Las nueve musas

El misterioso destino de un barco maldito

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El 5 de noviembre de 1872 cenan dos amigos: David Reed Morehouse, capitán del buque canadiense Dei Gratia y Benjamin Spooner Briggs, capitán del Mary Celeste, con bandera de Estados Unidos.

Ambos debían zarpar del puerto de Nueva York con destino Génova; el día 7 el Mary Celeste y el día 11 el Dei Gratia.

Mary Celeste
David Reed Morehouse

Morehouse, que seguía prácticamente la misma ruta que su compañero cruzando el Atlántico, pero le iba lógicamente a la zaga por haber zarpado con 4 días de diferencia, encontró al Mary Celeste cerca de la costa de Portugal, frente a las islas Azores, con parte de las velas desplegadas pero a la deriva, puesto que no se encontraba ningún tripulante en el timón. Viendo que nadie en el Mary Celeste respondía a los gritos y señales que se le hacían desde el Dei Gratia se procedió al abordaje, siendo el oficial Oliver Deveau el primero en encontrar la situación más extraña que darse pueda en la carrera de un marino: el velero estaba intacto, pero absolutamente desierto.

Ninguno de los siete tripulantes del barco se hallaba en su puesto ni en parte alguna, y también había desaparecido el capitán Spooner. Se daba la circunstancia de que la esposa, Sarah, y la hija de Spooner, Sofía, de dos años, le acompañaban en esta travesía, y tampoco de ellas quedaba rastro.

En su afán de averiguar lo que había sido de su amigo y compañero, el capitán Morehouse inspeccionó el Mary Celeste de cabo a rabo en busca de señales de violencia, que no encontró.  Dado que todo se hallaba en su lugar y en perfecto estado, y que los objetos de uso cotidiano se encontraban en su sitio y como dispuestos a ser usados, todo sugería que la tripulación del barco había desaparecido súbitamente, y sin mediar violencia.

Algunas joyas pertenecientes a la esposa del capitán se hallaban a la vista e intactas; la ropa puesta a secar en cubierta; la mesa servida con sus viandas, como si los comensales se hubieran visto obligados a interrumpir la comida en un instante. Faltaban el bote salvavidas y algunos objetos de navegación, pero el cuaderno de bitácora estaba intacto, con una última anotación realizada diez días antes.

Benjamin Spooner Briggs
Benjamin Spooner Briggs

El capitán Morehouse dividió su tripulación entre los dos barcos para llevar el Mary Celeste a Gibraltar, donde se llevó a cabo la investigación de los hechos. Las autoridades portuarias sospecharon que se trataba de una estratagema de su propietario, James H. Winchester, quien adquiriese el velero en 1869 por 11.000 $, para cobrar el seguro; o bien de un acto de piratería perpetrado por el Dei Gratia o por otros; venía a complicar la aceptación de estas teorías el hecho de que ambos capitanes fueran amigos de años, y personas de irreprochable reputación, y que James H. Winchester de ningún modo se encontraba en la necesidad de recurrir a semejante argucia; luego las sospechas no pudieron probarse, pero causaron que la cantidad de la indemnización reclamada por Winchester fuera exageradamente baja.

La imaginación popular dotó entonces al caso del Mary Celeste con las teorías más extravagantes: desde fenómenos paranormales al ataque de un Kraken, e incluso se pensó que todos se habían precipitado al mar víctimas de una intoxicación por los efluvios de la carga:  1700 barriles de alcohol desnaturalizado.

En mayo de 1873, El Imparcial publicó la noticia de dos balsas encontradas cerca de la costa asturiana, dando por sentado que los cadáveres correspondían al capitán Spooner, su familia y su tripulación. Pero lo cierto es que, aún siendo una explicación razonable, tampoco ha podido demostrarse; y por tanto no podemos considerar desvelado el misterio del Mary Celeste.

El barco fue revendido muchas veces, cada vez con menor valor por tener fama de maldito. Sus últimos propietarios encargaron al capitán Parker que sobrecargara el Mary Celeste con una carga excesiva de chatarra, para encallarlo cerca de la costa de Haití, esta vez sí con la intención fraudulenta de cobrar el seguro.

La operación se llevó a cabo el 3 de enero de 1885 frente a la isla haitiana de Gonave, donde permaneció olvidado hasta que en el transcurso de una expedición de la NUMA (Agencia Nacional Marina y Submarina) se descubrieran sus restos, siendo identificados el 9 de agosto de 2001 por  el arqueólogo James P. Delgado como los del Mary Celeste.

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas es un espíritu libre, extraño equilibrio entre la estricta educación conservadora y la influencia librepensadora de su padre José Luis Cabezuelo Holgado, insigne abogado que durante muchos años lo fuera del Consulado de Italia en Sevilla, ciudad donde era conocido por su erudición.

De su madre, Laura Arenas Green, perteneciente a una familia aristócrata y aficionada a las Artes, hereda el de verbalizar y hacer visible la realidad. Hay que recordar que es sobrina de Luis Arenas Ladislao, conocido fotógrafo cuyo legado diera a la belleza de Sevilla proyección internacional, incluso la Sevilla secreta de la más estricta clausura en e Sevilla oculta, Sevilla eterna y Semana Santa en Sevilla.

Su tatarabuelo, Isauro López-Ochoa y Lasso de la Vega, fue un periodista perseguido por sus ideas liberales; fundador de la revista El Avisador, que contaba con la colaboración de Javier Lasso de la Vega, José Gestoso, Luis Montoto, Antonio Machado y José de Velilla, entre otros.

El ambiente familiar propició el trato desde niña con personajes destacados de las Artes, recibiendo una formación esmerada en el estudio de la Historia, Literatura, Música y Pintura, faceta que perfeccionó en la escuela de Artes Aplicadas y oficios artísticos de Sevilla. También fue alumna de José María de Mena en la escuela de Arte dramático, llegando a interpretar y dirigir obras como Cinco horas con Mario, La vida es sueño, Don Juan Tenorio y La casa de Bernarda Alba.

La principal temática de sus escritos ligeros se centra en el comportamiento humano. Para estudiarlo no ha dudado en introducirse en distintos ambientes sociales, incluso marginales. Aunque reconoce que “habría podido evitar conocer a algunas personas, he aprendido la importancia de los valores viendo las consecuencias que sufren quienes viven sin ellos”.

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