Las nueve musas

Víctor Amela

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LA HIJA DEL CAPITÁN GROC

Yo creo que ahora estamos ya en una fase en la que no sólo explicamos por qué pasan las cosas, sino en la que también se da un punto de vista; es decir, ahora el público está buscando comunicadores que tengan criterio, con los que tú puedes conectar y estar de acuerdo o no.

Víctor Amela

Manuela Penarrocha tiene trece años. Sentada en una sillita baja de enea en el portal de su casa, cose las alpargatas como nadie. La niña de ojos grises y cabellos de oro recuerda a su padre. Él, como el resto de carlistas, hombre de alpargata, garrote, trabuco y faca en los pliegues de la faja, ha llevado unas como estas para hacer la guerra. Quiere abrazarlo, sentir el calor de su beso en la frente. Añora su mirada dura y a la vez llena de ternura, su risa honda. Solo espera que vuelva para verlo luchar de nuevo por sus ideales, para devolver a su familia y al pueblo la dignidad perdida, a vida o muerte.
Por el color de sus cabellos, su padre, Tomàs Penarrocha Penarrocha, es para todos en Forcall conocido como el Groc.

Victor Amela (La hija del capitán Groc)

¿Como periodista, qué tipo de temas te interesan?

Yo creo que la curiosidad es el motor del periodismo y yo, afortunadamente, tengo curiosidad por muchas cosas que desconozco, sobre todo por las cosas que están en el límite de las fronteras del conocimiento o las cosas que se nos escapan o que no nos han contado; por tanto me interesan temas de historia, de ciencia, de cultura o personas que han hecho cosas en la vida un poco fuera de lo común, extraordinarias, y este tipo de personajes es el que más me gusta entrevistar.

¿Y qué tipo de medio? TV? ¿Radio? ¿Prensa escrita? ¿Por qué?

A mí me gusta comunicar. Yo creo que el periodista es un transportista, que lleva de un lugar a otro una mercancía que es una información, un conocimiento, a mí me gusta mucho hacer este trabajo, entrevistar a una persona que ha invertido su vida en saber determinadas cosas y, en una hora, intentar captar la esencia de este conocimiento para después transportarlo a miles de lectores. Esto en los periódicos, en la prensa escrita, es extraordinario, porque no sabes a quién llegará, no sabes cuánta gente lo leerá, y este misterio es muy agradable.

Pero esto también sucede con la radio y la televisión, ¿no?

No exactamente. Porque la radio lo que tiene, a diferencia de la prensa, es que hay un cierto feedback, es decir, que te puedes encontrar a una persona que te diga: “Te he oído en la radio”, y en la televisión es mucho más amplificado. Yo he estado veinte años publicando en diarios y nadie me decía ni pío. El primer día que salí por la televisión la gente me decía: “Ah, tú eres Víctor Amela, tu eres el de La Vanguardia, te he leído mucho”, y esto es muy agradable, y este retorno de la gente que te ha leído, que te escucha o que te ve lo da la radio o te lo da la televisión, y a mí me compensa de tantos años de soledad, de estar solo con el teclado, cuando no sabes quién te está leyendo, y esto también es bonito, pero lo otro conlleva este retorno, que es muy gratificante.

 ¿O sea que te gustan más la radio y la televisión?

Me gusta hacerlo todo. Si yo hiciera únicamente radio y televisión echaría de menos el hecho de escribir. Porque escribiendo es como me siento más yo realmente, es cuando disfruto íntimamente de una forma más intensa. Pero la alegría que me han dado la televisión y la radio ha sido una sorpresa muy agradable. Y la suma de todo es ideal.

¿Qué función crees que debe tener la televisión?

Fundamentalmente la televisión tiene una función muy importante, que la gente en general, o la academia, es la que desprecia más, que es el entretenimiento. La televisión entretiene a millones de personas, y yo siempre digo, medio en broma medio en serio, que no volverá a haber una guerra civil porque la gente está entretenida en casa mirando la tele; antes no, antes la gente para hacer algo quizás salía y quemaba alguna iglesia, ¿no? Ahora esto no pasará porque tenemos la televisión y, aunque parezca broma, tiene una función social muy importante, que es tener a la gente entretenida; porque mucha gente está enferma, mucha gente tiene problemas o está empeñada o estresada, y la televisión es un fármaco para esta gente, es una medicina que ayuda a hacer llevadero el día a día. Y por otra parte, además de esta vertiente más frívola, yo siempre digo que, si a mí me extirparan del cerebro todo lo que he aprendido con la tele viviría mucho más tonto, porque, quieras que no, sin darte cuenta, la tele te enseña muchas cosas: lugares que no hubieras visto en tu vida, te enteras de formas de vivir y de formas de pensar que te llegan por aquella ventanilla, y esto es un milagro, es maravilloso y ha hecho que el planeta sea una tribu global.

Pero esta vertiente de entretenimiento —este fármaco— es dialéctica: también puede ser un opio que adormece a la gente, y la gente se puede dejar hacer fechorías políticamente por parte de los políticos interesados ​​en esta otra vertiente.

