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MALLORCA R.I.P.

 Año 2300, Mallorca.

  1. Al llegar al aeropuerto de la isla desde cualquier otro lugar del mundo, el viajero se encuentra con que el aeropuerto no tiene salida a la calle.
Puig Major
Puig Major

Se sale, sí, del aeropuerto, pero no al exterior. Una vez traspasadas las puertas que antes dejaban al viajero a pie de calle, se entra en otro lugar igualmente cerrado aunque amplio. Es el hotel-antesala. Su puerta es la misma que la del aeropuerto, pues no hay aire libre entre las dos instalaciones, y su diferencia radica tan solo en su arquitectura interior. No parece, en efecto, que se salga de un lugar para entrar en otro distinto, a no ser a la manera en que en un gran centro comercial entramos y salimos de uno u otro establecimiento. Poco a poco, sin embargo, los matices van adquiriendo relieve, y a medida que se avanza uno va descubriendo, algo tarde para lo que era antes lo normal, que realmente se encuentra en un lugar distinto. La indumentaria de los trabajadores, la decoración que lentamente ha ido desmarcándose del aeropuerto y adquiriendo carácter propio, el hilo musical, el ambiente, acaba todo ello por revelar de una manera algo subrepticia lo que antes, por medio de un elemento olvidado como la calle, era drásticamente ostensible: hemos cruzado algo. El hotel-antesala se define por sí mismo, en 2300 no están para sutilezas. Es el recibidor, no de un hotel, sino de Mallorca; es decir, de los hoteles. Porque Mallorca es una red de hoteles sin espacio entre sí. La puerta de salida de un hotel es la puerta de entrada a otro, que es como decir que todas las puertas son de entrada y salida a la vez; mejor: que no existen puertas de entrada y de salida. La puerta es un objeto anacrónico. Lo que hay en el año 2300 son los socavones de quita y pon que ya desde hace siglos llamamos puertas automáticas, las de cristal que ya allá por el año 2000 hacía tiempo que conectaban las calles con los centros comerciales (me centro en describir la Mallorca del 2300, dejo para otra ocasión el análisis sobre cómo desde el siglo XX hasta el siglo XXIV los centros comerciales han pasado de ser focos de necesidad y más tarde de entretenimiento esparcidos por el mundo, a despojar a los pueblos de sus vestiduras para enfundarles su disfraz de aséptica confortabilidad. Dejaré también para otra ocasión el comentario al libro Las puertas del infierno, publicado en el año 2289, donde el filósofo Matildo Graham presenta su teoría de cómo el tedio del siglo XX y su pusilanimidad resultante de filosofías nihilistas popularizó las puertas automáticas, y cómo éstas retroalimentaron el tedio hasta depravarse en en siglo XXI).

El hotel-antesala deja paso, como ya se ha dicho, a través de estructuras y paredes compartidas, a otros dos hoteles. Éstos, a su vez, ofrecen salidas (entradas) a un número mayor de hoteles, de tal manera que conforme se aleja de la costa para avanzar tierra adentro, cada hotel está circundado, y por lo tanto conectado inmanentemente, con cada vez más hoteles. Así como alguien que enciende un cigarro con la colilla del anterior, uno puede (tiene que) recorrer Mallorca de hotel en hotel, sin posibilidad de intersticios. Todo está conectado, eso sí, de tal manera que lo que en el siglo XXI llamaban caminar haya quedado obsoleto y adquiera, desde la perspectiva contemporánea, la dimensión de una costumbre primitiva. El comodismo del siglo XXIV, filosofía tataranieta del pragmatismo y el utilitarismo del siglo XX, sumerge y ahoga en sus arenas movedizas cualquier consideración ética o moral que se atreva a poner un pie sobre él. Nihil novum sub sole. Del teocentrismo y más tarde el antropocentrismo, se ha llegado a un tecnocentrismo antropocéntrico, oxímoron aberrante pero no por ello menos cierto, predecible, y negativamente consecuente.

