Las nueve musas
vida inteligente

Las plantas: vida inteligente en nuestro planeta

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Una humanidad que ignora, explota, somete y supone dominar a quien le sustenta el alimento y la existencia sobre nuestro planeta, o es peligrosamente ignorante o está profundamente enferma.

Probablemente ambas circunstancias sucedan, pues la ignorancia no es más que una enfermedad que adolece a la conciencia humana.

Las plantasHubo un tiempo en el que la Tierra estuvo repoblada por unos seres que no se alimentaban de animales ni de plantas, que solo con mirar el sol eran capaces de conformar un ambiente fresco y saludable donde resurgir un paraíso exuberante.

Dominaban la superficie del planeta, puesto que ocupaban el máximo espacio vital de todos los ecosistemas, prueba de una mayor adaptación al entorno y una exitosa resolución en los problemas de supervivencia. De toda la masa de seres vivos, resultaban ser nada menos que el 99%, mientras el resto no tenía resquicio alguno de preponderancia, en un mundo en el que aún menos sentido tenía albergar ninguna especie imperante y pretendidamente superior.

Aquello aconteció en una época en la que el recién llegado ser humano —apenas llevaba un breve instante en la medida del tiempo cósmico— optó por denominar Era Contemporánea, en un  cambio de siglo y de década de siglo.

Sí, se trata del vergel actual dominado por las plantas y los árboles, en pleno siglo XXI.

Hace millones de años, ellos ya manejaban a la perfección el fenómeno naciente de la evolución, adaptándose a los procesos cambiantes de un planeta joven, asentado sobre una gama vital de especies oxigenantes y creadoras de una atmósfera apacible para la vida. Y este papel protagonista, constructor y sustentador de toda vida ha permanecido hasta nuestros días.

A pesar de las investigaciones, a lo largo de los siglos, que dotaron de voz apenas perceptible a estos silenciosos seres deslumbrantes de vida propia —dotados de una inteligencia tan latente como evidente la prepotencia del ser humano ante ella—, siguen conformando un mundo de misterios por desgranar, aparentemente indescifrable y yermo de sapiencia.

Ya el griego Demócrito, en el siglo IV a.C., describió a los árboles como hombres boca abajo, con un cerebro enterrado en tierra, adelantándose así más de veinte siglos a los primeros estudios sobre el funcionamiento neuronal de las raíces.

Linneo
Linneo

Carl von Linneo, considerado padre de la botánica por su exhaustiva y útil clasificación del reino vegetal en base a la morfología de sus órganos sexuales, en el siglo XVIII llevó a cabo un análisis de las plantas insectívoras e indagó sobre el sueño de las plantas.

En el siguiente siglo, no podía faltar Charles Darwin, en su faceta más desconocida como apasionado botánico, con sus exhaustivos estudios sobre el movimiento de los vegetales —mayoritariamente en sus raíces— y la sofisticación de las plantas carnívoras.

Todos ellos y un puñado más hicieron notar un talento implícito en estos fascinantes seres, lo que, al parecer, no fue suficiente como para desempolvar el pesado velo cultural, religioso y filosófico que caía sobre el desapercibido paso de estos entes vivos, sigilosos e inmóviles, y pareciera que por ello mismo, inútiles o poco relevantes.

Y es que, en nuestra sociedad, aún pesa una concepción inamovible pero errónea sobre una inferioridad evolutiva que le fue asignada al reino vegetal, solo por su condición sésil o aparente estatismo.

Asimismo, desde que, en el siglo XIX, fue afianzándose la concepción científica del nacimiento de la vida y su posterior evolución, una interpretación simplista —que consideraba el surgimiento de los distintos grupos vegetales y posteriormente animales como una única línea de complejidad y perfección que culminaba en el Homo sapiens sapiens— se fue arraigando en unas mentes partidistas y promotoras de una superioridad animal —y, por descontado, humana— sobre el mundo vegetal.

Sin embargo, ni las plantas están quietas ni son nada estúpidas.