Yo tengo otra opinión, que no sé si es más optimista o más pesimista: yo creo que quien es tonto es tonto y quien se deja manipular se dejará manipular haya o no televisión. Es decir, que siempre ha habido gente que ha manipulado al resto y, cuando no había tele, en los años treinta, pasaba igual, lo que sucede es que los medios eran otros: eran los mítines en una plaza de toros o una manifestación o las discusiones en Canaletas, donde la gente se reunía -yo lo he visto-, o los diarios. Por lo tanto, lo único que ha cambiado con la tele es la capacidad de llegar a más gente, la amplificación, pero toda la vida de Dios ha sido igual; ha habido gente que ha tenido inquietud por formarse, por avanzar, por descubrir cosas nuevas, y gente que se ha dejado llevar, y eso fue antes, es hoy y será mañana, y la tele lo único que hace es facilitar las cosas, pero tanto en el sentido de dejarse llevar como en el sentido de ser crítico y de conocer más cosas y ponerlas en cuestión. Por lo tanto, yo creo que quien es tonto lo es con y sin tele. No hago responsable a la televisión de la banalidad o la estupidez de la gente.

 Víctor AmelaHas publicado libros sobre la televisión como espectáculo y sobre la radio, también sobre la historia cultural del audiovisual. ¿Qué medio crees que es más periodístico?

 Hay un sentido del periodismo —el sentido clásico—, que es el de contar una historia y de explicarla bien explicada, y en este sentido yo creo que la prensa escrita es imbatible, porque con la palabra tú puedes construir mundos, puedes sugerir ideas, puedes realmente construir cosas extraordinarias, ¿no? Lo que pasa es que el porcentaje de gente que lee siempre será minoritario. Si quieres llegar a una masa debes hacerlo con la televisión. Entonces, tú puedes hacer buena televisión o televisión mala. Si eres un periodista con ganas de contar una historia y quieres que la gente la entienda y que le llegue, lo harás bien y llegará, y será muy eficaz, porque hay documentales o películas o series de televisión que tienen una capacidad extraordinaria de influir y de contar historias.

¿Qué entiendes tú por televisión buena o mala?

Si eres capaz de contar una historia -lo que yo llamo un cuento- que conmueva al espectador o al lector, esa conmoción puede ser de un abanico muy amplio: te puede hacer sentir, te puede hacer llorar, te puede insuflar ansias de vivir extraordinarias o te puede hacer reflexionar si la historia está bien contada. Y para mí una historia está bien contada si sientes algo. Es como cuando te pones delante de un cuadro: si sientes algo, si te transmite algo, es bueno, y ya pueden venir críticos… es bueno porque ha generado alguna emoción, para mí la clave es esa, la capacidad de generar alguna emoción o alguna reflexión.

¿Cómo crees que ha evolucionado la profesión periodística desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora?

Fundamentalmente creo que el periodismo de hace cincuenta años te traía noticias en sentido de titulares, de “está pasando esto”, luego el periodismo evolucionó en el sentido de “ahora te explicaré por qué está pasando esto”, es decir, de poner en contexto los hechos para entender que pasa lo que pasa. Y yo creo que ahora estamos ya en una fase en la que no sólo explicamos por qué pasan las cosas, sino en la que también se da un punto de vista; es decir, ahora el público está buscando comunicadores que tengan criterio, con los que tú puedes conectar y estar de acuerdo o no. El fenómeno de seguir a una persona con la que tú no estás de acuerdo, de alguna manera te excita, también se da, ¿no? Y es un mercado. Yo creo que el periodismo ahora está en este punto de llegar a la emoción. Es decir: ya sabemos el hecho, ya sabemos el porqué y ahora se le añade la emoción: estoy a favor o estoy en contra. Se forma opinión y se forman congregaciones de gente que está a favor y que está en contra. Ahora el periodismo va por este camino como de circo romano, por decirlo así ¿no?, lo del pulgar hacia abajo o hacia arriba. Ahora estamos en este punto.

¿Cómo han influido las nuevas tecnologías en el periodismo y la información?

Las nuevas tecnologías influyen mucho en el trabajo del periodista, porque el periodista ya sabe que a las ocho de la mañana todos, abriendo la tableta o el móvil, se enteran de si se está quemando un cementerio de neumáticos en Seseña o si mataron treinta personas en un atentando en París. Esto yo creo que obliga al periodista a buscar un plus, a darle una vuelta a esa noticia que ya sabemos al instante. A mí me sorprende que hoy en día, cuando todo lo tenemos al instante, haya periódicos, es algo como anacrónico, como de correo del zar, cuando se tardaba quince días en recibir las noticias; es sorprendente, ¿cuál es la razón de que todavía haya periodismo en papel? De modo que el periodista debe hacer el esfuerzo de buscar la vuelta, una interpretación, dar una opinión, un criterio. Yo creo que vamos cada vez más hacia un periodismo de opinión.

¿Crees que desaparecerá la prensa escrita?

Probablemente. No sé, nadie lo sabe. Probablemente quedará residualmente una oferta de prensa escrita, que será como el mascarón de proa de un grupo multimedia. Probablemente, cada vez más, habrá combinación de web, radios y tele, pero con una cabecera impresa que le dé el toque de prestigio al grupo. Pero es obvio que cada vez habrá menos lectores y suscriptores de papel impreso.

¿Qué criterios determinan qué es noticia? Se habla mucho de la guerra de Siria, pero nada de otras guerras que existen en el mundo y que incluso hace más años que duran, la de la República Democrática del Congo, por ejemplo.

No debemos descartar que el mundo del periodismo de alguna manera también es un mercado en el sentido de que, al igual que hay un mercado del cine, un mercado de literatura, hay un mercado del periodismo y seguramente hay productos -digámoslo así de esta manera cínica- que en un momento dado se queman o que pasan de moda y que hay otros más atractivos, más novedosos.

