiere o acierta), el escritor viajero ya hace bastante… y sobre todo ni se mixtifica ni mixtifica nada.”

Es ahí donde reside, por el contrario, la mistificación  con un autor demasiado crédulo y, a veces, incapaz para percibir el mensaje transmitido por el autor.

REALISMO Y REALIDAD EN LA COLMENA DE CAMILO JOSÉ CELA:

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En la historia de la novela española contemporánea, La Colmena (1951) de Camilo José Cela ha desempeñado un papel de orientación muy importante. A pesar del número de años transcurridos, esta obra mantiene  todo su interés.

Esta obra lleva, en efecto, un cambio en la literatura de la  Península  Ibérica afectada por el ambiente algo exaltante de la posguerra. Al respecto, Eugenio G. De Nora (1962, p.120) menciona que “Se trata de una obra… profundamente renovadora…,en una  palabra de la novela más valiosa y significativa publicada en España después de 1936”. Primero, la publicación de una novela era en sí misma un acontecimiento muy raro pero sobre  todo  Cela abordaba un tema que los novelistas, desde el final de la guerra de España,  parecían, de mutuo acuerdo, dejar de lado.

La Colmena  le pone al lector en  la pobre realidad de la vida cotidiana, en lo que era, durante los años cuarenta, en Madrid y también en las otras grandes ciudades españolas, la precaria existencia de un grupo social que no tenía los medios necesarios para vivir de manera decente y se esforzaba por disfrazar las apariencias. La vida del hombre callejero, en su aparente banalidad, la actualidad de aquel entonces, se convertía en el tema de la novela.

A través de su Nota en la primera edición de la obra, el propio novelista afirma que  su viaje sólo  pretende ser un trozo de vida narrado paso a paso.

Semejante declaración  no parece implicar  grandes innovaciones de fondo y forma. Por lo demás, Cela precisa el enfoque en que quería presentar este fragmento de vida; sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vida discurre. Estas palabras del novelista  se traducen, dentro del libro, por un esfuerzo muy claro para eliminar su presencia omnisciente con el objeto de dejar vivir a los personajes por ellos mismos. También, el escritor evita dar explicaciones para completar el sentido de los escenarios  que se suceden en la novela.

Le encarga al lector que establezca, a través de una lectura activa, vínculos que se imponen entre una conversación y otra, o entre dos situaciones dadas. Se trata de un gran avance que va al sentido de las investigaciones que hagan surgir lo que se denomina el Nouveau roman; aspecto estudiado y presentado al público literario español por José María Castellet en La hora del lector en 1957.

¿Esta preocupación teórica de verdad, de otorgar gran importancia a la realidad, está confirmada, de hecho, por la lectura de la obra? Y, es frecuente que existan  desviaciones, a menudo importantes, entre lo que un novelista  se propone hacer y el parto de su ingenio. La Colmena,  incluso por su riqueza, nos parece formar parte de esta índole de obras.

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En efecto, cuando dice que su novela es un fragmento de vida, Camilo José Cela anuncia de manera muy clara que no tiene la intención de abarcar demasiadas amplias perspectivas. Esto parece ser desmentido, sin embargo, por la abundancia de los personajes en una obra  bastante breve en resumidas cuentas con menos de trescientas páginas. El juicio acerca del número de personajes varía muchísimo entre trescientos cincuenta y cincuenta según el entusiasmo los glosadores. Cela, según él, los estima a  ciento sesenta. Poco importa la cifra; lo que conviene retener, es la voluntad del escritor de despertar en el lector  la impresión de que tiene que verse con una multitud. Si examinamos el conjunto de los personajes de la novela, lo que nos dice el novelista acerca de ellos y la brevedad  del tiempo para el desarrollo del relato, se vuelve posible precisar más claramente las dimensiones y los límites de la obra.

El tiempo, igualmente, aparece bajo otro aspecto. Es el de la estación escogida por novelista: el mes de diciembre, un poco antes de las fiestas navideñas mientras que hace un frío que pica en las calles de madrileñas. Es, pues, un periodo algo favorable a la descripción de dicha vida callejera- de vagabundear- la que, por lo menos, es de fama, la de los madrileños. El frío se convierte, a lo largo de la novela, en un elemento de ambiente importante ya que contribuye acentuando los disgustos del espacio hostil en que la vida de los personajes se desarrolla.

