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El surgimiento de las sociedades primitivas

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BARUJ SPINOZA Y SIGMUND FREUD. ENSAYO SOBRE EL ESTADO, LA CULTURA, LA FELICIDAD Y EL PRÓJIMO (I)

Sigmund Freud dedicó el verano europeo de 1929 a la redacción de una serie de pensamientos y reflexiones que dieron origen a un breve libro cuyo título es El malestar en la cultura (MC), publicado a fines de ese mismo año, no obstante figurar en la portada 1930, dato que el mismo autor menciona en el texto (1).

El volumen, rico en referencias acerca del génesis de las ideas que condujeron al hombre a organizar su vida en sociedad, reanuda una serie de premisas consideradas en ‘Tótem y tabú (TT), de 1912, y ‘El porvenir de una ilusión’ (PI), dado a la imprenta en 1927; esta obra indaga cuestiones inherentes a la vida moderna en general y, con particular urgencia, las vicisitudes que componen el escenario de los años de escritura del mismo.

Más adelante, profundizaré esta cuestión. ‘El malestar en la cultura” cuenta con la particularidad de carecer de referencias bibliográficas, excepto las que aluden a sus dos trabajos mencionados anteriormente, quizá por el abanico de los asuntos cotidianos que examina y que aún no habían sido tratados con la claridad científica que satisficiera su natural exigencia. A pesar de esta circunstancia, es posible rastrear las notorias lecturas que influenciaron su razonamiento y que intentaré describir en este artículo.

Tótem y tabú

Con el propósito de introducir al lector en estas obras, incluyo un panorama de los puntos que el creador del psicoanálisis aborda en ellas. En Tótem y tabú (2), el médico vienés analiza el proceso de los orígenes de la cultura en su fase primordial. Siguiendo la línea de Charles Darwin, James George Frazer y su monumental obra The Golden Bough ‘La rama dorada’ y otros estudiosos de gran influencia en la época de la redacción de este ensayo, describe el asesinato del padre fundacional de la horda humana prehistórica por sus hijos que resultó en la instauración de algunas disposiciones que regulaban su convivencia, entre las cuales la prohibición del incesto asoma como la más importante, y dar así lugar a un esbozo muy primigenio de la cultura.

Sin embargo, Freud posee la lucidez suficiente para no tomar las conclusiones de los autores que consulta y las suyas propias como verdades reveladas. En primer lugar, porque reconoce que los etnógrafos elaboraron sus teorías sobre los pueblos primitivos de Australia que describieron como “los salvajes más retrasados y menesterosos” (TT, pg. 11); segundo, las doctrinas que exponen se “podrían caracterizar como una deducción histórico-conjetural (TT, pg. 127); y porque “sería un disparate aspirar a la exactitud en esta materia, así como sería injusto pedir certezas” (TT, pg. 144 nota 50). Con lo cual, también está expresando que sus conclusiones sobre el parricidio y sus consecuencias sociales, religiosas, éticas y culturales transitan sobre el inestable sendero de la duda razonable. En definitiva, cae en la cuenta de que con estas evidencias resulta difícil extraer el sistema de valores que dedujo oportunamente.

Quince años más tarde, El porvenir de una ilusión (1927) (3) presenta una pesquisa más exhaustiva del significado de “cultura”. Su origen se rastrea hasta el momento en que los seres humanos aprendieron a dominar a la naturaleza, a partir del conocimiento de la agricultura y la crianza de los animales domésticos, extraer los productos destinados a saciar sus requerimientos y proceder a su distribución entre ellos. Este paso fundamental lo alejó de las condiciones primitivas en que vivían. Con el desarrollo de los cultivos, apareció una nueva forma de vida: el sedentarismo, que originó el establecimiento de los primeros centros habitados de forma continuada (aldeas, caseríos, pueblos). La situación, tanto original como inesperada,  llevó a establecer entre los habitantes de esos enclaves primitivos normas mínimas de conducta que aseguraran la convivencia entre ellos, en particular para frenar a los que pretendían mantener su estado de naturaleza e imponer su voluntad por la fuerza, motivos que los condujo a expresar hostilidad hacia las nuevas condiciones de vida adoptadas por la mayoría.

