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Batalla de Guadalete
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Los condes hispanogodos

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 Al comienzo de la invasión de los árabes, la población meridional de la península ibérica era en su mayoría hispanorromana y apenas habíase mezclado con los hispanogodos, aquellos que consideraba bárbaros.

Los hispanos de la mitad sur peninsular nunca habían dejado de sentir a los visigodos como invasores. Si alguna duda les hubiera quedado, bastaba con advertir que, siendo éstos extranjeros, acaparaban sin embargo los altos cargos políticos e, incluso, los obispados.

Hasta la llegada de los árabes, la relación entre ambas comunidades era hostil y despectiva, nombrándose unos a otros “Romanillos” y “Gudillos”.

Esta distinción entre hispanorromanos e hispanovisigodos la tuvieron también muy clara los árabes invasores durante al menos los dos primeros siglos de su ocupación peninsular. Julio Valdeón, en su obra “Los Musulmanes de al-Ándalus: su relación con cristianos y judíos…”, escribe: Para los árabes, “ las “muual-ladat” eran las mujeres naturales del país de raza hispanorromana, mientras que la denominación de “muual-ladat al-barbar” correspondía a las mujeres peninsulares de origen bárbaro o visigodo”.

Rabí ben TeodulfoEn las dos primeras décadas del siglo IX no había personaje más odiado en Córdoba que el conde Rabĩ; ni siquiera el emir al-Haqem. Pues bien, era a este sujeto, Rabĩ, a quien se hacía principal responsable de los abusos fiscales que se venían cometiendo contra la población.

Él era también artífice de los agravios y violencias a que los “mudos” sometían al infeliz pueblo, pues fue creador de esa fuerza de choque para  control del orden interior y, luego, su jefe supremo.

El conde Rabĩ, hijo del conde hispanogodo Teodulfo, como antes su padre, gozaba de tal crédito ante al-Haqem I que dirigía sus ejércitos, sustentados en gran medida sobre fuerzas cristianas, ya que, a principios del siglo IX, a excepción de los judíos todavía no se segregaban las distintas comunidades de población por religiones.

Los cordobeses tenían al conde cristiano por odioso causante de la ruina del pueblo y era considerado por ellos un traidor, enemigo de la patria, un hombre sin Dios y sin ley. También este conde habíase erigido en máxima autoridad fiscal; no es ya que actuara como recaudador de impuestos, pues no solo poseía la facultad de cobrarlos, sino también de imponerlos, incluso sobre los musulmanes. Y cumplía su cometido con tal celo y encarnizamiento que acompañaba a los recaudadores en sus rutas de cobranza por los arrabales, amenazando y atosigando en los obradores de artesanos, en comercios y negocios, que tal parecía como uno más de los ocupantes extranjeros o incluso con mayor encono que muchos de ellos. Estas dos prerrogativas —militar y fiscal— conferían a Rabĩ rango de visir e hicieron de él uno de los hombres más ricos de Córdoba.

Esta colaboración de la aristocracia goda con los invasores árabes acaecía desde el comienzo de la incursión, en 711 d.C. Los andalusíes de origen hispanorromano despreciaban a la nobleza visigoda por haberse prestado a la conchabanza con los nuevos dominadores de la península con tal de retener parte de su poder y sus riquezas, incluso casando a sus hijas con ellos. Los nobles godos, fueran witizanos o no, como Olmundo, Rómulo, Teodomiro…, o Artobás en Córdoba, conservaron todas sus tierras y hasta las acrecentaron con las posesiones de los huídos al norte.

Tarik Ibn Ziyad
Tarik Ibn Ziyad

No es solo que muchos de ellos fueran colaboradores necesarios en la invasión (los witizanos pidieron ayuda a Tariq, gobernador visigodo en Tingitania —Tánger— contra  el rey D. Rodrigo), sino que, además, se valieron de ella para acrecentar sus riquezas. Artobás logró así acaparar hasta un millar de fincas (metarcas) en los términos cordobeses; los hijos de su hermano Olmundo —Sara la Goda y sus hermanos— llegaron a poseer otro tanto por tierras de Sevilla y del oeste peninsular. El conde Teodomiro pudo conservar, gracias a sus avenencias y apaños con los árabes, buena parte del sureste de al-Ándalus. Este, según ben al-Qũtiya, llegó en sus pactos hasta a conceder un centenar de heredades con ganados y siervos a generales sirios.

