Las nueve musas

La pierna de su Alteza Serenísima

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En los años convulsos del siglo XIX mexicano (lucha por la independencia, guerras civiles, conflictos bélicos con Francia y con los Estados Unidos, derrocamiento de gobiernos imperiales y republicanos…) destaca por derecho propio la figura controvertida del general Santa Anna.

A lo largo de su dilatada carrera política y militar, Antonio de Padua López de Santa Anna y Pérez de Lebrón ocupó la Presidencia de México en seis ocasiones, adscribiéndose, alternativamente y sin rubor alguno, a los principios monárquicos y republicanos, federales y centralistas, liberales y conservadores, llegando a atribuirse –durante su última etapa en el poder– el título de Alteza Serenísima.

general Santa Anna
Antonio de Padua López de Santa Anna y Pérez de Lebrón

Nacido en Jalapa el 21 de febrero de 1794 en el seno de una familia de juristas muy acomodada, siguió la carrera de las armas ingresando como cadete, con 16 años, en el Regimiento de Infantería Fijo de Veracruz, del Ejército Real de la Nueva España, en el mismo año, 1810, en que el cura Miguel Hidalgo había iniciado un movimiento insurgente contra el virreinato animando a los feligreses del pueblo de Dolores, Guanajuato, a combatir por la independencia. Al igual que Agustín de Itúrbide –futuro y efímero emperador– Santa Anna prosiguió con normalidad su carrera en el ejercito español, en una Nueva España que se mantuvo razonablemente pacificada hasta que la Metrópoli entró en la convulsión del Trienio Liberal (1820-23) con el consiguiente restablecimiento de la Constitución liberal de Cádiz, en la que se configuraba a los virreinatos como “provincias”.

Firma del plan de Iguala
Firma del plan de Iguala

Las poderosas élites conservadoras novohispanas y el alto clero creyeron amenazados sus privilegios por el nuevo marco jurídico de España y en dichos sectores comenzó a abrirse paso la idea de un reino independiente bajo la monarquía hereditaria de Fernando VII o de uno de sus hermanos, quien volvería a recuperar en México los poderes absolutistas que había cercenado al monarca la Constitución de 1812. La idea cuajó en un documento político acordado por Agustín de Itúrbide, comandante general del Ejército del Sur, y su, hasta el momento, enemigo independentista Vicente Guerrero, en la ciudad de Iguala, el 24 de febrero de 1821. Es el Acta de independencia de la América Septentrional, conocida como Plan de Iguala, en la que se recogen tres garantías: la independencia del inmenso territorio, la religión católica como religión única del nuevo Estado –“sin tolerancia de otra alguna”– y la igualdad de derechos entre peninsulares y criollos, suprimiéndose las distinciones étnicas. Seis meses después, el 24 de agosto de 1821, Agustín de Itúrbide –como jefe del llamado Ejército Trigarante, a cuyas filas se incorporaban cada vez más voluntarios y dominaba el país– y el representante peninsular, el liberal Juan O´Donojú –recién nombrado jefe político superior y capitán general de la provincia de Nueva España– firmaron los Tratados de Córdoba, que contienen el Plan de Iguala ampliado. La Nueva España independiente habría de llamarse “Imperio mexicano”.

El 27 de septiembre de 1821 Iturbide fue aclamado como un héroe triunfante en la ciudad de México y, al frente de una regencia de cinco miembros –uno de ellos O`Donojú– proclamó la independencia al día siguiente. O´Donojú falleció repentinamente en la ciudad de México el 8 de octubre, dejando a Itúrbide las manos libres. El representante español había llegado a la capital desde Veracruz acompañado por su amigo Antonio de Santa Anna, quien se había adherido al movimiento independentista con sentido de la oportunidad.

Fernando VII se negó a reconocer la independencia y ninguno de sus familiares estuvo dispuesto a sentarse en el trono del nuevo imperio. Hasta el 28 de diciembre de 1836, con la firma del Tratado de Paz y Amistad entre México y España, la Metrópoli no reconocería la independencia; y lo hizo buscando los apoyos de los países hispanoamericanos contra la insurgencia carlista.

