“Yo no conocí, ni vi, a la santa madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra, mas ahora que vive en el cielo la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí que son sus hijas y sus libros, que a mi juicio son también testigos fieles y mejores de toda excepción de la gran virtud; porque las figuras de su rostro, si las viera, mostráranme su cuerpo; y sus palabras, si las oyera, me declaran algo de la virtud de su alma”.
En esta primera frase en la carta de Fray Luis de León, dirigida a las carmelitas descalzas del monasterio de Madrid, declara Fray Luis que nunca llegaron a conocerse personalmente las dos figuras más importantes de la literatura del renacimiento español.
Conocer a Santa Teresa a través de su obra causa en el fraile agustino este profundo lamento por no haber compartido la presencia física en tiempo y espacio, pues no hay cosa alguna que estimule este deseo con más fuerza que la admiración.
Fray Luis de León fue el primero en publicar las obras de aquella monja contestataria e incomprendida cuyo pensamiento atraía peligrosamente las sospechas de la Inquisición, que con tanta injusticia sufriera el mismo Fray Luis. El íntimo enfrentamiento con la censura inquisitorial lo materializa con la negativa a alterar los textos originales para adaptarlos a la doctrina oficial y corregir un estilo que consideraban propio de mujer poco letrada. Al respecto Fray Luis escribe que “fue atrevimiento grandísimo y error muy feo querer enmendar las palabras; porque si entendieran bien castellano, vieran que el de la santa Madre es la misma elegancia”.
Esta elegancia en el estilo a pesar del uso del castellano vulgar es lo primero que impacta al docto profesor de Salamanca; parece que Teresa no escribe, sino que habla, como siglos más tarde diría Menéndez Pidal:
La sencillez de este método contrasta con el estilo más erudito de Fray Luis y excita el deseo de complemento, como el sabio que se vuelca con el alumno aventajado. No siendo posible este intercambio por haber fallecido Teresa, el profesor realiza el proceso a la inversa; es decir, intenta descubrir a la ya imposible alumna a través de su legado.
El escribir hablando es propio de las soledades de los claustros, soledades compartidas por ambos de forma voluntaria, pero que pesaban más en Fray Luis, cinco años encarcelado por la Inquisición por traducir del hebreo El Cantar de los Cantares del que, por cierto,era entusiasta Teresa . Nadie como el agustino para comprender que cuando solo existe el sonido de la pluma rascando el papel, cuando no hay otra presencia que la propia,las palabras se vuelcan en forma de pensamiento.
La iglesia de la época no quiere que la gente piense ni que el pensamiento evolucione hacia la alteración del dogma por mínima que sea, y esta costumbre de escribir pensando se percibe por la censura como algo peligroso. Reúne además Teresa cuatro condiciones que mueven a la sospecha de la censura: era mujer, descendiente de judíos, burguesa de provincia, y mística.
Defender su obra supone colocarse en una posición peligrosa, y no obstante esta circunstancia no hace sino estimular el deseo de enfrentar el pensamiento cerrado y la injusticia a través de esa defensa. Este afán contestatario inspira la crítica literaria más exquisita que hacerse pueda de una obra, o de un autor:
“En la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y calidad con que las trata, excede a muchos ingenios; y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale”.
Crítica tan sublime, y expresada por persona de tan grandes méritos, no hubiera podido sino complacer la vanidad de Santa Teresa de haber estado en el mundo para recibirla; puesto que Teresa, a pesar de cubrirse de forma repetitiva en todos sus escritos con el manto de la modestia, se reconocía tan vulnerable a la vanidad como pueda serlo cualquier ser humano.
Puede decirse que la personalidad de la monja se trasluce en sus escritos, se vuelca en ellos de forma que un observador elevado, como lo era Fray Luis, pudiera sacar conclusiones que otro más vulgar no encontraría aunque hubiese tenido la presencia de la Santa al alcance de la mano.
Se convierte Fray Luis en defensor de la mujer que es Teresa mientras defiende su estilo literario y su pensamiento. Acaso reconociera en ella el Anima viri fratres que habría podido entender sus propias y profundas zozobras, siendo ésta muy íntima necesidad de los espíritus elevados. En la carta que dirige a las religiosas carmelitas como prólogo de la edición príncipe de El libro de la vida, da la impresión de que Fray Luis no se dirige a las monjas ni al lector, sino a Teresa misma, usando un código íntimo para comunicarse con ella y manifestarle ese reconocimiento de ser ambos unum cor et anima una, como el que está presente en las 114 cartas entre la Santa y Jerónimo Gracián.
En todo caso, Fray Luis se entrega con entusiasmo a la edición de los libros, y a componer uno propio:“De la vida, muerte, virtudes y milagros de la Santa Madre Teresa de Jesús. Libro primero, por el maestro fray Luis de León”, éste último encargado por Juana de Austria, hermana de Felipe II, que movida por su devoción religiosa muestra curiosidad por la figura de la monja.
En esta obra, que dejó incompleta, vuelca Fray Luis de León toda su admiración por la polémica Teresa de Jesús, acaso desde ese amor del alma que pueden comprenden los místicos, y quienes son capaces de sentir la belleza del mensaje que contiene El Cantar de los Cantares.
No quiso el Destino que se conocieran dos almas tan semejantes, llamadas a la admiración la una por la otra; pero en cambio sí fue posible que una de ellas inspirase a la otra para que creara una parte importante de su legado al mundo, y a las Artes.
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