Las nueve musas

Omar ben Hafsún, el rebelde de Bobastro (I)

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Omar ben Hafsún vio la luz en el año 240 de la Hégira (854 d.C.) en la aldea de Torrecilla, al pie de la sierra del mismo nombre y cerca del castillo de Auta (tal vez la Parauta actual), en la serranía de Ronda.

Omar ben Hafsún

En la alquería familiar habíase establecido su bisabuelo Yaffar, cuando las inmediaciones de la ciudad rondeña se despoblaron a raíz de la sublevación de los bereberes de la zona contra el emir Hixem I, que fue origen de feroz represión en toda la cora.

Pertenecía Yaffar a una antigua familia hispanogoda que contaba entre sus ascendientes al conde Alfonso Arias.

El prestigio del padre de Omar, Hafs —arabización de Alfonso—, la posesión de aquellas tierras y el respeto que infundía a las gentes del lugar, llevaron a éstas a agregar a su nombre la terminación “ún”, que en árabe equivale a título de nobleza. Y Hafs pasó a ser para todos Hafsún. La familia se islamizó con el bisabuelo Yaffar, que fue el converso; eso explica el sobrenombre que se le dio: al-Islamĩ.

Fue Omar ben Hafsún un niño inquieto, osado y desobediente; solamente cuando su tío Al-Motahir le narraba sus prolijos relatos sobre la invasión árabe, las rebeliones muladíes contra los emires, las ejecuciones de mozárabes y las grandes gestas de los antepasados hispanos, la casa quedaba en silencio, el niño era capaz de sosiego y seguía con atención los relatos de la historia pasada. Su tío, que aborrecía a los extranjeros invasores, le refería cómo los grandes señores árabes oprimían y desdeñaban a los andalusíes sin hacer distinción entre musulmanes y cristianos.

La nobleza cristiana fue tenida por los árabes en mayor consideración que la masa musulmana; muchos mozárabes de noble estirpe lograron entrar en el establecimiento palaciego Omeya y hasta contraer matrimonios mixtos con Príncipes de la Sangre árabes, como fue el caso de Sara la Goda, nieta del rey Witiza. Por ello, ese desprecio con que en las primeras décadas trataban los árabes al pueblo andalusí —así musulmán como cristiano—, al que llamaban “vil canalla”, no se debía tanto a cuestiones de raza o a motivos religiosos como a razones de clase. Idéntico menosprecio usaban para con los beréberes, a pesar de la cooperación que estos les prestaron durante la conquista[1]. Pero lo que causaba mayor irritación al pueblo andalusí era su orgullo de clan y su presunción de alcurnia. Los árabes, el emir y sus gobernadores provinciales miraban al pueblo como rebaño que les pertenecía, despojándolo con arbitrarios impuestos; muslimes y cristianos padecían por igual. La mayor parte de las historias que Al-Motahir narraba a su sobrino Omar transcurrían en los inicios del siglo IX cristiano, durante el reinado de Al-Haqem I, tiempos duros y emir cruel.

Algunos de los emires omeyas mostraron rasgos de crueldad, sobre todo si se trataba de cortar de raíz cualquier amago de conjura o subversión, pero también los hubo que perdonaron los impuestos en años de sequía y hambruna o que protegieron las Artes y las Letras. Otros fueron tolerantes con las diferencias étnicas y religiosas, sobre todo los de las últimas generaciones y varios de los califas, que portaban ya en sus venas más sangre hispana que árabe, que protagonizaron reinados con sus luces y sus sombras, y que, a pesar de esas sombras, llegaron a ser amados por su pueblo. Pero Al-Haqem I fue la peor calamidad que pudo sobrevenirle a la nación hispana.

Poco a poco, el tío fue cultivando el sentimiento nacionalista de su sobrino Omar, y este fue haciéndose cada vez más consciente de su pertenencia a un pueblo que era sojuzgado por un invasor extranjero. Los años pasaron, y Omar, aquel niño inquieto y travieso, convirtiose en un joven indómito e impetuoso. Su rebeldía frente al trato que los árabes les prodigaban hizo de él un mozo altanero y orgulloso, que no toleraba desplantes y, menos aún, humillaciones. El desaire de menor fuste era estimado por él como el más serio agravio y hacíale montar en cólera: una palabra, una mirada, una sonrisa irónica… Volvióse agresivo y pendenciero, y en más de una ocasión fue llevado a su hogar bañado en sangre. Era para sus cuitados padres causa de amargos sinsabores.