Es bastante característico; no es  por supuesto  una casualidad, que gran número de personajes que aparecen en La Colmena  sean  individuos cuyas actividades- o su falta de actividad- llevan a pasar mucho más tiempo en la calle.

Es raro ver aparecer a unos oficinistas o los que pertenecen  a las profesiones donde se trabaja dentro de un edificio.  Pero, se nos muestra  un universo ocioso más o menos deseoso de llevar una vida activa cuyo representante más característico es Martin Paco- (p.154) “…una mezcla de fresco, de vago, de tímido y de trabajador”- que el novelista aprehende muy a menudo cuando vagabundea por estas calles glaciales y poco hospitalarias.

Hay, es cierto, algunos interiores tales como los cafés y raras residencias privadas. Pero, es en los cafés, y muy peculiarmente en el de Doña Rosa donde la novela  se desarrolla más, donde el lector encuentra, por primera vez, casi a  todos los personajes; los cafés forman parte de estos lugares que constituyen un refugio o un lugar de descanso para los errantes. Así, la novela excluye, de hecho, lo que podríamos llamar el mundo laboral a los empleados, a los artesanos, a los obreros.

No veremos aparecer  más que a los músicos del café y a los camareros, en suma, a los personajes destacados para que se  evoque esta vida callejera la que el novelista conoce por experiencia. Se trata, antes que nada, de la vida que se desarrolla fuera del hogar.

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Si la vida familiar tiene una importancia limitada en La Colmena, es que en tal época, el casamiento acarreaba problemas materiales a veces inextricables. El caso de Victorita es una ilustración.

La clase media es también representada a lo largo de la novela aunque existen algunos personajes privilegiados como Doña Rosa, Mario de la Vega, Pablo Alonso.

Si perdemos de vista la elección de esta clase media que está en el centro de La Colmena, los propósitos de Cela se vuelven, desde entonces, más claros. En efecto, los cafés, la familia con sus debilidades (Roque Moisés y su hija, Julita) o sus anchuras como la familia González, no son sino los diferentes sitios que permiten sacar de lo que tiene de esencial la vida de una sola categoría social. Una de las razones del éxito de la novela se debe a lo que el hombre de calle que servía de modelo al novelista, se reconoce y reconoce su vida. Eso vale a la novela  un éxito de venta insólita en la época, éxito que las numerosas reediciones  no han hecho sino confirmar a continuación.

Cuando consideramos el cuadro algo exaltante, pero cierto, que Cela explica a grandes rasgos en La Colmena, la tentación es amplia al hecho de poner este libro, para definirlo, bajo la etiqueta cómoda de una escuela literaria. En varios casos, la crítica ha hablado, pues, de realismo, realismo descarnado siguiendo algunos críticos o volviendo a tomar los adjetivos que ya se habían usado acerca de la primera novela  de este escritor, La familia de Pascual Duarte.

Camilo José Cela, que parece otorgar poca importancia a estas cuestiones de escuela, por lo contrario afirma, a repetidas veces, que al redactar su obra,  endulza mucho la realidad y que ha hecho falta echarle mucha agua a la tinta.

Es a través del examen de los aspectos de la realidad en la obra al que será volver para sacar a luz más claramente lo que interesa al novelista cuando se aplica evocando la vida real en La Colmena.

Si hay que sencillamente entender a través de realismo la presencia de la realidad en un relato que evita así ser una afabulación más o menos verosímil, en que se catalogarían  los personajes positivamente o negativamente, siempre podemos decir que La Colmena es una novela realista. Pero, la escuela de los novelistas realistas, tanto en España como en otras partes, busca la reproducción de la realidad suprimiendo cualquier idealismo o cualquier floritura, gracias a una minuciosa descripción de los aspectos más cotidianos y más banales. Ya, la obra de Cela se aparta de estos principios rígidos y regala originales y particulares característicos.

