Las nueve musas
Los monstruos de Liverpool

Thompson y Venables: la radiografía del horror

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La historia criminal más terrible jamás contada en el Reino Unido permanece aún en la memoria colectiva. Se trata del atroz asesinato en Liverpool del pequeño James Bulger, de dos años y medio de edad, a manos de otros dos niños de 10 años: Jon Venables y Robert Thompson.

Los menores secuestraron al pequeño James en un centro comercial, y tras una larga caminata lo arrojaron a un barranco donde le sometieron a torturas: pintura de maquetas en un ojo; introducción de pilas en la boca y el orificio anal; manipulación del prepucio; diversos golpes, patadas y una paliza con una barra de hierro; tal cantidad de heridas que no pudo determinarse cuál de ellas le produjo la muerte. Querían perder a un niño, y hacerle sufrir, sólo para animar una tarde de aburrimiento.

Thompson y Venables: la radiografía del horrorA pesar de los indicios de abuso sexual éstos no pudieron confirmarse: Jon Venables y Thompson dejaron el cadáver del pequeño en la vía del tren para que éste lo destrozara, y así ocurrió. Fue el 12 de febrero de 1993; hace 25 años.

Los menores fueron condenados a permanecer en un centro hasta alcanzar la mayoría de edad, lo que suponía ocho años de reclusión, ampliados a 10 por intercesión del entonces ministro de Interior, Michael Howard. El representante de la familia Bulger, Norman Brennan, declaró que la pena mínima aplicable en justicia a unos asesinos tan despiadados debía cobrarse en 15 ó 20 años; pero los abogados de los niños asesinos presentaron una queja ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, por entender que un político no debía inmiscuirse en un procedimiento penal, y el Tribunal les dio la razón en 1999. Según la sentencia, Venables y Thompson habían sido juzgados “como si fueran adultos, y no fueron protegidos del acoso de los medios de comunicación”.

Los hechos de Liverpool propiciaron en su momento el debate sobre los planteamientos de la ley del menor. Si dos niños eran capaces de cometer actos de tortura y asesinato en la persona de un bebé de dos años, ¿merecían tanto miramiento? Los Bulger denunciaron incluso trato de favor por parte del equipo de rehabilitación, quienes a dijeron que una cosa son las consideraciones morales, y otra los derechos civiles, y acusaron a los padres del bebé James de “mantener encendida la llama del odio en la población” con sus apariciones públicas en los medios.

En el momento de la detención de los monstruos de Liverpool una multitud encolerizada asaltó la furgoneta que servía de transporte a los menores más odiados de Inglaterra, con evidente intención de proceder a su linchamiento. Incluso las familias de Thompson y Venables se vieron obligadas a mudarse de ciudad. Tal fue el impacto que produjo la noticia en el mundo entero, el horror de constatar que dos niños aparentemente normales pudieran ser despreciables monstruos asesinos, que 25 años más tarde aún permanece el deseo de un linchamiento; humanamente justificado, sí; pero no a efectos civiles.

Ocho años más tarde, en junio de 2001, se decreta que los monstruos de Liverpool queden en libertad vigilada de por vida. David Blunkett remite una nota de confirmación a la Cámara de los Comunes: “Serán vigilados el resto de sus vidas y tendrán que rendir cuentas de lo que hacen” bajo amenaza de perder la libertad definitivamente casi de burlar las medidas. La noticia de la liberación resulta a Ralph Bulger, padre de James, “horrible, falta de sentido. Nunca podría llegar en buen momento”.

Jon Venables y Robert Thompson Pero el momento llega, y los asesinos continúan amparados y defendidos. Ann Widdecombe, portavoz del ministerio de Interior inglés llega a asegurar: “Si se les quiere ahorrar a estos chicos la terrible experiencia de las cárceles de adultos, a las que irían dada su edad y que truncaría su proceso de reinserción social, tiene que haber una tercera posibilidad. Un lugar oculto y secreto,  por ejemplo, donde puedan seguir encerrados hasta cumplir los años de reclusión “.

Denise Fergus, madre de James, que ha emprendido una cruzada para que se haga justicia en el asesinato de su hijo, denuncia entonces que Venables y Thompson van a tener una vida privilegiada: “casa comprada, cuenta de banco y protección 24 horas”; una identidad nueva, con prohibición expresa a los medios de indagar sobre el paradero de los asesinos o publicar fotos recientes. “Da igual dónde se encuentren, habrá alguien ahí fuera esperándolos. No quedará una piedra sin levantar”.

¿Qué ha sido de los monstruos de Liverpool?

 De Robert Thompson no ha trascendido el paradero, pero el mismo Jon Venables, que actualmente tiene 35 años, ha levantado la piedra. Acaba de ser condenado a 40 meses de prisión en esas mismas cárceles de adultos que tan horribles parecían a la portavoz de Interior, por posesión de pornografía infantil. 1170 imágenes, de las cuales 392 son de categoría A; o sea, imágenes de extrema dureza y crueldad cuyas víctimas son bebés y lactantes.

Se sabe que Venables había vivido con una mujer, y que con ella había sido padre. Disfrazado de mujer había ofrecido a su propio hijo por Internet para ser sometido a abusos. Consta la compra, también por Internet, de un manual para cometer sin riesgo abusos sexuales de niños.