Esto entra en contradicción con la obligación del periodista, que es informar…

Sí, pero cada vez está más claro que el periodista es un eslabón de un montaje, de una cadena que se alimenta con dinero, porque el producto debe venderse y entonces buscas cosas que se compren.

¿Pero de qué depende que se pueda vender, porque una guerra es una guerra… ¿Qué diferencia hay entre las dos guerras?

Pues no lo sé, pero seguramente es que en los años sesenta, setenta y ochenta nos hemos hartado de ver guerras en África y negros muriendo, y ahora queremos ver niños sirios ahogándose. Dicho así ya sé que es muy sádico, pero es que es así. Ahora cautiva mucho el drama de los niños, el drama de los emigrados sirios en Turquía, porque nos golpea. ¿Y entonces el periodista que hace? Esto interesa, pues contamos esta historia. No contamos las dos historias a la vez. Si contamos esta historia dejamos de explicar otras que también están pasando y también conforman el mundo. Pero lo que debemos tener claro es que la verdad no existe, existe una elección, en cada momento, de qué cuento, ¿no? O, por parte de la gente, de qué cuento compro, porque en definitiva la gente también tiene una cierta soberanía sobre la historia que quiere que le cuenten.

¿Qué piensas de la política de la UE hacia los refugiados?

Si miramos hacia atrás, vemos dramas: desde el Holocausto y, yendo más atrás, hasta las cruzadas, que nos ponen los pelos de punta y nos hacen cuestionar la salud mental de la humanidad. Yo creo que dentro de unos años miraremos lo que está pasando ahora y diremos: cómo es posible que fuéramos tan insensibles y tan salvajes, ¿no? Pero la humanidad es así, el ser humano es egoísta, y la UE se guía por unos intereses, que protege por encima del drama humano y personal de miles de personas. Si se puede ayudar a estas personas sin poner en cuestión o en riesgo lo que tenemos en Europa, lo haremos, pero si hay el más mínimo riesgo de perder lo que tenemos, no lo haremos. Es así.

¿Es el periodismo realmente el cuarto poder?

Es un poder muy importante. Es como si me dijeras que una abuela que cuenta historias a sus nietos ante el fuego del hogar… ¿es un poder? Sí, es un poder, porque está inoculando en la mente y en el alma de aquellos niños, que luego serán adultos, una estructura imaginaria, todo un mundo, ¿no? Este poder que tiene la abuela ante la chimenea es el poder de la prensa, del periodismo, que está formando marcos mentales, que está dibujando el mundo en el imaginario de la gente. Yo no soy de la tesis de que haya gente que se reúna en una habitación y decida qué cuento explicará, no. Yo creo que esto es muy pueril, muy ingenuo, es muy reduccionista y muy simple y ojalá fuera así. En realidad no es así. En realidad todos somos de algún modo corresponsables de lo que leemos, de lo que miramos, de lo que escuchamos, de lo que hacemos, y no hay nadie que esté intentando que tú pienses de una determinada manera, sino que es el resultado de una dialéctica de fuerzas, ¿no? ¿El 15 M, que reunió a tanta gente y ha dado un partido político nuevo, fue un fenómeno que alguien decidió que pasara? No me lo creo. Esto pasa por una dialéctica social.

Has dicho que la verdad no existe… ¿Piensas que la objetividad no existe? No es exactamente lo mismo…

Sí, pero más o menos podemos identificarlo, ¿eh? Durante muchos años en la Facultad de Periodismo se enseñaba que el periodista debe ser objetivo, pero esto no se sostiene. Porque el periodista no puede ser objetivo, el periodista es hijo de un padre y de una madre.

Y no hay una aproximación a la objetividad?

Yo no lo creo. Tú puedes intentar ser objetivo, pero no lo serás nunca, porque es imposible; tú hablas desde una visión del mundo, desde una educación, desde una cultura. No te explicará el mundo igual una persona de mi edad, que otra, o una nacida en Arabia Saudí; depende de la educación que haya tenido, lo verá diferente, ¿no? Pero lo importante es saberlo. Lo que le tenemos que decir a la gente es: “Yo te estoy contando las cosas tal como yo puedo o sé explicartelas y tú tienes que buscar otros medios, otras opiniones, y la información, al final, te la haces tú, tú eliges, ¿no? Y eso es lo más honesto.

Sí, eso que me dices se refiere a la parte del lector o del oyente: le dices que él contraste diversas opiniones. ¿Esto sería una aproximación a la objetividad?

Sí. Lo honesto es decir: “Yo te cuento mi verdad”. Lo deshonesto es decir: “Yo tengo la verdad”. Durante muchos años ha habido muchos periodistas y medios que han ido por el mundo diciendo: “Lo que yo digo es la verdad”; la gente debe tener claro que Televisión Española no le explicará la verdad y que La Vanguardia no le explicará la verdad, y si la gente tiene claro esto ya puede ir por el mundo como persona libre, decidiendo qué lee, qué mira, y cuanto más lea y mire, mejor, ¿no?

Tanto en la radio como en la TV haces mucho de comentarista: ¿como definirías esta vertiente de tu profesión? ¿Qué debe hacer un buen comentarista?

Un buen comentarista, por una parte, debe estar informado divinamente, es decir, debe saber qué pasa y debe tener la intuición de lo que puede interesar más -aunque esto, al final, lo decide el director de la tertulia, ¿no? -, pero lo que sí que debe aportar el comentarista es un punto de vista personal, porque si te llaman a ti, y no a otro, es porque la manera que tienes de ver las cosas, o de decirlas, gusta, tiene seguidores o detractores, y este punto de vista subjetivo, al final, es lo que tiene valor. Pero cuantas más cosas sepa y más visión panorámica tenga el comentarista, mejor. Después debe explicarlo con un lenguaje muy propio, incluso con ánimo de no aburrir, de entretener, porque el objetivo es que esa persona no cambie de dial o de canal, o que llegue al final del artículo. Tienes que ser ameno.