Firma pacto Teodomiro
Firma pacto Teodomiro (Ximena Maier)

Como ellos, otros condes cordobeses que actuaban en distintas zonas del alfoz de la capital eran Wilfredo y Adulfo, aunque se significaron menos que Rabĩ. Este proceder de la nobleza visigoda fue norma en todo el territorio peninsular, y no solo en el sur; en el valle medio del Ebro, el conde Fortún, hijo de Casio, fue uno de los primeros en convertirse al Islam para poder preservar su fortuna y sus enormes extensiones de tierra, dando origen a la familia Beni-Casi, hijos de Casio.

Por otra parte, el hispanogodo Ambrosio o Ambroz (Amrús para los árabes) habíase constituido en sus dominios de Huesca en uno de los más firmes apoyos del emir, ejerciendo funciones de walí o gobernador de Córdoba en la Marca fronteriza superior y llegando a conducirse como el más eficaz obstáculo frente a las incursiones de los francos. En efecto, los visigodos no solo facilitaron a los árabes la conquista, sino que se convirtieron en brazos armados de los emires.

No tendría Rabĩ más de veintiséis años cuando ya ejercía el control de los ejércitos del emir en Córdoba. Presto hizo notar su condición. En 805 d.C., se produjo en Córdoba una conjura que fue sofocada en un baño de sangre, al modo como el emir y el conde tenían muy probado saber hacer. Las muertes acaecidas en tan funesto episodio alimentaron (junto con otras nuevas causas) el “motín del arrabal“, que trece años después, en 818, asolaría el suburbio cordobés de Sequnda, ocasionando la matanza de miles de ciudadanos, la demolición del arrabal y el destierro de los supervivientes, quienes más adelante conquistaron Creta y fundaron allí un emirato. Fue de nuevo el conde Rabĩ el ejecutor de la matanza[1].

la Jornada del Foso de Toledo
la Jornada del Foso de Toledo

Dos años después de aquellos sucesos, en 807, acaeció en Toledo otro desgraciado suceso que su solo recuerdo alentaba la insurrección. Fue este también uno de los más execrables crímenes del emir al-Haqem, “la Jornada del Foso”. Y, asimismo, se valió de un conde hispanogodo para llevarlo a cabo. Llamó el emir al noble godo de Huesca, Ambrosio o Amrús, y le pidió que le ayudara a someter a los díscolos ciudadanos de Toledo, ya que su condición de hispano contribuiría a hacerle ganar la confianza de los toledanos. Para ello, le nombró gobernador de la ciudad. Las ansias de medrar de Amrús lo llevaron a aceptar.

Aguardó el momento oportuno, que se presentó cuando el ejército real pasó por Toledo rumbo a las Marcas fronterizas del norte. Ostentaba el mando nominal de las tropas el príncipe heredero, Abd al-Rahmãn, que quince años tenía por entonces y que iba a compañado por sus tutores y por su instructor militar, al-Qobbošĩ.

Nada sabía el príncipe del acuerdo entre el emir, su padre, y Amrús; accedió, aunque con desgana, a acudir a un banquete que se ofrecería en su honor y al que asistiría la nobleza toledana en pleno. Pero, en vez de banquete, Ambrosio brindó al heredero un espectáculo sangriento: había en la fortaleza un foso abierto, debido a unas obras recientes, y, según iban llegando los invitados a la fiesta, los hacían entrar hasta el patio y, al borde del foso, eran degollados y arrojados luego al fondo de la gran zanja.

De resultas de aquel atroz desmán le quedó al joven príncipe una afección nerviosa que conservaría para siempre: el parpadeo inquieto y sin interrupción. Aquel día murieron en Toledo entre quinientos y mil naturales de la ciudad; unos eran muladíes y, otros, cristianos.

Amrús y Rabĩ eran dos de los brazos ejecutores de al-Haqem I; dos godos hacían posible la represión.

