Las nueve musas
Ladran, Sancho, señal que cabalgamos

Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos

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Para muchos es ya de sobras conocido, y para quien no, puede ser un motivo de sorpresa: la frase «Ladran, Sancho, señal que cabalgamos» no aparece en ninguna de las páginas del libro El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, no salió de la pluma de Cervantes.

La frase, sin embargo, ha adquirido estatus proverbial y se ha instalado en el folclore español, atribuyéndolo desde hace tiempo al libro al que hace referencia el nombre inconfundible de Sancho.

Un pueblo ignora con frecuencia la obra propia que ha construido a través de los siglos; los refranes, proverbios, sentencias, chistes, expresiones, leyendas y cuentos que, en el puro curso de la oralidad, ha ido imprimiéndose en el alma popular. Cuando el pueblo ha creado una expresión, parece que necesite un autor a quien adjudicársela para que sea él el representante. Así es de generoso y desprendido el pueblo, incluso cuando está formado por egoísmos individuales; porque no es una generosidad consciente, sino una mezcla de ignorancia e inconsiencia para asimilar la autoría conjunta. Antonio Machado, en su Juan de Mairena, escribía lo siguiente:

«Es muy posible que, entre nosotros, el saber universitario no pueda competir con el folklore, con el saber popular. El pueblo sabe más, y sobre todo, mejor que nosotros. El hombre que sabe hacer algo de un modo perfecto –un zapato, un sombrero, una guitarra, un ladrillo– no es nunca un trabajador inconsciente, que ajusta su labor a viejas fórmulas y recetas, sino un artista que pone toda su alma en cada momento de su trabajo. A este hombre no es fácil engañarle con cosas mal sabidas o hechas a desgana.»

El pueblo sabe más que el individuo y, aunque parezca paradójico, que la suma total de sus individuos. Porque su sabiduría no es una fórmula matemática susceptible a ser englobada y predecible sus variables, sino un saber dinámico, en constante evolución, y cuya fuente mana oculta a prueba de zahoríes de la antropología. Si acaso, el pueblo sólo se deja engañar por sí mismo, en conjunto, pero con coherencia. La frase Ladran, Sancho, señal que cabalgamos, no es atribuida a Cervantes sólo por cargar con el nombre de uno de sus personajes más famosos, sino porque esa frase no desentonaría realmente en su libro Don Quijote.

En cuanto al origen aproximado de la expresión, hay varias teorías. Por una parte, es indudable la semejanza que comparte con unos versos de Goethe en su poema Kläffer (Labrador): «Pero sus estridentes ladridos sólo son señal de que cabalgamos». Tenemos en estos versos de Goethe las palabras más aproximadas y parecidas a la ya proverbial frase atribuida a Cervantes. Por otra parte, un antiguo proverbio árabe reza así: «Los perros ladran, la caravana pasa». Aquí tenemos dos afluentes, pero no la fuente misma. La incorporación del Sancho, la modificación del verbo «ladrar», y en fin la elaborada condensación para dejarlo en formato proverbial, dan cuenta de una desviación intencional o inconsciente a cuyo origen no nos podemos remontar. Sin duda que en Internet se pueden encontrar los supuestos autores primigenios, pero debo decir que desconfío por completo de esas atribuciones, cuanto más que están basadas en pruebas de las primeras apariciones escritas que se conservan o de que se tiene constancia, pero no hay evidencia de que esas no fueran a su vez transcripciones de la frase oral. A su vez, las primeras reproducciones orales de que se tienen constancia prueban simplemente la constancia y no la eviencia de su originalidad.

Pero no es la única expresión atribuida popularmente al Don Quijote de Cervantes; también la frase «Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho» se ha convertido en una expresión coloquial. A diferencia de la anterior, esta frase sí aparece en el la obra maestra de Cervantes, aunque no con las mismas palabras ni el mismo contexto. Veamos el fragmento original:

«—Hallemos primero una por una el alcázar —replicó don Quijote—, que entonces yo te diré, Sancho, lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, o que yo veo poco o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea.

—Pues guíe vuestra merced —respondió Sancho—: quizá será así; aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que es ahora de día.

Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:

Con la iglesia hemos dado, Sancho.

—Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida.

—¡Maldito seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?»

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Como vemos, la frase no tiene la connotación peyorativa hacia la Iglesia que se le ha dado como expresión coloquial. Cervantes no tenía ninguna intención de criticar a la Iglesia, entre otras cosas porque creía en ella. No hay que olvidar que deseó ser enterrado en la iglesia del convento de las trinitarias descalzas, y que la congregación de los trinitarios recogieron fondos y fueron fundamentales en la liberación de Cervantes. A esto habría que añadir que en el mismo libro Don Quijote se muestra en todo momento religioso y conforme a la Iglesia. Pero, adentrándonos en el aspecto técnico, hay que hacer notar que Cervantes escribe «iglesia», con minúscula, y por lo tanto no se refiere a la Iglesia como institución sino a una iglesia en particular; por otra parte, el «hemos dado» no tiene la connotación violenta u hostil del «hemos topado».

De más está decir que, dejando a un lado esas diferencias significativas, el propio fragmento y su contexto demuestran que la frase es literal: Don Quijote y Sancho avanzan en la noche buscando el supuesto palacio de Dulcinea, pero el bulto al que Don Quijote se dirige con sus esperanzas acaba resultando una simple iglesia de pueblo. La connotación peyorativa es, pues, invento popular y no de Cervantes, cuya intención era puramente literal.

Sin duda, por la extensión y calidad de la obra, cada uno seguirá arrimando el ascua a su sardina, empeñándose en hacer a Don Quijote ateo, budista, comunista, nazi o de cualquier otra ideología, sacando frases fuera de contexto y diseccionándolas. Cada uno creerá tener razón, pero la realidad es otra: Don Quijote (y Cervantes) eran católicos. Aceptarlo (y comprenderlo) es un acto de humildad y de respeto hacia Cervantes; no aceptarlo, y querer cambiar póstumamente sus palabras, es un ejercicio de soberbia y, por qué no decirlo, de pataleta infantil.

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Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español.

Aunque sus comienzos estuvieron enfocados hacia la poesía y la narrativa (ganador II Premio Palabra sobre Palabra de Relato Breve) su escritura ha ido dirigiéndose cada vez más hacia el artículo y el ensayo.

Su pensamiento está marcado por su retorno al cristianismo y se caracteriza por su crítica a la posmodernidad, el capitalismo, el comunismo, y la izquierda y derecha políticas.

Actualmente se encuentra ultimando un ensayo.

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