Las nueve musas
Jardín del Edén
El Proyecto Eden en Cornualles, Inglaterra. De Tim Smit y Nicholas Grimshaw

¿Retorno al jardín del Edén? La resurrección de Celia

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LA RESURRECCIÓN DE CELIA Y LAS BESTIAS NAZIS

Dijo Dios: Produzca la tierra seres vivos según su especie: ganados, reptiles y animales salvajes según su especie y así fue. Hizo Dios los animales salvajes según su especie, los ganados, según su especie, y todos los reptiles de la tierra según su especie. Y vio Dios que estaba bien 

(Génesis 1, 24-26)

 I

LA RESURRECCIÓN DE CELIA

Entre todos los animales que han poblado la tierra, los humanos en general, y en particular los civilizados occidentales, tenemos el dudoso mérito de alcanzar las más altas cotas de contradicción, insensibilidad y estulticia pues promovemos o toleramos la destrucción, nos arrepentimos del desastre causado e intentamos recuperar los bienes perdidos, aunque haya que asumir para ello unos costes desorbitados.

Así ha ocurrido con la reconstrucción de ciudades enteras o barrios históricos –como Varsovia y tantas poblaciones arrasadas en guerras– y la restauración de innumerables monumentos y obras de arte.

Sirva de muestra la extraordinaria Cámara de Ámbar del palacio de Catalina en Tsárskoye Seló, cerca de San Petersburgo. Durante la II Guerra Mundial, los alemanes desmontaron y se llevaron a su país las seis toneladas de pequeñas piezas de ámbar que cubrían, desde el suelo hasta el techo, más de 50 metros cuadrados. En la realización de la copia se trabajó durante años con la financiación de empresas alemanas. El presidente ruso Vladimir Putin y el canciller alemán Gerhard Schröeder inauguraron la cámara rediviva en 2003. El original continúa en paradero desconocido.

Mucho antes de que Michael Crichton (1942-2008) escribiera ‘Parque Jurásico’ en 1990, también se había intentado resucitar, restaurar especies animales tras haberlas llevado a la extinción, pero ¿hay recursos técnicos en la actualidad para devolver la existencia a un ser modelado por la Naturaleza a lo largo de milenios o millones de años?  Y, de haberlos ¿merece la pena intentarlo?

Como un macabro regalo de día de Reyes, el 6 de enero de 2000, se encontró el cadáver de Celia con el cráneo aplastado por la caída de un abeto en el valle de Ordesa, en la vertiente oscense de los Pirineos. Algún conservacionista había bautizado con ese nombre al último ejemplar hembra de la Capra pyrenaica pyrenaica, el bucardo que había asentado sobre los riscos más escarpados sus pezuñas hipersensibles desde tiempos inmemoriales. El último de los machos ya había muerto el año anterior. Esta subespecie ibérica (hubo cuatro, quedan dos) había sido aniquilada en la vertiente francesa de la cordillera cien años antes y, ahora, ha pasado a engrosar (¿definitivamente?) la alarmante lista de mamíferos extintos, junto con otra subespecie, la portuguesa Capra pyrenaica lusitánica, igualmente exterminada en 1892 por adinerados europeos practicantes del cuestionado deporte de la caza.

¿Qué pecado habían cometido esos magníficos animales? Los aficionados a la caza deportiva conocen bien la respuesta: disponer de casi un metro de cornamenta, soberbio “trofeo” muy preciado que adicionaba prestigio al triunfador cuando lo exhibía como ornato en las paredes de su morada. Los deportistas también conocen la diferencia esencial que separa el divertido y caro logro de trofeos de la trabajosa, vital y tantas veces arriesgada consecución de medios de subsistencia, es decir, de la caza necesaria.

Cultura IndígenaPor deseable que pueda parecernos la convivencia en paz idílica de los animales en un Mundo Disney, la violencia es, necesariamente, uno de los fundamentos de la naturaleza, tanto en la esfera botánica como en la zoológica. La evolución de la pirámide de la vida (sol–vegetales–animales herbívoros–animales carnívoros) se encuentra inexorablemente regida por la competición para captar energía que permita seguir viviendo. Dejando a un lado a las bacterias que subsisten de minerales sin necesitar la luz, la base vegetal de la pirámide, que es una ingente reserva nutritiva, capta e incorpora directamente la energía emanada de los rayos solares. Las plantas compiten para alcanzar esos rayos y, en ocasiones, se matan entre si, bien sea por envenenamiento o por estrangulación. Un grupo muy numeroso de animales, los herbívoros, aprovecha la energía que le traspasan las plantas. Otros animales y algunas plantas tienen que ingerir animales porque no pueden procurarse de otra forma los elementos químicos que les son vitales y, por último, hay animales omnívoros –es el caso de nuestra especie homo– capaces de nutrirse con animales y vegetales. Así pues, para muchas especies la caza es una necesidad vital e inevitable. Nos guste o no, todos los animales –salvo el hombre y sus mascotas– nacen para ser devorados por otros, haciendo que el ciclo de la vida no se detenga.

Ante un determinismo tan inexorable, ¿quién se atrevería a reprochar la actividad cinegética de los grupos humanos de recolectores-cazadores que aun no han entrado en el ámbito de la modernidad? Unos grupos –los esquimales, por ejemplo– tienen difícil acceso a los alimentos vegetales. Otros –bosquimanos, pigmeos, andamanes, papúes, australianos, amazónicos, etc.– precisan completar con proteína animal la escasa o pobre dieta vegetal que consiguen. Para ellos, al igual que para todos cuantos deben cazar para acallar las punzadas del hambre, la actividad venatoria tiene poco de lúdica y sigue siendo tan trabajosa y, en ocasiones, tan peligrosa e indeseable como lo fue para nuestros ancestros prehistóricos.