Víctor Amela¿Qué nació primero el escritor periodista o el escritor novelista?

Es difícil; yo tengo la teoría de que lo que quiere un periodista es contar cuentos, historias, y ¿qué hace un novelista? Cuenta cuentos, historias. ¿Dónde está el límite? Está en la dedicación, en el tiempo que le pongas. En un periódico, tú puedes ir a buscar una historia por la mañana y al día siguiente ya la está leyendo otra persona; con una novela no puedes hacer esto, a una novela le tienes que dedicar días, tiempo, ganas de decir lo que quieres decir de una determinada manera, de buscar un efecto estético, un efecto artístico, aunque en el diario también, ¿eh? Pero en el diario todo es más inmediato, más rápido, tienes un plazo de cierre. La única diferencia es ésta. La ambición es la misma: contar una historia que conmueva al lector, que le provoque alguna emoción.

¿Es una ventaja la profesión de periodista para escribir ficción?

Yo creo que sí, yo lo noto. Yo me he atrevido a escribir novelas desde hace cinco años, porque de alguna manera creo que, después de treinta escribiendo día tras día -lo que yo digo nulla dies sine linea-, te haces al oficio y le pierdes el miedo, el respeto, a la frase, a la palabra, a la construcción, y te ves con ánimos y con competencias para ir más lejos. Entonces, cuando sientes que tienes ganas de contar una historia y que esto te empuja a encerrarte, a sacrificar tiempo libre y relaciones, te pones a ello y te das cuenta de que tienes unas armas que has adquirido después de años de usar el lenguaje, y la única diferencia es que el relato que tú contabas en el diario, en principio, es un hecho que ha sucedido verdaderamente y, en el caso de la novela -diré lo que leí hace poco, que me gustó mucho-, es una realidad aumentada, es imaginación. Tú tomas hechos y rasgos de la realidad y los aumentas con la imaginación.

Verdad y realidad no son lo mismo: ¿cómo dirías que se transmite más verdad: a través de la prosa periodística o a través de la ficción?

A través de la poesía. Yo tengo la idea de que la forma más alta de verdad es la poética. Es decir, cuando Kapuściński, que es el maestro del periodismo, en un lugar, mira, ve, habla y recoge, luego se encierra y escribe: ¿qué está haciendo? ¿Está haciendo de periodista? ¿Está haciendo de historiador? ¿Está haciendo de novelista? Está haciendo un poco de todo, porque él también aporta o vierte cosas que yo no hubiera visto en las mismas circunstancias. Y ese algo que él aporta y que yo no he visto es la realidad aumentada, es su visión, su imaginación, que ha dado sentido a cosas aparentemente inconexas, pero que él conecta. Entonces, esto es ficción, porque está construyendo cosas que no están, pero que hablan más elocuentemente de lo que pasa que si escribiera una relación estrictamente inventariada de lo que ha visto. Siempre pongo el ejemplo de que, si tú tomas el discurso de un político en el Congreso y lo transcribes literalmente, dirás: “Es muy fiel”, pero, si tú tomas después este discurso y lo resumes y lo cuentas con pocas palabras: ¿qué es más eficaz de cara a un lector? ¿La literalidad absoluta o esta interpretación, que es poética, que es literaria? Naturalmente es mucho más eficaz ésta. Creo que para entender de verdad de las cosas hay que leer novelas. Las novelas acaban explicando mucho más la realidad que la supuesta fidelidad a esta realidad. Leyendo una novela histórica puedes aprender mucho más sobre un período determinado que leyendo cinco libros de historia.

Los últimos temas que te han interesado como novelista son históricos: los cátaros, el Capitán Groc y la Primera Guerra Carlista… ¿Por qué ese interés por la historia?

Es una cuestión temperamental. Yo conozco a gente a la que le interesa mucho la ciencia-ficción, la fantasía futurista; a mí no me atrae. Es una cuestión psicológica y de temperamento, ¿no? A mí me atrae mucho más el pasado, la historia, saber qué pasó, porque de alguna manera intuyo que lo que pasó determina el presente y lo que yo soy, o sea, yo tengo un vínculo muy fuerte con el pasado porque siento que soy heredero tributario del pasado; en cambio el futuro no me dice nada, porque no existe. Y seguramente tiene que ver con mi psicología. También puede influir algún elemento biográfico: que de pequeño estuve durante unos años pasando los veranos en un lugar tan diferente de Barcelona, ​​donde yo vivía habitualmente, que me impregnó y marcó mucho, y era un mundo absolutamente pasado, un mundo de la edad media en los años sesenta. Esto seguramente me ha dejado un poso, como una ventana hacia el pasado. Y me siento cómodo, me gusta; da mucho placer viajar con la imaginación al pasado y construir la novela de los cátaros, la novela de Roma o esta última con hechos del pasado, me excita mucho.

¿Consideras El código Da Vinci una novela histórica?

No, no es una novela histórica, es un thriller de intriga con elementos de la historia; es decir, sobre qué pasó con Jesucristo, hasta qué punto la Iglesia no ha organizado u orquestado un montaje para perdurar y justificarse, ¿no? Y hasta qué punto no está construida sobre una mentira y esa mentira la podemos denunciar y desmontar, esto es muy excitante, pero no es una novela histórica, es un thriller que juega con la historia.

