Las nueve musas

Sancho Panza y el morisco Ricote: el drama de los refugiados

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Ni las obras de arte antiguo son fósiles que aguardan en silencio a que el polvo las cubra y se las lleve el olvido, ni los que nos dedicamos a ellas (investigadores, apasionados lectores) vivimos aislados del mundo, de la realidad inmediata y de los problemas cotidianos.

El arte (y la literatura) hablan del mundo en el que se han creado y, por tanto, el arte contemporáneo habla del mundo contemporáneo, el moderno del mundo moderno y el posmoderno de este rabioso y desconcertante mundo nuestro.

Nada más cierto. Pero eso no quiere decir que el arte clásico no pueda hablarnos desde su pasado. ¿Acaso no sigue conmoviéndonos la llamada del destino de la Quinta de Beethoven? Y todo enamorado, ¿no deseará acaso decirle a quien ama vivamus, mea Lesbia, atque amemus (…), da mi basia mille, deinde centum?

Hemos de saber hacer el esfuerzo de llegar hasta estas obras antiguas, porque una serie de barreras nos dificultan su lectura. No solo la barrera lingüística: ciertamente, Catulo en su latín original, no está, sobre todo en el siglo XXI, al alcance de cualquiera. También hemos de entender sus formas expresivas, propias del mundo en el que fueron creadas: comprender que Las tres Gracias de Rubens fueron en su día objeto de deseo erótico, y hemos de saber encontrarlo (¿por qué no, con la actual vindicación de las XL?); reconocer en el aria final de Dido y Eneas de Purcell, “When I am Laid In Earth”, una de las más hermosas arias que se hayan compuesto para expresar la tristeza con la que se tiñe la soledad.

Es entonces cuando sabemos que estas obras son clásicas: no solo por su perfección, sino porque siguen hablándonos desde su pasado a nuestro presente, con su candente antigüedad nos iluminan y ayudan a comprender.

Por eso tiene mayor valor y relieve la reciente acción de Jordi Savall, director de orquesta y solista que ha centrado su trabajo en la música antigua interpretándola siempre con criterios historicistas. A mediados de abril, Savall, que en 2008 fue nombrado por la Unión Europea embajador para el diálogo intercultural, dio un concierto en el que unió su viola de gamba a la dambura, instrumento tradicional afgano, tocada por Ismael, músico refugiado en la “jungla” de Calais, como se conoce el campo de acogida del norte de Francia.

La actuación de Savall no supone solo una reivindicación de la música por encima de las lenguas y del tiempo, sino un modo de dar apoyo a los individuos en situación desesperada dejando de considerarlos anónimos integrantes de un colectivo problemático.

Las vergonzantes directrices políticas que ha firmado la UE con Turquía han pasado por alto la defensa de los derechos humanos, y la más elemental consideración humana.

¿Qué sienten estas personas al huir de sus casas? ¿Qué esperan encontrar en su huida? ¿Lo han encontrado? No parece que estas preguntas se las hayan hecho nuestros gobernantes, cada vez más preocupados por la crisis (la económica, por supuesto) y menos por las personas. Y no solo ellos. También la prensa da la sensación de que prefiere (excepto honrosas excepciones­) airear imágenes tan duras como desagradables que nos impactan a nosotros desde nuestros problemas del primer mundo, pero no muestran tener interés en saber qué sienten los protagonistas de los hechos.

Pero para ello tenemos a los clásicos (que, a diferencia de los medios de comunicación, perviven en el tiempo), que nos iluminan, nos hablan, nos enseñan cómo es nuestra actualidad. Y nada más actual  que Cervantes y el clarividente capítulo 54 de la segunda parte del Quijote, en el que Sancho se encuentra, en uno de los múltiples caminos de la novela, con su vecino Ricote, disfrazado de peregrino para no ser detenido y que se convierte, quizá, en el primer refugiado de la literatura moderna.

Sancho y Ricote
El encuentro entre Sancho y Ricote visto por Ricardo Balaca

Siempre ha llamado la atención este fragmento en el que la realidad cotidiana e inmediata entra con toda crudeza en la obra. Es uno de los escasos momentos en los que desaparece el humor y la ironía en la novela.