AgriculturaPrueba de ello la encontramos en la rapidísima expansión de las domesticaciones, entendiendo por tales la de las plantas comestibles y la de los animales, es decir, la agricultura y la ganadería. La primera acabó con las agotadoras jornadas de nomadismo recolector y la segunda puso fin a los esfuerzos, frustraciones y accidentes del acecho, el trampeo y el asedio. La agricultura facilitó el desarrollo de la vida urbana y la acumulación de excedentes para intercambios. Paulatinamente, esos excedentes posibilitaron la diversificación de los oficios y, en definitiva, la cives, la civilización. La ganadería acabó con la incertidumbre de las migraciones animales y aportó nuevos alimentos, como la leche, y abundancia de materias para múltiples funciones. Así dieron de lado a la caza necesaria todos aquellos grupos humanos que, a partir del cuarto milenio a.C., lograron la proeza de convertir al hombre en el parásito más versátil y formidable de la creación. En lo sucesivo, una parte cada vez más amplia del genero humano se convertirá en huésped y dispondrá de anfitriones mamíferos, aves, peces, moluscos e insectos cautivos que le proporcionarán carne, huevos, sangre, leche, cuernos, colmillos, lana, crines, huesos, grasa, miel, tintes, seda…a disposición permanente y en cantidades previsibles puesto que esa despensa zoológica se mantiene viva, neutralizada, al alcance de la mano, y se consigue reproducirla con la habilidad suficiente para diversificar las especies en razas creadas a la medida de las necesidades específicas del homo sapiens y hasta de sus caprichos decorativos más disparatados (peces fosforescentes, perros y gatos sin pelo, caballitos miniatura…)

Onagro
Onagro

El parasitismo humano, sin embargo, no queda limitado a la obtención de materias comestibles o utilitarias. El caballo, el onagro asiático, el asno africano, el reno, la llama andina, el toro, el búfalo, el cebú, el yak, el camello bactriano, el dromedario y los elefantes prestaron y siguen prestando, además, servicios forzados de arrastre, carga y acarreo que han facilitado y facilitan nuestra existencia. En la larga lista de las aportaciones de estos irracionales, a los que san Francisco llamo “hermanos” con buen criterio, se incluyen las de mensajería (palomas), desratización (gatos y jinetas), defensa y alerta (perros, ocas), auxilio para la pesca y la caza (perros, hurones, guepardos, águilas, halcones, cormoranes), investigación médica y cosmética (cobayas, ratas, ratones, monos y otros mártires de laboratorio), entre otras muchas. La domesticación del lobo y su conversión en perro merecería un tratamiento extenso que dejamos para otro momento, no sin señalar que él ha sido el primero en entregarnos un bien de valoración inmaterial no cuantificable como es el afecto leal e incondicional.

Caza deportivaA pesar de todo, la innecesaria caza deportiva ha persistido hasta hoy. Tan sólo por detrás de Francia, España es el país europeo que cuenta con mayor número de cazadores, unos 850.000 entre una población total de 46 millones y medio, es decir, casi el dos por ciento. Para ser cazador es preciso disponer de unos permisos especiales y pagar, inicialmente, 300 euros aproximadamente: unos 20 € anuales por el permiso de armas; otros 80 € anuales por el de caza; se exige además disponer de un seguro de responsabilidad civil (40 € anuales) y aprobar un examen psicotécnico (150 €). Los licenciados tienen derecho a matar (ellos prefieren emplear el verbo “abatir” y, mejor aun, “cobrar”) cinco millones de perdices; cuatro millones y medio de conejos; un millón y medio de liebres; 90.000 ciervos; 3.600 rebecos… y así hasta alcanzar la cifra de ¡treinta millones de animales! Treinta millones que se les substraen a los omnívoros o carnívoros silvestres. En esa cifra no están contabilizados los ejemplares que matan los furtivos ni los que mueren –sobre todo aves acuáticas– a consecuencia de las 5.000 toneladas de plomo vertidas por los 300 millones de cartuchos que envenenan cada año los campos de España. ¿Cómo puede haber equilibrio en los espacios naturales? Y eso que en los últimos veinticinco años se ha reducido en más del 60% el número de licencias de caza. En 2010 superaba el millón. La caza está en declive.

CarneLos datos reseñados son una buena noticia para todos los que pensamos que la legalidad no es necesariamente ética y que la relación de los humanos con todos los seres con los que comparte este pequeño planeta, a la deriva en el cosmos, debe cambiar de signo. Para todos los que creemos que las especies salvajes son un tesoro que debe ser valorado y protegido y que la extinción de una especie supone una pérdida más lamentable e irreparable que la de la más excelsa obra de arte. Para todos los que sabemos que los animales vertebrados –al menos– albergan sentimientos y experimentan sufrimiento y, por ello, consideramos inmoral e innoble causarles lesiones o la muerte por mera diversión o deporte, aunque esa actividad tenga una tradición milenaria. Tampoco es aceptable causarles una muerte dolorosa y cruel cuando hayan de ser sacrificados para satisfacer necesidades humanas. Afortunadamente, la situación está empezando a cambiar; la sensibilidad de la ciudadanía ya no tolera algunas acciones desalmadas que se consideraron normales escaso tiempo atrás. Aunque falta mucho por hacer, la legislación de la Unión Europea sobre la cría, transporte y sacrificio de animales domésticos es un primer paso. La legislación sobre el maltrato, todavía contradictoria y llena de lagunas, es un paso más.

En el vigente Código Civil (1889) los animales salvajes están conceptuados como “cosas de nadie”, res nullius, lo que equivale a decir que son de todos. Si una minoría de ciudadanos adquiere el derecho a matarlos mediante el pago de una licencia –licencia de muerte–, somos muchos los que estamos dispuestos a pagar otra licencia –licencia de vida– (obviamente más barata: no requeriría permiso de armas, seguros o examen psicotécnico) que nos reconozca el derecho a disfrutar viéndolos vivir en paz, siguiendo sus instintos sin interferencias. Naturalmente, en caso de conflicto de intereses, esta licencia habría de otorgar la prioridad a los del sector mayoritario. Las arcas del Estado saldrían ganando: el 92 por ciento de los españoles no es cazador.