La respuesta a esa actitud negativa fue la creación de instituciones y reglas que protegieran al naciente núcleo urbano que inauguraba con ellas una nueva expresión llamada cultura (PI. págs. 5 y 6). Por consiguiente, si salir del estado natural permitió el nacimiento de la cultura, ésta ofreció al hombre los elementos para preservarse de regresar a su hábitat primero, bajo cuyo imperio caeríamos nuevamente en la condición salvaje original (PI. pg. 15). Si bien la cultura adjudicó los instrumentos para que los sujetos se controlaran entre sí, fue ineficaz a la hora de domeñar los fenómenos naturales ya que éstos operan según sus propias leyes internas, impermeables a la acción humana. Sin embargo, la misma cultura ofreció un resguardo ante el peligro de quedar desguarnecido frente a la acción de los vaivenes cósmicos bajo la forma de las representaciones religiosas. Frente a la imposibilidad de dominarlos, el sujeto humano vuelve su vista a lo que se encuentra más allá de su contingencia, hacia lo que excede su entendimiento, en la creencia de potencias supranaturales. Los dioses vendrán en su ayuda (PI. pg. 18).

De esta manera, concluye el autor, la cultura salva y protege a las personas constituyéndose un triángulo decisivo en el devenir humano: cultura, naturaleza, religión, a pesar de que es el mismo Freud quien señala que estos tres vértices pueden generar la sensación de sometimiento en algunas personas y generar su hostilidad hacia ellas (PI. pg. 21). Desde este punto hasta el final del ensayo, el autor analiza la influencia de la religión en la vida de las personas, sus desvíos y supuestos beneficios con un acento notoriamente crítico. Por su parte en El malestar en la cultura confirma con suma claridad su deuda con el pensamiento racionalista y la filosofía que lo fundamenta.

Al mismo tiempo, se muestra seguro de sus argumentos a la vez que despliega un completo conocimiento del mundo que lo rodea. En este trabajo, el autor de La interpretación de los sueños reitera la evolución humana a partir de su capacidad de dominar la naturaleza para su beneficio y la relación con sus semejantes, factores ambos que rescatan al hombre de su estado animal y le permiten perfeccionar iniciativas que consoliden su nueva condición. Entre ellas, la familia, eje central de toda organización social y, a partir de la reunión de varias de ellas, los clanes y, por último, las naciones. En ese sentido, expone una definición de la función y la utilidad de la cultura: “Esta suma de operaciones y normas- anota el ensayista- que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres” (MC, pg. 88).

En tanto José L. Etcheverry, en la edición de Amorrortu, traslada el término cultura como la “suma de operaciones y normas”, Luis López Ballesteros, traductor oficial de Freud al español, interpreta que es “la totalidad de las producciones e instituciones” (4). En materia de preferencia personal, convengo que la segunda es la más adecuada ya que el concepto “instituciones” posee un rango de significados más extenso, que involucra niveles públicos (Instituciones de la Constitución, partidos políticos, gobiernos), sociales (Institución deportiva, benéfica, educativa), personales (Institución del matrimonio, de la familia), metafísicas (la verdad, el amor),  entre otros.

Las primeras expresiones culturales, menciona el autor, son aquellas que ponen la tierra al servicio del hombre, el uso de instrumentos, la domesticación del fuego, la construcción de viviendas (MC pg 89). Estos elementos primitivos permiten el surgimiento de esquemas de conducta que, con el paso del tiempo, se afianzan unas y otras se modifican, perfeccionándose, hasta llegar a la constitución de las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión. La belleza, la limpieza y el orden son requisitos de la cultura, lo cual demuestra que no está concebida sólo para lo útil.

También entran en esa categoría las actividades psíquicas superiores, las tareas intelectuales, científicas y artísticas, el papel rector atribuido a las ideas, los sistemas religiosos, las especulaciones filosóficas, el perfeccionamiento de los seres humanos y la humanidad toda. (MC. pgs 92-93). No obstante, el rol más importante de la cultura consiste en sistematizar los vínculos recíprocos entre los seres humanos como miembros de una familia o de un Estado, conformar una mayoría más fuerte que los individuos aislados y de este modo no quedar expuestos al que posee superior capacidad en el uso de la fuerza, cualquiera sea su expresión.

De esta manera, el autor introduce el concepto de comunidad. Estos vínculos sociales tampoco se dejan librados a su suerte  sino que se encuentran regulados por el elemento cultural representado por la justicia,  no como derecho individual ni dirigido a una comunidad restringida sino como un derecho de todos quienes son capaces de vida comunitaria.  El poder de esta comunidad pone un límite al poder del individuo. (MC pg. 93-94).

