Las nueve musas
Atlántida

Topografía imaginaria

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“Era en otro tiempo más grande que la Libia y el Asia. Hoy día sumergida por los temblores de tierra, no es más que un escollo que impide la navegación y que no permite atravesar esta parte de los mares”.[1]

Esos territorios escamoteados a la realidad, deseados por la codicia de antiguos dioses o conquistadores, regiones exaltadas por sabios y filósofos como paradigmas de perfección en analogías instructivas, y ausentes en los mapas representan el justo relieve de la creatividad humana.

Un recorrido por sus inesperadas cartografías nos acerca a algunos reconocidos misterios.

A la edad de sesenta y siete años, y luego de un viaje por lo que ahora identificamos como el sur de Italia, Platón (siglo IV a.C.) escribe el Timeo donde encontramos la primera mención al mito de la Atlántida. Este diálogo en consonancia con el Critias acopia el interés y la fascinación de generaciones de hombres en el Oriente y el Occidente a lo largo de los siglos. La fantasmal isla cuyo origen no acertamos aún a definir como un episodio de la cronología histórica o un devaneo de la mera ficción es una zona de incertidumbre.

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Sabemos por Platón que el relato surge en Egipto. El bisabuelo de Critias, amigo y pariente de Solón, lo refirió a aquel por haberla escuchado a su vez de unos sacerdotes egipcios en la ciudad de Sais. Estos hombres aludían a hechos de más de nueve mil años de antigüedad cuando aconteció una guerra entre los habitantes de “más acá y más allá de las columnas de Hércules”. Los hombres de más acá eran los atenienses y los de más allá, los atlantes. La civilización conquistadora cuyos dominios se extendían desde la actual África a Europa pretendía sojuzgarlos para consolidar su dominio.

Los ancestros de los atenienses lograron vencerlos. Del orgullo de esta batalla se hablará en el Timeo y en el Critias, pues la Atenas primitiva presagiaba para los sacerdotes la gloria posterior. No obstante, un tiempo después de esas palmas militares Atenas presenciaría su destrucción a causa de colosales diluvios y terremotos.

La enemiga Atlántida estaba consagrada a Neptuno quien de su unión con la mortal Clito había engendrado cinco pares de hijos entre los que repartió los gobiernos de la isla. El mayor, Atlas[2], fue su primer rey. Sus dominios abarcaban bestias y hombres, ríos, praderas y vastas poblaciones donde los animales salvajes y los elefantes abundaban. Todo el ámbito de la isla y el puerto estaban rodeados de un muro de piedra, torres y puertas se construyeron al extremo de muchos puentes tendidos sobre fosos circulares con agua, y anillos de tierra comunicaban la ciudad con el mar. Cada sucesor al trono parecía embarcado en una competencia de lujo y exquisitez, un torneo de belleza cuyo triunfo era la posteridad.

En el interior de la Acrópolis donde se erigía el palacio, Neptuno y sus seis corceles alados eran tan magníficos que su altura tocaba la bóveda del templo. Su grandeza la sellaban el marfil y la plata, pero un material natural de Atlántida se destacaba sobre otros. El oricalco[3] era el más precioso de los metales (después del oro), admirar su brillo era como mirar el fuego.

No era extraño que los toros para el sacrificio caminaran por el santuario hasta la deliberación de los diez reyes, mientras alrededor de la ciudad la llanura lo comprendía todo, las montañas que la circundaban y el mar como paisaje constante. Toda esa parte de la isla miraba hacia el mediodía, y no temía a los vientos del norte.

Los atlantes dominaban la navegación, los metales, las artes y la construcción a gran escala, aun antes del esplendor de griegos y romanos. Mucho antes de que un siglo trajera estos hechos al diálogo entre Critias, Sócrates, Timeo y Hermócrates.