El mismo día en que Venables declaraba ante los servicios penitenciarios de reinserción asegurando que es un hombre nuevo y decente, descargaba imágenes de pornografía infantil en su ordenador.

El caso de Jon Venables ha venido a demostrar que todo intento de reinserción es inútil para un asesino de estas características, y peligrosa la ocultación de sus antecedentes. La madre de su hijo, y el mismo niño, han estado expuestos al peligro con su sola compañía; de hecho, lo ha estado cualquiera. ¿Tiene justificación el trato de favor y la protección que en todo momento han disfrutado los monstruos de Liverpool? Evidentemente, no.

Thompson y Venables: la radiografía del horrorPara los Bulger, padres de James, no puede haber castigo justo a aplicar a los asesinos de su hijo. Quien sea padre, o tenga un mínimo de sensibilidad, no puede menos que horrorizarse contemplando las imágenes de seguridad que muestran a Venables y Thompson llevándose a un niño chiquitito; y no solo por imaginar el sufrimiento de James, y de sus padres -que les acompañará toda su vida-; sino porque la imagen rompe con la creencia generalizada en la no corrupción de los niños.

Ley del menor en España

Mis sentencias ejemplaresLa realidad en España es que los menores son inimputables.  Sobre las deficiencias de la ley del menor viene advirtiendo el juez D. Emilio Calatayud, titular del juzgado de menores número 1 de Granada. En casos como el asesinato de dos ancianos a manos de dos menores, o el más reciente de la violación grupal de un niño de 9 años en Úbeda por parte de cuatro compañeros de colegio de 14, la justicia tiene las manos atadas.

Por norma general se entiende que hay que procurar la reinserción de los menores que delinquen; de hecho, el principio de la justicia no es el castigo, sino la reinserción; pero no es menos cierto que no se deja de delinquir por virtud, sino por temor al castigo. Si no existe este temor, porque no es aplicable el castigo, ¿qué va a detenerlos?

La sociedad debe tomar conciencia de que nos estamos equivocando gravemente. El juez Calatayud insiste en la necesidad de incluir más disciplina en los criterios educativos. El resultado de no marcar límites son niños acostumbrados a salirse con la suya; que no saben gestionar la frustración; convencidos de ser capaces de todo demasiado pronto ; y plenamente conscientes de que lo que hacen no está bien. No son psicópatas: son monstruos que estamos creando, amparados por la ley, y ante los que la sociedad está desprotegida.

Casos extremos, como el de Jon Venables y Robert Thompson no son susceptibles de reinserción. Aunque el Tribunal Europeo de Derechos Humanos considerase negativo que hubieran sido juzgados como adultos, es de plantearse que el tratamiento del delito debe ser acorde con la gravedad del mismo. Si actuaron como adultos, no pueden juzgarse como niños.

Para convencerse de la capacidad de los menores de convertirse en monstruos no hay más que contemplar las fotografías de Venables y Thompson, a los 10 años, en comisaría. Aparentemente son dos niños y, sabiendo lo que hicieron, causa pavor constatar que tal nivel de maldad sea posible a edades tan tempranas. Pero lo es.

Y el siguiente niño torturado y asesinado, perseguido o violado, puede ser el suyo.

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas es un espíritu libre, extraño equilibrio entre la estricta educación conservadora y la influencia librepensadora de su padre José Luis Cabezuelo Holgado, insigne abogado que durante muchos años lo fuera del Consulado de Italia en Sevilla, ciudad donde era conocido por su erudición.

De su madre, Laura Arenas Green, perteneciente a una familia aristócrata y aficionada a las Artes, hereda el de verbalizar y hacer visible la realidad. Hay que recordar que es sobrina de Luis Arenas Ladislao, conocido fotógrafo cuyo legado diera a la belleza de Sevilla proyección internacional, incluso la Sevilla secreta de la más estricta clausura en e Sevilla oculta, Sevilla eterna y Semana Santa en Sevilla.

Su tatarabuelo, Isauro López-Ochoa y Lasso de la Vega, fue un periodista perseguido por sus ideas liberales; fundador de la revista El Avisador, que contaba con la colaboración de Javier Lasso de la Vega, José Gestoso, Luis Montoto, Antonio Machado y José de Velilla, entre otros.

El ambiente familiar propició el trato desde niña con personajes destacados de las Artes, recibiendo una formación esmerada en el estudio de la Historia, Literatura, Música y Pintura, faceta que perfeccionó en la escuela de Artes Aplicadas y oficios artísticos de Sevilla. También fue alumna de José María de Mena en la escuela de Arte dramático, llegando a interpretar y dirigir obras como Cinco horas con Mario, La vida es sueño, Don Juan Tenorio y La casa de Bernarda Alba.

La principal temática de sus escritos ligeros se centra en el comportamiento humano. Para estudiarlo no ha dudado en introducirse en distintos ambientes sociales, incluso marginales. Aunque reconoce que “habría podido evitar conocer a algunas personas, he aprendido la importancia de los valores viendo las consecuencias que sufren quienes viven sin ellos”.

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