Agustín de Iturbide
Agustín de Iturbide

Pese a la firme oposición de la facción republicana –que tenía muy presente el buen funcionamiento de las instituciones en la vecina república del Norte– en el articulado de los Tratados de Córdoba, Agustín de Itúrbide había previsto la posibilidad de elegir monarca a una persona ajena a los Borbones de España en el caso de que éstos declinaran la oferta. Tras conocerse el rechazo de la familia real española, los debates de las diversas facciones no se prolongaron mucho en el Congreso Constituyente que se había elegido en febrero de 1822 pues, muy a tiempo, se desató en la capital un motín popular –dirigido por el Sargento Mayor del regimiento Celaya, el regimiento del propio Itúrbide– que aclamaba al emperador Agustín. El 19 de mayo de 1822 Iturbide fue proclamado emperador con el nombre de “Agustín I”, su esposa, Ana María de Huarte y Muñiz, emperatriz; sus siete hijos, cuatro niñas y tres varones, se convirtieron en príncipes imperiales de la noche a la mañana. La grandiosa ceremonia de la coronación tuvo lugar en la catedral metropolitana el 21 de julio de 1822. Aunque no faltaron reminiscencias napoleónicas, la originalidad del protocolo consistió en una participación muy activa de los congresistas –algunos de ellos enemigos de Agustín– como claro símbolo de que la coronación obedecía a la voluntad del pueblo y del Congreso.

La breve andadura del imperio agustiniano (apenas diez meses) no fue afortunada. Agustín I se vio obligado a adoptar medidas económicas muy impopulares, a reprimir las protestas y a hacer frente a sus numerosos opositores dentro del Congreso. Antes de transcurrir un trimestre desde su coronación, una conspiración republicana le decidió a cerrar el Congreso en octubre. En un giro absolutista, el emperador nombró una Junta Nacional Instituyente que actuaba a sus órdenes y persiguió a los congresistas opositores. En noviembre, las Cortes españolas declararon nulo el Tratado de Córdoba por falta de competencia de O´ Donajú para firmarlo.

Sin embargo, el factor decisivo para la caída del primer imperio se encuentra en el fracaso del gobernador de Veracruz, Antonio de Santa Anna, para tomar la fortaleza de San Juan de Ulúa, defendida por un contingente de realistas españoles.

ejecución de Iturbide
ejecución de Iturbide

Agustín destituyó a Santa Anna y éste reaccionó proclamando la república en diciembre de 1822. Santa Anna había recibido el apoyo de muchos generales y de la mayor parte del ejército, de manera que, en marzo de 1823, el emperador no tuvo más opción que abdicar y exiliarse en Londres. Al año siguiente, desconociendo que el nuevo Congreso le había declarado traidor, fuera de la Ley y enemigo público del Estado, Itúrbide regresó a México para ofrecer sus servicios ante los rumores de que la Santa Alianza –que había acabado con el régimen liberal en España– barajaba la posibilidad de emprender la reconquista de México para el monarca español. Apresado tras el desembarco, fue colocado ante un pelotón de fusilamiento en la plaza mayor de la localidad de Padilla hacia las 18 horas del 19 de julio de 1824. Tenía cuarenta y un años. Que se sepa, Santa Anna no hizo nada para evitarlo. La cultivada exemperatriz estaba embarazada. Antes de caer abatido por seis balas, Itúrbide manifestó a sus compatriotas:

¡Mexicanos!, en el acto mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión; ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso, porque muero entre vosotros: muero con honor, no como traidor: no quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha: ¡no soy traidor, no!

Agustín y Salvador, dos de los nietos de Itúrbide, serían adoptados décadas después por el segundo emperador de México, hermano del emperador de Austria, Francisco José, con miras a la sucesión en el peligroso trono mexicano. Maximiliano de Habsburgo-Lorena también sería fusilado el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, de Querétaro.

A partir del derrocamiento de Itúrbide y hasta que le llegue también a él la hora del exilio definitivo en 1855, la errática carrera política y militar de Antonio de Santa Anna será determinante en la historia del periodo, jalonado por conflictos bélicos internacionales y civiles, asonadas populares y golpes de Estado militares que cronificaron la inestabilidad del país hasta el gobierno de Benito Juárez, en 1867. Para esa fecha, el número de los gobiernos que se habían sucedido en los cuarenta y cinco años anteriores supera los cincuenta pese a que la constitución republicana respaldada por Santa Anna en 1824 sentó las bases de una república federal con separación de poderes.

En 1824, el nuevo gobierno republicano nombró a Antonio de Santa Anna gobernador del Yucatán y, al año siguiente, el militar compró la enorme hacienda Manga de Clavo, a 30 kilómetros de Veracruz, en la que residió siempre que tenía ocasión y en la que se dedicaba a sus grandes aficiones: el juego, la cría de gallos de pelea y el coleccionismo de objetos relacionados con Napoleón, al que profesaba admiración ferviente.  En agosto del mismo año contrajo matrimonio de conveniencia con una señorita de catorce años, María Inés García y Martínez de Uzcanga, hija de peninsulares pudientes, con la que tuvo cuatro hijos: Antonio (fallecido a los cinco años), Guadalupe, María del Carmen y Manuel.