Critias
Critias

Sus habitantes eran sabios y moderados, sus pensamientos se inclinaban hacia la Verdad pues su esencia divina los impulsaba, pero la naturaleza mortal, dice el griego, los fue cercando de a poco conforme su linaje real se diluía entre las nuevas generaciones. Seres ávidos de riquezas y poder, aptos para la decepción, que antes despreciaban la abundancia y contradecían una vida ligera habían logrado la corrupción del alma, y del Estado. Violentos seísmos sacudieron la isla que desapareció en un solo día con su noche, enterrada bajo los abismos del mar. Los pormenores del castigo de Júpiter no los conoceremos nunca pues el dialogo quedaría inconcluso.

Según investigadores actuales, el fin de la Atlántida podría establecerse entre el 2 600 al 1 600 a. C., pero ¿existió realmente la Atlántida?

El filósofo Crantor (siglo III a. C.) que enseñó la doctrina de Platón buscó justificar la autenticidad de la existencia de la Atlántida,  dándole rigor de verdad. Proclo[4] afirmaba en su comentario al Timeo de Platón:

Hay quienes afirman que el relato completo sobre los atlantes es una historia sin añadidos, como Crantor, el primer comentador de Platón. Dice que sus contemporáneos se burlaban de él por no haber sido el inventor de su sistema de gobierno, sino que lo copió de las costumbres egipcias. Tal era la burla por haber hecho el relato que asignó a los egipcios la historia sobre los atenienses y atlantes, pues los atenienses vivieron en una ocasión conforme a ese sistema de gobierno; los sacerdotes egipcos también dan testimonio de ello al decir que esos asuntos están escritos en las columnas que aún se conservan. Ellos dicen que en modo alguno es un mito o una invención, y aportan como prueba lo que existe siempre o va a existir en el universo, y no esos que oyen a Platón clamar que es un relato sumamente extraño, pero verdadero por completo.

Crantor
Crantor

Según Plutarco, Platón se propuso el relato de la Atlántida en su vejez, y lo hizo de tal modo que los exordios y las apostillas no le permitieron terminar su obra.

Amelio (s. III), discípulo de Plotino, entiende la referencia a la guerra entre Atenas y la Atlántida como una alegoría de la lucha entre los elementos que componen el universo, tales como los planetas y las estrellas, pues se cuenta en el Timeo que la isla se repartía en siete círculos. Nuevamente, Proclo dirá que:

“Existió una isla así y de estas características lo ponen de manifiesto los historiadores que han hablado de las cosas del mar exterior. Pues había en sus tiempos siete islas en aquel piélago, consagradas a Perséfone, y otras tres muy grandes, una consagrada a Plutón, otra a Ammón y otra, en medio de estas dos, a Posidón, de unos mil estadios de extensión. Los que la habitaban guardaban el recuerdo de sus antepasados sobre la Atlántida como una isla verdaderamente inmensa, que realmente había existido allí, la cual, consagrada también ella misma a Posidón, había gobernado durante muchos períodos de tiempo a todas las demás islas del mar Atlántico. Esto lo escribió Marcelo en sus Etiópicas”.[5]

Aristóteles no fue ajeno a las consideraciones sobre la realidad de la Atlántida. Opina que Platón inventó el mito para justificar su doctrina filosófica. Tal conocimiento nos viene de parte de Estrabón: “[…] (Homero) dice que ha existido recientemente (o ni siquiera existió o el poeta que lo había inventado lo hizo desaparecer, como dice Aristóteles)”[6]. La traducción latina de Calcidio en el s. IV mantendría vigente durante la Edad Media el mito. En Florencia, Marsilio Ficino, sacerdote protegido de los Médici, traduciría el Critias y daría a la Atlántida un estatuto de lugar real. Su afirmación gozaría de veracidad para los siglos por venir. Con el descubrimiento de América los cronistas de Indias prestigiarán al mito platónico, personajes de la talla de Fray Bartolomé de las Casas, Francisco López de Gómara o Agustín de Zárate la consideraron como el eslabón que permitió el poblamiento primitivo del continente[7]. En la vida de Cristóbal Colón se sostiene que había leído la historia de la Atlántida de Platón, por lo que su primera inspiración antes de iniciar su viaje tenía como objetivo  encontrar, al menos, restos de las partes de la isla que no se habrían sumergido. [8]

