Las nueve musas
Tres Mil Viviendas de Sevilla
Tres Mil Viviendas de Sevilla
El Consejero de Roma

Javier Gomá Lanzón escribió en 2016 un artículo sobre el tema que nos ocupa que comenzaba con una alusión a Kant, para quien resultaba un “Escándalo de la filosofía” el hecho de que faltara un argumento decisivo sobre la realidad objetiva fuera del yo.

Aclara Gomá Lanzón que a su entender todavía falta ese argumento decisivo sobre la existencia de la dignidad y sobre su contenido.

A falta de otro filósofo a la altura de su importancia, el concepto de dignidad se contempla bajo la perspectiva Kantiana, aún cuando ésta resulte incompleta para entender tan complejo concepto.

La RAE define el concepto de “digno” con seis acepciones interesantes:

  1. Merecedor de algo
  2. Correspondiente, proporcionado al mérito y condición de alguien o algo.
  3. Que tiene dignidad o se comporta con ella.
  4. Propio de la persona digna.
  5. Dicho de una cosa: Que puede aceptarse o usarse sin desdoro.
  6. De calidad aceptable.

Existe una diferencia entre la dignidad moral y aquella que se atribuye al individuo por el simple hecho de serlo: “La dignidad democrática se recibe por nacimiento y otorga a su titular derechos sin mérito moral alguno por su parte, válidos incluso aunque desmienta esa dignidad de origen con una odiosa indignidad de vida (Javier Gomá Lanzón)”. Ya vemos que la dignidad democrática se contrapone a las acepciones de la RAE pero no así al concepto de dignidad moral, porque ésta la contempla como un valor intrínseco al ser humano aun cuando éste, con su comportamiento o circunstancias, no lo mereciera.

La odiosa indignidad de vida. Un ejemplo práctico.

 En febrero de 2019 la diputada de Coalición Canaria, Ana Oramas, hace un comentario poco afortunado sobre las Tres mil viviendas de Sevilla. Se discute en el Congreso el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, y enseguida María Jesús Montero la reprende por parecerle el comentario clasista y elitista. La comisionada del Polígono Sur de Sevilla, Mar González, le dirige una carta para hablarle de dignidad y darle una lección de desconocimiento… las redes claman con comentarios como “clasismo en estado puro”, y Oramas se ve obligada a pedir perdón públicamente e incluso a incluir en su agenda una visita al barrio más desfavorecido de la capital andaluza, aquél que para Montero es “un barrio como cualquier otro de este país”.

Por supuesto toda esta situación responde a una maniobra política de descrédito. María Jesús Montero aprovecha un comentario políticamente incorrecto para lanzar basura sobre su oponente, y de paso revestirse a sí misma de espíritu democrático, pero la realidad no se encuentra ahí. Y tampoco se encuentra en el contenido de la carta que Mar González dirige a la diputada de Coalición Canaria:

“Si hay algo fuera de duda es la dignidad de la población del Polígono Sur, que cada día se esfuerza en superar las dificultades de su entorno y mejorar sus vidas, la de sus familias y del propio barrio, del que se sienten orgullosos”

Si aplicamos el concepto democrático de la dignidad, la comisionada del Polígono Sur tiene razón; dentro de las Tres mil viviendas habrá familias que se esfuercen por superar las dificultades y lleven  una vida honrada. Incluso quienes no la llevan tienen derecho a ser considerados dignos por el mero hecho de ser individuos aunque desmientan esa dignidad de origen con una odiosa indignidad de vida… pero desde el punto de vista filosófico la cosa adquiere ya otra consideración. Para Kant el individuo es digno mientras sea un fin en sí mismo y no un medio, luego a riesgo de resultar políticamente incorrectos cabría preguntarse hasta qué punto lo son los habitantes más desfavorecidos del Polígono Sur.

PobrezaPara entender bien este concepto es necesario aclarar la utilidad que suponen como votantes. Evidentemente un grupo de población a quien un partido determinado favorece con viviendas y ayudas sociales votarán siempre a ese partido por interés propio, luego la arenga por la dignidad del barrio resultaba más que práctica para Montero y Mar González; y como el nivel cultural es desafortunadamente bajo en el Polígono Sur, muchos vecinos pudieron sentirse amparados y defendidos sin comprender bien los intereses que pudiera haber detrás de esa acción. Dicho más claramente, sin ser del todo conscientes de hasta qué punto se utiliza a la clase desfavorecida con fines políticos: el individuo así deja de ser un fin para convertirse en un medio, y de ese modo se les despoja de la dignidad kantiana.