Los cazadores, ese dos por ciento de la población española, han intentado eliminar a todas las especies que compiten con ellos. Hasta fechas recientes, se les ha permitido y ayudado a sembrar los campos de estricnina y otros venenos, poner cepos mutiladores, quemar con gasolina en sus guaridas a los zorros y otras “alimañas” (la palabra más odiosa del idioma español, utilizada para designar a unas joyas vivientes que se consideraron “verdadero azote de la caza menor”) y se ha pagado un premio, una prima –con el dinero de todos los contribuyentes– a aquellos que presentasen pruebas del exterminio de “las especies dañinas”, las colas, las garras u otro testimonio de haber dado muerte a lobos, zorros, linces, gatos monteses, comadrejas, armiños, jinetas, nutrias, ¡quebrantahuesos!, águilas reales, águilas imperiales, halcones, azores, búhos…a cualquier cosa que se comiera un conejo o una perdiz o se pensase erróneamente que lo hacía; prácticamente, a toda la fauna que no estaba “protegida” en la lista de especies cazaderas. Parece un milagro que no haya sido necesario presupuestar para la recuperación de todas y cada una de las “especies víctimas” las ingentes cantidades –así y todo, insuficientes– que se están empleando en la recuperación del oso, el lobo, el urogallo, el lince o las aves rapaces.

Águila Real
Águila Real

En la depauperada España de la posguerra civil, tan bien reflejada en la novela ‘Los santos inocentes’ de Miguel Delibes, posiblemente las autoridades competentes (¿) en materia de caza y pesca se sintiesen obligadas a promover la economía vinculada a la caza, que no es desdeñable. Tal vez esas autoridades albergasen el mismo propósito cuando autorizaron, para solaz de unos pocos, la introducción de tantas especies invasoras, causantes de efectos devastadores en nuestro medio ambiente.

Rebajas

Lo cierto es que, durante siglos, la actividad cinegética deportiva estuvo reservada a la realeza y a la nobleza. Se castigaba con la muerte al pueblo llano que se arriesgaba a asumir el papel de la alimaña furtiva. Los gastos y gestos que conlleva la caza, las monterías lujosas, con furgones, cocineros, ojeadores, secretarios, choferes, etc., en las que se dan cita personas destacadas del vértice social o financiero, ataviadas ad hoc con las prendas más refinadas y empuñando en una mano un arma carísima y en la otra la correa de un perro con pedigrí, explican su valor como símbolo de estatus y la fascinación que la caza ha provocado en el imaginario de la burguesía tradicional y de los nuevos ricos. No digamos ya en los depauperados auxiliares y espectadores del campesinado, para los cuales la caza no es un gasto sino un ingreso. Berlanga se equivocó: no hay una sola Escopeta Nacional; hay al menos tres, según nos movamos por la escala social.

También Ortega y Gasset se confundió en su ensayo sobre la caza, que prologa el libro del conde de Yebes, “Veinte años de caza mayor”. Ortega atribuye a la caza un rango excepcional de sabiduría, libertad y felicidad (¡). La considera una actividad recreativa que se encuentra inmersa en nuestros instintos básicos de supervivencia, si bien “pertenece al buen cazador un fondo inquieto de conciencia ante la muerte que va a dar al encantador animal”. Ahora bien, los instintos básicos de supervivencia no son compatibles con fondos inquietos de conciencia. La caza deportiva no se atiene al imperativo de las conductas innatas, tan escasas en el ser humano; el logro de alimentos –sea carne o verdura– sí se atiene. Es la caza por hambre la que obedece a la conducta innata. La caza deportiva es una conducta cultural. ¿Cómo explicar, si no, la ausencia o debilidad de los pretendidos instintos en ese 92 por ciento, la casi totalidad de las mujeres –la mitad de la población– y una abrumadora mayoría de los hombres? ¿Cómo explicar la progresión geométrica con la que aumentan los movimientos conservacionistas y de protección animal, algunos de los cuales se muestran demasiado beligerantes y –es preciso admitirlo– rayanos en la histeria y el fanatismo?

Que estamos asistiendo a un nuevo planteamiento de las relaciones del hombre con el mundo natural se constata en el interés que ponen muchas organizaciones de cazadores en proclamarse, con peregrinos argumentos, como los primeros interesados en la defensa del medio ambiente y de la biodiversidad. Tal vez piensen que por esa vía se podría recuperar algo del prestigio que antaño acompañó a la caza, en aquellos tiempos en que se utilizaban armas elementales, sin miras telescópicas, y el cazador se jugaba la vida demostrando tener una valentía digna de aplauso. La misma valentía que mostraron hasta tiempos recientes los jóvenes masai que salían a matar un león con una endeble lanza para convertirse así en guerreros respetables de su tribu.

Massais
Massai

En 2014, coincidiendo con el cambio de titular de la Corona, la Federación Aragonesa de Caza se ofreció para contribuir con 15.500 euros a la segunda resurrección de Celia. Se traba de financiar la comprobación de la viabilidad de las células de esta última hembra, conservadas a 196º bajo cero en las diez muestras de tejidos que el jefe del servicio de Caza, Pesca y Medio Acuático de Aragón, Alberto Fernández-Arias Montoya, le había extraído de la sangre, la oreja izquierda y el costado derecho antes de su muerte, a fin de preparar, llegado el caso, un segundo intento de clonación.

