Las nueve musas
Miguel Delibes

Miguel Delibes desde el prisma alarquiano

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Miguel Delibes Setién[1] puede ser considerado el escritor de Castilla por antonomasia y una de las plumas más señeras de la literatura hispánica; probablemente, uno de los novelistas –junto al gallego Camilo José Cela– más importantes del siglo XX.

El que fuera director de El Norte de Castilla –decano de la prensa diaria española-  es una de las primeras figuras de la literatura española posterior a la Guerra Civil y, posiblemente, un digno merecedor del Premio Nobel de Literatura a pesar de que nunca llegara a recibirlo.

Todo cuanto se diga, a pesar de la ingente cantidad de trabajos que existe sobre su obra, nunca será suficiente, por ello nos acompañaremos de la guía siempre diáfana y exacta del maestro Alarcos pues reivindicar a Delibes, además de un placer constante, se antoja una necesidad en todo momento y condición por su colosal aportación a la cultura hispánica de la que es claro prohombre y nombre insoslayable dentro de nuestra rica tradición literaria, escritor imprescindible de la formidable pléyade de hombres ilustres de las letras españolas y, en este caso, especialmente de las castellanas.

No hace mucho se conmemoraba el 150 aniversario del nacimiento del célebre arquitecto Juan Crisóstomo Torbado Flórez[2], nacido en Galleguillos de Campos (Sahagún) en 1867, hermano de mi tatarabuela Candelas Torbado Flórez (casada con el ilustre médico burgués y krausista Emiliano Llamas Bustamante), hija de Ángel Torbado y de Máxima Flórez Herques (trastarabuelos míos), esta última hermana de mi (otra) trastarabuela Nicanora Flórez Herques -madre de mi tatarabuelo Lucinio del Corral y Flórez-. Juan Crisóstomo Torbado fue arquitecto conservador de la Catedral de León (la Pulchra leonina), al que algunos historiadores consideran un salvador de monumentos y otros un expoliador, pero, de lo que no cabe duda es de que fue el máximo exponente de la arquitectura leonesa: fue arquitecto diocesano, provincial y municipal capitalino y, desde estos cargos, participaría en buena parte de los proyectos impulsados por la diputación, la diócesis de León y otros organismos de la provincia.

Por otro lado, mi bisabuela Candelas Llamas Torbado (casada con el reputado matemático José del Corral y Herrero y sobrina del arquitecto antes citado) era prima carnal de María Guadalupe Máxima Torbado de las Cuevas, quien, quizá, a muchos no les suene, pero estaba casada con Moisés Panero Núñez y, en consecuencia, era madre de los poetas Juan Panero Torbado y Leopoldo Panero Torbado, este último padre de Juan Luis Panero, Leopoldo María Panero y José Moisés “Michi” Panero, los dos primeros también poetas y el tercero intelectual y diletante. Cabe mencionar, como anécdota curiosa, que Leopoldo Panero, durante la Guerra Civil, fue arrestado, conducido a San Marcos de León y acusado de recaudar fondos para el Socorro Rojo, y quien medió para que no le pasara nada, además de don Miguel de Unamuno, fue Bonifacia Flórez -pariente de mis bisabuelos-, de Sahagún, que era prima de Carmen Polo. Eso le evitó cualquier tipo de problema. Para redondear la cuestión –avatares de la vida- el responsable del campo de San Marcos fue el comandante José Llamas del Corral (hijo de Cayo Llamas Bustamante y sobrino de Emiliano Llamas Bustamante), quien, no obstante, tuvo buena relación con los cautivos tal como atestiguaría el célebre dibujante de San Marcos. A pesar de ello, sobrinos de un primo suyo (el prestigioso farmacéutico radicado en Vitoria Ángel Llamas Torbado), como Rafa y José María Llamas Olaran emigrarían a México en el buque Sinaia con motivo de la contienda (in)civil española (entre los hijos del segundo se halla el célebre actor de telenovelas, ya retirado, José Ángel Llamas).

