Las nueve musas
Cristo del Otero de Victorio Macho - Palencia - España

Palencia, cuna hidalga de genios ilustres

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Si bien pensaba comenzar este artículo titulándolo Palencia, bella (cultura) desconocida, he optado por un fragmento de su himno[1], aunque los más avezados del lugar ya sabrán que el sintagma bella desconocida, en un principio dedicado a la ecléctica seo palentina, esto es, a su grandiosa catedral, se emplea por antonomasia para referirse a la capital vaccea del Carrión e incluso, por extensión, a su provincia, de extrema riqueza, no en vano posee la mayor concentración de arte románico del continente europeo.

Catedral de San Antolín de PalenciaSin embargo, me ha parecido pertinente aludir a la letra de su himno (de Garrachón Bengoa, con música de Guzmán Ricis) para referirme a esas personalidades que, aun cuando a veces quedan difuminadas en la intrahistoria unamuniana (otras veces, por fortuna, no tanto, y son, en consecuencia, debidamente reconocidas), merecen ser destacadas por su excelencia en distintos ámbitos, ya sean culturales, intelectuales, deportivos, etc., pues, si John F. Kennedy decía que “a una nación se la conoce por los hombres que produce, pero también por los hombres a quienes honra”, otro tanto cabe aplicar a esas patrias chicas que son las ciudades y a las personas que de ellas sobresalen y descuellan por méritos propios y, por ende, se antojan dignas de ser valoradas como en justicia corresponde.

Como ya reflejé en mi artículo “Palencia en la Literatura[2]”, aun no habiendo un autor o personaje que universalmente se asocie con Palencia, sí han sido muchos los que han posado su atenta –y muchas veces complacida- mirada sobre esta tierra de la meseta septentrional. Sirva la introducción que en aquel momento expuse por su relevancia con el ámbito lingüístico ya que la provincia de Palencia, enclavada en esa Castilla que comenzó como condado vasallo del Reino de León para posteriormente alcanzar la categoría de reino y ser vital en la configuración de España, fue centro neurálgico en distintas etapas históricas, y además la expansión de aquella Vieja Castilla inicial, que incluía la repoblación de las ciudades, también supuso la expansión de la lengua española, que es su nombre universal, aunque, como ya apunté en su momento, entre nosotros la llamemos castellano en honor a sus orígenes y, en nuestro caso además con más razón, al hablar la variedad lingüística más puramente castellana propia de nuestra región que, aun con distinta configuración a la actual –las isoglosas del idioma no entienden de divisiones ni límites administrativos- vio nacer nuestro idioma, nuestro patrimonio común más consistente como decía Lázaro Carreter, que nos permite comunicarnos y ser depositarios de un legado, incluido ese que supone el acervo cultural de que disponemos.