Once años antes, el 30 de julio de 2003, a las 10 de la mañana de un jueves caluroso, en un quirófano de Zaragoza se había practicado la cesárea a una cabra híbrida, un vientre de alquiler (vivió después largos años y tuvo varios partos normales de cabritos domésticos) en el que se cobijaba el clonalien de Celia. Un equipo hispano-francés de siete personas, coordinado por el jefe de la Unidad de Tecnología en Producción Animal del gobierno aragonés, José Folch Pera, contempló extasiado los movimientos de las patas y el rabo de una bucardita. Pesó 2,6 kilos y medía medio metro. La prensa de todo el mundo se hizo eco del hito alcanzado para la ciencia: por vez primera se lograba clonar a una especie extinta de mamífero. Las previsiones de Crichton en su Parque Jurásico recibían nueva confirmación.

Para llegar a esa meta, el ADN de la bucarda muerta se había insertado en más de 200 óvulos caprinos desprovistos de ADN. Fueron seleccionados 57 de ellos para implantarlos en otras tantas cabras del Bajo Aragón y se consiguió preñar a siete, pero seis abortaron y tan sólo una llegó a término.  La expectación internacional fue enorme. Desgraciadamente, la segunda vida de Celia (rebautizada Laña) no duró mucho: tan solo ocho minutos. Nada se pudo hacer. En esta primera resurrección, la Capra pyrenaica pyrenaica había nacido con las pezuñas blandas y se había desarrollado en uno de sus pulmones un gigantesco lóbulo supernumerario tan sólido como un hígado. En la historia del planeta, es ésta la primera y única vez que se ha logrado la desextinción de una especie y la primera vez que una especie se extingue por segunda vez.

Cabra pyrenaica hispánica
Cabra pyrenaica hispánica

El llamativo acontecimiento avivó la polémica entre los partidarios de recuperar especies perdidas y los que se oponen por razones éticas y pragmáticas, prefiriendo aplicar los recursos disponibles a la salvación de las especies aun vivientes. Para el naturalista holandés Kees Woutersen, especialista en el bucardo y afincado en Aragón, la clonación “es un error que nada soluciona”. Por el contrario, para los partidarios de la desextinción, como Fernández-Arias, “Debería decidir la clonación un comité de expertos. Sería un asunto estrictamente de conservación. En cualquier caso, mejor es clonar que perder una especie para siempre”.

****.

Con independencia de las matanzas protocolarias y ritualizadas a las que han asistido –no siempre con placer– los monarcas españoles desde la Edad Media, lo cierto es que ellos han mostrado siempre un vivo interés por conservar en su proximidad el mayor número de animales exóticos. En realidad, no se trata de una usanza española, sino que es común a las grandes monarquías de todos los continentes. Marco Polo nos habla de las colecciones zoológicas de Cipango y los cronistas españoles se hacen lenguas del zoo de Moctezuma, que incluía también especímenes humanos con anomalías raras. La magnificencia del monarca absoluto y la expresión del alcance de su poder quedaban bien reflejadas en la posesión y el dominio de especies traídas desde lugares remotos con dificultades y costos imponentes. En su obra ‘Alhajas para soberanos. Los animales reales en el siglo XVIII: de las leoneras a las mascotas de cámara’, Carlos Gómez-Centurión Jiménez, que fue profesor de Historia Moderna en la Universidad Complutense (Prólogo de Carlos Martínez Shaw, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2011, 448 págs. ISBN: 978- 84-9718-639-1) da buena cuenta de esta costumbre regia, pronto imitada por la aristocracia y la burguesía.

Zebro
Zebro

En esta materia, resulta admirable y digna de recuerdo la obra del precursor de la recuperación de especies, el religioso benedictino español Pedro José García Balboa, más conocido como fray Martín Sarmiento (1695-1772), que fue el promotor de la creación del jardín botánico de Madrid e intentó recobrar, para curiosidad y ostentación de la magnificencia real (de Fernando VI), un animal español extinto, y no solo extinto en la naturaleza ibérica sino también en la memoria de los habitantes de la península. En tiempos pasados, llamaban “zebro” al macho y “zebra” a la hembra de este animal, otrora común, largo tiempo olvidado y hoy rescatado del olvido.

Pedro José García Balboa
Pedro José García Balboa – fray martín Sarmiento

Entre 1757 y 1762, a petición del duque de Medinasidonia, fray Martín redactó estudios sobre los flamencos, los atunes, los lobos cervales, el papión, las orcas y el rinoceronte, pero, en 1752, el ilustrado fraile ya había elaborado su Disertación sobre el animal zebra. Nacido, criado, conocido y cazado antiguamente en España, donde ya no se encuentra, por encargo de su paisano pontevedrés el conde de Maceda. Una década después, explicará y justificará su investigación. Por extraño que pueda parecer, estos trabajos permanecieron inéditos hasta fechas recientes. José Santos Puerto y Elena Santos Vega, de la Universidad de La Laguna, utilizaron la Disertación para confirmar que la honra de haber sido la patria chica de Cervantes corresponde, sin lugar a duda, a Alcalá de Henares (De lo que aconteció cuando Martín Sarmiento se subió a la zebra del moro Muzaraque y encontró a Cervantes en el camino de Alcalá. – Anales cervantinos, vol. XLIII, 2011) y realizaron su estudio, edición, notas e índices (Museo de la Educación. Universidad de la Laguna, 2013).

El propósito de fray Martín, muy adelantado a su tiempo, era, nada menos que: …restituir a España todas las especies de animales, aves, y vegetables, que se sabe han sido naturales del país, y se han perdido, sino también, mandar que a España se trasplanten todas las especies peregrinas, que puedan producir y fructificar en ella. Vegetables para maderas, frutos, y medicinas. Aves para carnes, pluma y canto. Y animales inocentes, para lanas, pelo, carnes y pieles. La reintroducción del cebro le parecía prioritaria: … Aun concediendo que no son un mismo animal (la cebra africana y el cebro ibérico) a lo menos se debían domar y traer, o para tentar si, con la experiencia, son las antiguas zebras españolasno debemos admirar que el famoso animal zebra, tan natural en España y tan inocente se haya apurado y acabado del todo en España; y aún el mismo nombre de zebro o zebra. Son pocos los que han oído ese nombre y aún menos los que, si le han oído, sepan dar razón de su legítimo significado. Con menos coste que el que tuvo conducir a Madrid la cierva blanca y la vicuña (regalos del virrey para el rey), se pudieron traer, de las costas de África, un zebro y una zebra a España, para que acá, como en su país propio y natural, procreasen. Los montes de Andalucía, en donde se criaban, y esos montes de Toledo, llamados Zebreros, están voceando que se les restituya esa hermosa, inocente y útil especie perdida.