Las elecciones presidenciales de 1828 para el cuatrienio 1839-1833 (ni siquiera censitarias pues solo votaban 36 representantes de las instituciones del Estado) dieron la victoria al militar moderado Manuel Gómez F frente a su rival Vicente Guerrero Saldaña, cuyo prestigio y popularidad era muy superior. Alegando irregularidades en el proceso electoral, Guerrero promovió el levantamiento llamado La Acordada, que triunfó gracias al apoyo fundamental de las fuerzas de Santa Anna en Perote, Veracruz.

Vicente Guerrero Saldaña
Vicente Guerrero Saldaña

Durante la breve presidencia de Guerrero (abril-diciembre de 1829), con Anastasio Ruiz Bustamante en la vicepresidencia, se dictó el decreto de abolición de la esclavitud y se rechazó la última intentona del reino de España por reconquistar la Nueva España. Tanto el gobierno de Fernando VII como el general canario Isidro Barrada Valdés, que estaba al mando de los 3.500 soldados que se enviaron desde Cuba para la reconquista, actuaron convencidos –muy equivocadamente– de que la población mexicana se sumaría a la causa realista. El 4 de agosto de 1829 el presidente Guerrero manifestó en el Congreso:

¡Ciudadanos diputados y senadores!

Era ciertamente increíble que una nación como la española, sin virtudes, sin opinión y sin recursos se obstinase en llevar adelante la loca empresa de reconquistar á México. Empero la experiencia hoy nos muestra lo contrario, y sabemos que los esclavos de Fernando VII osaron ya profanar el territorio de la República.

¡Miserables! Ellos ignoran que los mexicanos son siempre independientes; que conocen sus derechos; que saben ser libres; y que se les insulta al ofrecerles la degradante condición de colonos, á que en tiempos menos dichosos fueron reducidos por un triste aventurero el año de 1519.

La derrota que Santa Anna infligió a la armada española al mes siguiente, en septiembre, fue estrepitosa. El general pasó a ser conocido como El Héroe de Tampico y a asumir la dirección del ejército nacional. España se vio entonces obligada a adoptar una postura defensiva ante la posibilidad de que México contraatacara, iniciando una acción de conquista de la isla de Cuba.

Batalla de Tampico
Batalla de Tampico

Pero la situación financiera y los desórdenes internos no permitían a la nueva república una acción en el exterior. El vicepresidente Anastasio Bustamante dio un golpe de estado, logrando que el Congreso declarara “incapaz” a Vicente Guerrero. En esta ocasión, Santa Anna no secundó el golpe, pero reconoció al nuevo gobierno centralista, renuncio a su cargo político-militar en Veracruz y se retiró por breve tiempo a su finca de Manga de Clavo, desde la cual seguía atentamente las incidencias de la lucha entre la facción conservadora de Bustamante, autodenominada “partido de los hombres de bien”, y la de Guerrero, a la que los conservadores llamaban “partido de la chusma”. En Manga de Clavo tuvo Santa Anna noticia del apresamiento de Guerrero mediante una trampa indigna: a cambio de una recompensa de cincuenta mil pesos, un mercenario genovés de nombre Francisco Picaluga, capitán del bergantín El Colombo, anclado en el puerto de Veracruz, invitó a Guerrero a subir a bordo y le apresó. Tras un juicio sumarísimo, fue fusilado en Cuilapan, Oaxaca, el 14 de febrero de 1831. Que se sepa, Antonio de Santa Anna tampoco hizo nada para evitarlo.

El militar no se limitaba a observar cautamente desde su latifundio; preparaba cuidadosamente la toma del poder mediante el derrocamiento del gobierno de Bustamante, cuyos excesos y abuso de poder justificaron que la prensa –clandestina, claro está– le llamara “Brutamante”. Para la conspiración contó con la colaboración de su anterior antagonista, Manuel Gómez Pedraza. En el pronunciamiento que tuvo lugar el 2 de enero de 1832, conocido como Plan de Veracruz, figuraba a la cabeza el comandante militar Ciriaco Vázquez, viejo amigo de Santa Anna desde los tiempos en que ambos servían al rey de España. El verdadero instigador del alzamiento permaneció en la sombra e inició comunicaciones con Bustamante como mero portavoz de los militares que se adhirieron al pronunciamiento; la prensa comparó a Santa Anna con Catilina. En el conflicto armado que se desencadenó y duró varios meses, la acción militar de Santa Anna fue decisiva al vencer en la batalla de San Agustín del Palmar y tomar la ciudad de Puebla.

Anastasio Bustamante
Anastasio Bustamante

El 23 de diciembre de ese año 1832, Bustamante, Pedraza y Santa Anna firmaron un acuerdo de paz –los Convenios de Zavaleta– por el que Gómez Pedraza asumiría la presidencia hasta las siguientes elecciones y se repondría el orden constitucional vulnerado en dos ocasiones desde las elecciones de 1828. Dos meses después, en las elecciones de 1º de marzo de 1833, Antonio de Santa Anna fue elegido presidente de los Estados Unidos Mexicanos por primera vez. En los años siguientes ocuparía la presidencia en seis ocasiones.

