Las nueve musas

Luis Díaz Viana

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LA CORTESÍA DE LOS SUICIDAS

El suicidio ha salido, a pesar del tabú que continúa pesando sobre él,  de su habitual mazmorra de condena y olvido para saltar a las páginas de los diarios.

La cortesía de los suicidas es, en palabras de su autor, “un poemario escrito en tiempos de crisis”. Luis Díaz ha afirmado que “escribir este libro fue una experiencia devastadora que sólo pudo producirse en un estado de felicidad casi perfecta. Si no, hubiera resultado insoportable”.

El poeta zamorano se pregunta el por qué de la cortesía de esos suicidas que, tras perderlo todo a los naipes o desesperados por problemas de amor o deudas, tienen la delicadeza, antes de matarse, de escribir una carta a sus seres odiados o queridos y otra al señor juez.

Un poemario devastador y humano, escrito bajo un prisma inspiradamente certero.

La cortesía de los suicidas
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Uno se pegunta ¿de dónde le viene la “vena poética” a un antropólogo, filólogo e investigador del CSIC? ¿Cómo se conjugan estas disciplinas para consumar un poemario?

La de la poesía es una vocación previa a que yo me dedicara profesionalmente a la filología y la antropología. Ser profesor e investigador vino mucho después, ya que a los 19 años yo había publicado mi primer libro de poemas. Todas esas actividades confluyen un una dirección, vienen del mismo venero, pero siempre he tenido especial cuidado en separar los aspectos formales cuando me muevo en uno u otro campo. Lo contrario pueda llevar a la mixtificación y a la banalización de cuyo fenómeno hay demasiados ejemplos en este país. Soy profesor de investigación, lo que equivale a catedrático, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y vivo de eso. Después de una serie de pasos, incluido un doctorado, y haber ganado varias oposiciones libres. Digo esto porque en España se trivializa demasiado el tema de los estudios académicos.

¿Es La cortesía de los suicidas un exorcismo para la sanación de un trauma vivido?

Creo que sí hay algo en él de conjuro si no de exorcismo contra el dolor y el mal que nos asedian. Pero, precisamente, y creo que eso es lo importante, mediante la aceptación de que el sufrimiento y la muerte están ahí. En las sociedades actuales tendemos a ocultar la muerte y el dolor, lo que dificulta nuestro inevitable enfrentamiento a ellos. No hay un trauma vivido concreto que originara el poemario, sí una serie de relatos de amigos o escuchados en el pueblo junto al que vivo que inspiraron algunos de los poemas.

No paro de preguntarme las razones de tu afirmación un tanto contradictoria —y perdón por la aparente impertinencia— de que escribir el libro «fue una experiencia devastadora» pero que lo lograste gracias a encontrarte en «un estado de felicidad casi perfecta»

Sé que esa frase resulta paradójica y quizá algo enigmática. Lo que quería decir, en una confesión personal al editor, Javier Campelo, que luego decidimos que figurara en la cubierta, es que en un verano especialmente tranquilo y hasta placentero en mi casa del campo junto al río Cega me “sobrevino” un poemario que ni esperaba ni buscaba. Y que si no me hubiera encontrado en un estado de verdadera serenidad, probablemente no hubiera asumido una experiencia tan terrible como fue enfrentarme  a algunos de los temas que abordo en el libro. Porque son un asunto tabú, una realidad trágica que a todos acecha. Y de la que generalmente se prefiere no hablar.

Personalmente tengo la costumbre de leer los poemas recitando; me parece que de esta manera logro la sensación de entender mejor la difícil —diría que imposible— alma del autor. Durante la lectura de los primeros poemas se apoderó de mí un cierto desasosiego, como una alarmante sensación de estar adentrándome en un infierno personal. Repentinamente, y a medida que avanzaba en la lectura, empecé a experimentar una placentera calma para terminar con el convencimiento de haber conocido a unos personajes entrañables.