Para que no se considerase descabellada la idea, fray Martín recuerda que ya se habían utilizado cebras africanas para enganche de la carroza del rey de Portugal (lujo que imitará en Londres el multimillonario barón de Rothschild en los primeros años del siglo XX).

encebro
Encebro

Por la abundancia de referencias documentales desde la época romana y pasando, entre otros, por los textos de decenas de fueros medievales; el ‘Libro de la Montería‘, de Alfonso X; “Arte cisoria“, del marqués de Villena; la Relación de Chinchilla, ordenada por Felipe II, etc., sabemos que los cebros eran a la manera de las yeguas cenizosas, de color de pelo de las ratas (…) y corrían tanto que no había caballo que las alcanzara. Se cazaban en toda o gran parte de la península, su carne era exquisita y medicinal, su piel excelente para hacer escudos y, además, el animal podía domesticarse. Al menos, pudo domesticarse el que montaba para darse a la fuga Marsín o Marsilio, el rey moro de Zaragoza, según canta el romance:  Por las sierras de Altamira // fuyendo va el rey Marsín // caballero en una zebra // no por mengua de rocín.

Bien sabía Alfonso X el Sabio que el cebro no era una cebra africana pues él era propietario de una. Las Crónicas cuentan que, estando el rey en Sevilla, “… vinieron a él mensajeros del Rey de Egipto, que decían Alvandexaver. Y trajeron presentes a este Rey Don Alfonso de muchos paños preciados y de muchas naturas, y muchas joyas y muy nobles y mucho extrañas. Y otrosí trajeron un marfil y una animalia que decían azorafa (jirafa), y una asna, que era buiada (listada), que tenía la una banda blanca y otra prieta, y trajéronle otras bestias y animalias de muchas maneras…”

Cebreros - Ávila
Iglesia en Cebreros – Ávila

La realidad del cebro se ve refrendada por la gran cantidad de topónimos y apellidos ibéricos que comienzan o contienen la partícula “CEBR”. Si se nos permitiera la licencia, desde aquí aconsejaríamos al municipio de Cebreros, Ávila, que suprima las rayas de la cebra africana que figura en el centro de su escudo pues no las necesita: fue precisamente el animal que abundaba en Cebreros el que dio nombre a las cebras africanas y no al revés. Por su similitud con el equino ibérico, los descubridores portugueses del siglo XV llamaron “zevra” a la cuaga sudafricana, la menos rayada de todas las subespecies de África. Los portugueses utilizaron el término en femenino porque, al parecer, los machos del cebro ibérico eran más corpulentos que sus parientes africanos.

Carlos Nores Quesada
Carlos Nores Quesada

Aunque en el diccionario de la lengua francesa Le Petit Robert (1610) se mantenía la entrada de Zébre- port. Zebbra (XIIe.), d´o. i.; á l´origine nom d´un équide sauvage de la péninsule ibérique, applié ensuite á l´animal d´Afrique (En su origen, nombre de un equino salvaje de la península ibérica que se aplicó después al animal de África), la memoria del cebro se había ido esfumando a lo largo de los doscientos años posteriores a los escritos de fray Martín. Muy pocos españoles sabían en el siglo XX que había existido este animal cuando el catedrático de Bacteriología y Protozoología de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, Dimas Fernández-Galiano Fernández, inició, en la década de 1950, la investigación sobre el cebro basándose en los escritos del benedictino fray Martín. La reacción escéptica de la comunidad científica fue decepcionante hasta que, en noviembre de 1996, el Profesor titular de Zoología de la Universidad de Oviedo, Carlos Nores Quesada, publicó en el nº 2 de la revista “BIOLÓGICA” un artículo titulado Del cebro ibérico a la cebra africana. El profesor Nores y su equipo (Arturo Morales Muñiz, Laura Llorente Rodríguez, Andrew E. Bennett y Eva María Gigl) continuaron profundizando en el análisis del cebro a lo largo de los años y ellos debemos el espléndido estudio The Iberian cebro: ¿what kind of a beast was it? (“¿Qué tipo de animal era el cebro ibérico?”), publicado en el número de junio de 2015 de la revista Anthropozoologica, del Museo Nacional de Historia Natural, de París.

Equus ferus przewalskii
Equus ferus przewalskii

La respuesta al interrogante no es definitiva, pero todo hace pensar que el cebro no era sino una variedad, endémica en la península ibérica, de la subespecie del caballo salvaje (Equus ferus ferus –en lo sucesivo, “tarpán”, tal como le denominaban los tártaros– del que descienden todos los caballos domésticos (Equus ferus caballus). Nuestros ancestros lo retrataron cientos de veces en las paredes de las cavernas europeas mostrando diversas coloraciones, desde el bayo y el arratonado hasta el blanco moteado. La otra subespecie viva, el caballo al que los mongoles llaman tajé y los zoólogos caballo-P (Equus ferus przewalskii) fue descubierta en Asia central, en el siglo XV, por el escritor alemán Johann Schiltberger cuando viajaba como prisionero de un kan mongol y redescubierta por el coronel de caballería y explorador ruso-polaco Nikolai Przewalski, en 1879. En realidad, Przewalski no vio al caballo. En el puesto fronterizo de Zaisan, entre China y Rusia, el comisionado le había entregado el cráneo y la piel del animal que él había cazado en la zona occidental del desierto de Gobi durante una expedición con cazadores kirguises. En la Academia de Ciencias de San Petersburgo, Ivan Poliakov, el conservador, determinó que se trataba de un caballo primitivo al que puso nombre y dio a conocer en Occidente. El tajé ha estado también al borde la extinción por la caza. Al finalizar la II Guerra Mundial no quedaban tajés en libertad. Tan solo 31 individuos se mantenían con vida en los zoos de Munich y Praga. En los inicios de la década de 1960 el número se había reducido a 12 individuos.