Se rodeó, más que de un grupo de amigos, de una caterva de incondicionales que formaron a sus órdenes lo más parecido a una cuadrilla de bandoleros; aterrorizaban al vecindario y a las poblaciones del entorno, provocaban alborotos y ocasionaban destrozos. Tenía el carácter turbulento y arrogante de un bandido, y Hafsún, su padre, temía que llegaría el día en que pusieran precio a su cabeza. En efecto, Omar ben Hafsún no se sometía a disciplina impuesta por nadie; pero quienes bien lo conocían confiaban en que, si se le procurara una “causa” a la que valiera la pena servir, él se impondría su propia disciplina. Si aquellas energías malgastadas y aquel derroche de temperamento indomable se encauzaran en pro de un anhelo que le entusiasmara, podría llegar a convertirse en un gran caudillo.

Bobastro
Iglesia rupestre y ruinas de Bobastro

Pero lo que Hafsún temía llegó: en una de aquellas algaras, Omar mató a un vecino que se atrevió a defenderse y a proteger sus bienes. Corría el año 874 d.C. y el joven aún no había cumplido los veinte años. Reinaba por entonces el emir Mohamed I, bien distinto de su llorado padre Abd al-Rahmãn II. El atribulado Hafsún instó al hijo a que se refugiara en la montaña de Bobastro —recóndito y escarpado paraje en el noreste de la serranía de Ronda y cercano a Ardales— para librarse de la justicia, que no tardaría en llamar a su puerta. A cuatro leguas de Antequera y a siete de Ronda, entre agrestes y erizadas sierras y rodeado de barrancos y torrenteras, se alza el imponente monte de Bobastro. Se ve coronado por inmensa mole berroqueña de aguzados peñascos y flanqueado en la pared que mira hacia Antequera y Archidona por un arredrante tajo suspendido sobre el río Guadalhorce. Por la ladera asciende una única y angosta senda que se empina y serpentea entre arbustos y roquedales, y que, según gana en altura, se hace más y más intrincada. La aspereza de aquellas sierras es tanta que ni aun la gente de a pie osa aventurarse en sus guájaras y fragosidades; únicamente el buen conocedor del terreno logra ascender a caballo.

En la cima de esa enorme atalaya natural, como nido de águilas, se extiende una planicie cubierta de ruinas y cercada por formidables lienzos de muralla; se trata de la antigua ciudad romana de Bobaxter, con su castro y, en la zona más elevada, los restos de un castillo. Desde aquella altura se domina todo el entorno: por el Norte, la extensa campiña que llega hasta Córdoba; hacia el Este, se tiende la vista sobre el pintoresco Torcal de Antequera y la sierra de Abdalajís; hacia el Oeste, la serranía de Ronda; y hacia el Sur, sobre la comarca de la Rayya, la vista en días claros alcanza hasta el mar. Pero si desde las almenas de la fortaleza se mira hacia el fondo del profundo tajo que queda a sus pies, hundimos la mirada en las rumorosas y espumeantes aguas del río.

Recreación de Bobastro
Recreación de Bobastro – dominios de ben Hafsún

Este fue el refugio de Omar ben Hafsún. Con sus secuaces se enriscó en aquel abrupto monte y, escondidos en los bosques espesos, pasaron algún tiempo en soledad como hambrientos lobos, alimentándose de la caza y frutos silvestres. Hasta que la necesidad y la tediosa ociosidad les llevaron a emprender de nuevo sus habituales correrías. Pero algo estaba cambiando en la elección de sus víctimas, pues ordenó Omar a los suyos que no atacasen al-munyas ni aldeas de mozárabes y muladíes, que evitasen dañar las propiedades de las familias modestas y que sus saqueos se limitasen a las haciendas de los arrogantes árabes. Día tras día, caían inexorables sobre sus objetivos; la sorpresa, su mejor aliada, aseguraba el éxito de sus asaltos, y el temor que sus incursiones infundían entre los árabes del entorno despobló los alrededores.

Omar proseguía con sus escaramuzas, pero no se privaba de aparecer en público cuando le venía en gana. Se aventuraba por fiestas populares y zocos, ocultándose tras los más inocentes disfraces. Y aunque estos hechos eran conocidos por los soldados del walĩ[2], el rebelde proscrito los burlaba y se escabullía ante sus mismas narices.