Marsilio Ficino
Marsilio Ficino

La leyenda de una civilización perdida junto con sus virtudes más laudables, y el  posterior castigo divino permanece en la imaginación de los hombres. Se afirma o se niega su existencia con igual intensidad, lo cierto es que para aquellos que prefirieron la primera opción dedicaron una vida a documentarse en códices, papiros y otras fuentes en lenguas antiguas, para ensayar certezas sobre el mito de origen y su localización geográfica. Tal es el caso del atlantólogo Georgeos Díaz-Montexano en cuyos libros abrevó el director James Cameron para su documental El resurgir de la Atlántida (2017) producido por el National Geographic. Para este investigador la ubicación de la milenaria isla estaría en el Golfo de Cádiz puesto que las columnas de Hércules son el actual Estrecho de Gibraltar.

En Las ciudades invisibles (1972), Italo Calvino relata el viaje que Marco Polo refiere a Kublai Kan (emperador de los tártaros) acerca de su paso por “ciudades imposibles”. El emperador queda subyugado por la descripción de las metrópolis con nombres femeninos, ciudades de mil pozos, ciudades a las que solo se llega en camello, ciudades, literalmente, difíciles de olvidar, como Zora, ciudades sobrevoladas por cometas. Decide entonces describir él mismo otras ciudades para comprobar si en la realidad existen tal como las ha pensado. Marco Polo le hace notar que las ciudades al igual que los sueños son un enigma pasajero que esconden un deseo o un miedo. El Kan le responde que sus sueños están compuestos por la mente o el azar.

La Atlántida al igual que los acertijos de Kublai Kan es una profunda geografía humana tan real como los sueños que nos visitan.

Desde el sur del Sur escribe Adriana Greco

[1] Platón, Critias o la Atlántida.

[2] Los nombres griegos pertenecen a la traducción de Solón. No son los originales.

[3] Hidrocarburo de cobre y zinc

[4] Proclo (410-485) Natural de Constantinopla, murió en Atenas; principal figura de la escuela ateniense del neoplatonismo. A Proclo pertenece la idea dialéctica de los tres momentos (Tríada, Hegel). Por sus esfuerzos para incluir el contenido de la antigua mitología grecorromana en un esquema filosófico único, Proclo aparece en la historia de la filosofía como el sistematizador del paganismo.

[5] Proclo, in Ti. I, 177, 10. Traducción de Marcos Martínez Hernández (1992).

[6] Estrabón, Geografía, XIII, 1, 36. Traducción de Mª Paz de Hoz García-Bellido (2003).

[7] José María Pérez Martel. La Atlántida en Timeo y Critias: exégesis de un mito platónico (2010).

[8] Georgeos Díaz Montexano. ¿Estuvo la Atlántida en América? ¿Colonizaron América los Atlantes? (2001).

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Adriana Greco

Adriana Greco nació en Buenos Aires,

Es docente, correctora literaria y bibliotecaria.

Tiene publicados en colaboración tres libros: Poetas y Narradores Contemporáneos (Argentina: Editorial de Los Cuatro Vientos, 2004) donde recibió medalla de plata y el tercer premio de poesía de un jurado seleccionado por la editorial; participó de la antología Poesía y Narrativa Actual (Argentina: Nuevo Ser, 2006), y colaboró con cuentos, poesías, y en la redacción de contratapa para La Tinta y el Blanco (Argentina: Ediciones Mallea, 2010).

En 2011 crea el blog Correctores en la Red.

Durante el 2012 y 2013 participó con columnas literarias en el programa Paranormales de Radio Zoe.

En 2015 obtiene con Mala entraña el tercer premio en el II Certamen "palabra sobre palabra" de Relato Breve (España).

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