Es el camino de sensaciones que el propio libro recorre. Hay seguramente mucho de descenso al Hades y de vuelta del mundo de los muertos: el viejo mito de la poesía como senda de conocimiento hacia lo extraordinario. Y leer en voz alta estos poemas puede haber ayudado a que esas sensaciones fueran, por lo que veo, muy directamente percibidas. La “magia” o esencia de la poesía está en el ritmo, en su eco, en el sonido. Ahí reside el poder de la palabra.

En una sociedad acostumbrada a la violencia, las masacres, las crueles guerras (¿hay alguna guerra que no sea cruel?), ahora que, gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, vemos las barbaridades que ocurren en el mundo en el instante mismo en que se cometen, ¿por qué el tema del suicidio sigue siendo algo tabú?

Lo es hablar de ello, sí. Un gran tabú social todavía oculto bajo la falsedad de las estadísticas, pues en países como el nuestro siempre parece que hay muchos menos suicidios de los que hay en realidad. Suicidios que están aumentando ahora mismo por el alargamiento casi forzoso de la vida de los más mayores. Y hay quienes se niegan a ser viviendo si ello implica asumir un penoso e interminable declive o deterioro. Es extraño, pero hace escasamente una semana, ocurrió donde vivo uno de esos suicidios que —además— me tocaba muy de cerca. Como si algunas de las reflexiones sugeridas en el libro pasaran súbitamente de la literatura a la realidad.

Ahora al antropólogo le quiero preguntar sobre la sobremodernidad, un término que emplea con frecuencia y que, creo, acuñó Marc Augé; que entiendo como ese presente que no saboreamos, que se nos va de las manos a la misma velocidad que olvidamos el pasado.

Sí, aunque el término “hipermodernidad” se venía utilizando ya, es Augé el que habla de “sobremodernidad” de manera muy clarificadora. Una época axial que viene de la intensificación o versión exacerbada de la modernidad y en que estamos en cierto modo a la intemperie. Entre distopías y las “retrotopías” de las que ha tratado Zygmunt Bauman. Desasidos del pasado y temerosos del futuro. Sin certezas. Sin rumbo. Sin anclajes.

Toda esta sociedad cambiante que vivimos o mejor dicho, que no nos da tiempo a vivir, puede provocar cierta angustia y mucho miedo, ¿es esto un buen caldo de cultivo en el futuro suicida?

Sin duda. De hecho el libro se enmarca temporalmente —pero tampoco ha sido esto algo buscado— en un periodo de crisis donde el suicidio ha salido, a pesar del tabú que continúa pesando sobre él,  de su habitual mazmorra de condena y olvido para saltar a las páginas de los diarios: primero, se trató de los suicidios de los más desesperados por una situación extrema de ruina y abandono —o exclusión social— que podía acontecer a cualquiera; por último, ha llegado recientemente a nuestro conocimiento (entre noticia alarmista y leyenda urbana) esa preocupante oleada —sería algo frívolo denominar la moda— de suicidios de adolescentes: la Ballena Azul, un supuesto juego o reto difundido en Internet.  Pero nada de ello me movió a escribir el libro en cuestión, que ya había comenzado su propia andadura, y sobre cuyo porqué todavía me pregunto. Un porqué, unos motivos que están más en la necesidad de cruzar mi propia raya del territorio de los miedos. Y regresar del paseo por la muerte con más fuerza y ganas para vivir.

Demos un brusco giro: ¿en qué proyecto o proyectos se centra la investigación de Luis Nicanor Pablo Díaz González-Viana, dentro del CSIC?

Además de ocuparme de dirigir algunos proyectos sobre Patrimonio Cultural Inmaterial de Castilla y León en el marco europeo, vengo trabajando en los últimos años sobre los relatos y poéticas de esa “sobremodernidad” de la que antes hablábamos. Y, de hecho, acaba de publicarse, en paralelo a mi último poemario, un libro que se llama Miedos de hoy. Leyendas urbanas y otras pesadillas de la sobremodernidad (Amarante, 2017). La tesis que sostengo es que el vivir en un panorama de no-lugares no nos ha hecho necesariamente más cosmopolitas ni más seguros o confiados; que el movernos en la fugacidad del no-tiempo, del instante, de la aceleración, no nos ha convertido en más contemporáneos a unos de otros; que el hecho de que la información global nos abrume y sobrepase día tras día no nos ha tornado más sabios; y que la aparente obsesión por “memorializar” cualquier suceso —de los viajes turísticos a las grandes catástrofes— no nos ha vuelto más conocedores del pasado ni nos ha salvado de la desmemoria, ya que padecemos —generalmente— la carencia de esos recuerdos que nos relacionaban con un lugar y un tiempo o nos unían a los que vivieron allí antes.