Si se paran a pensarlo las viviendas sociales están dispuestas en barrios tipo guetto -que ya es, de por sí, indigno- como es el caso de las Tres mil viviendas de Sevilla y su barrio espejo: Los Montecillos en la localidad sevillana de Dos Hermanas. Ambas barriadas comparten la característica de concentrar lo peor de su población en un núcleo concreto de bloques, y de estar compuestas por otros grupos de pisos que, a medida que se alejan de ese núcleo, van adquiriendo mejor consideración. Normalmente quienes se adentran en ese núcleo conflictivo lo hace porque es conocido, o en busca de droga; el resto de vecinos, trabajadores de servicios e incluso agentes de las Fuerzas del Estado, directamente evitan frecuentarlo.

La visión de los adictos a sustancias estupefacientes no transmite precisamente sensación de hallarse en un entorno digno, ni de estar contemplando personas asistidas por la dignidad Kantiana. Por todas partes hay suciedad; destrozos importantes en los inmuebles; pintadas; excrementos de animales y humanos. Las vecinas se pasean en pijama, bata y zapatillas de andar por casa; entran de esa guisa incluso en el centro de salud que les corresponda por zona, en bancos y supermercados, dando muestras de tal ordinariez en su expresión e imagen que resultan la antítesis de las seis acepciones que la RAE aplica al término “digno”.

Las personas que sobreviven en semejante entorno sin participar de las costumbres comunes lo hacen soportando gritos, peleas, llantos de niños, niveles de sonido intolerables procedentes de televisiones y receptores de música. Viven luchando contra la suciedad que les rodea, el peligro que suponen las personas con quienes conviven y las actividades delictivas que continuamente se llevan a cabo entre esas paredes. La falta de educación y los niveles de ignorancia son tan absolutos que hacen imposible la convivencia pacífica; el vecino que sobrevive lo hace a base de soportar, de pasar desapercibido, de evitar cualquier conflicto. Este panorama nos lleva a recordar las afirmaciones de Mar González en su carta a Ana Oramas: “Si hay algo fuera de duda es la dignidad de la población del Polígono Sur”, para preguntarnos qué dignidad puede haber en vivir concentrados en un guetto marginal, obligados a soportar el ambiente que les hemos descrito.

Los políticos hablan con desconocimiento de causa. Para entender la realidad de un ambiente como el de las Tres mil viviendas o Los Montecillos es necesario formar parte de él, y no desde un despacho, sino compartiendo escalera. De ese modo se es consciente de la odiosa indignidad de vida: de las madres adolescentes, de las generaciones nuevas condenadas a repetir el modo de vida en el que se han criado… porque haber nacido en estos barrios supone una trampa de la que salir es terriblemente difícil, si no imposible. Mucha de la gente que vive en las Tres mil viviendas o los Montecillos no tiene posibilidad, deseo ni  intención de salir de allí, de escapar; en demasiados casos ni siquiera tienen consciencia de que exista otra vida diferente… por eso cuando Mar González afirma que los vecinos se sienten orgullosos de su barrio produce una sensación tan terrible.

Casos en que las acepciones de la RAE no pueden aplicarse. La dignidad pública.

Aquel individuo cuya condición, obra o comportamiento se aleje gravemente del conjunto de valores éticos se encuentra en situación de pérdida de dignidad moral aun cuando siga poseyendo la consideración de dignidad democrática. Contrariamente al pensamiento de Rousseau de que el ser humano es bueno por esencia, la experiencia nos demuestra que existen excepciones a tener en cuenta, y la moral nos recuerda que es conveniente no caer en actos cuya naturaleza destruye -en algunos casos para siempre- la posibilidad de considerar digna a una persona en base al derecho moral.

el caso del niño Gabriel
el caso del niño Gabriel

Comprenderemos mejor esto con ejemplos de todos conocidos; asesinos como Rafael Bretón, Ana Julia Quezada, Santiago del Valle o Miguel Carcaño perdieron para siempre la consideración pública de dignidad personal si alguna vez la tuvieron, no ya por los crímenes que cometieron, sino por la manera en que los cometieron. La sociedad tenderá siempre a dar la espalda a seres de esta calaña y los considerará ajenos, inhumanos, peores que los animales.