Claustro de San Andrés de Arroyo
Claustro del monasterio de San Andrés de Arroyo

Al fin y al cabo, como quedó dicho, el castellano no es sino ese romance que nace en los confines del romance leonés con el vascuence y único romance latino con un sistema vocálico diferenciado, tomado del vasco precisamente y simplificado en extremo: solo cinco vocales, amén de su propia diptongación a partir del latín y que será ese romance raro –por su carácter diferenciado con sus próximos- el que, a la larga, junto a su situación central en la península, lo convertirán en la lengua franca o común, pues se expandirá como lengua de Castilla e indirectamente como lengua franca de todos los españoles, de norte a sur, pero también en paralelo por el valle del Duero y muy especialmente por el valle del Ebro –nervio de la Corona de Aragón- que a finales del siglo XV, al llegar los Reyes Católicos, está ya castellanizado, de tal suerte que tanto reyes como gramáticos, especialmente Nebrija, tendrían conciencia de estar alumbrando una nueva España, pero basada en la antigua, con una nueva lengua común, pero también basada en el latín, que era la lengua franca de toda Europa, cultivo que les interesaría tanto como el del castellano, que, según por ejemplo Claudio Sánchez Albornoz -se esté de acuerdo o no con su aserto-, triunfaría por la superioridad de sus grandes escritores, generando así un rico caudal que pasaría a formar parte por siempre de la historia de nuestra literatura, siendo esta deudora de la lengua en que se escribe, y es que si las gentes a lo largo de los tiempos han buscado la belleza a través de los volúmenes valiéndose de la arquitectura o de la escultura; de los colores valiéndose de la pintura; de los movimientos valiéndose de la danza o de los sonidos valiéndose de la música, hay otra manifestación estética que utiliza una materia prima hecha de abstracción y simbolismo que es creación específica de lo humano: la palabra, y la literatura es el arte de la palabra. Desde Aristóteles, además de ser animales políticos (zoon politikon), lo que nos distingue como seres humanos es la memoria, la inteligencia y la voluntad y para las tres en cada momento nos servimos de las palabras, con las que configuramos el mundo que nos rodea, comunicando –como diría el maestro Alarcos[3]– el complejo de conceptos, afectos e imágenes de que forman parte los pensamientos que queremos transmitir en nuestras manifestaciones lingüísticas. Y que evidentemente también es el esencial instrumento con que los historiadores nos dan cuenta de todos los pormenores de nuestro pasado, del pasado de nuestros ancestros o simplemente del de aquellos que poblaron las ciudades y pasearon por las calles que hoy pisamos.

Es cierto que en el ámbito lingüístico no podemos citar una personalidad de primer nivel como podría ser el caso del coruñés Ramón Menéndez Pidal –de temprana castellanización pero no vinculado a Palencia aunque su yerno Miguel Catalán Sañudo llegase a dar clases en el instituto Jorge Manrique de la capital durante un breve período-, pero cabe alegrarse de que, de una forma u otra, a pesar de no tener Palencia universidad –y eso que los primeros estudios generales, germen de la primera universidad, nacieron precisamente en Palencia bajo los auspicios del obispo Tello Téllez de Meneses-, hasta nuestro entorno hayan llegado los ecos de grandes escuelas (filológicas y lingüísticas), como la de León, con el funcionalismo del asturicense Salvador Gutiérrez Ordóñez, o la de Valladolid con César Hernández Alonso, sin olvidarnos por supuesto de don Emilio Alarcos Llorach, quien, aunque estuvo ligado a la universidad ovetense, vio la luz primera en la Salamanca de Fray Luis y Unamuno y su infancia y juventud transcurrieron en la vecina Valladolid de atmósfera malva y guilleniana. De hecho, Alarcos Llorach tuvo sus vínculos con Palencia, a ella fue dedicada aquel verso que rezaba: “Palencia, quieta, estricta y gnómica al paso lento del río manriqueño”, y un servidor tendría oportunidad de compartir ruta, paseos, charlas distendidas y copas en acogedor ambiente nocherniego con el hijo del maestro Alarcos, esto es, con el profesor-doctor de Filología Clásica Miguel Alarcos Martínez.

