Es casi obligado en una columna de ópera dedicar un artículo a la vida y desaparición de una diva de la talla de Montserrat Caballé.
Seas su seguidor o no, te guste más o menos, no se pude dejar de admitir que hemos perdido a una gran estrella del firmamento operístico y quizá el hecho de admirarla realmente sin idealizaciones, plantea la posibilidad de ver la verdadera artista que representa una manera de cantar y una manera de ser cantante de ópera.
Hay muchos desatinos en los posts de las redes y en la prensa misma a partir de su muerte. Poner como punto culminante de su carrera haber cantado con Freddy Mercury o decir que hay sopranos herederas de su técnica vocal o de su manera de cantar, son solo dos de los grandes errores que pueden leerse en la prensa de nuestros días junto a aportaciones personales y profesionales de inigualable valía.
Según Fromm el amor idealizado es el menos cercano al amor real. Idealizar es hacer que alguien cumpla con un ideal predeterminado en la imaginación de un ser humano, no ver en realidad a la persona que tenemos como objeto amoroso.
De la misma manera que no se puede hablar de la Caballé sin recordar sus maravillosas dotes vocales, no es fácil olvidar sus escandalosos problemas con la Hacienda pública, tampoco el halo de manipulación que rodeaba su relación con en el Liceo durante los años 70 y 80 del siglo XX, lo que dará pie a que en la revista Ópera Actual de 1992, se hagan un artículo sobre el poder del Clan Caballé (formado por Carles Caballé, hermano de la diva y ella misma) desde la época de la empresa Pàmias hasta la constitución del Consorcio y se dan datos muy concretos que afectaron incluso a cantantes imprescindibles de la ópera española de esos años:
Carles Caballé acaparaba cerca del 70% de la contratación de Liceu cuando Lluís Portabella es nombrado Gerente administrativo del Consorcio. La situación, casi de monopolio, hace que los cachets de los cantantes se disparen y que superen por mucho las cotizaciones internacionales. También el repertorio del Liceo se resiente con esta situación […] una voz anónima lo resume muy esquemáticamente: “No querían ninguna competencia”. Por lo tanto en el Liceo, durante años, son apartados de escena todos aquellos cantantes que pudieran hacer sombra al dúo Caballé-Carreras. Además de Aragall, el que seguramente salió más perjudicado es Alfredo Kraus. Esta es la razón principal del antagonismo existente entre Plácido Domingo y Montserrat Caballé, que tiene su origen en las tensiones surgidas durante su actuación en Il vespri siciliani, donde Montserrat Caballé había tapado al tenor.[1]
El segundo número de la naciente revista Opera Actual, correspondiente a los meses de enero-marzo de 1992, publica un dossier dedicado al clan Caballé y a todas sus formas de actuación tanto en los asuntos de cobros como en cuanto al bloqueo a otros cantantes o de su conflictiva relación con otras estrellas de la ópera. Un artículo del mismo año en el periódico El Mundo denuncia el conflicto con la otra gran diva catalana Victoria de los Ángeles y al parecer la participación de las dos junto a Alfredo Kraus en la inauguración de las Olimpiadas de Barcelona es la base de un conflicto que mermará para siempre la figura de este clan artístico catalán.
Montserrat Caballé, como respuesta, declaró al periódico El País el 2 de agosto de ese año, desde Roma: “No es mi problema si a una familia muy unida alguna gente le da el nombre de clan. El éxito no se obtiene por las influencias que se tengan, sino por lo que se vale, y yo nunca he impuesto un colega a un teatro. Quienes acusan de esto al clan deben aportar pruebas. Decir, cualquiera puede decir lo que quiera, pero lo que se dice hay que probarlo.” Pero es claro que la mancha negra en su prestigio se quedó ahí, porque a pesar de que es muy difícil probarlo también es muy difícil desmentirlo.
Si unimos esto al hecho de que ella era la representante de una manera de ser Diva que implicaba caprichos, imposiciones, desobediencia a los directores, centrar la actividad de la puesta en escena alrededor suyo y no integrarse en un tipo de trabajo colectivo, el no retirarse a tiempo antes de ver sus capacidades mermadas y un largo etcétera, lo que tenemos es una imagen muy poco favorable.
Pero entonces ¿Por qué podemos admirarla?
Christina Scheppelmann sale antes de la función de I Puritani de Bellini a dedicarle la representación en el Liceo, su teatro, y a anunciar un minuto de su voz cantando el aria “Casta Diva…” de Norma, uno de los papeles más significativos de su carrera. Al terminar ese minuto de esa interpretación extraordinaria haciendo una plegaria a una diosa ficticia que parece más real en su voz que cualquier otra idea divina, se sentía ese embrujo que solo puede lograr la voz humana en todos los espectadores. Era increíble que solo un minuto de una grabación lograra eso. El público al completo se pone de pie y hasta los más férreros anti caballistas enjugaban lágrimas.
Sí, es verdad, la Caballé era una gran cantante. Su fraseo prodigioso, su increíble fiatto, los pianísimos enloquecedores y el hermoso color de su voz son cosas que nunca olvidaremos y que atacan la parte más irracional de nuestro cerebro.
Y si, como en el lamento de Dido, queremos recordarla pero olvidar sus acciones, porque la perfección solo existe cuando contiene lo imperfecto y, sobre todo, porque en el fondo lo más maravilloso de ella nos lo dio, sin medida, sobre un escenario.
Hasta siempre, Montserrat Caballé.
[1]Maresma i Matas, 1992: 37. (trad. de la autora)
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