Jugar con la historia es peligroso. ¿Piensas que el escritor de novela histórica debe tener un código ético?

No. No en el sentido siguiente: ¿a ti quién te garantiza, cuando lees un libro de historia académico -universitario-, ¿quien te garantiza que lo que te está contando es verdad? Yo creo que los libros que llamamos de historia debemos leerlos como una novela, porque cuando Suetonio, en el siglo primero, explicaba las vidas de los Césares, ¿yo qué garantía tengo de que lo que estoy leyendo de uno de los primeros historiadores es verdad? Quizás me está explicando la parte mala de un emperador porque le caía mal y de otro me cuenta la parte buena porque le caía bien. Seguramente ni el uno era tan malo ni el otro tan bueno. Si ya los libros de historia los hemos de leer con la prevención de que son un relato y, como relato, contienen mucha subjetividad, ¿cómo no se lo debemos permitir a un novelista, que, además, te dice : “Soy novelista, es decir, no te fíes de mí”? Cuando entras en un cine, el director te está diciendo: ¿”Todo esto que te estoy contando es verdad y te lo tienes que creer”? No. Te está diciendo: “Ahora te contaré un cuento; tú haz lo que quieras con este cuento”. Pues, al igual que entramos en un cine y hacemos una suspensión de credibilidad y entramos a creernos todo lo que vaya a pasar allí, y hasta nos asusta, lloramos, reímos, nos enamoramos, sabiendo que es mentira, sabiendo que son actores… pero hacemos esta suspensión porque nos da placer. Con la novela pasa exactamente igual. Un novelista debe poder hacer lo que le dé absolutamente la gana y, si algún lector lee la novela creyendo que es un libro de historia, el problema lo tiene él, y no el novelista, porque una novela no debe leerse como un libro de historia; ni siquiera el libro de historia.

Hace unos años los temas históricos novelados se convirtieron en bestsellers y desde entonces muchos escritores y muchas editoriales apuestan por este registro: ¿a que piensas que se debe este fenómeno?

 Sí, es un fenómeno. Bueno, novela histórica ha habido siempre, desde Ivanhoe, en el siglo XIX, o Walter Scott, pero es verdad que ahora tienen mucho éxito, ¿no? Yo lo atribuyo en gran medida a que en la escuela y en el instituto no nos han explicado historia; nos han contado cuatro datos, cuatro emperadores, cuatro generales y cuatro guerras. Pero el hombre es humano, quiere saber, quiere conocer, quiere que le expliquen qué pasó antes; tú, cuando eras pequeña, le preguntabas a tus padres: “¿Y cuando tú eras pequeño qué hacías?” Todos queremos saber qué ha pasado antes de nosotros, y en el cole no nos lo han dado, porque, si al cole -como me pasó a mi una vez cuando tenía diez años- llega un profe a clase y dice: “Guardad en el pupitre todos los cuadernos y bolígrafos, no quiero ver nada”, y tú te preguntas: “¿Qué pasará?” y comienza a contar historias, entonces no lo olvidas nunca (lo estoy recordando, y de esto hace cuarenta y cinco años), ésta es la manera de explicar historia: un cuento, algo que te emocione, no que la Revolución Francesa comenzó en 1789, no; tú cuenta que un día llegó uno y le cortó la cabeza al otro, y entonces verás cómo todos los chavales se quedan queriendo saber más y más. Pues como esto no nos lo han dado, la gente termina buscando donde puede, y la novela histórica es un vehículo extraordinario de conocimiento, porque ha habido un novelista que se ha ocupado de buscar datos, de montarlos, de hacer su interpretación y tú te lo leerás y te lo pasarás bien o no. Si te lo pasas bien, repetirás. Y tal vez leas otra novela histórica que contradice la anterior y dirás: “¡Que chulo!, aún más placer”, porque ya son dos versiones, y seguirás y te irás montando tu idea. La novela histórica está cubriendo lagunas que tenemos ansia de llenar.

¿Cuáles son los autores de referencia para ti?

He sido un gran lector de los clásicos de aventuras de antes, y supongo que también de ahora: Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Daniel Defoe, Joseph Conrad, Herman Melville, estos autores del siglo XIX, que tenían aquella imaginación y aquella capacidad de explicar aventuras que a mí me marcaron: La isla del tesoro, La isla misteriosa, Robinson Crusoe, Moby-Dick. Esta literatura es mi referente.

Rebajas

Háblame de tu última novela, por la que has recibido este año el Premio Ramon Llull; ¿cuál dirías que es el mérito principal de la novela?

Me he atrevido a contar una historia muy exigua, la historia de un héroe ultralocal, que únicamente conocía la gente de un pueblo pequeño, El Forcall, contada de generación en generación, que yo oí cuando tenía ocho años, y ya habían pasado cinco generaciones desde los hechos -ahora ya han pasado siete u ocho-, y que todavía está viva y podía haber quedado como una historia oral de carácter ultralocal. Pero un día me dije: “Este héroe tiene unas ideas, las defiende por encima de su propia seguridad física, renuncia a su comodidad material, a la comodidad y al placer de la vida conyugal y familiar… ¿por qué lo hace?” Pues lo hace por la misma razón por la que Ulises, que Homero convierte en un héroe literario, fue a la guerra de Troya, por la misma razón que todos los grandes héroes de la literatura hacen lo que hacen, y los leemos y nos parece que son referentes morales universales. ¿Por qué yo no debería atreverme con este héroe, que tiene toda la materia literaria que tienen los demás, y convertirlo en un héroe literario? Este héroe nuestro lo podemos comparar a Robin Hood o a otros que parecen muy viables y consumibles porque son de fuera; ya tenemos los nuestros. Yo he tomado éste, que conozco muy bien porque es del pueblo de mi abuelo, y lo he convertido en héroe de novela. Estoy muy satisfecho.

