Las nueve musas
Florence Owen Thompson

La última foto de la depresión

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Así llamó Roy Stryker a la fotografía que Dorothea Lange tomara en 1936 a Florence Owen Thompson, mientras ésta esperaba en un campo de Nipomo el regreso de su marido.

La obra de Dorothea Lange se centró en retratar el sufrimiento que causara la depresión de 1929 en el pueblo americano, pero según Stryker, Dorothea nunca superó esta fotografía en particular: “Las otras fueron maravillosas, pero ésta era especialElla (Florence) es inmortal”.

La última foto de la depresiónEl objetivo de Lange consiguió hacer literal la expresión  “inmortalizar” que se usa en fotografía para describir la magia de hacer eterno un instante mediante la captación de la imagen.

Roy Stryker tenia razón: el retrato de Florence Thompson, bautizado como Migrant mother (madre migrante) fue la última representación gráfica de la Depresión: desde que fuera publicada por el San Francisco Call y difundida por la Resettlement Administration en, Washington, junto a la noticia de la muerte por hambre de entre 2500 y 3500 trabajadores eventuales en Nipomo, la imagen de Florence conmovió al público americano hasta el punto de donar 10 toneladas de alimentos destinados a paliar la situación.

Florence no supo de su influencia ni disfrutó de esta donación: de hecho cuando los alimentos llegaron a Nipomo, los Thompson ya se habían marchado a Watsonville en busca de otra oportunidad de trabajo; pero ya el país comenzaba a salir de la tremenda crisis en la que había estado sumido.

Aquella mujer de 32 años, ajada por la dureza de su vida, que sin embargo exhibía una belleza desconcertante, humana, cálida y terriblemente fuerte, se convirtió sin quererlo en el símbolo de la capacidad de superación de la mujer americana en circunstancias especialmente duras: la Gran Depresión propició que muchas madres, viéndose incapaces de mantenerse a sí mismas y a sus hijos, los abandonaran en instituciones estatales. Los niños sufrían privaciones y miserias dantescas: carentes de alimento, ropa, medicinas e incluso techo. El hambre era tal que algunos niños llegaban a masticarse sus propias manos.

Mantener a su familia unida fue un logro personal de Florence, y motivo de orgullo para sus hijos. Uno de ellos recuerda que siempre se las arreglaba para conseguirles comida, aunque a veces ella misma tuviera que renunciar a alimentarse: “Nunca tuvimos mucho, pero ella siempre se aseguraba de que al menos hubiera algo”. Florence Owen Thompson fue una de esas mujeres que sacaron adelante a sus familias durante la Gran Depresión americana con el sistema Penny mas plato de la cocina -trabajar por 50 centavos al día y un plato de comida, o sobras destinadas a los niños- a las que Dorothea Lange rescató del anonimato para concienciar al mundo de su identidad como ser humano con historia propia.

Este rescate del anonimato no fue, sin embargo, del agrado familiar. De hecho, Florence había accedido a posar para Lange bajo promesa de ésta de no hacer publicas las fotos. Sin embargo, era tal la fuerza de la imagen, que la autora no pudo mantener su promesa.

La fotografía se exhibió en la Biblioteca del Congreso de EEUU bajo el título “Desposeídos cosechadores de California. Madre de siete hijos. 32 años. California”. Conocida como La madre migrante, llegó a hacerse tan famosa que los Owen Thompson sintieron vergüenza al ver su situación representada y expuesta ante todo el país.

No fue hasta 1978, año en que Emmet Corrigan identifica a la mujer de la foto en la persona de Florence Thompson y empiezan a llegar cartas de admiración, que el hecho de haber sido retratados por Dorothea Lange comenzó a ser motivo de orgullo para la familia. La madre, Florence, lo había sido siempre.

En la tumba donde reposa la Madre migrante reza la inscripción: “FLORENCE LEONA THOMPSONMigrant motherUna leyenda de la fortaleza de la mujer de América “. Y lo era, indudablemente.

De las cinco exposiciones que realizara Dorothea Lange a aquella campesina sencilla que esperaba a su marido acampada en la autopista 101, la última, la madre migrante supo captar la esencia de Florence Thompson y su circunstancia; podría decirse que realizó a través de su objetivo un retrato no solo físico ni representativo, sino también íntimo,  de gran valor artístico. Florence, rodeada de sus hijos, les sirve de apoyo como una columna vertebral; y ese apoyo se convirtió en un símbolo de su familia, y de América entera.

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas es un espíritu libre, extraño equilibrio entre la estricta educación conservadora y la influencia librepensadora de su padre José Luis Cabezuelo Holgado, insigne abogado que durante muchos años lo fuera del Consulado de Italia en Sevilla, ciudad donde era conocido por su erudición.

De su madre, Laura Arenas Green, perteneciente a una familia aristócrata y aficionada a las Artes, hereda el de verbalizar y hacer visible la realidad. Hay que recordar que es sobrina de Luis Arenas Ladislao, conocido fotógrafo cuyo legado diera a la belleza de Sevilla proyección internacional, incluso la Sevilla secreta de la más estricta clausura en e Sevilla oculta, Sevilla eterna y Semana Santa en Sevilla.

Su tatarabuelo, Isauro López-Ochoa y Lasso de la Vega, fue un periodista perseguido por sus ideas liberales; fundador de la revista El Avisador, que contaba con la colaboración de Javier Lasso de la Vega, José Gestoso, Luis Montoto, Antonio Machado y José de Velilla, entre otros.

El ambiente familiar propició el trato desde niña con personajes destacados de las Artes, recibiendo una formación esmerada en el estudio de la Historia, Literatura, Música y Pintura, faceta que perfeccionó en la escuela de Artes Aplicadas y oficios artísticos de Sevilla. También fue alumna de José María de Mena en la escuela de Arte dramático, llegando a interpretar y dirigir obras como Cinco horas con Mario, La vida es sueño, Don Juan Tenorio y La casa de Bernarda Alba.

La principal temática de sus escritos ligeros se centra en el comportamiento humano. Para estudiarlo no ha dudado en introducirse en distintos ambientes sociales, incluso marginales. Aunque reconoce que “habría podido evitar conocer a algunas personas, he aprendido la importancia de los valores viendo las consecuencias que sufren quienes viven sin ellos”.

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