****

Por una curiosa ironía del destino, el escenario de la muerte del último tarpán ha sido también el escenario de la salvación del tajé. Nos referimos a la extensísima finca llamada “Askania Nova” que poseía en el sur de Ucrania a finales del siglo XIX la acaudalada familia de origen alemán Falz-Fein (uno de los conocidos miembros, el barón Eduard von Falz-Fein, acaba de fallecer misteriosamente –17-XI-2018– en un incendio de su mansión de Vaduz, Liechtenstein, a los 106 años. Él fue quien financió la investigación sobre los cadáveres de la familia imperial rusa asesinada en Ekaterimburgo).

Eduard von Falz-Fein
Eduard von Falz-Fein

La extinción del último tarpán conocido está documentado por Willy Levy en ‘El pez pulmonado, el dodó y el unicornio’ (Espasa Calpe, 1963; traducción del inglés por José Banfi y Alfredo B. Besio), basándose en el relato de Woldemar von Falz-Fein (1877-1946), uno de los hijos del primer Eduard, fundador de la dinastía (Askania Nova. Das Tierparadies. Ein Buch des Gedenkens und der Gedanke. J. Neumann-Neudamm, Neudamm, 1930).

Askania Nova
Askania Nova

En la inmensidad de la estepa ucraniana el terrateniente Eduard Falz-Fein (1839-1883) criaba gran número de caballos para suplir las necesidades del ejército del zar (además de un millón de ovejas custodiadas por pastores cosacos y decenas de miles de perros pastores). Era, pues, un experto que identificaba perfectamente a un tarpán, aunque lo viera mezclado con una manada de caballos domésticos. En la década de 1860 y comienzos de la de 1870 aun pudo ver en las tierras cercanas a Askania Nova pequeñas manadas de tarpanes salvajes con características muy similares a las que se mencionan para el cebro: “… de color casi uniformemente gris arratonado, con crin y cola cortas y negruzcas y una raya negra muy pronunciada a lo largo del espinazo”. Su número disminuía con rapidez y, a finales de la década, Eduard menciona el avistamiento de un único tarpán en una zona conocida como estepa de Rachmanoff. Unas cuarenta mil hectáreas de esa estepa estaban alquiladas por otro terrateniente, su vecino Alexander Durilin, quien no utilizaba como tierra de cultivo mas que unas dos mil hectáreas; el resto servía para pastorear caballos domésticos en libertad. En un establo solitario y en los días más inclementes del duro invierno se proporcionaba algún forraje a la manada. El último tarpán avistado era una yegua y se incorporó a esa manada, por necesidad de compañía, según Woldemar Falz-Fein. El relato prosigue así:

Cuando el pastor estaba lejos, (la tarpana) estuvo algún tiempo entre los otros. Pero se separó no bien apareció el pastor y se quedó esperando a cierta distancia. Los hombres no vieron jamás que el animal se echara a descansar, mientras que los caballos domésticos empleaban alguna parte del día en permanecer recostados. Pasaron cerca de tres años y la yegua salvaje se fue haciendo poco a poco algo más mansa. Durante estos tres años parió dos veces, teniendo las crías por padre a un semental de la manada.

Askania Nova
Askania Nova

Los potrillos mestizos fueron capturados y criados lejos de su madre. Uno se parecía físicamente a ella y el otro al semental. Eran pequeños y resultaron inadecuados como animales de trabajo. El que se parecía más al tarpán murió en el zoo de Moscú en 1909.

Durilin decidió capturar también a la madre tarpana y aprovechó la ocasión en que ésta, atraída por el forraje invernal, había seguido a la caballada dentro del establo. En el furioso forcejeo para evitar que le pusieran un ronzal, la yegua perdió un ojo. Dentro del establo parió por tercera vez y, considerando que permanecería con los otros pues las yeguas nunca se separan de sus crías, fue desatada; sin embargo, huyó en cuanto tuvo ocasión y poco después rescató a su potro, desapareciendo con él por el horizonte del despoblado mar de hierba.

En el invierno de 1879 fue visto un caballo salvaje cerca de la aldea de Agaimani, en las proximidades de Askania Nova. Los campesinos cosacos –legendarios jinetes– organizaron una cacería deportiva en la que pondrían a prueba sus monturas. Apostaron grupos de jinetes en puntos estratégicos de la estepa nevada para relevarse en la emocionante persecución del tarpán. Los caballos domésticos se agotaban mientras el salvaje mantuvo la velocidad y se habría escapado si no hubiera tenido la mala suerte de romperse una pata en un hoyo del terreno. Para sorpresa de todos, el animal inmóvil y lisiado era la vieja tarpana tuerta de Durilin.

Askania Nova
Askania Nova

Los cazadores cargaron a la yegua en un trineo, la llevaron a Aigamani y el barbero de la aldea intentó colocarle un casco artesanal. Le amputaron la parte inferior de la pata rota pero el animal no sobrevivió. Se desconoce la fecha exacta de la muerte, pero la subespecie Equus ferus ferus se extinguió en los primeros días de enero de 1880, tal vez el día de Reyes, ciento veinte años antes que Celia y unos dos siglos después que el cebro.