En todas las coras de al-Ándalus brotaban por entonces chispas de rebelión similares a la de Omar: en el norte peninsular, los Beni-Qasi, en el occidente, ben Merwãn al-Yilliqĩ, los insurrectos toledanos…, todos ellos iban alcanzando verdadera autonomía y negando su obediencia a Córdoba; pese al empeño, valentía y pericia que para evitarlo prodigaba el príncipe heredero, Almondhir, no logró avasallarlos.

No tardó en verse Omar de nuevo en el punto de mira de la justicia. De todos era sabido que el hijo del walĩ salía en invierno a cazar en un bello paraje de las fuentes del río Guadalhorce todos los días al romper albores, acompañado por un puñado de amigos y escasa escolta. Un día, el rebelde ben Hafsún y sus secuaces los aguardaron allí, emboscados, pero se batieron los asaltados tan bravamente que Omar no pudo capturar a su joven objetivo, resultando muerto sin embargo uno de los escoltas. Este suceso, siendo el rebelde muladí reincidente, supuso la imposición por parte del qadí de condena a la horca y, como vivía huido, el walĩ puso precio a su cabeza.

Omar determinó poner tierra y mar por medio, huir a África, hasta que con el correr del tiempo todo se olvidara. Se refugió en la población de Tahart, a cuatro jornadas de Tremecén, en el taller de un alfayate[3] judío de Ronda que era amigo de su tío Al-Motahir y que le dio techo y trabajo. Allí permaneció cerca de un año, hasta que un anciano augur le anunció que con su espada conquistaría un reino, y resolvió retornar a al-Ándalus. El tío aguardaba su regreso para encomendarle el caudillaje de la “causa” andalusí contra el emir omeya y los árabes. Era menester un adalid capaz de aunar las voluntades discordes de las diversas facciones, y Al-Motahir estaba convencido de que Alá había destinado a su sobrino para aquella gesta, tanto que empleó todos sus bienes en financiar la anhelada empresa. Espoleado una vez más por su tío, Omar aceptó y volvió a elegir Bobastro como su cuartel general. Al-Motahir reclutó gran copia de voluntarios por villas y castillos de las cercanías de Torrecilla, Auta y Ronda; él tenía gran influencia en buena parte de la comarca de la Rayya, porque los alcaides, caudillos y señores eran casi todos amigos y afines a los Beni-Hafsún.

Así se les unió gran número de hombres que aspiraban a ser miembros de aquella cuadrilla. Poco a poco, fueron viniendo muchedumbres sin cuento, todos voluntarios, pobres todos de armas y vestidos. Las primeras compañías que se formaron fueron de gente allegadiza y montaraz. Mas, cuando corrió la voz de que lo que se procuraba formar era un ejército en pro de la causa nacional, acudieron también otro tipo de gentes interesadas en aquella rebelión: no pocos adalides muladíes y numerosos mozárabes. El alzamiento de Omar iba adquiriendo un carácter más honroso. El capitán de bandoleros iba trocándose en caudillo de un partido y una nación. En sus proclamas, Omar ben Hafsún lo dejaba claro: “Nuestros adversarios son las tropas del walĩ y sus cómplices árabes. Hay que hacer entender al Emir que él mismo es el centro de nuestras miras. Hemos de expulsar a los invasores al otro lado del mar y para ello precisamos poseer ciudades, fortalezas, ejército, y yo autoridad de rey, en vez de apariencia de salteadores y cavernas de bandidos”.

Y, por si no hubiera quedado claro, prohibió los asaltos en aldeas y caseríos, los atracos a viajeros en descampado, y ordenó que no robasen despojos sino en el campo de batalla. En la persona de Omar surgió de este modo un magno caudillo, de la casta de los grandes guerrilleros hispanos, sagaz, infatigable y capaz de extraer todas sus ventajas a la estructura abrupta del país y a la psicología de sus pobladores[4]. Su primera acción alcanzó enorme resonancia porque atacó al ejército del walĩ tras cerrarle el paso en los vecinos desfiladeros; en raudo y osado combate, venció, desbarató e hizo huir las huestes reales, que abandonaron en su fuga cuantioso botín, entre el que se contaba la rica jaima del walĩ;  aquel escarnio llevó al emir a destituir al inepto gobernador.