Como dije entonces, es verdad que no aparece ligada a Palencia una figura señera y de relumbrón tal como Toledo tenía su Garcilaso, Salamanca al vasco Unamuno, Oviedo al zamorano Leopoldo Alas “Clarín” ni tampoco cabe hablar de un parnaso de exuberante riqueza como el leonés (Antonio Gamoneda, Valentín García Yebra, Salvador Gutiérrez Ordóñez, José María Merino , Luis Mateo Diez, Antonio Colinas, Antonio Pereira, Eugenio de Nora, Elena Santiago, Josefina Aldecoa, Raúl Guerra Garrido, Victoriano Crémer, Julio Llamazares, Juan Carlos Mestre, José Luis Puerto, Margarita Torres, Tomás Sánchez Santiago, Juan Pedro Aparicio Agustín Delgado, Fernández Santos, Antonio González Guerrero, los PaneroJesús Torbado, Andrés Trapiello, etc.). E igualmente, como recordé en aquel momento, tampoco ha tenido o no se ha valido Palencia, humilde y altiva como dice su himno en claro oxímoron coordinado, de un gran autor que proyectara en su escritura la imagen real de un lugar a partir del cual se tornara ya mítico, como el canario Galdós hizo con el Madrid decimonónico, Valle-Inclán con la Galicia milagrera y primitiva e incluso bastarían en el bello y cautivador Romanticismo un par de apasionantes leyendas, como sucede en Bécquer, para que Toledo, Sevilla o la Soria a la que tanto cantó  Machado quedasen reflejadas… ni tampoco cuenta, como Burgos, con una figura mítica como el Cid, cantar de gesta que antaño fue ariete y baluarte del castellanismo o del patriotismo hispánico, aunque ya haya sido muchas veces replanteado desde un materialismo dialéctico (que hundiría sus raíces, en último término, en Hegel) en una lucha entre el caballero que alcanza su ondra por méritos propios frente a los nobles de cuna que se ven relegados ante el auge del prototipo de héroe que por sus hazañas los acaba desplazando. Pueden hacerse tantas interpretaciones como críticos dispuestos a elaborarlas haya. Sin embargo, Palencia, tierra de paso para muchos, sería citada, bien con admiración, bien con distanciamiento, por grandes y célebres literatos como detalla minuciosamente, por ejemplo, César Augusto Ayuso en su obra Palencia en la Literatura a la que, evidentemente, remitimos por su exquisita exhaustividad en cuanto al tema.

palencia
Calle Mayor de Palencia

Son muchas las anécdotas que se conocen, al menos por los no foráneos, como la leyenda de Margarita la Tornera cuya acción sitúa Zorrilla –quien lee unos versos en el entierro de Larra, exponente excelso del Romanticismo y articulista insoslayable de inmortal pluma- en el convento de Las Claras de Palencia, donde, desde hace siglos se venera el Cristo yacente que conoció Unamuno en una de sus frecuentes visitas a Palencia y cuya impresionante imagen dejaría impactado al que fuera rector de la Universidad de Salamanca y uno de los máximos exponentes de la intelectualidad española que le dedicaría un poema no menos impresionante[4] que, posteriormente, el propio don Miguel compensaría con el hermoso y confortante Cristo de Velázquez.

Por su importancia no podemos dejar de reiterar lo que dejó escrito una de las mejores mentes del siglo XX, la del filósofo Ortega y Gasset, quien también se detuvo para hablar de Palencia, incluida la capital, en su libro de viajes De Madrid a Asturias, de todos es conocida su fama de espectador de excepción de la realidad española y, según el filósofo, eran tierras hechas para la vista, para dejar galopar la mirada por la inmensidad de la llanura de la sobrecogedora desnudez de la Tierra de Campos, esa geometría sentimental de la meseta de Ortega, tan distinta a la norteña, llena de ondulaciones, montañas, jugosas y húmedas, hechas para el tacto.