Uno de ellos se debe a la técnica de narración que nos ha llamado la atención. Cela escoge ir con rapidez y descarta las largas y detalladas descripciones. Pasa, constantemente,  de un personaje a otro tomando a cada uno en el momento está viviendo y omitiendo las indicaciones que recuerdan de qué o de quién se trata. Esto es el asunto del lector que dispone, además de los nombres propios mencionados con anterioridad, del hilo conductor de la cronología tal como el discurrir de la vida. Pues, si el escritor se ciñe a la realidad, no es para intentar reproducir lo real tal como se presenta. Es, por una parte, porque quiere introducir en su obra el transcurso del tiempo y, por otra parte, porque quiere  poner de relieve los momentos o los sucesos  que le parecen más significativos.

Es así como la obra se compone de una sucesión de instantáneos.  Este procedimiento excluye, lógicamente, los párrafos, y de hecho, el novelista no describe casi nunca. Uno o dos toques bastan para recrear el ambiente. En unas palabras, nos informa  de las miserias que  conocemos entre los González al mencionar en la novela (p.89) que “En el gas cuece un puchero no muy grande. Encima de la mesa, mesa docena de chicharros esperan la hora de la sartén”. He ahí toda la cena,  Cela no dice, pero Martin Marco, y con él el lector lo adivinan.

Pues, nos encontramos ante una reproducción artística de la vida que es el fruto de la observación y la experiencia del novelista, pero los hechos así colectados se someten a un proceso de selección y compensación  que pretende expresarlos con pocas palabras lo más posible.

De la misma manera, uno de los procedimientos narrativos que viene muy a menudo en la novela es el recurso a la lengua hablada que da una impresión casi constante de espontaneidad, contribuyendo a la progresión del relato o trayendo notaciones sobre la psicología de los personajes. Las interjecciones de la charlatana  Doña Rosa en el libro (p.30-31) “leñe, nos ha merengao”  bastan para informarnos acerca de su carácter y de su educación, o de la educación que le hace defecto. La manera de expresarse de Marco Martin, muy diferente, es, también, por completo, significativa. Este hombre pusilánime  se expresa en términos vagos, emplea palabras y frases sin relieve, y no es sino en unos raros y breves monólogos interiores por los que deja descubrir alguna energía o una reacción personal. Es a través de esta manera de hablar como descubrimos en él un inadaptado social. Así, reproduce el novelista, sin lugar a dudas, la realidad a lo largo de toda su obra, pero se sirve de ella tal como un punto de arranque, expresándola, sobre todo, a través del lenguaje hablado y evitando, con esmero, cualquier descripción prolongada. De hecho, Cela es como un renovador de los procedimientos narrativos de la narrativa española contemporánea.

¿Pero, dónde se manifiesta entonces la gran personalidad del novelista? Aunque su novela implique una activa participación del lector, el autor, sin embargo, no está ausente en su relato. Vemos aparecer, de modo discreto pero muy a menudo unas indicaciones  que no podríamos alcanzar como a través del propio personaje o a través de una mirada imparcial emitida sobre la vida cotidiana. Al leer que la Señorita Elvira (p.44) “estaba algo amargada pero no mucho” o que (p.30) “Doña Rosa no era, ciertamente, lo que se suele decir una sensitiva”, sabemos, con rapidez, en cualquier caso desde la primera mitad del capítulo II, cual es la actitud del novelista para con sus personajes. No se trata de aplicar al uno o al otro de los criterios de perfecciones o imperfecciones, ya que encontramos ambos aspectos en cada uno de ellos, sino percibimos rápidamente un tono personal que nos informa adónde van  las simpatías del escritor. Primero,  hacia Martin Marco; este personaje se va transformando en protagonistas, y Cela le consagra sitio cada vez más en sus capítulos. Luego, hacia esas mujeres que se prostituyen con poco dinero  porque son menos egoístas que las que estimulan ser prostitutas de lujo. Progresivamente, el lector se ve obligado a adoptar  una mirada compasiva o severa que el novelista tiene sobre este universo bastante sórdido pero humano. Su  dureza resulta evidente y resulta ilustrativo el ejemplo (p.37) para con “la foca sucia y enlutada” que es Doña Rosa o para con el impresor Mario de la Vega que humilla en público a un desgraciado parado.