 ¿Cómo elegiste el título? Dicen que el título es fundamental…

En mi caso, no. En mi caso lo elegí al final. Cuando ya tenía la novela escrita empecé a escribir títulos. Uno era: La guerra de Groc, el otro, La hija de Groc, pero éste me pareció que no se entendía. Capitán Groc porque es el cargo que tuvo el padre de ella dentro del ejército carlista, nombrado por Ramón Cabrera, y me dije: “Esto suena bien”, Capitán Groc suena bien, y La hija porque yo no quería que fuera una novela de guerra; no es una novela de guerra, es una novela de emociones y de relaciones entre hija y padre, entre padre y amigos, y entre el poder y los rebotados, es decir, de relaciones, ¿no? Y la relación nuclear más emotiva, más tierna y más trágica, es la de la hija de catorce años y el padre. Por eso aposté por poner la hija como protagonista al título, aunque no es necesariamente la protagonista de la novela, pero sí tiene un papel determinante, un papel bonito. Entonces la puse, con un poco de picardía, en el titular, porque me dio la impresión de que llamaría la atención; a mí me la llamaría. Un capitán es algo crudo, duro, y una hija transmite una cierta ternura y emoción. Este es mi proceso mental de la razón del título, que, además, tiene un elemento añadido, y es que, cuando acabas de leer la novela, como lector puedes preguntarte a qué hace referencia el sintagma La hija de. Porque hay unos hechos, que no quiero mencionar, pero que permiten al lector decidir a quién se refiere el título exactamente. Lo dejo aquí.

¿Cómo resumirías el tema principal de La hija del capitán Groc?

Creo que el tema principal es la pregunta ¿hasta qué punto merece la pena defender unos ideales por encima incluso de la vida y de la estima de los tuyos, ¿hasta qué punto está justificado sacrificarlo todo? No respondo, ¿eh? ¿Por qué hacen unos y otros lo que hacen, no? Y esta reflexión, que se puede extender a todos los hechos de la historia y a todas las novelas, está, de manera muy viva, detrás. Porque cada personaje hace lo que hace por motivos determinados, algunos dudan, otros cambian, y al final cada uno da respuesta a hasta qué punto vale la pena la defensa enloquecida -extrema, o recta- de unos ideales.

 Supongo que la novela ha sido muy bien recibida en la zona de El Forcall, que es la población donde se desarrolla la acción principal; ¿crees que la novela ha contribuido a corregir la imagen que la tradición oral había proyectado del Capitán Groc? ¿Has tenido alguna señal de reacción?

Todavía no lo sé, porque me estoy reservando. Estoy defendiendo primero la novela en Barcelona, ​​en Cataluña, y ahora empezaré a hacer incursiones en Madrid, en Valencia, pero me estoy reservando a ir a El Forcall para recibir las impresiones de la gente y dar tiempo a que la hayan leído, ¿no? Porque es una novela que está hablando de ellos, de sus bisabuelos y todos saben, los unos de los otros, lo que hicieron sus antepasados. No te oculto que siento cierto recelo, un cierto temor de si habrá gente que se sentirá un poco ofendida, porque doy nombres y apellidos de todos los protagonistas, y algunos no salen muy airosos, pero también reivindico el hecho de que tenemos que aprender a mirarnos todos a los ojos y a decir: “Esto lo hizo quien lo hizo por las razones que tenía”, y debemos ser compasivos, debemos tener una mirada compasiva, nosotros no somos responsables de los errores ni los aciertos de los demás, pero sí debemos tener el valor de mirarnos y de entender por qué hicieron lo que hicieron. Quizás uno, puesto en el lugar del otro, hubiera hecho exactamente lo mismo… Y con esta visión compasiva, comprensiva, creo que se puede avanzar. Hay que contar las historias del pasado para entendernos mejor a nosotros mismos, y, en este sentido, esta novela seguramente hará un poco este trabajo. Porque debo decir que en El Forcall hasta hace poco, cuando se publicó un manuscrito, que es del yerno de El Groc, donde el yerno explicaba lo ocurrido -él lo vio-, el Ayuntamiento lo publicó con las iniciales de los personajes para no ofender a los descendientes. Creo que, llegado este punto, ya toca hacer limpieza, ¿no? Es decir, enseñar las vergüenzas, las miserias, en público, y si lo pienso de la Guerra Civil, ya no te digo de la Primera Guerra Carlista. No podemos ir arrastrando vergüenzas y pudores y misterios toda la vida.