Asimismo, se podría hablar del vínculo de los del Corral, además de con los Flórez, con los Azcárate (ya comentado en algún artículo anterior), con los Herques, los Estefanía, los Font y, en definitiva, con las familias más destacadas de León (y Palencia) en aquel tiempo, sobre todo, por el nivel cultural e ilustrado (no económico), pero sírvanse para ello (quienes apetezcan) del pequeño rincón a modo de simpático y curioso anecdotario que en su momento elaboré en mi sitio web. Sin embargo, y situándonos principalmente en el siglo XX, en la pasada centuria, no existen vínculos de antepasados de este servidor con los Delibes, más allá de alguna coincidencia esporádica en algún trayecto que debió de hacer mi madre en sus tiempos universitarios donde debía de estar uno de los hijos del célebre escritor vallisoletano. Mas, al igual que con Unamuno o Machado, Blas de Otero o Ángel González, Ramón J. Sender o Camilo José Cela (entre otros muchos), Miguel Delibes sería, para mí, una figura trascendental, un escritor cautivador, un novelista de enorme riqueza y profundidad rebosante de estoica humanidad. Quizá habría que atribuirlo, en cierta forma, a esa geografía –y geometría- sentimental de la meseta de la que ya hablaba Ortega y Gasset, a esa castellanización en que se funde el sentir, la reflexión y el espíritu con el propio paisaje y paisanaje y que forja carácter, como se decía antaño. Tampoco puedo obviar que, pese a ser un servidor urbanita (La Coruña, Toledo y sobre todo y muy especialmente Palencia configuran mis moradas de residencia, ciudades de provincias que dirían desde el rompeolas de todas las Españas, pero capitales de provincia al fin y al cabo), tuve la fortuna de que un hombre de aula y oficina pero amante del campo como mi abuelo materno Agustín del Corral Llamas (al igual que lo era su padre, el matemático y profesor José del Corral y Herrero) me transmitiera ese amor por la naturaleza, por el entorno natural y los parajes del terruño de la meseta castellanoleonesa pues, indudablemente, la naturaleza forma parte indisociable del espíritu delibeano y se refleja muy especialmente en algunas de sus obras.