Ello se explica, por un lado, porque su escala temporal es diferente a la nuestra —y más en una sociedad vertiginosa que prima la alta velocidad e inmediatez— y no somos capaces de percibir el movimiento lento de las diferentes partes que las componen.

Plantas¿Quién no ha observado esas bellas imágenes, reproducidas a alta velocidad, en las que un movimiento consciente y dirigido se abre paso en la apertura de flores, en la formación de semillas, en la búsqueda de luz de las hojas o en las pruebas táctiles de los zarcillos de una trepadora eligiendo su soporte más idóneo?

Por otro lado, ya Darwin sugirió que el proceso de la evolución es una compleja trama de líneas evolutivas, que van a desembocar en cada una de las especies animales y vegetales actuales, en un afán de culminación existencial y desarrollo máximo: si una especie existe, es porque ha resuelto con éxito su camino evolutivo, tras múltiples adaptaciones al cambiante medio, hasta su máximo esplendor.

Que el sendero evolutivo de las plantas las haya llevado por derroteros muy diferentes a los de los animales no implica necesariamente ni menor desarrollo ni ningún tipo de simpleza; la maravilla de la evolución ha hecho potenciar unas alternativas a su posición fija, dignas de admiración.

BiologíaMientras la principal defensa de un animal ante un predador es la huida, los vegetales, ante la imposibilidad de desplazamiento inmediato, han creado una estructura modular, una especie de repetición de funciones vitales a casi todo lo largo de ellas.

Todos sabemos que podemos truncar múltiples partes de una planta, flores, hojas, ramas, incluso raíces, y ella felizmente volverá a rebrotar, con su sistema operativo casi intacto. Inteligente comportamiento, ¿no es así?

Estas y otras conclusiones sobre la magnífica respuesta adaptativa de todo un reino vivo se suman a múltiples investigaciones realizadas por expertos desde hace más de cincuenta años, gracias a las cuales, los heroicos esfuerzos realizados por aquellos esporádicos estudiosos en la historia pasada parece que no hubieran sido en vano, pues se están rescatando y añadiendo a un nuevo sentir hacia este reino olvidado.

Uno de los resultados más impactantes de estas indagaciones científicas es descubrir cómo las plantas pueden percibir a través de los mismos cinco sentidos nuestros, e incluso unos pocos más que cualquier animal no posee.

BiologíaPor supuesto que no tienen nariz, ni ojos, ni oídos, pero la estructura holográfica de la planta la ha provisto de células especializadas a todo lo largo de gran parte de ella. Tal es el caso de los fotorreceptores, encargados de captar, procesar y reaccionar ante una gama extensa de longitudes de onda lumínicas, o de los canales mecanosensibles dispersos por la superficie, que hacen vibrar y, con ello, escuchar a toda la planta, seleccionando aquellas intensidades hertzianas que les favorecen en su crecimiento y lustrosidad.

Las pruebas científicas que se llevaron a cabo en un viñedo de la Toscana, en Italia, dieron como resultado unas hojas de parra más grandes y frondosas, y una uva más sabrosa y rica en polifenoles, tras haberlas expuesto a música clásica —especialmente Mozart—, en contraposición con las que no lo habían sido. ¿Tienen oído y, además, selectivo y exquisito?

Se ha estudiado igualmente el nada arbitrario movimiento de varias partes útiles de la planta, como sus hojas en la carnívora Nepenthes o los pétalos en la Cala negra, atrapadora de moscas libadoras. Y experimentos con las raíces han conducido a la conclusión de que estas son sensibles a un finísimo gradiente de sustancias químicas presentes en el suelo, incluidas las tóxicas.

Es necesario volver a citar al afamado Charles Darwin, puesto que él fue el primero que realizó numerosas investigaciones precisamente con las raíces de las plantas y sus movimientos, y el que predijo que el auténtico centro de mandos de estas se encontraba en esa fina y subdividida red de filamentos subterráneos que las conforman.

Tras estudios hechos recientemente, hoy se llega a afirmar que el comportamiento de las raíces se asemeja enormemente al del cerebro de algunos pequeños animales. Es más, los impulsos eléctricos que se dan entre sus puntas distan bien poco de las sinapsis de conexión entre las neuronas de un cerebro.