En al-Ándalus a nadie sorprendía el contubernio entre la nobleza hispanogoda y los nuevos invasores, porque les veían cosas en común, incluso en el aspecto religioso. En los comienzos de la ocupación, no resultó chocante la religión de los conquistadores, el Islam; ni siquiera se cayó en la cuenta de que se tratara de una nueva religión, y fue tomada por una secta más entre las que por entonces proliferaban, ya que poseía muchos puntos de afinidad con otras con las que las gentes de la Hispania visigoda se hallaban muy familiarizadas.

Reinos BárbarosLos visigodos habían profesado el arrianismo —una herejía que rechaza el dogma de la Santísima Trinidad— y, pese a la conversión pública y por razón de Estado protagonizada por Recaredo, un sutil baño de arrianismo continuaba impregnando la vida religiosa del país. Otras sectas relacionadas eran los nestorianos, los adopcionistas, los sabelianistas, los casianistas, los acéfalos, etc.; algunas de ellas negaban la naturaleza divina de Cristo, y todas eran antitrinitarias. Y es el dogma cristiano de la Trinidad, precisamente, el que los musulmanes no logran asumir. Del arrianismo derivó en nuestra península el priscialinismo, que debe su nombre al obispo Prisciliano, quien con su doctrina sentó las bases que facilitarían la rápida aceptación del Islam en la Hispania visigoda. El priscilianismo no admitía la divinidad de Jesús, sino que lo veneraba como profeta, al igual que los musulmanes.

Reino Visigodo hasta LeovigildoSi añadimos que los observantes de algunas de estas sectas tan consolidadas en el país ayunaban los viernes, practicaban la poligamia, postulaban el matrimonio entre musulmanes y cristianos, el divorcio por repudio y rechazaban el culto a las reliquias, no puede asombrar que al principio se considerara a los mahometanos como seguidores de alguna de ellas[2]. Más extraño resultaba a los hispanos el nuevo idioma que la nueva doctrina y, a sus ojos, los árabes solo fueron en principio unos herejes más. Por todo ello, no se topó el Islam con grandes obstáculos para implantarse en el territorio peninsular.

El historiador Ignacio Olagüe defiende que no hubo en realidad invasión de los árabes en nuestra península, aunque sí colonización por parte de la cultura islámica en simbiosis con arrianismo y priscilianismo. Esta postura no deja de ser una hipótesis, pero una hipótesis a considerar. En sus inicios, pudo tratarse de una invitación a las fuerzas foráneas por parte de los witizanos —encabezados por el príncipe Agila (Arxila), heredero del rey Witiza— como refuerzos de esta facción en la guerra civil que enfrentaba a las familias visigodas. Llamaron a los cristianos arrianos de la Tingitania (provincia africana cuya capital era Tánger) quienes, mandados por Tariq, acudieron para ayudarles a destronar al rey don Rodrigo y restituir los derechos dinásticos de Agila; hasta el obispo visigodo don Oppas (hermano del rey Witiza) se unió a aquellos refuerzos invasores para derrocar a don Rodrigo.

Recaredo
Recaredo

Las tropas de Tariq, no solo estaban formadas por los cristianos arrianos del norte de África, sino que incorporaban numerosos beréberes de diferentes cabilas, muchos de ellos ya islamizados. Las victorias iniciales en la península eran más fáciles de obtenerse que el mantenerse en el poder por largo tiempo y asegurar esos resultados.

Una solución para lograrlo pudo consistir en ponerse bajo el amparo del califato de Damasco a cambio del pago de tributos; y así se hizo, enviando luego el Califa sus gobernadores. Pudo aquella invasión inicial originarse de forma similar a la llegada de los almorávides unos siglos después: reclamados como refuerzos de los reyes taífas (divididos entre sí) en su guerra contra los cristianos peninsulares; primero vinieron como invitados, y luego resolvieron quedarse.

Pero el verdadero problema para los visigodos se planteó unas décadas después, con la llegada de Abd-al-Rahmán I. La dinastía Omeya entronizada por él en la península sólo contemporizó con los condes godos hasta tanto se vio sólidamente asentada, sirviéndose de ellos hasta el reinado de Abd-al-Rahmán II, bisnieto del anterior, quien rompió los lazos y dependencias que hasta entonces los vincularon.