Por otra parte, lo que Cela ha conseguido de manera muy personal, es hacer palpitar la realidad prescindiendo de los procedimientos descriptivos  procedentes de la tradición literaria del siglo XIX, y situándose a través de este nivel de la lengua hablada que designamos ahora  como el español coloquial al seguir a Beinhauer (1968). Las innovaciones se limitan, no obstante,  a los procedimientos narrativos  mientras que la presencia del novelista,  muy discreta pero real en la obra, y sus puntos de vista expresados bastante directamente, mantienen una continuidad  con la literatura tradicional.

El respeto de la realidad por parte de Cela es algo que nos llama la atención en la primera lectura de su libro. Logra allí tener un éxito que clasifica la obra entre las novelas españolas destacadas  porque han abierto nuevas perspectivas a los novelistas venideros. Ferreras (1970) expresa cierto número de reservas sobre las diferentes obras de Cela pero reconoce “descubridor de nuevos rumbos novelescos, que si el mismo Cela no ha sabido explotar, han servido para orientar una buena parte de la producción novelesca española”.

Pero, esta realidad, siempre presente en la novela, y que resulta, de hecho, sensiblemente, al margen del realismo tal como movimiento literario propiamente dicho, se relaciona, de manera flexible y profunda a la vez con la tradición literaria popular y clásica española.

Recordemos que la formación de este novelista se basa antes que nada, y de su propia confesión, en una lectura atenta de los clásicos españoles. Así, Manuel Rivadeneyra[2] lo menciona en unas declaraciones recogidas en Cela (1968, p.154) “…nuestro joven devora la colección completa del Rivadeneyra: setenta tomos. El tomo setenta y uno- el de los índices- le servía para ir marcándose la diaria labor; no se salta una sola página, aunque no pocas páginas las encuentran pesadísimas. Cuando se da cuenta de que lee distraídamente, vuelve atrás. Cada volumen cumplido lo entiende como un triunfo, como una piedra mas que se coloca en el trabajoso y necesario edificio…”. Estos modelos han dejado huellas directas en la novelística de Camilo José Cela.

CONCLUSIÓN:

A lo largo de nuestra investigación acerca de unas obras destacadas de ambos escritores españoles, Delibes y Cela, hemos notado su orientación realista de la novelística española contemporánea y la  influencia de su visión del ambiente rural para con la joven generación.

Por lo tanto, atenerse a una presentación objetiva de la realidad al excluir cualquier  interpretación no puede significar, en ciertas medidas, el rechazo de tomar posición. Este reproche que, a veces, los novelistas del realismo social hacen tanto a Cela como a Delibes consiste en precisamente en dar una imagen demasiada fragmentado del mundo rural.

Existe, en efecto, en la obra de Cela  una doble contradicción: por una parte, entre el proyecto que acaba de expresarse y su realización; por otra, entre dos visiones del mundo simultáneamente  presentes en las novelas que acabamos de ver: la primera crítica y realista, la segunda mítica. Mientras que pretende retratar a los hombres y los paisajes, su escritura, a través de numerosos rasgos, se desvía del proyecto expresado y sustituye un universo ficticio por el universo real.

Todas estas huellas de escritura tales como la poetización, la mediatización por la tradición literaria, omisión de las condiciones de vida, que encontramos tanto en la obra de Cela como en la de Delibes, concurren en escamotear el real  mundo rural a beneficio de un universo cuyos contornos resultan difícilmente perceptibles. El segundo carácter específico es  el retrato de un mundo en plena decadencia, que  las obras logran inmovilizar en su desaparición irremediable. El mundo rural de Delibes y de Cela es, por fin, el bastión de cierto número de valores, de un arte de vivir desaparecido en otras partes.