¿Y la comunicación? ¿Existe algún tipo de interrelación entre los árboles de un bosque? Los estudiosos botánicos que lo han investigado afirman que sí: esas sensitivas raíces, a través de una simbiosis (asociación biológica de beneficio mutuo entre dos especies) con un hongo, contactan con las raíces adyacentes de otros árboles, en un impresionante entramado de conexión permanente, cual selva avatárica solo aparentemente ficticia.

Pero, más allá del subterráneo, los investigadores sugieren la existencia de otro lenguaje, aún por conocer en toda su magnitud, por el que las plantas avisan a otros congéneres, ante una situación de peligro. Es el caso de ciertos compuestos químicos volátiles que emiten al aire, y que son captados en la distancia y recogidos por otras plantas, para que estas preparen sus hojas, secretando sustancias indigeribles o para atraer a otros insectos, predadores del atacante.

PlantasEs de todos conocida la íntima conexión existente también entre los dos mayores reinos vivos, animal y vegetal. Una rica gama de flores tiene sus correspondientes chupadores de polen o la gran variedad de semillas es liberada, no ya por el aire o el agua, sino por canales de dispersión animal: insectos, reptiles, aves, mamíferos.

La sofisticada orquídea Ophrys apifera, no solo cumple con su compleja capacidad mimética, propia de este deslumbrante grupo de flores, sino que se extralimita en su afanosa atracción de algunos insectos himenópteros (del grupo de las abejas, avispas y hormigas), que perecen rendidos a sus pies. Tacto, vista y olfato son los sentidos engañados con la maestría de la orquídea: sus flores asemejan los colores y la forma de las hembras de estos insectos, emiten un néctar cargado de perfume a feromonas y, para colmo, la superficie de sus pétalos está cubierta por una vellosidad que simula el tacto del cuerpo de aquellas.

BosqueComo es de esperar, nuestro pequeño insecto es absolutamente débil a tales tentaciones instintivas y, no solo se aproxima raudo a su encuentro, sino que durante la floración, acaba prefiriendo aparearse con su nueva enamorada que con la de su propia especie animal. Resultado: una cabecita embadurnada de un elixir que transportará a otra flor de Ophrys, para ser fecundada.

Pues la ciencia pretende dar un paso más allá y plantearnos cuestiones más propias de comportamientos, asociados a una mente lúcida y ética, cuestionando el altruismo de los vegetales en experimentos como el que se llevó a cabo en un bosque de abetos en Canadá.

Aislaron el sistema radical de uno de los ejemplares, privándole de agua y alimento. Se observó que, a lo largo de cinco años, los árboles cercanos estuvieron surtiendo al desprovisto, de savia y de todo lo necesario para su supervivencia. ¿Acaso existía beneficio que pudiesen sacar de ello, fuera de la ayuda corporativa?

Si consideramos que la inteligencia es la capacidad de reaccionar y resolver problemas de forma exitosa y provechosa, cada vez más expertos afirman con contundencia que las plantas son seres inteligentes, y que incluso van más allá en la supervivencia y adaptabilidad que muchos animales.

Tan solo existe una diferencia de enfoque —y una necesidad de que el hombre se despoje de su egocentrismo—, desde la cual la evolución ha dotado a este enorme grupo de seres vivos de una ingeniosa capacidad de respuesta que utiliza vías muy diferentes a las del reino animal. Diferente, no inferior. La inteligencia, en sí, es una propiedad intrínseca de la vida.

TroncoTras todo lo relatado, cualquier lector podría sentirse, cuando menos, despertado en su curiosidad y admiración hacia esos escasos compañeros verdes de las calles de su ciudad, esporádicamente apilados en los parques urbanos, que parecen vigilar sus diarios quehaceres, discretos, sosegados y, a menudo, escuálidos o enfermos, sombreando el asfalto ardiente bajo los pies, en las tardes estivales de azotador solano.