Emilio Alarcos y Miguel Delibes
Emilio Alarcos y Miguel Delibes

La relación de Emilio Alarcos Llorach y Miguel Delibes Setién fue la de una entrañable amistad con admiración mutua. Como afirma la viuda de Alarcos, la también catedrática de Lengua española Josefina Martínez Álvarez: “Para Emilio, Delibes era un paisano[3]”, admiración mutua, amistad sincera y un amor común, la Lengua, eran condimentos suficientes para forjar esa unión cordial y afable entre dos personalidades fascinantes de nuestra cultura hispánica. Hay que recordar la vinculación del propio Alarcos, en su juventud, con la ciudad de Valladolid (donde su padre, E. Alarcos García, era catedrático) y, por ende, su estrecha ligazón con las tierras vacceas de la Castilla septentrional. Ambos se compadecían de la vanidad humana en torno a una buena mesa, por ejemplo, en la mítica Casa Conrado de Oviedo, adonde también invitaba Alarcos a su amigo Camilo José Cela; otras veces, sin embargo, optó por descubrirle al de Padrón la merluza del restaurante El Nalón[4]. Para Alarcos Llorach, Delibes era un hombre cabal, generoso, muy simpático, muy con los pies en la tierra, pragmático, que sabía lo que quería… y, como remarca Josefina Martínez, coincidían ambos, Alarcos y Delibes, en su capacidad para reírse de sí mismos. En su sencillez. Les hacía gracia el boato de los actos, la solemnidad con la que podían llegar a ser tratados; los dos, con la humildad de los grandes sabios, huían de la notoriedad, se sentían satisfechos consigo mismos y disfrutaban haciendo lo que más les gustaba. Alarcos admiraba de Delibes su capacidad para manejar el castellano. Como dice Josefina Martínez: «[…] fue el que mejor escribió de Castilla, desde todos los puntos de vista. Logró que Castilla y el castellano trascendieran». Evidentemente, no se trataba de un burdo localismo pedestre y aldeano, sino del saludable amor por la tierra a la que permaneció siempre íntimamente ligado, pero con una visión abierta y acogedora, y, de hecho, también gustaba del territorio norteño asturicense, al que acudía de vez en cuando; desgraciadamente, su enfermedad fue dificultando su movilidad, razón por la que no pudo asistir al funeral de su amigo Alarcos Llorach. A pesar del manido tópico sobre el páramo cultural del franquismo, y pese a la desaparición de algunos y el exilio de otros, surgieron grandes escritores durante dicho período como el ya citado Cela o el propio Miguel Delibes, que mantuvo su compromiso cívico, he ahí sus problemas con ciertos censores de la época, de este hombre de intensa bonhomía, honradez y sencillez, quien, como mi abuelo, ingresó en la Escuela de Comercio, pero, posteriormente, tras finalizar esta carrera, inició la de Derecho y se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, esto último le sirvió al bueno de Delibes para mejorar sus dotes artísticas y ser contratado en 1941 como caricaturista en El Norte de Castilla, el diario vallisoletano por excelencia en que escribía las críticas cinematográficas mientras continuaba realizando caricaturas y del que llegaría a ser primero subrdirector (1952) y después director (a partir de 1958) y para el que rescataría, en sus inicios, al maestro Umbral. Asimismo, obtuvo la cátedra de Derecho mercantil, por lo que impartió clases en la Escuela de Comercio, pero su vocación –aunque, según él, tardía- fue la de escritor, un grandioso escritor que, años después, llegaría a su apogeo literario y, finalmente, a los merecidísimos reconocimientos por su excelsa obra, obra en la que se da un compromiso ético con los valores humanos, con la autenticidad y con la justicia social. Él mismo afirmó: “Mi vida de escritor no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida”. Fue un escritor fiel a sus ideas y a su tierra, Castilla. Suya es la expresión Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo, reflejo de la dureza, sobriedad y estoicismo del hombre castellano. Frente a la caricatura burda que algunos han pretendido realizar presentando a Delibes como un simple reaccionario en contra del progreso que idealizaba en demasía el mundo rural, hay que matizar que la postura de Delibes, como él mismo se encargaría de manifestar, no era en contra del progreso en general, sino contra el modelo elegido, es decir, contra el progreso devastador que sacrifica todo lo humano en aras del consumo.

Como es sabido, más allá de la franca amistad que se profesaban Delibes y Alarcos, este último, el más prestigio lingüista de nuestro país en el siglo XX, fue uno de los más brillantes críticos de la deliciosa prosa delibeliana. De él subrayó «la constante de la muerte en su obra narrativa», esa compañera inevitable, y citó dos estados en sus «personajes ante el enigma de la muerte: su actitud explícita ante la desaparición propia y la preocupación cuando es al prójimo a quien acecha, sin olvidar el grado de implicación o de inhibición del autor según predomine la simpatía o la ironía», como ya mostró su primera novela, La sombra del ciprés es alargada (1948). No podemos obviar el intenso y duro vacío que dejó, en noviembre de 1974, en su plena madurez, la muerte de su esposa, Ángeles de Castro, de la que estaba profundamente enamorado. Parte de la labor crítica que realizó Alarcos sobre la prosa delibeana podemos verla en los distintos trabajos que realizó el ilustre lingüista, igual que hizo con la crítica literaria de tantísimos poetas, recuérdese la magnífica antología de Eternidad en vilo. Estudios sobre poesía española contemporánea[5] (Cátedra, 2009), un volumen que recoge sus trabajos sobre poetas como Jorge Guillén, que era para él el más completo poeta del 27, así como Gerardo Diego, Dámaso Alonso (su querido maestro), José Hierro, José Agustín Goytisolo y su gran amigo Ángel González.