Para comprobar la áurea nómina de ilustres genios surgidos en esta tierra basta echar la mirada hacia atrás y ya en el medievo destacan los Proverbios morales del rabino de Carrión, Sem Tob, aquel que decía: Turable plazer puedo / dezir del buen amigo / lo que me diz entiendo, / e él lo que yo digo. O al también carrionés Íñigo López de Mendoza, el marqués de Santillana, y sus siempre recordadas Serranillas. Destaca sobremanera el linaje de los Manrique de Lara, ya en el Prerrenacimiento, con Gómez Manrique, seguramente nacido en Amusco, y su sobrino, probablemente paredeño, el poéticamente inmortal Jorge Manrique, quien representa la voz del caballero-poeta, una especie de Garcilaso del siglo XV, que combina las facetas de hombre de armas y de letras, como trovador y soldado, que puede maravillar por la profundidad lírica cuando se envuelve en humanas honduras metafísicas dándose además la paradoja de que Jorge Manrique buscó la fama como caballero y acabaría encontrándola especialmente como poeta. Y así ha permanecido íntimamente ligado por siempre como llama inextinguible que no se apaga a sus Coplas a la muerte de su padre, admiradas sin reparos por los grandes autores del Siglo de OroFray Luis, Lope, Quevedo, Gracián, e incluso se dispararían las traducciones a otras lenguas con la efervescencia que supuso la llegada del mágico Romanticismo. Las plumas de mayor relieve escribieron páginas y páginas dedicadas a Jorge Manrique y sus coplas: desde el erudito santanderino Menéndez Pelayo hasta Unamuno, pasando por Azorín, D’Ors, Américo Castro, Salinas, Cernuda… E incluso Jorge Guillén, el poeta más redondo de la Generación del 27 al decir del gran lingüista, gramático, crítico literario y póstumo poeta Emilio Alarcos Llorach, pondría por título al segundo libro de Clamor un verso de ManriqueQue van a dar a la mar, la más célebre metáfora de la vida como río, como ese efímero y asendereado tránsito que es el paso por esta vida terrena, pero no se trata de citar solo las voces de las más reputadas autoridades del mundo humanístico, en realidad, como bien apuntara Casilda Ordóñez Ferrer, todo el mundo se apropiaría de sus frases para ilustrar acontecimientos cotidianos: “cuán presto se va el placer”, “cómo se pasa la vida”, “cualquier tiempo pasado fue mejor”, etc., las hemos podido escuchar en muchas ocasiones en boca de cualquier persona porque la voz del poeta se haría sustancia con la voz del pueblo.

jorge manriqueMás adelante cabría señalar La Silva Palentina, de Alonso Fernández de Madrid, que seguiría la influencia de Erasmo de Rotterdam (humanismo erasmista) o dos siglos más tarde el clérigo nacido en Becerril de Campos, Sebastián Miñano, escritor político y satírico que firmaría con el seudónimo de el pobrecito holgazán y a cuyos escritos recurrirían como fuente de información histórica del siglo XIX Galdós o Baroja. Y ya justamante rematando el siglo decimonónico emerge refulgente la sobresaliente figura del ínclito historiador Modesto Lafuente y Zamalloa, natural de Rabanal de los Caballeros (Palencia), y que da nombre a una amplia y transitada avenida de la capital palentina, agudo observador de la vida política que acabaría adscrito a la Unión Liberal de Leopoldo O’Donell dando muestras de centrismo y equilibro político en sus intervenciones parlamentarias y que en León había sido impulsado por los diputados Juan Antonio del Corral y de Mier –antepasado directo mío vinculado a Sahagún-, Luis de Sosa y Pascual Fernández. Otra personalidad relevante fue Marciano Zurita, un poeta de vocación, converso al Modernismo, que combinaría su faceta periodística en el Diario Palentino que imprimía su padre y posteriormente en Madrid a través de ABC con su profesión de alto funcionario del ministerio de la gobernación destacando en sus poemas los tópicos ya usados por tantos poetas cantando el abandono, miseria, soledad o castillos ruinosos de Castilla, a los que esta debe su nombre.

Lourdes Fernández-Ventura
Lourdes Fernández-Ventura

Habría muchos otros, de Gabino Alejandro Carriedo a Roque Nieto pasando por César Muñoz Arconada, Teófilo Ortega o el boticario-poeta José María Fernández Nieto. O el ingeniero-poeta Paco Vighi que hoy da nombre a una tertulia promovida por el arquitecto y escritor Jesús Mateo Pinilla. Por supuesto que las letras palentinas también han tenido nombres de mujer y ahí está el caso de Sofía Tartilán o de la espléndida crítica literaria, periodista cultural y escritora Lourdes Fernández-Ventura (hija del afamado notario José Fernández Ventura, primo hermano de mi abuela Marina Romero García).