Este afortunado acontecimiento aportó nuevos bríos a Omar y, al mismo tiempo, seguían produciéndose continuas adhesiones al movimiento rebelde. En una dilatada área ya lo tenían por su señor; en los alminares de las mezquitas de plazas leales a Omar se le aclamaba y en la oración de los viernes había imanes que oraban por él y no por el emir. No obstante, las tropas emirales no se atrevían a buscar el enfrentamiento franco, porque los rebeldes, habituados a la lucha sin cuartel en el corazón de aquella agreste naturaleza, eran más indomables de lo que cabía esperarse. Si bien en campo abierto no podían aspirar a competir con las disciplinadas tropas regulares, por veredas escabrosas y entre los agudos riscos de sus montañas, su destreza y conocimiento del terreno, junto a sus ingeniosas tretas, los dotaban de enorme superioridad sobre los ejércitos omeyas.

Pero el emir Mohamed necesitaba vengar tanta afrenta y mandó un gran ejército hasta Bobastro con orden de atacar la aldea donde, a los pies del monte, habitaban la mayor parte de los familiares de los rebeldes encastillados en sus alturas. Esta acción obligó a Omar y a sus hombres a bajar de su inexpugnable nido de águilas en defensa de la aldea. Al fondo de la vaguada fueron rodeados por innumerables fuerzas regulares, que aparecieron simultáneamente tras los montes que constituían el cinturón defensivo de Bobastro, hasta que los forzaron a rendirse. Los civiles quedaron sujetos al pago de tributo, mientras las tropas vencedoras prometían al insurrecto y a sus hombres que, si rendían las espadas al emir, no solo salvarían las vidas, sino que serían acogidos con honra en su ejército, Omar ben Hafsún sería investido como oficial de la guardia real en Córdoba y la cuenta que tenían pendiente se pondría a cero. Al mismo tiempo que ellos llegaban a la capital, también lo hacía la noticia de ciertos movimientos del rey de León y de sus aliados Beni-Qasi por las marcas fronterizas del norte.

Uniéronse al ejercito real para emprender campaña contra el rey cristiano y sus huestes, venciéndolos en el desfiladero de Pancorvo (Burgos, 883 d.C.), batalla en la que Omar se lució en alardes de valor. Cuando regresó el ejército victorioso a Córdoba, recibió el Emir a todos aquellos que más habíanse distinguido en la campaña. El visir, Haxim, ganado definitivamente por las gestas realizadas por el rebelde muladí, lo encomió ante todos, refiriendo a Mohamed I sus proezas, y el emir lo gratificó con vestidos preciosos, armas y caballos.

Mas, poco después, la estancia en Córdoba se les trocaba en ingrata y volvieron a soportar mortificaciones y tratos vejatorios de oficiales, nobles árabes y cortesanos que ahora, además, envidiaban la admiración que el joven rebelde había sabido ganarse y las distinciones que el emir y su haŷĩb le prodigaran[5]. Un amanecer abandonó con todos sus hombres la capital sin despedirse de nadie y regresó al rafal de su tío —a Bobastro no pudo por hallarse en poder de una guarnición omeya—. Bastó correr la voz del retorno de Omar ben Hafsún por los alrededores para que innumerables gentes acudieran a ponerse a sus órdenes. Al punto viose al mando de un ejército que no tenía nada que envidiar a aquel que hubo de disgregarse un año atrás.

Y su primera misión no podía ser otra que recuperar Bobastro; merced a su cabal conocimiento del lugar, cayeron por sorpresa, silenciaron a los vigías y sometieron tan cautamente a la tropa que, cuando Omar irrumpió en los aposentos del alcaide, al-Tachubĩ, hallábase éste tan desprevenido que solo tuvo tiempo de saltar por la ventana en prendas íntimas, abandonando tras de sí a una bella y aterrada acompañante, a la que llamaron al-Tachubia y quien, con el tiempo, llegó a dar hijos a Omar.