Además de la amistad personal entre Alarcos o Delibes o quizá precisamente fruto de ella hubo un maravilloso intercambio epistolar entre Alarcos y Delibes hasta tal punto que este último le enviaba los originales que escribía a Alarcos Llorach y, posteriormente, haría lo mismo con las novelas recién publicadas. Gracias a la exquisita labor de recopilación de la Fundación Miguel Delibes (desgraciadamente, aún en España no tenemos una Fundación Emilio Alarcos, algo difícilmente comprensible y, posiblemente, impensable en otro país, menos mal que existe la Cátedra “Emilio Alarcos” y la Escuela de Gramática “Emilio Alarcos” de la UIMP de Santander, esta última dirigida por su discípulo Salvador Gutiérrez Ordóñez) podemos ver algunas de esas cartas o escritos entre ambos humanistas, verbigracia, la carta de Emilio Alarcos Llorach a Miguel Delibes sobre opiniones de “Diario de un emigrante” y la intención de hacer una reseña crítica de la obra o la felicitación de Alarcos a Delibes por su ingreso en la Real Academia Española que forman parte del fondo documental de la fundación del escritor vallisoletano.

De la literatura de Delibes, Alarcos resaltaba «su transparencia, lo sabroso de su lenguaje, los registros que conocía del pueblo castellano, el empleo de esos vocablos olvidados en los libros y que, sin embargo, la gente empleaba. Su capacidad para dibujar la condición humana, para retratar sus miserias… Son inolvidables algunos de sus monólogos como los de Cinco horas con Mario[6]» aunque Josefina Martínez de Alarcos reconoce quedarse con todo y recomendaría vivamente –para conocerle bien- Castilla, lo castellano y los castellanos[7], visión aguda, profunda y exacta de Castilla y su modo histórico de existir.

Miguel Delibes
Miguel Delibes y su esposa, Ángeles, en Washington. Otoño de 1964. Fuente: Fundación Miguel Delibes

José Ramón Cuevas[8] también recuerda aquellas horas inolvidables para él, por la simpatía, la cordialidad y lo que decían aquellas dos personas, Delibes y Alarcos, verdaderamente excepcionales, tanto uno como otro, con las que tuvo la fortuna de compartir mágicos momentos, cenando y recorriendo los rincones, en su caso, de Avilés merced a un encuentro que allí se produjo entre estas dos figuras que tanto se trataron y admiraron recíprocamente. Igual que Alarcos aludía a la sociedad uniformante y despersonificadora, a esa sociedad de consumo un tanto deshumanizada –lo que no es óbice, como buenos vitalistas, para disfrutar de los placeres mundanos-, también Delibes realizó valientes alegatos inherentes a su condición de intelectual sensible y comprometido. Sin ir más lejos, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española:  El sentido del progreso desde mi obra[9], en que decidió aprovechar la ocasión, según sus propias palabras, para unir su voz «a la protesta contra la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada». Ya entonces pasó revista Delibes a temas tan actuales como el abandono de las Humanidades en la enseñanza y también advirtió de la invasión de la intimidad por parte de la tecnologia audiovisual. Para él, la novela era un hombre, un paisaje y una pasión; un intento de exploración del corazón humano a partir de una idea que es casi siempre la misma contada con diferente entorno y, asimismo, decía: “Los hombres se hacen. Las montañas están hechas ya”, puesta en boca de uno de los personajes de El camino[10], Paco el Herrero.

Las novelas, escritos periodísticos, crónicas de viajes o libros de caza de Delibes son un retrato fiel, y no pocas veces crítico –crítica certera, nunca malsana, sino serena y reflexiva-, de las tierras y los hombres de su Castilla natal, así como un alegato en favor de la naturaleza y de la perfecta armonía entre el hombre y su medio natural. Miguel Delibes es, en consecuencia, el novelista de Castilla y el novelista de la naturaleza. Mas desde su paisaje –esa geometría sentimental orteguiana– y desde su Castilla natal, trasciende a una dimensión universal y sus personajes son vivos retratos del hombre de la segunda mitad del siglo XX. Precisamente, y no sin razón, Miguel Delibes ha sido considerado un virtuoso y gran creador de personajes. Personajes que fueron naciendo de su pluma al hilo y compás de su propia biografía y que, según palabras del escritor al recibir el Premio Cervantes en abril de 1994, han configurado aquella tanto o más que sus propias vivencias: “Yo no he sido tanto yo como los personajes que representé en este carnaval literario. Ellos son, pues, en buena parte mi biografía”.