Pero no solo grandes literatos han tenido como referencia Palencia o han surgido de ella, sino que, desde otros muchos campos, han mostrado su vigorosa magistralidad otros tantos. Ahí está el caso del arquitecto Jerónimo Arroyo o el ya citado Jesús Mateo Pinilla, quien además destaca como escritor con su delicioso articulismo costumbrista que lo convierte en un gran cronista de Palencia como Asturias tuvo al llanisco José Ignacio Gracia Noriega o la propia Palencia, años atrás, a Antonio Álamo Salazar, padrino de confirmación de mi madre que fue director de Diario Palentino hasta su trágica muerte en fatídico accidente de tráfico. Precisamente Mateo Pinilla tuvo la generosidad de glosar la genialidad de otro ilustre caballero, profesor y matemático, que a punto estuvo de dejar Palencia para irse a Argentina invitado por su amigo Julio Rey Pastor (el colega de Cajal) en un tiempo en que no había excesivas oportunidades para los hombres de ciencia en suelo patrio, aunque él optó por permanecer en tierras vacceas y no abandonar Palencia. Aunque peque de inmodestia, por lo que me toca de cerca, huelga decir que me estoy refiriendo a mi egregio bisabuelo José del Corral y Herrero, quien, aunque de ascendencia sahagunense y más remotamente lebaniega, fue palentino de nacimiento (más concretamente nacido en Castromocho, donde su tía materna, o sea, la hermana de mi tatarabuela, Candelas Herrero del Corral, otra precursora palentina, fue una de las primeras mujeres alcaldesas de España, y, en este punto, conviene también valorar a aquellos políticos, muchas veces de ámbito local, que, sin recompensa alguna, dedican su tiempo y su esfuerzo en mejorar su tierra, véase el caso de mi gran amigo Roberto Calzada Rojo, jovencísimo y excelente alcalde de San Román de la Cuba [Palencia] pero también persona extraordinaria que promovió cuantas actividades nobles estuvieron en su mano, como torneos de pádel con la Fundación San Cebrián, además de ser un hombre de integridad mayúscula y bondad y generosidad infinitas que, desgraciadamente, nos dejó repentinamente el año pasado con 34 años y apenas un mes después de casarse pero cuya imborrable impronta e indeleble huella permanecerán siempre intactas igual que él sigue de forma constante y perpetua en nuestro más sentido recuerdo y en la memoria de cuantos fuimos íntimos amigos suyos).

Ramón Carande y Thovar
Ramón Carande y Thovar – Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 1985

Y es que Palencia ha sembrado de talento muchos lugares exportando a gentes espléndidas. Con razón decía la santa mística abulense, en su Libro de las Fundaciones, sobre los palentinos: “Toda la gente es de la mejor masa y nobleza que yo he visto (…) es gente virtuosa la de aquel lugar, si yo la he visto en mi vida”. Así, en las ciencias sociales, es imprescindible citar a un reconocido hitoriador que llegaría a ser rector de la universidad hispalense y académico de la Real Academia de la Historia y cuya obra cumbre, ‘Carlos V y sus banqueros’, constituye hoy un hito en la historiografía española por su solvencia como experto en economía y hacienda de aquella época enseñando hasta dónde llegaba la quiebra de las arcas imperiales y sus causas, y que hoy da nombre a un colegio palentino –al que yo tuve oportunidad de asistir-, me estoy refiriendo, obviamente, al erudito Ramón Carande.

Victorio MachoPor supuesto no podemos olvidarnos de nuestros grandes escultores como Alonso Berruguete en el Renacimiento o el contemporáneo Victorio Macho el siglo pasado con su mayor símbolo, el Cristo del Otero[5], ese Cristo esbelto, hierático, de resonancias cubistas y con ciertos aires del arte del Antiguo Egipto, que es uno de los más altos del mundo, y que se erige como columna vertical frente a la horizontalidad de los campos de Castilla, campos cuyas esencias suscitarían, como hemos comentado antes, el interés de las más reputadas plumas.

Al igual que escultores, también en la pintura ha habido artistas de honda repercusión, desde Asterio Mañanós hasta el destacado muralista Eugenio Oliva pasando por el máximo exponente de cubistas paisajes castellanos que fue Juan Manuel Díaz Caneja o nuestro insigne Capel, algunos de cuyos cuadros tengo la fortuna de que luzcan en mi hogar y cuyo espectacular realismo nunca deja indiferente a nadie.