Sin embargo, a pesar de los límites que podemos notar en las novelas de Camilo José Cela y Miguel Delibes, parece que sus distintas posturas y el interés suscitado por su escritura no han dejado de despertar cierta toma de conciencia entre los novelistas jóvenes del realismo social. Seguramente, a diferencia de Cela y de Delibes, estos escritores  jóvenes no tienen la ambición de explicar a grandes rasgos un fresco de conjunto de la evolución del pueblo rústico, sino de poner sensible al público la situación dolorosa y, a veces, desgarradora de los que  en detrimento de los cuales se hace dicha evolución. También, es evidente que, para razones que se relacionan con el contexto y con la ideología a la vez, la actitud de unos y otros frente a la realidad social de España de la posguerra no podía ser sino fundamentalmente divergentes. La literatura del realismo social tiene, sobre todo, un valor documental y queda antes que nada un instrumento de conocimiento: Juan Goytisolo, uno de los principales instigadores de la estética del realismo social, no duda en presentar, en su obra titulada Campos de Níjar, un análisis histórica de las relaciones de producciones en esta región.

Omar Mangane

OUMAR MANGANE nació en 1987 en el barrio de Medina Gounass de Dakar, Senegal.

Tuvo el bachillerato en 2006 en Dakar y se licenció en 2010 en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar y entre 2008 y 2011, tuvo el Diploma Español como Lengua Extranjera (D.E.L.E) con el nivel A1, B1 y B2.

Leyó su tesina de Master II titulada La técnica novelesca en SI TE DICEN QUE CAÍ de Juan Marsé en 2013 en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar y allí fue tutor en la Facultad de Letras y Ciencias y Humanas.

En 2018, se doctoró en Atlantic International University en Los Estados Unidos de América con el título La narrativa marseana: Estudio de morfología literario.

Empezó en 2011 a enseñar el español como lengua extranjera en el Instituto Moderno de Dakar después de graduarse en la Facultad de Ciencias y Tecnologías de Educación y de la Formación de Dakar.

Entre 2015 y 2018, como docente no titular, dio clases de literatura y de traducción en la Universidad de Dakar particularmente en el Departamento de Lenguas y Civilizaciones Románicas.

En la actualidad, no sólo sigue siendo docente titular en el instituto de Dakar dedicándose también  a la investigación de la literatura española contemporánea y de la teoría literaria sino también que se encuentra trabajando sobre la narrativa de Juan Marsé y pronto sacará a la luz.

BIBLIOGRAFÍA:

Beinhauer, Werner. El español coloquial. Traducción de Huarte Morton. Madrid: Gredos, 1968.

Castellet, José María. La hora del lector.  1957.

Cela, Camilo José.- La Colmena. Buenos Aires: Emecé, 1951.

La Familia de  Pascal Duarte. Barcelona: Ediciones Destino, 1979.

El molino de viento. Barcelona: Destino, 1968

De Nora, Eugenio G. La novela española contemporánea (1927-1960). Madrid: Gredos, 1962.

Ferreras, Juan Ignacio. Tendencias de la novela española actual (1931-1969). París: Ediciones Hispanoamericanas, 1970.

Gil Casado, Pablo. La novela social española (1924-1968). Barcelona: Seix Barral, 1968.

Lara, Fernando.  Triunfo. N.694, 15 de mayo, 1976.

Réda-Euvremer, Nicole. La littérature espagnole au XXe siècle. Paris: Armand Colin,1998.

Rey, Alfonso. La originalidad novelística de Miguel Delibes. Universidad de Santiago de Compostela, 1975.

Ríos, Cesar Alfonso de los. Conversación con Miguel Delibes. Madrid: EMESA, 1971.

Sanz Villanueva, Santos. Historia de la novela social española (1942-1975).Madrid: Ed.Alhambra, 1976.

Umbral, Francisco. Miguel Delibes. Madrid: EMESA, 1970.

 

[1] Según Unamuno, el campesino castellano es enjuto, flaco, resistente como Don Quijote, hospitalario, tranquilo y silencioso, pícaro y sentencioso como Sancho  Panza: tiene el grave humor de Quevedo.

 [2] Manuel Rivadeneyra , impresor español (1805-1896), creador y editor de la Biblioteca de Autores Españoles, publicada en 72 volúmenes.

 

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