Asimismo tenemos como legado las enriquecedoras charlas que mantuvieron Miguel Delibes y Emilio Alarcos sobre la obra del primero, por ejemplo, en la Fundación Juan March, donde Delibes habla de sí mismo como escritor de vocación tardía y Alarcos remarca las dos épocas en la novelística de Delibes. Podemos, por lo tanto, rescatar algunas de las consideraciones, desde el prisma alarquiano, sobre la novelística delibeana[11]. Así, Alarcos, con su sagacidad y rectitud de siempre, con rigor y exactitud, huye del binarismo dicotómico de quienes etiquetan a Delibes, bien como reaccionario, bien como progresista, y se dedica a enjuiciar su obra sin verse nublado por estereotipos ideologizados de uno u otro signo. A pesar de que hay autores que piensan que en la novelística de Delibes hay dos estilos, o dos épocas, o dos enfoques distintos, uno más subjetivo y otro, más objetivo, Alarcos cree que puede hablarse de una clara unidad, de una patente continuidad dentro de la evolución, en ningún caso de ruptura ni en el estilo ni en la intención de la labor de Delibes.

En el país de la novela, el nuestro, como dice Alarcos, este género se ha mantenido bastante fiel a sus orígenes y siempre ha conservado fuerte raigambre realista desde el Quijote de Cervantes o la picaresca con el Lazarillo hasta el siglo XIX con las obras galdosianas o las de Clarín. En cualquier, el siglo XIX estuvo repleto de grandes creadores que no hicieron sino continuar, más allá de todas las originalidades que pudieran aportar, la ruta iniciada por Cervantes: Dostoyevski y Dickens, Balzac, Stendhal y Flaubert. Solo posteriormente habría intentos de forjar tipos novelísticos o técnicas novelísticas diferentes. Por ejemplo, en España es muestra de esto último el ensayo de novela desnuda y dramática de Unamuno, la muy elaborada e intelectualizada –pero sin perder el añejo sabor de lo tradicional- de Pérez de Ayala o la poética, sensual, pictórica y descriptiva de Gabriel Miró. Sin embargo, apunta Alarcos con indudable acierto, la que ha pervivido hasta nuestros días es la que podríamos definir como novela de cuño clásico que divide, en cierta forma, en dos: en la universal y amplia de Benito Pérez Galdós y en la activa e itinerante –de desaliñada prosa- de Pío Baroja y Nessi. Las novedades de Proust y Joyce, aunque fueron pronto conocidas en nuestra patria, no modificarían sustancialmente el rumbo de la novela española. Y además las técnicas de estos acabaron resultando, a la postre, tan normales como las tradicionales.

Como dice Alarcos, desde los años cuarenta del siglo pasado, asistiríamos a un florecimiento de frondoso esplendor en la novela, más en cantidad que en calidad matiza el maestro, pero dentro de ese tupido follaje sobresalieron frutos maravillosos, como Delibes, partiendo de esa tradición –cual río caudaloso, fecundo y ubérrimo- que hundiría sus raíces, en última instancia, en ese realismo iniciado con la picaresca. Delibes, pese a ganar el premio Nadal, no comenzó de forma estruendosa, sino que, con el tiempo, llegaría su apogeo literario. Como hemos dicho, él mismo afirmaba su vocación tardía de escritor. A juicio de Alarcos, Delibes, desde su primera novela, fue progresando, eliminando hojarasca, podando lo accesorio y advenedizo, limando imperfecciones y adquiriendo profundiad en su sugestiva mirada amén de refinar y perfilar una exquisita precisión en el trazo de su prosa. Dicho esto, desde sus inicios, se observa en Delibes al novelista nato, al narrador que sabe inventar y contar, y organizar el esqueleto del relato que es, realmente, en lo que reside la esencia de todo (buen) novelista. Sus novelas irán ganando en profundidad con el tiempo, ahondando cada vez más en la realidad, y reflejando una dinámica vivacidad que abandona la rigidez lineal y plana del principio. La obra que ya marca un punto de inflexión es, sin duda, El camino, donde el tono académico, pulido, preciso sigue siendo frío, trabajado y lógico y de escaso colorido expresivo, pero donde ya afloran recursos más modernos, desgarrados, vivaces e incluso poéticos. Alarcos también ofrece sus impresiones según el uso del tipo de narrador que emplea Delibes en sus novelas reparando, por ejemplo, en la coexistencia, en ocasiones, de dos planos –lo que dice o piensa el narrador y lo que dice o piensa el personaje- pero que son paralelos como en El camino o en Las ratas.