No han faltado tampoco personalidades del mundo de la ciencia, el ya citado matemático y profesor José del Corral y Herrero (y su hijo Agustín del Corral Llamas), pero también médicos de renombre como Salvino Sierra, el villadino Ángel Casas, el generoso Blas Sierra o la primera mujer oftalmóloga que fue Trinidad Arroyo Villaverde.

Si antes nos referimos a las ciencias sociales, no podemos dejar de aludir al ámbito periodístico o de la comunicación, donde ya destacó el ateneísta Ricardo Becerro de Bengoa o el anteriormente mencionado Antonio Álamo Salazar. Y también merecen profunda valoración aquellos que han desarrollado una impecable labor investigadora digna de toda loa, caso del escritor, investigador, fotógrafo e ilustrador (y amigo) Gonzalo Alcalde Crespo, uno de los autores más prolíficos sobre temática palentina. Pero la pléyade de consagrados comunicadores ha continuado hasta hoy con nombres como los de Isaías Lafuente o Ramón Arangüena (cuya hermana, Blanca, fue compañera y amiga de infancia de la madre de quien esto escribe). Tampoco el ámbito cinematográfico ha estado huérfano de figuras palentinas y es que si Sahagún, villa de mis ascentros (al menos desde que llegaron a ella los hijosdalgo de Liébana de que procedo), ha dado actores de inigualable talento como Carmelo Gómez o Javier Bermejo, Palencia también ha dado al panorama patrio actrices como la célebre Elena Anaya o míticos secundarios como Cesáreo Estébanez que, aunque nacido fuera –en pueblo vallisoletano- y residente en cálidas zonas sureñas de nuestro país, creció en la ciudad de Palencia, ciudad a la que también se ligó o vinculó íntimamente, por su primeramente novia y luego esposa, otro conocido actor como Álvaro de Luna.

Trinidad Arroyo Villaverde
Trinidad Arroyo Villaverde

Finalmente, no podemos sino dedicar también espacio a las más relevantes personalidades del mundo deportivo a pesar de que, en ocasiones, se menosprecie este ámbito desde un esnobismo bastante absurdo pues si la cultura es la buena educación del entendimiento (como decía Jacinto Benavente) también hay que reconocer el indudable mérito que subyace en aquellos que desentrañan el juego a que se aplican desarrollando auténticas hazañas en el deporte que practican y es que la vida no es sino educación, cultura y deporte, y, junto a las muy saludables inquietudes intelectuales y culturales, han de erigirse las deportivas que completan y complementan en toda su integridad a aquellas formidables personas que con singular maestría conjugan los conocimientos del acervo cultural de que disponemos y de que somos depositarios con un despliegue de talento en sus correspondientes disciplinas deportivas. No en vano, como dice Antonio Escohotado –probablemente uno de los más insignes eruditos de nuestro tiempo, al menos de los intelectuales aún vivos-, el fútbol es el único ballet que vale la pena.

No han faltado –ni faltan- nombres de origen palentino en el campo de los deportes, sirvan de ejemplo el atleta de Astudillo Óscar Husillos, el piragüista Diego Cosgaya, el baloncestista Adrián Laso, gimnastas como Sara Bayón y así un largo etcétera que podríamos continuar enumerando largamente.

Precisamente aquellos que nos dedicamos o nos hemos dedicado en algún momento de nuestra vida a la docencia tenemos la oportunidad de conocer –y, en ocasiones, confraternizar- con las nuevas generaciones entre las que suele haber bastantes que practican algún deporte: kárate, balonmano, gimnasia rítmica o, muy especialmente, fútbol. En este último caso, en el llamado deporte rey, debo sin duda citar muy especialmente a los hermanos Román Carabaza, Gustavo y Paula Román. Y muy significativamente a esta última por su mérito, capacidad y talento que hacen de ella, de Paulita Román, un auténtico fenómeno del fútbol femenino, de muy prometedor futuro y con unas cualidades, tanto personales como deportivas, que, sumadas a sus múltiples virtudes, la convierten en una extraordinaria figura que merece ser destacada sobremanera por cuanto su sobresaliente destreza y su enorme potencial revelan que estamos ante una futbolista única, magnífica e inigualable, una deportista grandiosa y admirable que con gran precocidad, y desde la más tierna infancia, ha ido dando muestras de un notable talento de que hace gala con gran técnica y un incisivo coraje que le permiten dar siempre lo mejor de sí incluso en las circunstancias más adversas.