Pongamos en antecedentes al lector. Ricote es un vecino de Sancho. Es morisco, es decir, musulmán. La comunidad morisca vivió en España durante mucho tiempo, sin excesivos problemas. Poseían su lengua, su cultura y su religión. Sin embargo, a finales del siglo XVI la consideración que como comunidad habían tenido empezó a cambiar. Se creía que eran espías de los turcos (de nuevo Turquía por en medio), la potencia militar y comercial enemiga. La guerra de las Alpujarras (1568–1571), la batalla de Lepanto (1571), la piratería en el mediterráneo (el propio Cervantes fue secuestrado por corsarios argelinos), crearon un estado de opinión contrario hacia esta comunidad.

Por diferentes motivos, quizá no muy distintos a los que han empujado a hacer lo mismo en la actualidad, le interesó a Felipe III fomentar el odio y la desconfianza contra el enemigo interior. Es así como se llega al decreto de expulsión que se firmó en enero de 1608 y que, entre esta fecha y 1613 expulsó a unas 300.000 personas, en una España que poseía solo unos 8 millones de habitantes.

La expulsión fue una medida inhumana y brutal. Los moriscos, cuyas familias vivían en sus aldeas y casas desde tiempo inmemorial, se vieron obligados a abandonarlo todo y huir en poquísimo tiempo, en apenas unos días. Si no lo hacían, podían ser desposeídos de todos sus bienes o ejecutados. En la actualidad esto hubiese sido considerado limpieza étnica, pero en aquel momento se consideró la solución necesaria para la salvación del reino.

Hay muchas interpretaciones sobre la postura que adopta Cervantes ante esta expulsión. Es lógico pensar que, tras haber estado secuestrado cinco años en Argel, la simpatía por los musulmanes es más bien escasa. Y sin embargo, en el fragmento vemos a Sancho que se encuentra con su vecino Ricote (no un refugiado anónimo) y al que se preocupa de no delatar. Se apartan para no ser reconocidos y charlan amigablemente, deseoso de conocer la vida azarosa de su vecino, arrastrado por el exilio.

El fragmento fue leído con emoción por los exiliados republicanos, probablemente reconociéndose, lectores y personaje, en una realidad inmediata. El fragmento resulta también cercano a quienes se han visto obligados a dejar repentinamente sus casas y huir furtivamente a pie, buscando un lugar donde poder vivir. Cíclicamente, el clásico de 1615 sigue hablando de la realidad presente de cada lector.

Ricote, a diferencia de otros moriscos, decide huir con tiempo para buscar con calma un mejor destino para su familia:

“Ordené, pues, a mi parecer como prudente, bien así como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive y se provee de otra donde mudarse; ordené, digo, de salir yo solo, sin mi familia, de mi pueblo y ir a buscar donde llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demás salieron; porque bien vi, y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran solo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes, que se habían de poner en ejecución a su determinado tiempo” (Quijote II, 54)

Un tiempo después, la mujer de Ricote y su hija tienen que abandonar la aldea. Sancho ha sido testigo de la partida, y su relato retrata todo el dolor de la escena, el inicio del viaje que lleva al destierro, el futuro incierto y la impotencia de quienes quisieran ayudarles pero no pueden hacerlo, porque eso supondría contravenir la orden real:

“Salió tu hija tan hermosa que salieron a verla cuantos había en el pueblo, y todos decían que era la más bella criatura del mundo. Iba llorando y abrazaba a todas sus amigas y conocidas, y a cuantos llegaban a verla, y a todos pedía la encomendasen a Dios y a Nuestra Señora su madre; y esto, con tanto sentimiento, que a mí me hizo llorar, que no suelo ser muy llorón. Y a fe que muchos tuvieron deseo de esconderla y salir a quitársela en el camino; pero el miedo de ir contra el mandado del rey los detuvo” (Quijote, II, 54).

Pero lo que encuentran estos refugiados no es, como suele pasar, lo que esperaban: expulsados de su propio país, son recibidos con desconfianza en los lugares de acogida. Su intención no es buscar nuevos destinos para vivir mejor, sino que recuerdan con añoranza la tierra que les han obligado a dejar, acaso retenida como paraíso perdido casi mitificado:

“Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería,  y en todas las partes de África donde esperábamos ser recebidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan” (Quijote, II, 54).