En la novela añades la bibliografía con que te documentaste, pero no mencionas si también hubo una documentación oral, información que quizás podías obtener hablando con las personas mayores que hubieran oído historias del Capitán Groc…

La bibliografía es sentimental. A mí me ha hecho mucha ilusión, y la bibliografía la hice casi antes que la novela. Quería hacer un pequeño homenaje, una mención de todos los libros que yo he ido leyendo durante estos últimos años por puro placer: La campaña del Maestrazgo, de Benito Pérez Galdós, una biografía de Ramón Cabrera, un libro de recetas de una chica de Morella, que recogió todas las recetas de su abuela y que yo he usado para que los personajes coman lo que deben comer… Es una documentación muy personal. Hay alguna documentación, más académica, de algunos eruditos locales, de algunos historiadores de las Guerras Carlistas, que hicieron una investigación y publicaron breves monografías de cinco o diez páginas, pero con mucha y muy buena información, por ejemplo la reproducción de  los bandos que emitían las autoridades, diciendo: “A partir de ahora cerraremos todas las masías”, y decretos, que son reales. Me ha gustado mucho encontrar algunos estudios donde estaban reproducidos, y yo los he reproducido en la novela  para darle un toque de verosimilitud y para que ayuden a entender el nivel de intensidad que había. La parte más importante es la que no está en la bibliografía, que son, por un lado, las vivencias mías de cuando era pequeño en aquel pueblo, los cuentos que yo oía. Porque, si a mí me contaban que una vez El Groc se había escondido en un ciprés, yo he ido a ver aquel ciprés, pero aquel ciprés es imposible que escondiera a nadie. Seguramente hace ciento sesenta años había otro ciprés más grande, o si no, me da igual: si la gente me cuenta que se escondió en un ciprés, yo, en la novela, lo escondo en un ciprés. Sea verdad o no, el hecho me parece tan poético… y transmite tan bien la idea de persecución y de fuga, que entonces yo la uso. También hay otros hechos de la tradición oral, por ejemplo que saltó desde el santuario de La Balma cogido de unas ramas y huyó… en realidad no sabemos si es puramente un cuento o es real, pero hay un historiador -no sé quién- que, leyendo yo su libro, me da el día exacto en que El Groc lo hizo: 30 de mayo de 1844. Por lo tanto, en algún parte de guerra se anotó este hecho, que está respaldado por documentación escrita. Pues yo tomo la tradición oral y mis impresiones del año sesenta y ocho de la vida en aquel pueblo, que era igual que en 1840, porque en cada casa había un asno con la familia, las calles todas estaban adoquinadas con piedras de río, los olores, la cuajada de leche de oveja, todo. Es un privilegio que tengo, ¿no? Que por un agujerito he visto cómo era la vida en aquel pueblo. Cuando estaba escribiendo, uno de los mayores placeres lo sentía cuando describía, los tejados o la plaza, el río… son cosas que tengo dentro, para lo que no tengo que documentarme. Lo sé. Bueno, hay un documento, el del yerno, que dice que enterraron unos fusiles en La Devesa, pues yo llamé el alcalde de El Forcall y le dije: “Santi, ¿dónde está La Devesa?” Y me dijo: “Sí, hombre, el camino que sale de El Forcall hacia Morella”. “Ah, vale, ya está, ya lo veo, ya lo sé”. Describo lo que yo he visto cientos de veces: la roca, el camino, la cueva… La documentación en este sentido no tiene mérito porque la tengo dentro. Y los hechos son de la tradición oral, pero confirmados por los bandos, por los decretos.

Víctor Amela

 

 Un atractivo de la novela original es el hecho de que está escrita en catalán de la franja. Después tú mismo la has traducido al español; ¿has podido trasladar de alguna manera este efecto lingüístico sobre el lector en lengua española?

La empecé a escribir en castellano. Al cabo de ochenta folios me reté, me desafié, me dije: “No, tú no estás imaginando a Manuela, la hija de El Groc, y a El Groc hablando en castellano, es imposible; hablaban en el catalán de El Forcall, que es lo que he oído desde niño allí, yo sé cómo hablan y entonces me dije: “Que hablen como hablaban, ¿no?” Entonces traduje estos folios y continué escribiendo en catalán, pero en mi catalán -mi catalán es el de Barcelona, el catalán central es el que domino, no soy competente en el catalán local-. Cuando tuve la novela escrita en catalán, contacté con Vanesa, una prima mía de El Forcall, que toda la vida ha hablado el catalán de allí, y le dije: “Este diálogo entre El Groc y su hija o entre el Groc y el amigo, o entre los amigos, que son de El Forcall, como sería?” y ella me decía: no dirían “dolent”, dirían “roín”; no dirían “pessetes”, dirían “perres”; no dirían “aixecar-se”, dirían “alçar-se”, no dirían “anar al llit”, dirían “gitar-se”. Me ha dado mucho placer traducir al catalán de El Forcall la parte de los diálogos, la parte de relato, no. Pero esto en castellano se pierde; al final del libro, expliqué: “Esta novela, en los momentos en que los personajes de El Forcall hablan entre ellos están hablando en catalán de El Forcall, que es el catalán occidental, que se habla allí y tiene unas singularidades, que al oído de un barcelonés o de un gerundense son muy exóticas”. Pero después suprimí esta aclaración, porque no tiene sentido en la versión española, porque se pierde. Se pierde esta riqueza; el lector en catalán tiene este placer. Yo disfruto mucho cuando leo a un autor en catalán de las islas, porque me sorprende el léxico, o algunas construcciones. O cuando leo en valenciano, palabras que aquí no usamos y son sonoras y muy expresivas o, incluso, ahora estoy leyendo un libro de un chico del Empordà, que utiliza un catalán ampurdanés que me tiene maravillado. Ésta es una riqueza que tenemos los lectores en lengua catalana, pero en el ámbito de la península el castellano es muy uniforme. Quizás una historia sobre una gente de Las Hurdes, en Extremadura, que tiene un léxico singular, o… Delibes lo hacía, tiene novelas en las que hacía hablar a la gente de campo con palabras que la de ciudad no conocía. Y esto tenía mucha gracia. Yo siempre digo que, por poco que un lector pueda, lea mi novela en catalán, porque disfrutará más.

