En las cuencas de los ríos Isana, Atabapo y Guainía, entre el río Guaviare y el Orinoco y en los estados de Amazonas de Venezuela y Brasil, se asientan los indígenas kurripako.
Organizados territorialmente en clanes, establecen sus relaciones matrimoniales entre los mismos y, a pesar de la fuerte influencia de las misiones evangélicas, conservan sus ritos y creencias tradicionales. Cada clan posee su propio territorio y las alianzas matrimoniales se realizan, generalmente, entre clanes.
Sus asentamientos se configuran en casas de barro y palma alrededor de una plaza central donde se ubican, también, un centro para el culto, una escuela y un centro de salud. La distribución de sus casas es una curiosa mezcla de la influencia exterior y la tradición indígena; un amplio salón con hamacas, varias habitaciones y dos cocinas, una donde se guardan los utensilios y otra dedicada exclusivamente a la preparación de los alimentos.
Con una economía centrada en la agricultura, siembra de la yuca, maíz, banano, piña y achiote (entre otras) en las chagras, la pesca en los ríos y lagunas y la caza de dantas, venados, babillas y aves, sus ingresos provienen de la venta en los mercados de productos artesanales que ellos mismos elaboran como canastos de bijao y escobas elaboradas con chiquichiqu, vaina de las hojas de la palma del Orinoco. El aumento de la demanda por parte de la población criolla ha impulsado a la incorporación de las mujeres al oficio innovando la cestería ornamental dotándola de formas y técnicas más modernas.
Las historia de este pueblo está ligada, a partir de 1948, a la misionera evangélica Sofía Müller que consiguió aunar los ritos tradicionales de los kurripako con los propios de la práctica evangélica.
La lengua kurripako pertenece a la familia lingüística arawak al tronco lingüístico maipure (Introducción a la lengua kurripaco – Maribel Ortiz Ovalle)
Ñapiríkuli, después del juego de la pelota, regresó a su casa en Waitjipan, un cerro a orillas del Guainía. Allí encontró una mujer con su hijo, al que llamó Kuwai, el secreto. Este nombre se le daba para que no muriera nunca. Ñapiríkuli no sabía todavía como iba a quedar el hombre, pero esperaba que éste nunca muriera, quería que la humanidad fuera eterna. Tenía planeado que cuando un hombre llegara a cierta edad avanzada, entonces debía meterse tres días en una pieza en memoria del seso, de la voz y del pensamiento. Los tres principios de la existencia humana. De allí saldría como nuevo. La pieza ya la había preparado Ñapiríkuli en su casa, en Waitjipan; entonces, Kuwai murió. (Mito del pueblo Curripaco – El Primer Muerto)
Fotografías © Alfredo Cedeño
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