Volvemos al poeta. la mayor parte de tu obra versa sobre antropología, folklore, cultura popular, mitos, etc. ¿es la poesía una válvula de escape a un pesimismo latente que te viene dado por el convencimiento —por tus estudios e investigaciones— de que vivimos en un mundo aculturizado?

No, la poesía es la médula de muchas de mis indagaciones. Quizá la guía íntima de todos mis trabajos. Mi poesía y mis textos antropológicos confluyen en señalar los riesgos del mundo que estamos viviendo. Porque se ha producido en él, como ya señalaba antes, una triple negación de los elementos que nos anclaban a un territorio, a una época y al legado de las gentes que nos precedieron. Dicho de otro modo, una renuncia al lugar, al tiempo y a la memoria propios. O, si se prefiere, a todo aquello que viene a formar y constituir el relato humano. Y hay que recuperar un “gran relato” de la humanidad en cuanto que lo humano no es algo cerrado sino un proyecto inacabado y perfeccionable. Procuro cumplir —o al menos lo intento— algo que Luis Alberto de Cuenca dijo de mi obra: que “ciencia y poesía son las dos caras de un mismo Jano” y, en mi caso, “se compenetran e interpenetran de un modo que diríamos necesario”, pues “el antropólogo se apoya en el poeta para hacerse más intuitivo y el escritor en aquél para hacerse más sabio”.

Para finalizar, siento curiosidad de saber si hay más poemarios a la vista.

Tengo en la recámara, guardado pero listo para publicarse, un libro de poesía para niños: La niña, la garza y el tiempo. Otros libros no hay, por ahora, pero eso no quiere decir que no llegue alguno a llamar a mi puerta sin esperarlo ni buscarlo: como ocurrió con La cortesía de los suicidas. Un poco como el famoso cuervo de Poe —que siempre decía “Never more”—, seguramente porque venía a cumplir un destino y casi estaba augurándolo.

Luis Díaz Viana
Luis Díaz Viana

En el Directorio Cultural Hispano


José Rico

José Rico nace en Oviedo (España) en 1956.

Estudia en la Universidad de su ciudad natal, las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, pero no finaliza ninguna de las dos dedicándose durante muchos años a tediosos y poco edificantes trabajos de seguros, transportes, venta de fitosanitarios, construcción y productos financieros.

Lector apasionado por la poesía desde muy joven es, en la actualidad, Gestor cultural.

Fundador y administrador de la desaparecida red social de escritores en lengua castellana "palabra sobre palabra".

Entre octubre de 2015 y finales de 2016 dirige el Ateneo Las nueve musas donde se imparten cursos online de artes, ciencias y humanidades.

Autor, junto a Alonso Pinto Molina, del blog "Ángel González - poeta", homenaje al poeta de Áspero mundo y Tratado de urbanismo. Blog que se trunca al año de su nacimiento dada la insistencia de la viuda del poeta en censurar los contenidos del mismo.

Editor de "MEMORIA 2012" (Editorial Círculo Rojo), "El viaje" (2013) Editorial círculo Rojo, "La gramática de las cigarras" (2014) Editorial Círculo Rojo. "En este banco" (2016) Ruíz de Aloza Editores.

Desde al año 2015 es Director-Editor de la revista de artes, ciencias y humanidades "Las nueve musas".

En agosto de 2017 comienza con el proyecto editorial Las nueve musas ediciones y a finales del 2020 con el Directorio Cultural Hispano

Ha publicado el poemario "Ayer soñé que calvo me quedaba" (Las nueve musas ediciones - 2020)

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