Expulsada la guarnición del Emir, algunos de sus integrantes se les unieron. Desde aquel día comenzó a recuperar el tiempo perdido: al mando de sus huestes tomó la fortaleza de Auta y, tras confiarla a la guarnición que requería, aquella misma mañana se dirigieron rumbo a Mijas, cuya población mozárabe todavía superaba a la musulmana y donde no fue menester contienda alguna, ya que era aguardado por la mayoría de sus habitantes. Fue recibido en la puebla y en la fortaleza con mucha honra y, luego, enardeció a los concurrentes con su apasionada defensa de la “causa” nacional[6]. Cuando los rebeldes partieron de allí, gran número de voluntarios habíase alistado en su hueste. Así, con su ejército muy engrosado, enfilaron el derrotero de Comares, donde, como en cada nueva plaza integrada en su alianza, hizo público su manifiesto:

“Demasiado ha que sufrís el yugo a que os someten estos emires, que os despojan y os abruman con abusivos tributos. ¿Por qué os dejáis pisar por los extranjeros, que os humillan y os miran como esclavos? Yo me he alzado contra los tiranos sin otra ambición que la de redimiros de esta servidumbre. ¿A quién, sino a los árabes, hemos de achacar las desventuras que padecemos? Os ofrezco a vosotros, muladíes, protección contra la arrogancia y demasía del musulmán extranjero, y a vosotros, mozárabes y agemíes, amparar vuestras propiedades y derechos frente a los señores de la tierra; brindaremos cobijo bajo nuestras banderas a todos los agraviados y perseguidos. A nadie obligo a abrazar nuestra “causa” ni aspiro a ser rey; no es la ambición la que me impulsa a hablaros así, que no tengo otra que la de ser valedor de cuantos se acojan a mi castillo y a mis tierras, pobladas por gentes de diferentes razas y credos, deseen gozar bajo mi mando de una ley igual con todos y aspiren a la paz que no gozamos bajo el imperio de los omeyas”.

 En cada anexión, Omar se giraba hacia la encina u olivo más cercano y, tras desenvainar, hendía por tres veces con su espada el rugoso tronco, señal de posesión de la tierra en la tradición goda. Para protección de Bobastro, necesitaba impedir el acceso aún más por Norte, Este y Oeste, por lo que erizó de atalayas las altas cumbres que lo circundaban, oteando hasta los confines de las coras de Sevilla, Algeciras, Elbira, Jaén y Campiña de Córdoba. Unió a su innato olfato militar una particular visión de práctico arquitecto y trocó el monte de Bobastro y otros vecinos en inexpugnables plazas fuertes.

Omar ben Hafsun En el inicio de la primavera del año 885 ya había logrado cerrar el primer círculo defensivo en torno a Bobastro con las conquistas de los castillos de Teba, Ardales, Turón y Álora. Durante el estío, fueron cayendo en su poder otros muchos: Tolox, Casarabonela, Cañete, Ojén, Benamejí, Cámara y Dos Amantes, junto a Archidona. Por el sur, sus dominios incluyeron la Sierra de Mijas y montes de Málaga; acaecimiento éste de vital alcance, ya que permitía controlar desde sus alturas la costa mediterránea, a la que, pronto, habrían de llegarle auxilios y refuerzos norteafricanos.

En enero de 886, Omar ben Hafsún dirigió a sus huestes hacia Archidona, capital de la cora de Rayya, y se enfrentó a las tropas del walí, escalando la fortaleza de la que expulsaron a las tropas reales con gran mortandad. Decisivo vino a ser el apoyo de buena parte de la población de Archidona, tanto muladíes como mozárabes, que actuaron como quinta columna de los insurgentes. Mas, en la toma del castillo, Omar resultó gravemente herido en el hombro izquierdo, por lo que quedó manco para siempre. Apenas sanadas sus heridas, resolvió el rebelde muladí proporcionar mayor seguridad a Archidona con la toma de Loja y otras plazas aledañas, como Zagra, Huétor, Iznájar, Zafarraya, Vélez y Alhama. Fortificó todos sus castillos y engrandeció mucho el de la Peña, de Mijas; mandó construir cerca de él una hermosa mezquita, a la que aún hoy llaman“mezquita de Omar”.