¿Qué ha representado para ti recibir el Premio Ramon Llull? ¿Ha cambiado algo importante?

No ha cambiado gran cosa en mi vida personal, pero sí que me ha dado una satisfacción enorme, porque uno hace un esfuerzo, y recibir, digamos, tantos beneficios es maravilloso. El primer beneficio es el premio, después la aceptación de los lectores, porque a la gente le está gustando, sea porque el título les ha llamado la atención, sea porque la portada es bonita, sea porque yo he defendido la novela en todas las radios, en todas las teles y en todos los medios que he podido. He dado muchas entrevistas, la he explicado… sea porque confían en mí, o sea porque la están leyendo y uno le habla de ella a otro y el boca a boca funciona, sea por lo que sea, yo estoy tan feliz de ver que ahora hay mucha gente que conoce a estos personajes, que los comparte conmigo, que ya no son míos, sino de mucha gente y que el libro lleva diez semanas como la  catalana más vendida… estoy encantado.

¿Qué recomendarías a los jóvenes escritores que quieran optar a un premio literario?

Ante todo les diría que vivan mucho, que se muevan, que conozcan gente, que les pasen cosas, que viajen, que tengan curiosidad, porque de todo este mundo, de estas vivencias suyas es de donde saldrán los argumentos, los temas para escribir, y que lean mucho. Y, después, que escriban si verdaderamente tienen muchas ganas de escribir, si verdaderamente tienen ganas de explicar y de compartir una historia. Si lo que tienen es ganas de ganar un premio, van mal, no deben tener ganas de ganar un premio, deben tener ganas de que lo que quieren explicar lo conozca mucha gente. Si están en una sobremesa, no deben poder reprimir el deseo de explicar aquella historia. Y, si una vez contada los diez de la mesa quieren que la conozcan cien, mil personas, entonces deben ponerse a escribir. Y cuando terminen de escribir el libro, entonces sí, entonces: “Para hacer que el libro sea muy conocido, ¿qué puedo hacer?” Presentarlo, y no hay ningún misterio ni secreto, presentarlo, esperar y cruzar los dedos. Y si no sale el premio, volverlo a presentar a otro premio o buscar una editorial o montarte tú una editorial y publicarlo, o repartirlo entre los amigos, muchos amigos, que lo lean y luego lo den a otros amigos.

¿Estás escribiendo ya la próxima? ¿Tienes alguna idea que quieras desarrollar?

No, ahora estoy en esta fase de: “¡Ostras, qué placer tan maravilloso es disfrutar de esta novela!”. Ahora estoy gestionando lugares donde ir para presentarla, para dar charlas, en esto invertiré una parte de mis vacaciones. También intuyo que ahora me toca vivir, ahora me toca que me pasen cosas, hacer algo diferente, un viaje… si siempre haces lo mismo, te pasa siempre lo mismo. Y, a partir de aquí, espero que alguna de las cosas que viva o me pasen me inspire tanto como para volverme a encerrar -porque es un sacrificio, un esfuerzo, y te ha de compensar-. Sé que lo haré, pero no sé cuándo. No me he impuesto un plazo. Este año seguro que no, y el próximo año lo dudo.

Estoy encantada de haberte escuchado. He aprendido mucho. Buena suerte de cara a la próxima aventura que te espera y hasta la próxima novela y la próxima entrevista. Gracias.

Gracias a ti.

Víctor Amela
Anna Rossell, autora de la entrevista, con Víctor Amela

web de Víctor Amela


 

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Anna Rossell

Anna Rossell

Anna Rossell (Barcelona –España, 1951)

De 1978 a 2009 profesora titular de la Universidad Autónoma de Barcelona en la especialidad de Lengua y Literatura Alemanas (Filología Inglesa y Germanística) y crítica e investigadora literaria en Barcelona, Bonn y Berlín.

Actualmente se dedica a la escritura creativa, la crítica literaria y la gestión cultural. Como gestora cultural organiza los recitales poéticos anuales estivales Poesía en la Playa, en El Masnou (Barcelona) y ha sido miembro de la comisión organizadora de los encuentros literarios bianuales entre continentes TRANSLIT. Actualmente organiza los Recitals de Poesia i Música VinsIdivina.

Colabora regularmente en numerosas publicaciones periódicas literarias nacionales e internacionales: Quimera, Ágora de arte gramático, Crítica de Libros, Revista Digital La Náusea, Realidades y ficciones, Las nueves musas, Nueva Grecia, Terral, Núvol y en revistas especializadas de filología alemana.

Entre sus obras no académicas ha publicado los libros Mi viaje a Togo (2006), El meu viatge a Togo (2014), Viaje al país de la tierra roja, Togo y Benín (2014), Viatge al país de la terra roja, Togo i Benín (2014), los poemarios La ferida en la paraula, (2010), Quadern malià / Cuaderno de Malí (2011), Àlbum d’absències (2013), Àlbum de ausencias (2014), Auschwitz-Birkenau. La prada dels bedolls/La pradera de los abedules (2015) y las novelas, Mondomwouwé (2011) y Aquellos años grises (España 1950-1975) (2012), Aquells anys grisos (Espanya 1950-1975) (2014).

Es coautora del libro de microrrelatos Microscopios eróticos (2006).

Cuenta en su haber con algunas traducciones literarias del alemán al español, entre ellas El Elegido, de Thomas Mann.

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