Las nueve musas
Ángel González

Ángel González: el ingeniero de la sencillez

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Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
El alumno escribe lo que se le dicta.
Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”.
No está mal…

 

Ángel González
Ángel González (1930)

De todos los escritos de Antonio Machado sobre su teoría poética, quizá es éste el que con más gracia y quizás excesiva contundencia explica su ideario poético. Ángel González, como admirador de la poesía y el ideario poético de Machado, fue uno de sus alumnos más aventajados.

A lo largo de su obra se hace patente su esfuerzo por revestir a sus poemas de una sencilla claridad, dejando a un lado la palabrería abigarrada y la sobreabundancia de metáforas que pretendan ocultar la falta de contundencia en el mensaje. En efecto, son muchos los que creen que la poesía es el arte de encriptar lo que se quiere decir, y muchos los poetas que creen que su inteligencia es proporcional al nivel de dificultad que el poema crea al lector. Pero, ¿ hay algo más sencillo que escribir un poema ininteligible, exento de contextos, que el lector desconoce, limitándonos a dar por buena cualquier metáfora ambigua o cualquier imagen más o menos plástica ? Los poemas de Ángel González se saben con suficiente esqueleto ideal como para prescindir de las baratijas y cosméticos de que los poemas superfluos están repletos. Pero quizás el mismo Ángel nos lo explique mejor con un poema:

A LA POESÍA

Ya se dijeron las cosas más oscuras.
También las más brillantes.
Ya se enlazaron las palabras como
cabellos, seda y oro en una misma trenza
—adorno de tu espalda transparente—.

Ahora,
tan bella como estás,
recién peinada,
quiero tomar de ti lo que más amo.
Quiero tomarte
—aunque soy viejo y pobre—
no el oro ni la seda:
tan sólo el simple, el fresco, el puro
(apasionadamente), el perfumado,
el leve (airadamente), el suave pelo.
Y sacarte a las calles, despeinada,
ondulando en el viento
—libre, suelto, a su aire—
tu cabello sombrío
como una larga y negra carcajada.

 

Ángel González: el ingeniero de la sencillez
Ángel González (1956)

Uno de los grandes aciertos de Ángel es haber conseguido un asombroso grado de precisión utilizando para ello casi siempre un lenguaje coloquial. Son pocos los poemas en que una palabra nos lleva al diccionario, y sin embargo son todas y cada una de ellas irremplazables. Su poesía adquiere así una peculiaridad que sólo los grandes autores y los grandes textos ( véase El Quijote ) han sabido alcanzar: su capacidad de llegar a un amplio estrato social y cultural, a través de su doble lectura.

Al igual que El Quijote, la poesía de Ángel González puede ser disfrutada tanto por el catedrático de filosofía como por cualquier persona mínimamente alfabetizada; y eso es posible gracias a que tanto la belleza literaria como el mensaje están repartidos en partes iguales dentro de sus poemas. Ángel entiende que los poetas tienden a veces hacia un elitismo intelectual, y que no quieren que su poesía camine por los bajos fondos de la comprensión. Quizá sea esta una deuda pendiente, no sólo de la poesía en particular, sino del arte y las ciencias en general. Tanto más completo que el filósofo que se mueve sólo en la academia y que habla y escribe para su gremio, es aquel que es capaz de compaginar esta actividad con la filosofía de barra de bar.

Un filósofo que no es capaz de explicar su filosofía a un rudo campesino quizá sea un filósofo incompleto; él creerá, sin embargo, que el campesino no está a la altura de su pensamiento, pero algunos creemos que una filosofía que tan sólo está cimentada en tecnicismos es una filosofía siempre precipitante, y el tal filósofo no debe tenerla muy clara cuando no sabe explicarla claramente. Como vemos, Ángel González resuelve este problema de un plumazo dotando a sus poemas de una doble lectura. En el siguiente poema podemos ver como una cuestión compleja como la mitificación del tiempo pasado a causa de su irreversibilidad la resuelve el poeta con una naturalidad pasmosa, pintando la cruda monotonía de un día cualquiera, lleno de hastío y apatía, para acabar calificándolo luego como incomparable.

AYER

 Ayer fue miércoles toda la mañana.
Por la tarde cambió:
se puso casi lunes,
la tristeza invadió los corazones
y hubo un claro
movimiento de pánico hacia los
tranvías
que llevan los bañistas hasta el río.
A eso de las siete cruzó el cielo
una lenta avioneta, y ni los niños
la miraron.
Se desató
el frío,
alguien salió a la calle con sombrero,
ayer, y todo el día
fue igual,
ya veis,
qué divertido.
ayer y siempre ayer y así hasta ahora,
continuamente andando por las calles
gente desconocida,
o bien dentro de casa merendando
pan y café con leche, ¡qué
alegría!
La noche vino pronto y se encendieron
amarillos y cálidos faroles,
y nadie pudo
impedir que al final amaneciese
el día de hoy,
tan parecido
pero
¡tan diferente en luces y en aroma!
Por eso mismo,
porque es como os digo,
dejadme que os hable
de ayer, una vez más
de ayer: el día
incomparable que ya nadie nunca
volverá a ver jamás sobre la tierra.