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Alarcos resalta el determinado propósito con que Delibes concibe sus novelas y, por consiguiente, en todas hay “tesis”; Delibes quiere “inquietar” al lector –así los reconocía el propio escritor vallisoletano-, pero en sus tres primeras novelas se limita a la mera producción de la novela, y, por tanto, la inquietud se consigue por las innegables y fabulosas virtudes narrativas del relato, por su capacidad para atraer la atención, mientras que en las siguientes incidirá más en la tesis; todas la tienen, pero su exposición presenta ciertos matices que las hacen diferentes. De todas formas, desempeña un papel importante el lector puesto que, según su propia preparación, la interpreta y revive con mayor o menor hondura e intensidad. Delibes consigue que el lector transite por la novela como transita, en cuanto hombre, por el mundo. No cabe duda de que la obra novelística de Delibes debe designarse como realista: sus escenarios –incluso los alegóricos en algún caso (Parábola)- son muy reales y concretos, sus personajes también, y además todo ello aparece envuelto en el clima trasparente y límpido reflejado en lo sano de las intenciones. Por ello Delibes, aun sin proponérselo siempre, apunta siempre a la salubridad y al optimismo, no un optimismo exaltado, irracional, loco o ingenuo, sino el natural y espontáneo que se desprende de la naturaleza cuando se equilibran sus componentes: razón y sentimiento.

