Las nueve musas
Biología
PREMIO HELICÓN DE LAS CIENCIAS 2018

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El Planeta Polifemo, un gigante gaseoso que orbita la lejana galaxia de Alfa Centauri, ubicada a 4,3 años luz de la Tierra, alberga entre sus satélites a la mítica Pandora, la cual es el sorprendente escenario donde se desarrolla la trama de la película épica Avatar.

Se trata de un lugar mítico, de esos que parecieran poder existir únicamente en la fértil imaginación de los creadores de estas joyas de la cinematografía.

bosqueEn sus selvas exuberantes, con follajes iridiscentes, todos los organismos están conectados y pueden comunicarse e intercambiar recursos en beneficio mutuo gracias a algún tipo de interconexión entre las raíces de los árboles. Suena fantástico, pero quizás no lo sea tanto.

Dejando de lado las iridiscencias y los efectos especiales,  lo cierto es que en los espacios verdes de la Tierra ocurren eventos sorprendentes, de los cuales no nos percatamos, porque ocurren en el oscuro mundo subterráneo. No podemos esperar llegar a un bosque y ser testigos de sus ocultas maravillas, pero el trabajo de relevantes científicos a nivel mundial, tales como la ecóloga forestal Suzanne Simard, de Canadá,  la experta en Micología y Ecología Lynne Boddy, del Reino Unido y el doctor Ren Sen Zeng, de China, entre muchos otros, ha desentrañado algunos de sus misterios, mediante el diseño de experimentos específicos para probar cada una de sus teorías.

Descubrieron, entre otras cosas, que esos filamentos conectores están presentes en nuestro planeta y permiten la interconexión entre los diferentes organismos, facilitando que se comuniquen entre sí y realicen intercambios de diferentes tipos, tanto de sustancias nutritivas, como de mensajes. Esto ocurre en la naturaleza de forma cotidiana, gracias las micorrizas, asociaciones simbióticas entre raíces y hongos, a través de las hifas de estos últimos, que no son otra cosa que una red de finos filamentos cilíndricos, conformados por células alargadas y tubulares, recubiertas por una pared celular de quitina. Existen bajo el suelo en forma de haces y su conjunto se denomina micelios. Los micelios son los encargados de transportar nutrientes minerales, como fósforo y carbono del suelo a las raíces de las plantas. A cambio los hongos reciben hidratos de carbono fotosintetizados por ellas, en una relación beneficiosa para todos. Por otra parte, cuando los hongos colonizan las raíces de las plantas, contribuyen a que el sistema inmune de estas se fortalezca, lo cual redunda en su beneficio, ya que mejora su tiempo de respuesta ante agentes patógenos y por ende su eficiencia.

Pero esta asociación va mucho más allá de la relación hongo-árbol. De hecho, los árboles se sirven de la vasta red de micelios que recorre el subsuelo del bosque para relacionarse con otros árboles de forma amplia y compleja. Ha quedado demostrado que los árboles que están conectados a la red de micelios pueden compartir recursos, tales como azúcares, nitrógeno y fósforo, enviar alertas al ser atacados, sustraer nutrientes y hasta hacerle la guerra a enemigos potenciales.

Suzanne Simard
Suzanne Simard

Esta intrincada red de intercambio, compuesta por hifas, las cuales a su vez forman los micelios, medio en el cual se dan estas fantásticas asociaciones conocidas como micorrizas,   recibió el nombre en inglés de Wood Wide Web, en analogía a la las siglas de la superautopista de la información, World Wide Web. Podríamos pensar en las hifas como si fueran la fibra óptica, esos filamentos de material dieléctrico capaces de transmitir comunicaciones y datos a grandes distancias.

¿Será este concepto demasiado fantástico? Veamos.