Tras la muerte de Eduard Falz-Fein en 1883, se hizo cargo de la administración de la finca su hijo Friedrich (1863-1920). Apasionado estudioso de la zoología y la botánica, decidió crear una reserva para conservar la flora y la fauna de la estepa e introducir especies foráneas de árboles, aves y mamíferos. Askania Nova se fue convirtiendo en una especie de oasis por el que deambulaban en aparente libertad cebras, saigas, ñus, camellos, avestruces… Este “Serengueti ucraniano” –actualmente declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO– fue visitado en 1914 por el zar Nicolás II; el emperador se quedó tan favorablemente impresionado que elevó al rango nobiliario al propietario (desde entonces, “von” Falz-Fein) y escribió a su madre, la zarina María, para decirle que había tenido la impresión de presenciar el pasaje de la Biblia en el que los animales salen del arca de Noé. Ni el zar ni el terrateniente pudieron sospechar entonces el inmediato desencadenamiento de la I Guerra Mundial, el acceso al poder de los bolcheviques ni el saqueo y la vandálica destrucción del Serengueti ucraniano, que no volvería a ser tal hasta finales del siglo XX.

Pero, antes que Nicolás II, otros muchos visitantes se habían admirado de aquella reserva, entre ellos el naturalista alemán Ludwig Franz Heck (1860-1951), director del zoo que se había creado en Berlín en 1844 y padre de dos zoólogos famosos y mimados por el Tercer Reich: Ludwig Georg (1892-1983) y Heinz (1894-1982), que siguieron los pasos del padre y fueron directores de los zoos de Berlin y de Munich, respectivamente. Askania Nova no tenia parangón con el parque inglés de Woburn Abbey, en el que el duque de Bedford salvaría de la extinción al ciervo chino (Elaphurus davidianus), descubierto en 1865 por el misionero y naturalista padre Armand David y extinto en la naturaleza, ni con el parque de la mansión de Tring, donde el excéntrico multimillonario Walter Rothschild –zoofilo compulsivo, disidente de las finanzas y dispendioso– ensayaba los cruces de cebras con otros equinos y controlaba el museo que le habían regalado al cumplir 21 años para que tuviera donde conservar sus enormes colecciones.

Ludwig Franz Heck
Ludwig Franz Heck

En el sur de Ucrania se había introducido un nuevo concepto de exhibición zoológica: el visitante experimentaba la sensación de contemplar animales en libertad, sin cercados ni barrotes que dificultasen la visión. La bondad del sistema quedó probada por la elevada tasa de natalidad de las especies que albergaba Askania Nova. Se convirtió en un punto de referencia para estudiosos, aficionados y traficantes de animales salvajes, cada vez más numerosos, que se hacían ricos al cubrir la creciente demanda de las instituciones públicas y de particulares adinerados. Como es bien sabido en el mundo mercantil, cuando aumenta la demanda y disminuye la oferta los precios se disparan. Si el objeto de deseo es un animal, su suerte está echada.

Przewalski
Przewalski

Sin embargo, en las postrimerías del siglo XIX Friedrich Falz-Fein (aun sin el “von”) ansiaba contar con la presencia de caballos salvajes. No consiguió ningún tarpán de la estepa occidental, pero, convencido de que él mismo había sido testigo de la extinción de la especie tarpán, Falz-Fein aceptó financiar la difícil captura de caballos tajé o de Przewalski en las estepas orientales. Los holandeses Jan e Inge Bouman, en el capítulo II de la obra Przewalski´s horse: the history and biology of an endangered species (editado por Lee Boyd y Catherine A. Houpt, State University de Nueva York, 1994) describen con todo detalle las vicisitudes de los expedicionarios, los métodos despiadados que se emplearon y los fracasos iniciales.  Ante la imposibilidad de capturar y trasladar animales adultos, se decidió perseguir a los tajé hasta agotar a los potrillos y capturarlos fácilmente mediante un lazo de cuerda situado al final de una pértiga, pero éstos no asimilaron bien los biberones de leche de oveja con la que fueron alimentados ni resistieron las largas marchas, de manera que las expediciones iniciales de 1897 y 98 a la zona sur de Novosibirsk y al extremo noroeste de Mongolia solo consiguieron cadáveres. Después se decidió utilizar madres domésticas y sus crías. Resultaba más sencillo disparar a las madres tajé, capturar a los potros salvajes, despellejar a los potros domésticos y cubrir con su piel a los salvajes para que las yeguas domésticas identificasen el olor del hijo y adoptasen a los pequeños tajés, sirviéndoles de nodrizas. Con el fin de evitar las muertes por agotamiento en las largas marchas, los potrillos salvajes se cargaban, como paquetes, en los flancos de camellos. Utilizando estos métodos, llegaron los primeros cuatro tajés a Askania Nova en 1899. A continuación, se desató “la fiebre del caballo salvaje de Mongolia”. Todos los zoos y los coleccionistas particulares, entre ellos el duque de Bedford, querían tenerlos.

Herbrand Russell

Herbrand Russell, XI duque de Bedford (1858-1940) y presidente de la Sociedad Zoológica de Londres, se puso en contacto con el traficante y coleccionista de animales alemán Carl Hagenbeck (1844-1913) para que le consiguiera seis tajés. Hagenbeck había ganado una fortuna considerable y una reputación internacional por ser capaz de poner osos polares, tigres u otro animal salvaje de cualquier continente en la puerta de la casa de quien pudiera pagar el carísimo servicio. También era conocido como domador extraordinario, que nunca empleaba con los animales de su propio circo métodos brutales sino amistosos, así como por el jardín zoológico que creó a sus expensas en Stellingen, cerca de Hamburgo, con criterios paisajísticos que hoy continúan vigentes pues suprimió los barrotes de las jaulas, permitió a los animales deambular en zonas separadas del público por fosas y procuró adornar las instalaciones con elementos correspondientes al hábitat natural. Sin embargo, lo que le dio más notoriedad fueron sus zoos humanos. Aprovechando el desmedido interés por los estudios etnográficos que se suscitó en el ámbito científico occidental en la primera mitad del siglo XIX (interés reforzado por el reparto colonial) y primera mitad del siglo XX, así como la novedad de las exposiciones nacionales o universales y la curiosidad que despertaban, Hagenbeck decidió exhibir grupos de humanos naturales o primitivos, es decir, “salvajes”. Cierto es que en este ejercicio de degradante supremacismo racista –en el que no faltan crímenes de secuestro– él no fue el primero ni había de ser el último.