En cualquier caso, la conclusión más evidente es que los hispanogodos no solo facilitaron a los árabes la conquista del país, sino que, al mismo tiempo, propiciaron la islamización y ayudaron a la integración de los recién llegados. Incluso entre los mozárabes se produjo un aislamiento respecto a las demás comunidades cristianas, tanto a las del norte peninsular como a la misma Roma. Ni siquiera los más celosos defensores de su identidad cristiana pudieron evitar un cierto sincretismo en lo que se refería a su vida religiosa. Los visigodos, además de invasores, ayudaron a instalarse al invasor que les sucedió.


[1] – Este hecho histórico del motín del arrabal de Sequnda quedó expuesto con detalle en mi ensayo titulado “Los Andaluces Fundadores del Emirato de Creta” y en mi novela “La Estirpe del Arrabal”.

[2] –  Asín Palacios y otros arabistas sostienen que el Islam guardaba relación con el arrianismo.- Emilio González Ferrín, “Historia General de al-Ándalus. Europa entre Oriente y Occidente”.

Pedro Damián Cano, “Al-Ándalus: el Islam y los pueblos ibéricos“. Carmen Panadero, “Los Andaluces Fundadores del Emirato de Creta” (ensayo) y La Estirpe del Arrabal” (novela histórica).

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Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado nació en Córdoba (España). Estudió Profesorado de Educación General Básica (Magisterio, Escuela Normal de Ciudad Real, 1971) y ejerció la enseñanza. Ingresó en la Facultad de Bellas Artes, Universidad Complutense de Madrid, 1985.

Ganadora del XV Premio de novela corta "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo (2017).

Medalla de oro 2018 a la investigación histórica (del Círculo Intercultural Hispanoárabe).

Pintora con sólida experiencia, estilo personal en la línea constructivista figurativa. 24 exposiciones individuales, 25 colectivas y 3 premios conseguidos. Con obra en museos y colecciones públicas y privadas de España, Alemania, Portugal, Estados Unidos y Reino Unido. Representada con obra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).

Novela histórica:
— “La Cruz y la Media Luna”. Publicada por Editorial VíaMagna (2008). 2ª edición en bolsillo bajo el título de “La Fortaleza de Alarcos” (2009). Reeditada como libro eléctronico “La Cruz y la Media Luna” por la Editorial Leer-e, Pamplona, abril, 2012, y en papel por CreateSpace (Amazon) en mayo de 2015.
— “ El Collar de Aljófar”. Editada por Leer-e (Pamplona) en soportes papel y electrónico, mayo, 2014.
—“El Halcón de Bobastro”, editada en Amazon en soportes electrónico y papel (CreateSpace) en agosto de 2015.
— “La Estirpe del Arrabal”, editada por Carena Books (Valencia) en 2015.
Ensayo:
— "Los Andaluces fundadores del Emirato de Creta" (ensayo de investigación histórica). Editado en Amazon en soporte digital en julio de 2014 y en papel (CreateSpace) en mayo de 2015.

Novelas de misterio y terror (novela fantástica):
— “La Horca y el Péndulo” (XV Premio de narrativa "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo), 1ª Edición en marzo de 2017 por Ayuntamiento de Toledo. - 2ª edición en mayo de 2017 por Impresion QR 5 Printer, S.L. (Ciudad Real).
— “Encrucijada”. Inédita.
— "Maleficio Fatal". Inédita.

Parodia de Novela Histórica:
— "Iberia Histérica" (novela corta en clave de humor). Editada en soporte digital en Amazon y en papel en CreateSpace en mayo de 2018.

Autora también de relatos históricos y Cuentos de literatura infantil.
Colabora con artículos en diversas revistas culturales. (Tanto en papel como en webs digitales): Fons Mellaria (F.O.Córdoba), Letras arte (Argentina), Arabistas por el mundo (digital), "Arte, Literatura, Arqueología e Historia" (Diputación de Córdoba), Revista Cultural Digital "Las Nueve Musas" (Oviedo).

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