No podemos olvidar que todas las novelas de Delibes son exponente claro de su modo de ser en el mundo, de su pensamiento, de sus ideas, de su forma de entender la vida. Alarcos describe su trasfondo ideológico, el pensamiento delibeano, como el de un muy equilibrado cristianismo nada dogmático, una especie de credo humano que diríase casi utópico que se situaría en el fiel entre individuo y sociedad, entre naturaleza y civilización, entre justicia y libertad, entre razón y sentimiento. Sereno, sosegado, reflexivo, moderado, estoicamente castellano se nos muestra siempre un integérrimo Delibes a través de su obra y, aun en sus visiones negativas, deja siempre abierta la puerta a la luz esperenzadora de todo cuanto de positivo ofrece el trayecto vital. Así lo manifiesta Alarcos: “A pesar de sus críticas acerbas a muchas cosas, a pesar de su visión pesimista y tenebrosa de ciertas circunstancias, Delibes mantiene un hilo de optimismo, derivado de la auténtica realidad y agarrado con esperanza y con convencimiento en el futuro. Despierto, resistente y confiado ante las dificultades y desgracias, está convencido de que no se ha perdido todo mientras uno persista en vigilia y con los dos pies en la tierra”. Esa esperanza es la que subyace, por ejemplo, en el propio título de su novela Aún es de día[12] pues, incluso en las peores circunstancias y a pesar de las más terribles calamidades, aún hay camino. Por otro lado, en el magnífico monólogo de Cinco horas con Mario, obra sensacional, tenemos la manifestación perfecta del equilibrio ideológico de Miguel Delibes, y así lo expone Alarcos Llorach. El conflicto que estab obra plantea (y que al final pretende resolver) se ejemplifica en los dos personajes Mario y Carmen. Y es que, generalmente, solo se ha visto lo que tiene de crítica de una sociedad, de unos postulados rancios y tradicionales, de unos modos de vida que encarnaría maravillosamente la protagonista frente al difunto Mario, quien, por contraste, quedaría como paradigma ideal de conducta humana. Sin embargo, como apunta Alarcos, hay varios planos de crítica que se entrecruzan en la novela, y el blanco a que se apunta el variable, de forma que no todo sería negativo en la mujer ni sería todo oro en Mario. Así, el cuerpo central de la novela, esto es, la autodefensa y convención hecha por Carmen su soliloquio, pone literalmente en primer plano los aspectos de Mario (y lo que él representa) que, desde el punto de vista de Menchu (y su mundo, sus caducos valores) son censurables. Por antífrasis son las propias convicciones de Carmen las que resultan criticadas en este nivel, pues es considerable la desproporción que guardan los móviles materiales, instintivos y rutinarios de ella frente a los altos y utópicos ideales del marido. Pero, como señala Alarcos, si se examinan las actitudes y acciones de Mario criticadas por su mujer, independientemente de las convicciones que esta sustenta, resulta que el novelista contempla con censura los excesos de Mario. Menchu (Carmen) es, indudablemente, producto de su irracional concepto caduco de vida, ajustado a vetustas normas unilaterales y monolíticas, que conduce a la falta de autenticidad del hombre. Pero Mario no sería el resultado menos unilateral y absurdo de ciertas concepciones nuevas, en principio más racionales y de sentido opuesto. Así, las dos ópticas son exageradas, hiperbólicas y polares o extremas. Delibes, hábilmente, critica las dos y nos muestra que Mario es un iluso (o ingenuo idealista) y Carmen una rutinaria, que uno por lo que ha aprendido y la otra por lo que le han enseñado tienen telareañas para ver la realidad en su conjuunto. Por defecto o por exceso, son incapaces de ejercer la convivencia y, en definitiva, de realizarse como seres humanos íntegros y plenos. Finalmente, concluye impecablemente Alarcos: “No sobra en absoluto –como cree alguno- el codicilo de la novela”, en el que, por boca de Mario el hijo, se da la síntesis de las dos posturas encontradas de los padres, síntesis que se hallaría dirigida hacia el futuro y que consistiría en esa esperanza de Delibes en que, superados los antagonismos, el hombre del porvenir establezca una vida en paz consigo mismo y con los demás. Y aludimos a esta magnífica exégesis del maestro Alarcos sobre esta obra de Delibes puesto que, como cree Alarcos Llorach, estos propósitos de síntesis, aplicados en esta novela a los problemas seculares de la vida española, serían los que, de un modo u otro, están siempre presentes a lo largo de la fecunda y enriquecedora obra de Miguel Delibes. Así, el escritor ha ido depositando sedimentos protectores y más amplios: las relaciones del hombre con los demás, con la naturaleza, con la historia, y su conclusión, siempre equilibrada, consiste en asumir con estoicismo castellano lo negativo –muerte, adversidades, egoísmos, errores- y superarlo serenamente con ese mismo espíritu de fortaleza de Castilla donde resplandezcan la sencillez, la bondad, la justicia y la libertad, notas dominantes y definitorias en la larga trayectoria de nuestro siempre recordado Miguel Delibes.

Son muchas las obras (Las guerras de nuestros antepasados; El disputado voto del señor Cayo; Los santos inocentes; Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso; El tesoro; 377A, madera de héroe; Señora de rojo sobre fondo gris; Diario de un jubilado; El hereje; Castilla habla; La tierra herida…) que podríamos comentar y analizar del gran Miguel Delibes, y todas darían para exhaustivos trabajos, requerirían su propio monográfico, y siempre encontraríamos nuevos e interesantes elementos sobre los que versar minuciosamente; existen ya, de hecho, muchos trabajos sobre la obra delibeana que también serían merecedores de nuestra más solícita atención, pero eso excedería los límites de un modestillo artículos como este que simplemente pretende, desde la más absoluta humildad, acercar con cierto afán divulgativo acercar un poco la obra de Miguel Delibes, y qué mejor que de la mano de nuestro admirado maestro Alarcos. Quedémonos, pues, con ese lenguaje llano y sencillo, pero en absoluto vulgar, sino de enorme riqueza terruñera acorde con la propia llaneza de Delibes, un autor nada pretencioso, sino cabal y ecuánime, de lenguaje natural, espontáneo y accesible como corresponde al decurso de la novela realista en que se enmarca y donde tenemos siempre las tesis que vertebran y reflejan su agudo pensamiento sobre el mundo y cuanto sucede en derredor nuestro en los diferentes períodos de la historia y de las propias vidas de los hombres.