Przewalski
Przewalski

Para satisfacer la demanda del duque de Bedford y otros clientes, Hagenbeck envió a Askania Nova a su principal agente, Wilhelm Grieger, pero Falz-Fein se negó a venderle sus ejemplares y a descubrirle donde se habían capturado. No obstante, Grieger demostró ser un hombre de recursos. Sobornó a uno de los auxiliares de Falz-Fein quien le facilitó los datos de Ivan Asanov, el comerciante ruso que viajaba regularmente por Mongolia y China y que había conseguido los caballos para el zar y para Falz-Fein. Más tarde, Grieger organizó una expedición al valle del rio Kobdo, en Mongolia, en la que tuvo un éxito sorprendente: entre abril y mayo de 1901, consiguió cincuenta y seis animales. Aunque muchos murieron durante los meses que duró el traslado, el 27 de octubre de ese año llegaron a Hamburgo 28 potros, 15 machos y 13 hembras, que se destinaron al parque de Woburn, al zoo de Londres, zoo de  Manchester, Instituto para la reproducción animal de la Universidad de Halle, zoo de Berlín, zoo de Nueva York, que no los aceptó por estar en malas condiciones y pasaron al zoo de Cincinaty, al zoo de París y al magnate Frans Ernst Blaauw, propietario de la extensa finca Gooilust, cerca de Hilversum, Holanda. En Hamburgo permanecieron tres.

En 1902, llegaron otros once tajés a Hamburgo para Hagenbeck y cuatro a Askania Nova; en 1903, dos hembras más se incorporaron al grupo de Askania Nova, pero las capturas fueron disminuyendo y las guerras mundiales resultaron también catastróficas para los animales cautivos. En 1969 se avistó en la estepa de Mongolia un macho solitario, el último en libertad. En 1996 el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) declaró a la especie “extinta en estado silvestre” y, habida cuenta de la exigua tasa de natalidad entre la población cautiva –debida en gran parte a los “niveles faraónicos” de consanguinidad– parecía que muy pronto el Equus Przewalski engrosaría el listado de especies animales exterminadas.

Afortunadamente, la humanidad cuenta con personas que dedican su iniciativa, sus esfuerzos e incluso sus vidas a contrarrestar el espíritu destructor. Es el caso, entre otros muchos, del ya citado matrimonio holandés Jan e Inge Bouman y su amiga Annette Groeneveld, creadores de la Fundación Róterdam para la Preservación y Protección del Caballo de Przewalski, en 1977, y de la etóloga suiza Claudia Feh, fundadora, en 1990, de TAKH. Association pour le cheval de Przewalski.

Przewalski
Przewalski

La “caída del caballo” de los Bouman se produjo durante su viaje de novios, cuando visitaron el zoo de Praga. Allí contemplaron con consternación el patético reducto en el que languidecían los tajé y decidieron hacer algo para salvarlos. Realizaron registros de todos los ejemplares existentes en los zoos; crearon una especie de Libro de los Orígenes; recabaron financiación y convencieron a los zoos, a las autoridades nacionales e instancias internacionales para iniciar un programa de reproducción bien controlado (con inclusión de la inseminación artificial) que permitiera reintroducir al tajé en su medio natural de Asia. La etóloga Claudia Feh, por su parte, logró establecer un grupo de tajés viviendo en libertad en un parque nacional de Francia de forma que pudiera estudiarse su comportamiento natural. Y el objetivo se logró. El número de caballos supera actualmente los dos mil y muchos de ellos están repoblando sus territorios originarios de Mongolia, China, Kazajstán y Rusia.

Este final feliz, sin embargo, queda empañado por una sombra sensacional de última hora. Hasta el momento, se ha actuado con la convicción de que el de Przewalski era el único y verdadero caballo salvaje, un caballo originario y no un cimarrón como los mesteños españoles –“mustangs”– que galopan en Norteamérica u otros similares baguales de Argentina. En la dicotomía perro asilvestrado versus lobo, el tajé ha sido lobo…hasta el año 2018. En su número de febrero del año en curso, la revista Science publicó una investigación genética que parece demostrar lo contrario. ¡El tajé salvado del naufragio no es mas que un perro asilvestrado, el descendiente de los primeros caballos domesticados por el pueblo Botai, en el norte de Kazajstán, hace 5.500 años!

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José Antonio Álvarez-Uría Rico

José Antonio Álvarez-Uría Rico

Nace en Pola de Siero, Asturias, el 31 de octubre de 1944.

Es licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo (1965) y diplomado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de España (1973).

Impartió clases de lengua española como profesor auxiliar en la Wallington Grammar School for Boys, Londres (1967-68).

Colaboró en la elaboración del informe para las Naciones Unidas sobre la descolonización del Sahara Occidental (1974). Es miembro del Instituto de Cultura de Sahara.

Trabajó como traductor autónomo para la Organización Sindical española, las editoriales Saltés, Júcar, Alhambra, el Ministerio de Educación y Ciencia, la Organización de Estados Americanos y la Organización Mundial del Comercio (O.M.C.) (1974-1998).

Trabajó en Ginebra como traductor oficial de la O.M.C. (1999)

Prestó servicios como técnico en los Ministerios de Trabajo, Asuntos Sociales y Economía y Hacienda (1979 a 2009).

Dirigió la revista Cibelae de la Corporación Iberoamericana de Loterías y Apuestas de Estado (2003 a 2009).

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