Pero continúa un poco más, lector interesado, porque, aunque muy probablemente conozcas los hechos que aquí se apuntarán, si no te conmovieron, es que tu memoria en estos menesteres es débil, pues ya se cuida la sociedad (medios de comunicación, educación dirigida, miras políticas y económicas,…) de reblandecerla, ignorándolos y olvidándolos.

¿No sientes el aliento que mantiene todo tu ser tangible en funcionamiento, hasta en la última célula de tu cuerpo? No podría materializarse —de hecho, no podrías ni materializarte tú ni existir— si no te lo proveyesen esos árboles en los que apenas reparas.

Si pudo comenzar la vida fuera de los mares, sobre la tierra, fue posible gracias al oxígeno que las plantas y algas, desde los océanos, iban exhalando a una atmósfera sombría e inhabitable, oxigenando el aire circundante atmosférico.

Solo por esta circunstancia de dependencia, ya debieran ser respetados, si no venerados, estos magníficos y únicos productores de oxígeno, gas imprescindible para nuestra respiración y nuestra vida, sin el cual, en apenas unos minutos se nos escaparía entre las manos.

ContaminaciónPues hagamos, además, un poco de historia. La madera de árboles y arbustos acompañó al hombre, desde antes de su glorioso descubrimiento del fuego, hasta nuestros días, para guarecerse en viviendas, acompañarse de mobiliario y utensilios, y facilitarnos los desplazamientos sobre el agua: múltiples creaciones con las que un tronco de madera nos reconfortó y protegió.

¿Y los controvertidos combustibles fósiles? Empujan tu coche y la mayoría de transportes, mueven industrias y forman parte de infinidad de productos, conformando el 80% de la actual demanda mundial de energía, según la Agencia Internacional de Energía (AIE).

¿Recuerdas su origen? Ya lo habrás imaginado: reciben su nombre porque fue a partir de depósitos fósiles orgánicos, en su mayoría vegetales —hace millones de años y en las profundidades de la Tierra—, que pudieron configurarse los hidrocarburos actuales, en forma de petróleo y gas, más el carbón.

Pues aún hay más. A día de hoy, en que la contaminación de origen antrópico puebla buena parte de nuestros ecosistemas, no cesan de descubrirse especies de plantas y algas que presentan una importante capacidad fitorremediadora, que transforma a nivel químico sustancias tóxicas provocadas por la incesante e inconsciente actividad humana, convirtiéndolas en inocuas.

MedicinasY ni qué decir tiene que, desde el árbol más solitario hasta el bosque más frondoso, actúan como sumideros de CO2 ante la polución, es decir, que gracias al proceso de la fotosíntesis que llevan a cabo, son fijadores del CO2 contaminante que el ser humano expide desde vehículos y fábricas. Un solo ejemplar del Árbol del Neem (Melia azedarach), árbol ornamental bastante habitual en las calles de nuestras ciudades, es capaz de secuestrar del aire unas seis toneladas de CO2 al año y, en un solo día, la cantidad emitida por mil coches que pasen por delante de él.

Tan importante como el oxígeno para nuestra existencia es el alimento que nos nutre, de tal manera que, incluso los animales que se alimentan de carne y no de plantas, consumen animales que, a su vez, se nutren de plantas.

Es decir, que debido a la relevante posición del reino vegetal en la base de la cadena trófica o alimentaria, se hace totalmente imprescindible. Aun cuando todo en la biosfera (conjunto de seres vivos del planeta) está interconectado, en última instancia, si los animales —y, por ende, nosotros— desapareciéramos de la faz de la Tierra, las plantas y árboles se reajustarían y continuarían su andadura planetaria; si fuesen estos los que desapareciesen, literalmente todo animal se extinguiría.

A otro nivel, quizás más sutil pero no por ello menos trascendente para el humano, se están realizando cada vez más estudios fisiológicos sobre los beneficiosos resultados que nos departe la vida verde, con sus efectos relajantes. Sus saludables consecuencias psicofísicas han llevado a algunos hospitales en el norte de Europa a situar, con objetivos terapéuticos, espacios con vegetación.