En definitiva, utiliza Delibes ese cautivador estilo claro, limpio y sobrio propio de la narrativa más puramente castellana. Sea como El camino –una de sus más célebres obras- o como esa otra senda machadiana a la que han cantado tantos poetas y trovadores en todo tiempo y situación, Delibes recorre ese camino con la perspicacia y serenidad del espíritu castellano, y aunque el mundo y la vida que lo propugna estén acechados por las torvas amenazas de los desviados, él lo prosigue, integérrimo, creyendo y luchando, y así nos lo ha legado en su sobresaliente obra, a la que siempre es un placer acercarse, obra que ha hecho de este hombre castellano uno de los más insignes escritores y al que, cómo no, prestó gran atención el maestro Alarcos, trabando también esa entrañable amistad anteriormente mencionada de mutua admiración y profunda simpatía, y es que los dos, el memorable escritor y el extraordinario lingüista y crítico literario, constituyen dos figuras irrepetibles de múltiples, potentes e infinitas virtudes de las que podemos seguir disfrutando por la imborrable impronta que nos dejaron y transmitieron y que podemos –e incluso debemos- seguir acercando a las futuras generaciones. Hay temas y circunstancias que nunca pierden vigencia y la reflexión es siempre necesaria, en ellos podemos encontrar interesantes elementos de juicio y, probablemente, sirvan incluso a los más jóvenes para reflexionar sobre el mundo, sobre la lengua y sobre sí mismos a la luz de las contribuciones y aportaciones que los más grandes, los mejores de los nuestros –de nuestras letras- nos traspasaron como quien cede el testigo con ese cofre de conocimientos y saberes que puede ayudar, incluso con delectación, a afrontar el inescrutable misterio de la vida y sus circunstancias, eso sí, con el vitalista espíritu epicúreo alarquiano –y, en ocasiones, parcialmente delibeano-, o sea, disfrutando, pese a todo, del trayecto vital que recorremos al ir haciendo nuestro camino.

Miguel del Corral


[1] GARCÍA DOMÍNGUEZ, Ramón: El quiosco de los helados: Miguel Delibes de cerca, Destino, 2005.

[2]Torbado vuelve a casa”, en La Nueva Crónica, Joaquín Revuelta | 11/11/2017. Véase también: “Juan Crisóstomo Torbado, el arquitecto de Galleguillos”, en Sahagún Digital, 7 de noviembre de 2017.

[3] El Comercio: “«Para Emilio, Delibes era un paisano», 14 de marzo de 2010.

[4] La Nueva España: “La merluza que Alarcos descubrió a Cela”, 21 de noviembre de 2009.

[5] ALARCOS LLORACH, Emilio: Eternidad en vilo. Estudios de poesía contemporánea, Cátedra, 2009.

[6] DELIBES, Miguel: Cinco horas con Mario, Destino, Barcelona, 2003.

[7] DELIBES, Miguel: Castilla, lo castellano y los castellanos, Destino, Barcelona, 2013.

[8] CUEVAS, José Ramón: “Miguel Delibes en el recuerdo”, en La Nueva España, 16 de marzo de 2010.

[9] DELIBES, Miguel: El sentido del progreso desde mi obra, discurso de ingreso en la RAE, Madrid, 1975.

[10] DELIBES, Miguel: El camino, ediciones Destino, Barcelona, 1950. (No hay que confundirla con En el camino, la célebre obra de Jack Kerouac, ni con Camino, escrita por el fundador de cierta prelatura).

[11] ALARCOS LLORACH, Emilio: El español, lengua milenaria (y otros escritos castellanos), capítulo: “La novela de Miguel Delibes”, ediciones Ámbito, Valladolid, 1989.

[12] DELIBES, Miguel: Aún es de día, Destino, Barcelona, 2010.


 

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