Gracias a la aparición de nuevas técnicas desarrolladas por la Biología Molecular, y con el arduo, tenaz e imaginativo trabajo de científicos alrededor del globo, se ha podido determinar que a través de esta suerte de cableado subterráneo de micelios los árboles pueden llevar a cabo diferentes actividades. Las plantas que están conectadas a él envían recursos a otras plantas. Los árboles maduros, conocidos como árboles madre, se sirven de los micelios para transferir nutrientes a árboles jóvenes, con lo cual mejoran su índice de supervivencia, y los árboles enfermos antes de morir envían sus recursos a los micelios para que sean aprovechados por otros árboles. Podría pensarse que este comportamiento altruístico de los árboles contradice las teorías de la evolución de las especies de Darwin, que establecen la lucha entre las especies por la supervivencia del más apto, pero eso no necesariamente es así, dado que la red es auspiciada por un tercero, en este caso el hongo, que se beneficia de contar con múltiples fuentes de carbono. La lucha en la superficie la dan los árboles, que intentarán crecer cada vez más alto para absorber la mayor cantidad de luz, pero bajo tierra trabaja el hongo, que es quien en definitiva distribuye los nutrientes y para quien resulta beneficioso contar con la mayor cantidad de proveedores de azúcares posible, en un medio cambiante y sujeto a los elementos. De esta forma se asegura una despensa suficiente en tiempos difíciles.

micorrizasLa ecóloga forestal canadiense Suzzane Simard, profesora de la Universidad de Vancouver, demostró científicamente en 1997 que árboles separados por grandes distancias están conectados a través de la red de micelios. Simard marcó las hojas de abedules en un bosque canadiense con Carbono 13 y Carbono 14. Luego encontró el mismo compuesto en las plántulas vecinas de abeto, que no tenían acceso a la luz solar. Continuando con sus observaciones notó que en invierno el flujo de Carbono iba en sentido inverso, apareciendo en los abedules jóvenes, carentes de hojas. .Ella y su equipo estudiaron la red de micorrizas de un bosque de abetos y descubrieron que un viejo abeto estaba conectado con 47 árboles a través de los micelios de hongos. La longitud promedio de un micelio alcanzó los 20 metros. Cabe destacar que la transferencia de recursos se realiza entre árboles de especies diferentes. El trabajo de Simard demostró que abetos y abedules intercambian carbono, nitrógeno y fósforo a través de los micelios.

Mediante estos mecanismos de intercambio, los árboles adultos, o árboles madre, nutren a los más jóvenes enviándoles recursos a través de la red de micelios. Los retoños que no reciben suficiente luz solar, y por ende no cuentan con los nutrientes suficientes como para lograr su desarrollo reciben más carbono de los árboles emisores.

Otro de los usos de esta red es la comunicación. Al ser atacadas, las plantas envían señales químicas de advertencia a sus vecinas a través de los micelios, lo que les permite preparase con anticipación para enfrentar la potencial amenaza, elevando sus defensas.

El doctor Ren Sen Zeng, de la Universidad de Agricultura del sur de China descubrió en el año 2010 que cuando las plantas son atacadas por hongos dañinos envían mensajes de advertencia a sus vecinas, mediante señales químicas a través de la red. Esta alerta temprana le permite a las plantas receptoras del mensaje elevar el nivel de sus defensas y enfrentar la amenaza.

Estos mensajes previenen además sobre la presencia de plagas, tales como áfidos o pulgones, potencialmente letales para las plantas. El doctor David Johnson descubrió en el año 2013 que las plantas que no estaban bajo el asedio de plagas, pero estaban unidas a la red mediante los micelios con plantas que estaban siendo pasto de las plagas, activaban sus defensas químicas antiáfidos, mientras que aquellas que no estaban conectadas a la red no lo hacían. No recibían el mensaje.

Pero como toda sociedad, esta también tiene un lado oscuro. La internet, esa superautopista de la información de la cual nos servimos para comunicarnos, investigar, trabajar, y sin la cual no sería concebible la vida cotidiana en el siglo XXI, hasta en su más nimio detalle, tiene su zona oscura, su componente de peligro que ha llevado a la Justicia a reinventarse y desarrollar jurisprudencia en áreas novedosas, impensables antes del surgimiento de tan poderosa herramienta, tales como los delitos informáticos o ciberdelitos. Cualquiera puede ser víctima de ellos. Un virus que logre penetrar las defensas de nuestra computadora puede eliminar archivos valiosos e incluso dañar el equipo. El ciberacoso y la pérdida de la privacidad, el robo de datos o de identidad ocurren con demasiada frecuencia en nuestras vidas. Pues la red vegetal no escapa a esta aterradora circunstancia.