La situaciones de las que el ser humano puede sacar algún provecho hacen evidente que existen personas indignas. La crisis inmobiliaria produjo tantos casos de gente desesperada sin empleo ni prestaciones que hubo quien aprovechó la necesidad ajena para explotar laboralmente de forma vergonzosa. Independientemente de que dejara mucho que desear la calidad humana de estas personas, la explotación despiadada es uno de esos actos que despojan de dignidad ya para siempre a quien los comete.

La dignidad aplicada según el poder adquisitivo

Ya hemos dicho que la dignidad democrática se extiende a todo ser humano por el simple hecho de serlo, y que por tanto le es consustancial. La mayoría de las Constituciones recoge esa dignidad humana independientemente de las circunstancias de la persona, tales como nacionalidad, raza, religión y poder adquisitivo; pero las constituciones recogen derechos, y no siempre realidades.

En España, por ejemplo, está recogido en la Constitución el derecho de todo español a una vivienda digna, lo cual no impide que el gobierno deje hacer con respecto a la especulación y no practique ningún tipo de control que mantenga el mercado dentro de unos límites razonables. El caso de la vivienda es quizá el que más evidencia la humedad del papel constitucional, seguido del derecho al trabajo: son los grandes fracasos de las administraciones.

Una cosa son los derechos, y otra muy distinta la realidad a la que se enfrenta el ciudadano. Cuando nos dicen que todos los trabajos son dignos dicen la verdad conforme al concepto moral que ya hemos explicado, pero la realidad es que en la práctica no tiene la misma consideración social un barrendero que un abogado. En este sentido arrastramos conceptos que vienen de la antigüedad, según los cuales algunas tareas eran consideradas impuras; y luego está la circunstancia económica: vivimos en la sociedad del tanto tienes tanto vales nos guste o no; o sea, en la sociedad de la dignidad aplicada. A efectos sociales de consideración se hace manifiesto que, en palabras de Pepa Soler Domínguez, “La dignidad es totalmente proporcional al poder adquisitivo de cada sujeto”.

Y aquí nos encontramos con el eterno debate entre lo que es y lo que debería ser: debería haberla, pero no hay dignidad alguna en la pobreza.

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Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas es un espíritu libre, extraño equilibrio entre la estricta educación conservadora y la influencia librepensadora de su padre José Luis Cabezuelo Holgado, insigne abogado que durante muchos años lo fuera del Consulado de Italia en Sevilla, ciudad donde era conocido por su erudición.

De su madre, Laura Arenas Green, perteneciente a una familia aristócrata y aficionada a las Artes, hereda el de verbalizar y hacer visible la realidad. Hay que recordar que es sobrina de Luis Arenas Ladislao, conocido fotógrafo cuyo legado diera a la belleza de Sevilla proyección internacional, incluso la Sevilla secreta de la más estricta clausura en e Sevilla oculta, Sevilla eterna y Semana Santa en Sevilla.

Su tatarabuelo, Isauro López-Ochoa y Lasso de la Vega, fue un periodista perseguido por sus ideas liberales; fundador de la revista El Avisador, que contaba con la colaboración de Javier Lasso de la Vega, José Gestoso, Luis Montoto, Antonio Machado y José de Velilla, entre otros.

El ambiente familiar propició el trato desde niña con personajes destacados de las Artes, recibiendo una formación esmerada en el estudio de la Historia, Literatura, Música y Pintura, faceta que perfeccionó en la escuela de Artes Aplicadas y oficios artísticos de Sevilla. También fue alumna de José María de Mena en la escuela de Arte dramático, llegando a interpretar y dirigir obras como Cinco horas con Mario, La vida es sueño, Don Juan Tenorio y La casa de Bernarda Alba.

La principal temática de sus escritos ligeros se centra en el comportamiento humano. Para estudiarlo no ha dudado en introducirse en distintos ambientes sociales, incluso marginales. Aunque reconoce que “habría podido evitar conocer a algunas personas, he aprendido la importancia de los valores viendo las consecuencias que sufren quienes viven sin ellos”.

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