Desgraciadamente, al fútbol femenino no se le reconoce como se debiera ni cuenta con la justa valoración que le correspondería y, por consiguiente, dispone de poca atención por cuanto los focos se centran a veces en los aspectos más nimios de sus homólogos varones, pero ello le otorga si cabe mayor mérito puesto que las que acaban destacando, como siempre sucede, lo hacen en virtud de su innegable valía, y no por cuotas u otros inventos de corte mediático de que gustan los adeptos a los golpes de efecto, sino que, una vez más, este ámbito deja de manifiesto que quienes llegan a lo más alto recorren un camino muchas veces difícil y angosto pero sabiendo que la meritoria recompensa lo es siempre por el esfuerzo, las aptitudes y capacidades de jugadoras increíbles que despuntan y descuellan distinguiéndose por sus excelentes facultades y por su absoluto dominio en el terreno de juego.

Paulita Román
La genialidad futbolística y el talento deportivo hacen de Paula Román un auténtico fenómeno de muy prometedor futuro.

Tras destacar también en atletismo o tenis, Paulita Román es hoy referencia indiscutible e insoslayable del panorama futbolístico; su inteligencia, agudeza y perspicacia para entender el esquema de juego e incluso desentrañar y desatascar las situaciones más complejas en los encuentros más difíciles, su fuerza, su coraje y la resistencia de su pétrea fortaleza que guían siempre sus pasos en el terreno de juego, a lo que hay que sumar su facilidad para el gol o para las asistencias que culminan en tantos para su equipo y que revela su enorme y profunda calidad técnica, hacen que brille con luz propia con un estilo personal que despliega en cada partido ofreciendo momentos estelares que hacen las delicias de cualquier amante del buen fútbol. Tras jugar en el San Juanillo, hoy es figura incontestable del CD Parquesol en la segunda división (fútbol femenino) además de ser convocada por la selección de Castilla y León. Paulita Román se caracteriza por saber interpretar en cada momento lo que tiene que hacer, tanto en el dominio de balón como destacando por su elegante eficacia en el juego y creando ocasiones a la menor oportunidad, especialmente cuando el rival da espacios. Cabe augurarle mucho éxito ya que el crecimiento y la maduración, esto es, la experiencia solo pueden redundar positivamente de tal suerte que, si ya es una maravilla verla jugar, asimismo se antoja una referencia ofensiva que aporta muchísimo, tanto en la delantera como sublime ariete como incluso en posiciones a las que está menos habituada, y es que sus goles abren el camino de muchas victorias o culminan con un resultado óptimo por auténticas proezas pues, en cualquier posición, tiene siempre el gol entre ceja y ceja y aprovecha cualquier balón o fabrica ella misma las jugadas como esas arrancadas que terminan con una gran definición realizando fantásticos ataques que dan seguridad al equipo y ofrecen buenas sensaciones en su incisivo juego, en su incansable lucha constante por la victoria en la que se afana con la pertinaz insistencia de las enérgicas batalladoras sabiendo soportar la presión y ejerciéndola también ella con gran solvencia.