Enlazando con este binomio naturaleza/salud, no deberíamos olvidar que la casi totalidad de la farmacopea actual lleva principios activos de origen botánico, tanto extraídos directamente del mundo de las plantas medicinales, como creados por el hombre asemejando los ya existentes.

Ante este vasto y maravilloso panorama de lo que nuestros amigos  —mediadores entre el sol y los animales, misión universal en nuestro mundo— llegan a hacer por nosotros, ¿cómo puede el hombre situarse, desde su arrogancia, en el extremo opuesto —y peligroso para él mismo— de arrasar bosques, extinguir especies y arramplar con la biodiversidad de muchas zonas de nuestro amado reino botánico?

La ceguera, una vez más, y con ella, la inevitable dirección hacia el abismo, que le lleva a destruir su propio hogar y lacerar la existencia de quienes le sustentan y dan cobijo.

Pero acaso estas nuevas voces científicas que nos ilustran sobre el mundo vegetal podrán ir provocando una ola de respeto y reverencia, más que digna de merecimiento de esos espíritus que transitan Gaia desde tiempos inmemoriales y que, cuando menos, el niño humano recién llegado le debe humildad y aprendizaje a la sabiduría de millones de años de existencia.

Las plantasQuizás algún día, no muy lejano, el hombre pueda volver a leer en la caída de la hoja crujiente, en el despertar de la flor irisada o en el susurro de la savia refrescante, el reflejo de sí mismo, como cuando hace muchos, muchos miles de años sus células formaban parte de los bosques, como promesa de un futuro humano lejano, de la mano de la magia de la evolución.

Somos polvo de estrellas, dicen, pues de ellas venimos. Pero después de eso, fuimos néctar de flores, y a él volveremos, cuando nuestro cuerpo físico repose en el seno de la tierra fértil y el curso de la existencia lo transforme en alimento de árboles, y en flores, despertar a la vida que bulle en sus entrañas, y así se cierre el ciclo de la vida… ¿y de la muerte?

La muerte realmente no existe, pues la vida solo se transforma, eón tras eón, en nuestro planeta azul… y verde.

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Mar Deneb

Mar Deneb nació en Sevilla. Es bióloga, escritora y música.

Como bióloga, fue supervisora en el Proyecto de la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía “Generación y Captura de Datos de los Subsistemas de Relieve y Uso del Programa Sistema de Información Ambiental de Andalucía (SINAMBA)”.

Fue Directora Técnica del Proyecto de la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía “Plan Rector de Uso y Gestión (P.R.U.G.)” del Parque Natural Bahía de Cádiz y Coordinadora en el del Parque Natural Barbate.

Trabajó como Técnica de Medio Ambiente y Educadora Ambiental en el Ayuntamiento de Sevilla.

Como escritora, publicó las novelas “Zenia y las Siete Puertas del Bosque” (2016), de fantasía épica, y “Ardo por ti, Candela” (2016), de género erótico.

Formó parte de las Antologías de Relatos “Cross my Heart. 20 Relatos de amor, cóncavos y con besos” (2017) y “Ups, ¡yo no he sido!” (2017), junto a otros escritores.

Fue redactora de la sección de Ciencias en la Revista Cultural “Athalía y Cía. Magazine”.

Colaboró en el Programa Cultural de Radio “Tras la Puerta”, con alguno de sus relatos.

Formó parte del jurado del I Certamen de Relatos Navideños del grupo literario “Ladrona de sonrisas”.

Como música, fue Jefa de Seminario y Profesora de Música de Enseñanza Secundaria y Bachillerato.

Fue Socia y Coordinadora de Producción en varias empresas de Producción Musical.

Formó parte como instrumentista de diversas agrupaciones musicales.

En la actualidad, imparte talleres sobre la inteligencia de las plantas y sus elementales.

Lleva la sección “Más que plantas” en su canal de YouTube.

Trabaja en sus dos próximas novelas, en diversos relatos y escribiendo artículos para su propio blog.

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