A través de los micelios vecinas maliciosas pueden causar daño a las plantas, robando los nutrientes que necesitan. Algunas plantas no cuentan con la capacidad de producir clorofila, como por ejemplo la orquídea fantasma. Entonces, se conectan a la red para obtener mediante el robo el carbono que necesitan para su subsistencia. Otras incluso van más allá: aun cuando pueden realizar el proceso de fotosíntesis y fabricar su clorofila, se conectan a la red o, dicho en lenguaje tecnológico, “hackean” la red y le roban el carbono a los árboles que las rodean.

alelopatíaSin embargo, existen medios mucho más sofisticados para derrotar al enemigo en el mundo vegetal, como la alelopatía, la cual es un proceso biológico mediante el cual un organismo produce compuestos bioquímicos que impiden o afectan el crecimiento, la reproducción o la vida misma de otras especies. De esta forma eliminan la competencia y se garantizan todos los nutrientes del suelo que las rodea para sí mismas. Son sustancias complejas en las que se puede observar un éter, un grupo alcohólico, un cetónico y enlaces dobles de carbono. Tal es el caso del nogal, que descarga a la red verde un compuesto químico llamado juglona, una quinona, y a través de  los micelios la envía a los vecinos que estén conectados a ella y de esta forma literalmente envenena a posibles rivales. Otro buen ejemplo de alelopatía es la avena, la cual inunda la red con escopoletina con el mismo propósito. Estas sustancias tienen además otra función: reducen la propagación de microbios dañinos alrededor de sus raíces.

A estas alturas, y después de una ardua investigación, no podría decir a ciencia cierta si el mundo verde terrestre supera la ficción de la película Avatar. Si bien no creo que nuestras hifas sean capaces de trasladar la mente de un hombre a su avatar azul de 3 metros de altura, puedo afirmar que bajo nuestros pies la madre naturaleza desarrolla actividades increíbles. Esta intrincada red de hifas, estas conversaciones entre plantas, estas guerras entre especies me sorprenden y emocionan.

bosquesUna de las conclusiones de la doctora Simard es que tenemos que ver nuestros bosques de manera distinta, no como un puñado de árboles esparcidos aquí y allá de manera aleatoria, sino como un solo organismo gigantesco que interactúa entre sí, que se cuida a sí mismo. Debemos pensar que si afectamos una parte de él, como un árbol madre, por ejemplo, perjudicaremos a todo el bosque. Debemos observar a los árboles, estudiarlos y aprender de ellos. Un bosque sembrado por el hombre no es tan eficiente, sus árboles no son tan saludables. En los procesos de tala intensiva se cortan árboles de todas las edades, pero los que de seguro no escapan a la sierra son los más grandes, los más antiguos. La doctora Simard afirma que esa sapiencia arbórea se transmite de generación en generación, y así explica la importancia de preservar los árboles más antiguos, para que transmitan a los retoños el conocimiento necesario para que algún día, cuando ella muera, ellos sepan cómo cuidar de los demás, cómo transferir los recursos a los más jóvenes, a los más alejados del sol. De esta manera podremos tener bosques más saludables y, como consecuencia la vida en el planeta, nuestra vida, será más saludable también.

Son, sin lugar a dudas, retos interesantes a los que debemos hacer frente a futuro, si queremos sobrevivir como especie, en un planeta cada vez más escaso de recursos verdes, cada vez más contaminado.

La próxima vez que visitemos un bosque pensemos en esto. Tratemos de imaginar los milagros, las maravillas que ocurren bajo nuestros pies, tratemos de escuchar esas conversaciones misteriosas entre las plantas. Si vemos un grupo de plantas en medio del bosque muerto bajo el ataque indiscriminado de una plaga, entendamos que si no todas sucumbieron al ataque quizás fue porque recibieron una advertencia oportuna, a través de la WWW.

Irene de Santos

PREMIO HELICÓN DE LAS CIENCIAS 2018

 

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Irene de Santos

Irene de Santos nació en Caracas, el 22 de noviembre de 1961.

Egresada de la Universidad Central de Venezuela en 1986.

Licenciada en Idiomas, mención Traducción e Interpretación Consecutiva y Simultánea. Idiomas: inglés y francés.

Cursos de escritura creativa: Imaginación y géneros literarios (4 semestres), organizado por la Dirección General de Estudios de Posgrado de la Universidad Católica Andrés Bello, dictado por la Profesora Milagros Socorro.

Curso sobre argumentación universal, duración 1 semestre

Traductora de profesión y escritora de corazón

Novela publicada: “El viaje de la flauta triste”, Editorial Lector Cómplice, año 2013

Novela presentada a concurso: “La máscara del verdugo”, año 2019

Ganadora del concurso Premios Helicón con el artículo www.laredverde.com

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