A pesar de las dificultades, o de jugar más de extremo que en la mediapunta que sería su demarcación habitual, ella es fiel a esa máxima consistente en la sana ambición de querer más, creciendo y mejorando cada vez más, sabiendo de dónde viene pero también adónde puede llegar, no en vano grandes equipos están interesados en ella, pero siempre permanece centrada en cada partido para dar su mejor versión, incluso a pesar de las duras molestias de sus gemelos que le impiden estar al cien por cien y, sin embargo, pese a los dolores, es capaz de conjurarlos y, con esfuerzo máximo, sacar esa rabia intrépida y ese coraje valeroso como en el partido frente al Atlético en que, a falta de diecisiete minutos, marcó el tanto del empate –con una vaselina tan elegante y sugestiva como vigorosa y eficaz- que permitió a su equipo ser tercero. A todo ese talento deportivo desde luego hay que añadir las innumerables virtudes personales que imprimen carácter a todo lo que hace y al modo en que lo hace pues se trata de una espectacular palentina de personalidad arrolladara capaz de dar lo mejor de sí en todo momento y circunstancia y, por tanto, no podemos por menos que felicitarnos por ello, brindar todo el apoyo y mostrar un inmenso orgullo, el mismo que ella abandera de forma tan formidablemente brillante.

Templo de San Martín de Tours
Templo de San Martín de Tours en Frómista

En definitiva, son muchos los palentinos, hombres y mujeres, que desde muy diferentes ámbitos, de la Cultura a la Ciencia pasando por la Educación o el Deporte, y de toda época y condición, desde los tiempos más remotos hasta los momentos de hogaño en que despuntan con audacia las nuevas generaciones, dan gloria con su talento a la tierra que les vio nacer o a la que, de una forma u otra, se sienten más o menos vinculados y, reiterando lo ya dicho, debemos dejar de manifiesto, más aún en el caso de aquellos que tenemos oportunidad de tratar –como alguno de los últimos casos referenciados-, la gratitud, admiración y, sobre todo, ese orgullo antedicho brindando siempre el apoyo, siendo también soporte y altavoz de quienes por méritos propios merecen el debido reconocimiento por todo cuanto aportan, con su potencial y talento, ya que nos engrandece, nos ennoblece, nos llena de satisfacción y honrar y valorar su labor y esfuerzo es el mínimo gesto que podemos tener, y en muchos casos, se nos antoja un auténtico placer.

Miguel Ángel del Corral


[1] Letra del Himno a Palencia: Dios te salve, Palencia querida / Dios te salve, granero de España / vega y valle, llanura y montaña / forman toda tu tierra de afán / junto al férreo castillo ruinoso / se oye el canto de tus agosteros / mientras surgen al sol los mineros / en las cuencas de Orbó y Santullán. / Eres grande, humilde y altiva, / vencedora del fuerte romano / nombre y prez del solar castellano / cuya historia ilumina tu luz. / Cuna hidalga de genios ilustres / que lograste luchando en Tolosa / alcanzar el laurel victoriosa / añadir al castillo la Cruz / ¡Gloria al pueblo valiente y honrado! / ¡Gloria al pueblo creyente y sufrido! / noble patria donde hemos nacido, / arca de oro, de fe y caridad. / En tus muros se estrella Lancáster, / triunfa de él la mujer Palentina / y al impulso de la estudiantina / se instituye la Universidad / De la Estudiantina la Universidad / De la Estudiantina la Universidad.

[2] DEL CORRAL DOMÍNGUEZ, Miguel Á., “Palencia en la Literatura”, El Universitario, 11 de enero de 2017.

[3] ALARCOS LLORACH, Emilio: Eternidad en vilo: Estudios sobre poesía española contemporánea, editorial Cátedra, Madrid, 2009.

[4] Una de las estrofas del impresionante poema unamuniano dedicado al Cristo de Las Claras de Palencia reza así: ¡Oh Cristo pre-cristiano y post-cristiano! / Cristo todo materia, / Cristo árida carroña recostrada / con cuajarones de la sangre seca; / el cristo de mi pueblo es este Cristo: / carne y sangre hechos tierra, tierra, tierra!

[5] El Cristo del Otero de Victorio Macho a cuyos pies fue enterrado tras instalar su casa y taller en Toledo donde falleció trasladándose sus restos, como era su deseo, para descansar bajo la ermita excavada a los pies de su impactante monumento, en realidad se llama Monumento de Palencia al Sagrado Corazón de Jesús.

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