En resumen, en Tótem y tabú y con un carácter más decisivo en los otros dos volúmenes, me interesa destacar el giro en el proceso evolutivo que el investigador propone como clave del desarrollo cultural de la humanidad. En el primer estudio, Freud formula que los miembros de la tribu acordaron dejar sin efecto la costumbre del incesto imperante hasta el parricidio primordial, al establecer entre ellos un pacto, un acuerdo, que constituyó el paso originario con el cual  el hombre comenzaría a alejarse del estado natural. No se habla aún de cultura, pero ese impulso incipiente hace que la visión atávica de ese ser primitivo se modifique. No obstante, abandonar la condición salvaje natural implica establecer reglas mínimas de convivencia que configurarían un esbozo de cultura; es decir, instituir leyes que encaucen la conducta de los individuos y, en primer lugar, la privación de sus aspiraciones personales en beneficio de mantener la paz y la concordia entre todos. Una derivación lógica, aunque ni siquiera intuida entonces, entre Cultura-Justicia-Estado. En tanto que El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura marcan el progreso del individuo arcaico por las diferentes etapas de su desarrollo hasta llegar al ensayo de 1929 en donde hallamos al hombre moderno enfrentado con los dilemas de su propia condición.

Oskar Pfister
Oskar Pfister

Es conocida la ausencia de creencias religiosas en Freud. En más de una oportunidad, en sus escritos y cartas expresa su acendrado ateísmo del cual, sin embargo, no hace partícipes a los demás sino que lo concentra en sí mismo. No obstante, mantiene su judaísmo enhiesto sin cortapisas. Unos pocos ejemplos me ayudarán a manifestar este punto. Oskar Pfister fue un pastor protestante suizo atraído por el psicoanálisis. Mantuvo una intensa y prolongada (más de un cuarto de siglo) correspondencia con Freud sobre diversos asuntos, entre los que no faltaba la religión. Así, en una carta del 9 de febrero de 1909 (5), define al público que se sometía al psicoanálisis como irreligioso, siéndolo él mismo de una forma definitiva.

Al comentar la aparición de El porvenir de una ilusión, (carta del 16 de 0ctubre de 1927) comenta su actitud radical en contra de la religión. Destaca a su vez el tenso conflicto entre esta última y la ciencia, lo que lo hace un hombre fuertemente ligado al racionalismo. Además, sienta su opinión sobre la ética al decir que “la ética es una especie de regulación de tránsito para el trato entre los hombres”. Como ejemplo de su adhesión sin límites a la actividad científica, afirma que la física amplía nuestro dominio sobre la naturaleza. El 16 de febrero de 1929, Freud escribe que “el análisis no da ningún nuevo concepto del mundo. Pero no necesita hacerlo, ya que se apoya en el concepto científico del mundo con el que el religioso es incompatible (…) (La esencia de la religión) son las ilusiones piadosas de providencia y ordenamiento ético del mundo, que están en contra de la razón”.

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En lo que respecta a su origen judío, responde a Enrico Morselli, catedrático de neurología de la Universidad de Padua (18 de febrero de 1926) que aunque está separado hace mucho tiempo de la religión de sus antecesores, nunca ha perdido el sentimiento de solidaridad con su pueblo.

Para terminar con esta sección, en la que espero haber aclarado mi punto, apelo a una carta dirigida a la Logia del B’nai B’rith del 6 de mayo de 1928, en la que formula su agradecimiento por el apoyo recibido en los momentos difíciles de su carrera en que hizo públicos lo que él llama “mis impopulares hallazgos” de 1895. El hecho de que esos hombres fuesen judíos acentuó su anhelo de unirse a ellos “pues yo también lo era, y siempre me ha parecido no sólo indigno, sino completamente estúpido, negarlo. Lo que me retenía atado a mi raza no era – he de admitirlo – la fe, ni incluso el orgullo nacional, pues siempre he sido escéptico y me educaron prescindiendo de la religión, pero no sin el respeto debido a las llamadas exigencias ‘éticas’ de la civilización humana”.

Por todo ello me inclino a aceptar que la visión de Freud con respecto al Estado moderno, la doctrina del estado natural y del pacto o acuerdo de defensa mutua reconoce su origen a partir de su compromiso con los principios de la razón, el modernismo filosófico, las proposiciones de la Ilustración y su encendido testimonio en favor de la ciencia (PI, págs. 53-55), con lo que lo convierte en deudor de los pensadores de ese período, según veremos en los artículos sucesivos.

Pablo Freinkel


ABREVIATURAS UTILIZADAS

MC: El malestar en la cultura

PI: El porvenir de una ilusión

TT: Tótem y tabú


1- Sigmund Freud. El malestar en la cultura. Obras completas, tomo XXI. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1992, pg. 90.

2- Sigmund Freud. Tótem y tabú. Obras completas, tomo XIII. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1991, pgs.  127-129 y 143-148.

3-Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión. Obras completas, tomo XXI. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1992.

4-Sigmund Freud. El malestar en la cultura. Ediciones Folio. Barcelona, 2007, pg.   41.

5-Sigmund Freud. Epistolario 1873/1939. Plaza y Janés. España, 1984.


 

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