Cuando no se hallaba en campaña, Omar ben Hafsún impartía justicia personalmente y, durante sus ausencias, la administraba un qadí siguiendo sus pautas. Daba igual crédito a la palabra de una mujer, un hombre o un niño. La ley era igual para todos y castigaba al culpable, fuese quien fuese, aunque se tratase de su familiar más querido. Con el sostén de gran número de alguaciles, el mismo orden que reinaba en la ciudad se adueñaba también de campos y caminos. Decíase que era tal la seguridad dentro de sus dominios que una mujer, cargada con su oro y sus bienes, podía viajar sola de un extremo a otro de su cora sin sufrir percance alguno[7]. Galardonaba a sus hombres con esplendidez y honraba el valor de los adversarios, tratándolos con indulgencia y devolviendo la libertad a los que más valerosamente habíanse batido. Comenzaba a ser respetado, al tiempo que temido, hasta por sus propios enemigos.

Convertido así en el adalid de la avasallada nación hispana, llegó a hacerse digno de tan alto ideal. Supo despojarse de sus antiguos defectos; abandonó su proceder arrogante, fabulador y pendenciero, para verse al pronto adornado de altas prendas, así humanas como militares, debido al nivel de exigencia que habíase impuesto.

En el verano de 886, Omar se permitió una de sus provocadoras bromas y se apoderó de la ciudad de Ronda en las mismas barbas del príncipe Almondhir. Este, fingiendo ignorar tanta insolencia y fiel a sus miras, prosiguió hasta las puertas de Alhama y puso recio cerco a la ciudad, aunque pronto viose obligado a levantar el sitio. A cinco días por andar de la luna de Safar del año 273 (4 de Agosto de 886), llegó la noticia a Alhama de la muerte del emir Mohamed I. Al punto, el príncipe ordenó levantar el campo y regresó con su ejército a la capital del reino. Al día siguiente de la llegada del heredero a Córdoba, fue el solemne entierro del difunto emir y, tras él, se procedió a la jura del nuevo soberano, Almondhir I.

RondaBuscaba Omar, entretanto, contacto y alianzas con los rebeldes de otras coras, como al-Yilliqqĩ de Mérida y, logrado este objetivo, dirigió luego sus miras hacia el norte, adueñándose de la población de Priego y apresando a su alcaide, mientras sus partidarios extendían las algaras por tierras de Jaén, donde tomaron Alcaudete. Selló alianzas con los señores de Luque y Linares, poseedores de villas y castillos, ambos con idéntico ideal e intereses comunes a los del insumiso de Bobastro. El verano de 886 veía discurrir sus últimos días cuando, hallándose Omar en Iznájar, acercose por allí una comisión que representaba a los habitantes de Cabra para proponer al caudillo rebelde la defensa de su ciudad. Accedió Omar, y Cabra pasó a formar parte de sus dominios.

Entretanto, Haxim, el visir del anterior emir, era descabezado en el patio del palacio de al-Ruzãfa por orden de Almondhir[8], en pena a su desacato y corrupción.

En 887 las villas de Zuheros y Baena vinieron a manos de Omar aunque, durante la conquista de esta, resultó herido de gravedad en el rostro, hendida su nariz y cegado uno de sus ojos. Repuesto ya aquel verano, tras un asedio frustrado de Bobastro por parte del emir en persona, este fue burlado por Omar que fingió rendirle la plaza únicamente por apropiarse de las cien mulas que Almondhir le cedía para que realizara su mudanza a Córdoba. Quiso el emir vengar la afrenta volviendo al año siguiente y sin quitarse la coraza hasta que el insurgente cayera en sus manos. Comenzó el cerco en junio de 888, pero Almondhir  murió durante el asedio de Bobastro entre sospechas de haber sido envenenado por su hermano Abdallãh, el día 29 de la luna de Safar del año 275 (13 de Julio de 888 d.C.); había reinado un año y 11 meses. Abdallãh, el fratricida, fue jurado emir en el mismo campamento y poco después en Córdoba.

Pronto el rebelde puso a prueba al despreciable Abdallãh y a primeros de agosto se internó en la cora de Sevilla. En un solo día, Omar ben Hafsún lograba la opulenta ciudad de Osuna, al siguiente, Estepa corría idéntica suerte, mientras los ciudadanos de Écija le abrían de buen grado las puertas de su ciudad. La posesión de esta plaza vino a ser acontecimiento de enorme alcance, ya que acercaba sus dominios hasta poco más de ocho leguas de Córdoba. La amenaza era ya inquietante para Abdallãh.

