La fotografía digital introdujo varios cambios en nuestra manera de acercarnos a la fotografía.
Para analizar algunos de ellos, podemos pensar en el ciclo de vida de una foto, es decir, en todos los estados por los que va pasando una fotografía desde que presionamos el obturador hasta el fin de su vida útil.
Claro está que este ciclo puede ser muy distinto si estamos hablando de una foto periodística de algún medio gráfico, una obra artística o de una foto familiar. Yo voy a hablar sólo de este último tipo de fotografía, que es el que el común de la gente realiza cotidianamente.
Una característica que siempre tuvo la fotografía familiar, es que generalmente persigue un objetivo documental. Es decir, tomamos fotos para dejar un testimonio de algún evento importante: cumpleaños, vacaciones, nacimientos, actos de la escuela, etc.
Por otra parte, una particularidad que tiene la fotografía con película (convencional, química o como quieran llamarla), es que es un recurso escaso. Es decir, que la cantidad de fotos que podemos realizar son pocas (12, 24, 36, dependiendo del rollo) y si bien podemos poner otro rollo, el asunto se va encareciendo.
Teniendo en cuenta estos aspectos, podemos entonces analizar cómo era el ciclo de vida de una foto familiar antes de la fotografía digital.
Todo comenzaba cuando se producía algún evento que fuera digno de ser documentado. Claro, digno acá quiere decir que valga la pena invertir unos pesos en película, revelado y copias para quedarnos luego con algún recuerdo visual de dicho acontecimiento. Entonces comprábamos un rollo de película, cargábamos la cámara y sacábamos las fotos. Claro, siempre tratando de captar el momento crucial, ya que no podíamos darnos el lujo de desperdiciar algunos fotogramas sacando cosas sin importancia.
Luego, si finalizado el evento, también se nos acabó el rollo, lo mandábamos a revelar. Sino, quedaba en la cámara hasta el próximo evento.
El laboratorio nos entregaba las tiras de negativos y una serie de copias en papel. En algunos casos no salían todas las fotos, y en vez de 36, obteníamos menos copias en papel. Esto pasaba porque alguien decidía que alguno de los negativos no merecía ser copiado (recordemos que cada copia tiene su costo, y puede no tener demasiado sentido pagar por una copia, por ejemplo, toda negra). Ahora bien, esos negativos, alguno los tiraba a la basura, pero la mayoría de la gente los guardaba en un cajón, incluso el que hubiera salido todo transparente, por si alguna vez alguien quería hacer una nueva copia. Era raro hacer copias después de un cierto tiempo, pero igualmente los negativos los guardamos. A veces terminaban en la basura luego de alguna limpieza, pero nunca hubiéramos perdido tiempo en recortar y conservar los fotogramas que nos interesan y descartar el resto.
Por otra parte, las copias podían sufrir un proceso de selección, poniendo en un álbum las que nos interesaban mostrar (la mayoría) y descartando aquellas en las que salimos demasiado feos, o salió nuestro dedo tapando toda la imagen, etc. Sin embargo era raro que esas fotos descartadas fueran eliminadas. Probablemente se quedaran compartiendo el sobre con los negativos.
Entonces, el álbum que armamos, o en el peor de los casos, el piloncito de fotos sueltas, pasaba de mano en mano en las reuniones familiares, hasta que finalmente terminaba en el cajón junto al resto de las fotos.
Pero algunas, unas pocas, tenían mejor destino: podían terminar en un álbum familiar o en un portarretratos.
Nunca se nos hubiera ocurrido destruirlas, no. Quedarán en el cajón hasta que algún día, alguien lo abra y encuentre las fotos del abuelo cuando era chico.
Veamos como podemos repetir este mismo ciclo de vida con la fotografía digital, que de hecho es lo que hacemos muchos de los que estamos acostumbrados al viejo paradigma, y una serie de variantes que nos facilita este nuevo mundo.
Nuevamente comenzamos con un acontecimiento digno de ser registrado, respetando esa característica documental de la fotografía familiar. Pero ahora, al dejar de ser el fotograma un recurso escaso y caro, hay muchos más acontecimientos que entran en esta categoría (un asado con los amigos, los chicos jugando en casa, etc.). Y ya no nos limitamos al momento crucial, tomamos fotografías de casi todo lo que pasa en el evento.
Muchos bajarán inmediatamente las fotos a sus PCs, pero los más conservadores esperaremos a que se llene la tarjeta de memoria, como hacíamos con el rollito.
Ahora obtenemos entonces una serie de archivos digitales que serían nuestros negativos. Éstos seguramente terminarán en alguna carpeta de nuestro disco rígido, en un CD o DVD. Ahora tenemos la posibilidad de borrar alguno de esos archivos, ya sea porque salió fuera de foco, mal expuesta o simplemente no nos gustó como salió. Pero por lo menos a mi me cuesta un montón eliminar una foto. Es como destruir un negativo. Esa imagen deja de existir para siempre. Claro, es casi seguro que nunca más la necesitemos, pero si alguna vez…
Las cientos de tomas que sacamos pasan luego por un proceso de selección, donde podemos elegir varias fotos para mandarlas a imprimir y estas copias en papel podrán seguir exactamente los mismo pasos que las provenientes de película. Pero la fotografía digital abre nuevas alternativas. En vez de imprimirlas podemos subirlas a algún sitio de Internet o enviarlas por e-mail para compartirlas con amigos y familiares. O podemos llevarlas en nuestro teléfono o PDA para mostrarlas. O incluso adornar nuestra sala en un portarretratos digital.
Nuevamente el ciclo termina con las fotos en un cajón, pero en este caso lo que guardamos son esos DVDs o el medio de almacenamiento elegido. Todo para que algún día, alguien lo abra y encuentre las fotos del abuelo cuando era chico. El problema será en ese entonces disponer de algún medio para poder ver esas fotos guardadas en una tecnología que seguro será obsoleta. O que el medio de almacenamiento no se haya arruinado, perdiendo el contenido para siempre. Pero este es tema para otra discusión.
Pero este nuevo paradigma permite también nuevos ciclos de vida para nuestras fotografías. Podemos concebir fotos con una vida útil efímera, que sean tomadas con un objetivo determinado que, cumplido el mismo, ya dejan de tener valor y podemos borrarlas sin cargo de conciencia. Por ejemplo, si estamos en proceso de comprar una casa o departamento, podemos tomar fotos de los sitios visitados para luego mostrarlas y servir de ayuda en la decisión. Una vez finalizada la operación, ya no tiene sentido conservarlas. También un grupo de amigos puede ejemplificar con una foto el bar o la esquina elegido como punto de reunión. Y seguramente se nos ocurrirán un montón de usos nuevos que podemos darle a la fotografía familiar, despojándola incluso del carácter documental al que estábamos acostumbrados.
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