 

el ingeniero de la sencillez Se puede decir que hay dos corrientes antagónicas en poesía: la de los poetas que complican la vida al lector para no complicársela ellos, y la de los poetas que se complican la vida para facilitársela al lector.

Ángel González pertenece a la segunda corriente. Nunca va a remolque de la retórica, sino que la utiliza como una herremienta más; la toma y la vuelve a dejar cuando no es necesaria. Nada más descorazonador que un poema que sólo ofrece el atractivo de su oscuridad, un poema cifrado y barnizado capa sobre capa y que, tras lijarla intelectualmente, deja sólo a la vista una madera inconsistente, de baja calidad, hueca. Siguiendo este símil, podemos decir que Ángel se preocupa más de la calidad de la madera, de su secado ( interiorización del poema antes de darlo a luz ), antes que de su ornamento. Por eso, al contrario que los poemas bellamente huecos, sus poemas resisten una y otra vez la prueba de la relectura, o incluso se revalorizan con éstas. ¿ Qué recurso utiliza Ángel González para revestir sus conceptos ? Muchos. Pero quizá su estilo coloquial es su sello de identidad más pronunciado.

Un lector de poesía lee a Quevedo, lee a Góngora, a Lorca, a Neruda, poetas fabulosos en que todo es poesía, verso por verso, palabra sobre palabra. Pero hay lectores de poesía que se cansan de esta relación matrimonial con la poesía, relación un tanto monótona, es decir: a la misma hora, en el mismo sitio; o lo que es lo mismo: en los mismos libros, en cada página. Hay lectores ( este es un sentimiento personal ) que le piden a la poesía romper los hábitos, buscar aventura, algo de ingrediente sorpresa en la relación. Ahí está Ángel González, asesor matrimonial. Con su poesía narrativa, prosística, coloquial, vuelve a encender la llama de nuestras primeras lecturas de poesía. Ya no hay horas estipuladas. La encontramos cuando ya no la esperábamos, detrás de la esquina de un verso más narrativo que poético. Ahí está ella, sonriéndonos. Y nosotros sonreímos también, complacidos, y cerramos el libro para que ninguna palabra más contamine lo que ese verso nos ha hecho sentir.

DICIEMBRE

Diciembre vino silenciosamente,
estirando las noches hasta casi
juntarlas:
el alba a pocas horas de distancia
del crepúsculo lleno de tristeza,
y un mediodía sin sol,
un mediodía
de pájaros ocultos y apagados
ruidos,
con bajas nubes grises recibiendo
el sucio impacto de las chimeneas.

Diciembre vino así, como lo cuento
aquel año de gracia del que hablo,
el año aquel de gracia y sueño, leve
soplo de luces y de días,
encrucijada luminosa
de lunas hondas y de estrellas altas,
de mañanas de sol, de tardes tibias
que por el aire se sucedían lentas
como globos brillantes y solemnes.

Pero diciembre vino de ese modo
y cubrió todo aquello de ceniza:
lluvia turbia y menuda,
niebla densa,
opaca luz borrando los perfiles,
espeso frío tenaz que vaciaba
las calles de muchachas
y de música,
que asesinaba pájaros y mármoles
en la ciudad sin hojas del invierno.

Pájaros muertos, barro, nieve sucia,
lanzó diciembre sobre el año, y todos
abandonamos en silencio
su ámbito feliz, pisando indiferentes
los restos consumidos de sus cosas,
el envoltorio de sus alegrías,
dejándolo cubierto de papeles
y rotas luces,
oquedad sumergida
en decepción y desfallecimiento,
como la sala de un teatro, cuando
el telón cae, finalizando el drama.

De esa forma dejamos aquel año,
sórdido
recinto
manchado de recuerdos derribados
y deseos oscuros
y nostalgia
-y por qué no también remordimiento-
sin mirar para atrás,
sin querer enterarnos
de su agonía lívida a las puertas de enero.

El poder demiúrgico de la poesía

 

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Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español.

Aunque sus comienzos estuvieron enfocados hacia la poesía y la narrativa (ganador II Premio Palabra sobre Palabra de Relato Breve) su escritura ha ido dirigiéndose cada vez más hacia el artículo y el ensayo.

Su pensamiento está marcado por su retorno al cristianismo y se caracteriza por su crítica a la posmodernidad, el capitalismo, el comunismo, y la izquierda y derecha políticas.

Actualmente se encuentra ultimando un ensayo.

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