Por esos días llegaron a Écija cartas dirigidas a Omar, proponiendo alianzas en nombre de los caudillos muladíes de Montemayor y de Gibraleón, que, en la cora de Huelva, se habían alzado en armas contra Córdoba. Pactó con ellos, así como con el señor de Faro, al sur de al-Garb. El emir sentía ya el aliento del rebelde en la nuca. Alentado con estos logros, luego se apoderó Omar de Jódar y de los demás castillos que se alzaban entre el norte de la cora de Elbira y el sur de la de Jaén; dejó en ellos nuevos alcaides y guarniciones, y determinó proseguir campaña hacia el norte. Adueñose de Riópar y de sus ricas minas de azófar o cobre amarillo, así como del castillo de Montizón y plazas limítrofes. Vadeó el río Montiel y se apropió de al-Mahallat al-Gudur[9], campeó los entornos de Calatrava, estragando sus tierras, tomó Caracuel y Almuradiel, regresando después triunfante a Bobastro.

Castillo de JódarEl Emir Abdallãh veía acrecentarse los dominios de Omar a costa de los suyos sin mover un dedo. Príncipe poltrón donde los hubiera, no solía alterar la placidez de su vida cortesana por más que viera desmoronarse su reino[10]. No se le había vuelto a ver salir de campaña y ni siquiera a cabalgar, no sólo porque entre sus inclinaciones no se hallaba tal ejercicio, sino además porque intuía que los cordobeses se partían de risa ante la triste estampa que les brindaba a caballo. Entre los muladíes y mozárabes de Córdoba había ido creciendo el número de partidarios de Aben Hafsún a medida que aumentaban sus conquistas y se engrandecía su leyenda. El conde visigodo Servando, que siempre había actuado como fiel lacayo del emir omeya y fustigador de los cordobeses, se encastilló a siete leguas al sur de Córdoba, en la fortaleza de Poley (Aguilar), después de arrebatársela al emir y, desde esta plaza, envió carta de adhesión a Omar, justo al percatarse de que el soberano estaba perdiendo la partida.

Aceptó el muladí esta alianza pese a todo, sabedor de que con la pérdida de la citada plaza las posesiones de Abdallãh se limitaban ya a la capital de al-Ándalus y su alfoz más inmediato. Soplaban propicios vientos para lograr su anhelo y estaba resuelto a aprovecharlos para hacerse también con Córdoba a no mucho tardar. Discurrían los postreros días del año cristiano de 890 y el poder de Omar era ya enorme; entre conquistas, alianzas y adhesiones, sus dominios abarcaban todo el sur de al-Ándalus, desde el gran cabo del Algarbe (al-Garb) hasta la desembocadura del río Andarax, en el Mediterráneo, y, por el Norte, su influencia alcanzaba hasta el campo de Calatrava. Tan cierto que ya todo se le había sometido que ni Abdallãh se cuidaba de nombrar walíes para sus capitales de provincias. Por entonces, en puntos distantes de la península se alzaban voces que pretendían nombrar rey al adalid rebelde.

No osaba él considerar tal empeño mientras no lograse adueñarse de la capital omeya. Córdoba mostraba aires de ciudad fronteriza que podía ser atacada en cualquier momento. Por las noches, los rebeldes de Aben Hafsún llegaban en sus razzias hasta los arrabales de la capital, saqueaban, alteraban el sueño de los vecinos y se retiraban después de su fugaz rebato. La situación originaba otros males que se gestan cuando se barruntan guerras y calamidades: el pan se encareció hasta límites intolerables, muchos productos de primera necesidad comenzaron a escasear o desaparecieron, el Erario se hallaba vacío y el ejército mal pagado. Y era al Emir, a su flaqueza y ociosidad, a quien se achacaban todos los males. En calles y palacios, en zocos y mezquitas, se predecía el hundimiento de la dinastía Omeya y la conquista de la ciudad. Había sonado la hora de dar el asalto definitivo a Córdoba.

Omar ben Hafsún había resuelto instalar su cuartel general en Écija y fortificar bien el castillo de Poley (Aguilar), plaza que, debido a su proximidad a la capital, tenía destinada a desempeñar decisivo papel en su conquista. Entre tanto, Abdallãh, viendo las arcas del Tesoro vacías, comprendió que si proseguía en la indolencia disiparía el patrimonio que le legaron sus mayores y perdería el reino.