 Mallorca es un red de hoteles yuxtapuestos, con una gigantesca piscina comunitaria a modo de sucedáneo del mediterráneo (hoy innadable, imbebible), con una interconexión ajena a cualquier esfuerzo humano y con todo lujo de comodidades. Solo un lujo no hay: aire libre. Todo aire es condicionado. El aire libre se convierte en aire cautivo a través de grandes filtros que seleccionan el aire puro, dejando en sus intrincados cedazos las partículas nocivas. Visto desde fuera, es un hotel monstruoso, con una fachada de 555 kilómetros de largo que la circunvala, fabricado sobre los cimientos de lo que una vez fue una isla al aire libre, con sus buenos y malos tiempos, pero con su propio tiempo. Todo ello pasó a la historia. Hoy el gentilicio de Mallorca no es mallorquín, sino turista.

 PD: El Real Club Deportivo Mallorca continúa en segunda división.

Puig de Massanella
Puig de Massanella

 Esta visión apocalíptica de Mallorca puede ser fantasiosa, pero no exageradamente negativa. No hay que olvidar que la actual Mallorca sería la imagen misma del apocalipsis para los mallorquines que vivieron tres siglos atrás. Para el año 2300, las piedras y la arena sobre las que hoy los bañistas extienden sus toallas y plantan sus sombrillas, únicamente podrán ser tocadas por las manos de algunos submarinistas. Quizá encuentren, escarbando, algunas botellas con nombres desleídos por la sal. O puede que el cambio sea más drástico: puede que el agua se suba por las paredes en una pleamar de vértigo, convirtiendo en abisal oscuridad lo que hoy son las iluminadas cruces de las iglesias, las antenas de las terrazas más altas, las almenas de antiguos castillos. Mallorca quedaría reducida a cuatro islotes del tamaño de una casa, a saber: los picos del Puig Major, Massanella, Ses Bassetes, y el de Tomir.  Pero este es un aspecto del futuro que, aunque no cabe duda que hemos acelerado, habría de ocurrir tarde o temprano. El hombre tiene prisa, y no permite que la naturaleza se quede rezagada. Es capaz de adelantar el reloj de la naturaleza varios siglos, haciéndole acudir mañana mismo a una cita que estaba prevista para un par de siglos más adelante.

Puig de ses Bassetes
Puig de ses Bassetes

Pero no le basta con eso. Como hoy todo, hasta las personalidades, se fabrican al por mayor, se ha llegado a la conclusión de que las casas familiares, particulares y diferentes, son un lujo que el hombre ya no debe permitirse más. Y como los hoteles son casas de turistas, y los turistas, incluso los más asiduos, no se han mallorcanizado ni lo harán nunca, han optado por una estrategia mucho más favorable a sus intereses: extranjerizar a los mallorquines. Y así nos encontramos con los mallorquines pagando por ver lo que sus abuelos vieron gratis, pagando por aparcar donde antes era gratuito, pagando, en fin, un impuesto de belleza. Porque ¿a quién se le ocurre nacer en Mallorca? Puede que fuera buena idea en aquellos locos tiempos donde uno podía visitar gratuitamente los rincones de la tierra donde había nacido, pero no en estos otros tan cuerdos, donde se nos dice que un parking ha pasado a ser de pago por exceso de visitas. Bien, se instalan unas barreras, unos parquímetros, y abracadabra: todo sigue igual que siempre. Sigue el exceso de visitas, los problemas para aparcar son los mismos, pero un exceso contante y sonante ahora se suma al de visitas. Qué de sofismas, qué de falsos silogismos no se inventan en Mallorca por encubrir una simple verdad: «Señores mallorquines, de hoy en adelante ustedes son turistas nacidos en Mallorca. Nada más. Se acabaron los privilegios de nacimiento. Ni sangre ni mar azul».

Puig Tomir
Puig Tomir
Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina

Alonso Pinto Molina (Mallorca, 1 de abril de 1986) es un escritor español.

Aunque sus comienzos estuvieron enfocados hacia la poesía y la narrativa (ganador II Premio Palabra sobre Palabra de Relato Breve) su escritura ha ido dirigiéndose cada vez más hacia el artículo y el ensayo.

Su pensamiento está marcado por su retorno al cristianismo y se caracteriza por su crítica a la posmodernidad, el capitalismo, el comunismo, y la izquierda y derecha políticas.

Actualmente se encuentra ultimando un ensayo.

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