En fin, su único deseo no es vivir cómodamente en los países de acogida, siempre recelosos de la oleada de repentinos refugiados, sino volver a España, donde ha nacido. En el caso de Ricote, vuelve en barco a Europa. Sarcasmo de los tiempos, desembarca en Francia, “donde nos hacían muy buen acogimiento” y visita Alemania, donde el tiempo se ha encargado de teñir de ironía sus palabras: “allí me pareció que se podía vivir con mayor libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia”. Aunque la frase se ha interpretado muy diferentemente (la libertad de conciencia es un concepto extraño en el Antiguo Régimen, más todavía en la España de los Austrias) resultan irónicas si tenemos en cuenta los vientos que empiezan a soplar en esta Europa ensimismada en la crisis política y económica, incapaz de mirar más allá de sí misma.

No se me ocurre mejor conclusión que aquello que ya dijo Aristóteles: “La función del poeta no es narrar lo que ha sucedido, sino lo que podría suceder, y lo posible, conforme a lo verosímil y lo necesario. (…) De ahí que la poesía sea más filosófica y elevada que la historia”.

Nada más cierto: la Literatura, el Arte en general (cuando lo es, y en mayúsculas), no puede ser arqueología, porque habla del hombre para los hombres. Gracias a su carácter universal, puede servir para entender nuestro mundo contemporáneo.

El problema, quizá, es que, como le ocurre al bueno de don Quijote, lo de favorecer a los menesterosos, impartir justicia y desfacer entuertos debamos dejarlo para el mundo de la ficción. El Quijote, además de ser una obra divertida (incluso amena, si sabemos aproximarnos bien a ella) y una forma inteligente de llenar nuestro ocio, tiene, además, una función meditativa, la de mostrarnos que la realidad, la terrible realidad, que levanta tanto las aspas de los molinos como el pensamiento xenófobo y reaccionario, está regida por la justicia humana que, para nuestra desgracia, no es la justicia poética.

Jorge León Gustà

Jorge León Gustá

Jorge León Gustà, Catedrático de Instituto en Barcelona, es doctor en Filología por la Universidad de Barcelona.

Su trabajo se ha desarrollado en estas dos direcciones: por un lado, como autor de libros de texto dirigidos a secundaria, y por otro, en el campo de la investigación literaria.

En el área de la educación secundaria ha publicado diferentes manuales de Lengua castellana y literatura en colaboración con otros autores, así como una edición de La Celestina dirigida al alumnado de bachillerato, Barcelona, La Galera, 2012..

Sus líneas de investigación se han centrado en la poesía del siglo XVI, el teatro del Siglo de Oro y las relaciones entre la literatura española y la catalana en el siglo XX.

Entre sus artículos destacan los dedicados a la obra de Mosquera de Figueroa: “El licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa, de quien ha publicado las Poesías completas, Alfar, Sevilla, 2015.

Las investigaciones sobre el teatro del Siglo de Oro le han llevado a colaborar con el grupo Prolope, de la Universidad Autónoma de Barcelona, cuyo resultado fue la edición de la comedia de Lope de Vega, Los melindres de Belisa, publicada en la Parte IX de sus comedias, en editorial Milenio, Lérida, 2007.

Además, ha sido investigador del proyecto Manos teatrales, dirigido por Margaret Greer, de la Duke University, de Carolina del Norte, USA, con cuyas investigaciones se ha compilado la base de datos de manuscritos teatrales de www.manosteatrales.org. Su colaboración de investigación se centró en el análisis de manuscritos teatrales del Siglo de Oro de la antigua colección Sedó que están depositados en la Biblioteca del Instituto del Teatro de Barcelona.

En el campo de las relaciones entre las literaturas catalana y española, ha estudiado la influencia del poeta catalán Joan Maragall sobre Antonio Machado, así como la de Rusiñol en la génesis de sobre Tres sombreros de copa de Mihura.

Del estudio de la interinfluencia del catalán y castellano ha publicado un artículo de carácter lingüístico: “Catalanismos en la prensa escrita”, en la Revista del Español Actual (2012).

Ha publicado el libro de poemas Pobres fragmentos rotos contra el cielo

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