El rebelde muladí había convertido Córdoba en la cárcel dorada del emir. Omar era su carcelero. En todas las mezquitas de sus dominios se oraba por él en la ŷutba de los viernes. Solo le faltaba el nombre de “rey”.

(Cabecera: retrato de Omar ben Hafsún por Azahara Herrero)

El Halcón de Bobastro
  • Panadero, Carmen (Autor)
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[1]“Cristianos, Moros y Judíos“, de Américo Castro.- Edit. Crítica, 1984.

[2]Walĩ, gobernador. Cora (kura), provincia.

[3] – Alfayate significa “sastre” en árabe.

[4] – “El Halcón de Bobastro“, novela histórica de Carmen Panadero.

[5]Historia de la Dominación de los Árabes en España.“, de Reinhart P. Dozy. Haŷĩb, Gran Visir, primer ministro en un gobierno musulmán.

[6]“Consideraciones sobre Omar ben Hafsún” de Antonio Sánchez Urbaneja. También Levi-Provençal.

[7]Cristianos, musulmanes y judíos en la España medieval. De la aceptación al rechazo“, de J. Valdeón, J. Vallbé, MªJ. Viguera, A. Blasco, M.A. Ladero, L. Suárez, A. Alcalá.- Edit. Ámbito, 2004.

[8]“Historia de la Dominación de los Árabes en España…”, de José Antonio Conde.

[9] – Lagunas de Ruidera (Ciudad Real). Castillo de Montizón en Villamanrique (Ciudad Real).

[10] – “El Halcón de Bobastro“, novela histórica de Carmen Panadero.

Omar ben Hafsún, el rebelde de Bobastro (II)

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Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado nació en Córdoba (España). Estudió Profesorado de Educación General Básica (Magisterio, Escuela Normal de Ciudad Real, 1971) y ejerció la enseñanza. Ingresó en la Facultad de Bellas Artes, Universidad Complutense de Madrid, 1985.

Ganadora del XV Premio de novela corta "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo (2017).

Medalla de oro 2018 a la investigación histórica (del Círculo Intercultural Hispanoárabe).

Pintora con sólida experiencia, estilo personal en la línea constructivista figurativa. 24 exposiciones individuales, 25 colectivas y 3 premios conseguidos. Con obra en museos y colecciones públicas y privadas de España, Alemania, Portugal, Estados Unidos y Reino Unido. Representada con obra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).

Novela histórica:
— “La Cruz y la Media Luna”. Publicada por Editorial VíaMagna (2008). 2ª edición en bolsillo bajo el título de “La Fortaleza de Alarcos” (2009). Reeditada como libro eléctronico “La Cruz y la Media Luna” por la Editorial Leer-e, Pamplona, abril, 2012, y en papel por CreateSpace (Amazon) en mayo de 2015.
— “ El Collar de Aljófar”. Editada por Leer-e (Pamplona) en soportes papel y electrónico, mayo, 2014.
—“El Halcón de Bobastro”, editada en Amazon en soportes electrónico y papel (CreateSpace) en agosto de 2015.
— “La Estirpe del Arrabal”, editada por Carena Books (Valencia) en 2015.
Ensayo:
— "Los Andaluces fundadores del Emirato de Creta" (ensayo de investigación histórica). Editado en Amazon en soporte digital en julio de 2014 y en papel (CreateSpace) en mayo de 2015.

Novelas de misterio y terror (novela fantástica):
— “La Horca y el Péndulo” (XV Premio de narrativa "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo), 1ª Edición en marzo de 2017 por Ayuntamiento de Toledo. - 2ª edición en mayo de 2017 por Impresion QR 5 Printer, S.L. (Ciudad Real).
— “Encrucijada”. Inédita.
— "Maleficio Fatal". Inédita.

Parodia de Novela Histórica:
— "Iberia Histérica" (novela corta en clave de humor). Editada en soporte digital en Amazon y en papel en CreateSpace en mayo de 2018.

Autora también de relatos históricos y Cuentos de literatura infantil.
Colabora con artículos en diversas revistas culturales. (Tanto en papel como en webs digitales): Fons Mellaria (F.O.Córdoba), Letras arte (Argentina), Arabistas por el mundo (digital), "Arte, Literatura, Arqueología e Historia" (Diputación de Córdoba), Revista Cultural Digital "Las Nueve Musas" (Oviedo).

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