En el ámbito social, Antonio de Santa Anna y su esposa imprimieron a la vida oficial un esplendor napoleónico que sorprende a los extranjeros y entusiasma a los estratos elevados de la sociedad mexicana. Los militares se pasean a diario con vistosos uniformes adornados de condecoraciones; proliferan los carruajes lujosos adquiridos en Europa; las damas opulentas y sus hijas lucen diamantes a todas horas; se suceden las fiestas y los espectáculos operísticos… Pero en el terreno político quedó patente el populismo demagógico del general: inicialmente aliado con los federalistas anticlericales, fue derivando hacia la vertiente conservadora, centralista y católica hasta que, en 1835, suprimió el régimen federal y persiguió a sus valedores.

Moses Austin
Moses Austin

El descontento con la política centralista ya había creado problemas anteriormente con varios estados, especialmente con el de Yucatán. Ahora, la insurrección se manifestó abiertamente en Tejas. Durante el virreinato se había permitido la colonización de pobladores anglosajones, mayoritariamente procedentes de los EE. UU. y liderados por Moses Austin, a condición –difícil de verificar– de que se convirtieran al catolicismo, cambiasen sus nombres al español y mostrasen solvencia moral; a cambio, recibirían unos 16 kilómetros cuadrados de tierras. Tras la independencia comenzaron a llegar en masa –con el apoyo del empresario estadounidense Stephen F. Austin, hijo de Moses, llamado “El padre de Tejas”– cuando Itúrbide les estimuló con una exención fiscal de siete años y, después, se les permitió continuar con el sistema esclavista que les era esencial. En 1835, la población de colonos anglosajones superaba los treinta mil. En los EE. UU. se favorecía la secesión de Tejas y allí se reclutó una tropa de voluntarios para combatir al lado de los rebeldes, comandados por el general Samuel Houston.

El general Santa Anna organizó una expedición para someter al revuelto territorio, en el que se declaró la independencia el 2 de marzo de 1836. Cuatro días después, el 6 de marzo, Santa Anna arrasó la misión de El Álamo, donde se había atrincherado una parte del ejército insurgente, que se negó a rendirse, y donde se encontraba –para bien de la Leyenda Blanca anglosajona y de los guionistas de Hollywood y para mal de la Leyenda Negra hispana– el mitificado mártir David de Croquetagne, David Stern Crocket o Davy Crockett; al tener conocimiento de la formación de contingentes de voluntarios que se estaba llevando a cabo en los EE.UU., Santa Anna había advertido claramente que a ellos les esperaba la ejecución inmediata pues no les daría la consideración de prisioneros de guerra. Esta información se les había ocultado.

Davy Crockett
Davy Crockett

El curso de las operaciones bélicas fue favorable para los centralistas hasta que Santa Anna, confiado en su superioridad numérica, se descuidó. El 21 de abril, a la hora de la siesta, las tropas del general Houston sorprendieron a las mexicanas, estacionadas en el pueblo de San Jacinto, les infligieron una clara derrota e hicieron prisionero al general Santa Anna. El 14 de mayo de 1836 se firmaban en la localidad tejana de Puerto de Velasco los diez artículos de un convenio celebrado entre S. E. el Gral. en Gefe del Ejercito de operaciones Presidente de la Republica Mejicana D. Ant. Lopez de Santa Anna por una parte, y S. E. el Presidente de la Republica de Tejas D. David G. Burnet por la otra parte. En el artículo 3º se estipulaba que Las tropas Mejicanas evacuaran el territorio de Tejas, pasando al otro lado del Rio Grande del Norte.

El prisionero Santa Anna fue enviado a Washington, donde se entrevistó con el presidente Andrew Jackson quien le permitió regresar a México. Jackson era un ferviente antiesclavista y por tal motivo rechazó la incorporación de Tejas como estado de la Unión, pero tanto los EE. UU. como Francia y el Reino Unido pronto reconocieron a la nueva república. Las autoridades mexicanas, por el contrario, no otorgaron ninguna validez a un convenio firmado por un presidente cautivo, aunque fracasaron en la recuperación del territorio. Los tejanos, que en el Tratado de Velasco habían fijado su frontera con México en el río Grande del Norte o río Bravo, tampoco lograron imponer su soberanía en la zona comprendida entre este curso fluvial y el río Nueces, situada más al Norte, en el que México fijaba la división administrativa entre Tejas y Tamaulipas.

Tratado de Velasco
Tratado de Velasco

La arruinada carrera política y militar del general parecía irrecuperable. Desde su retiro de Manga de Clavo, el abatido Santa Anna seguía con atención los acontecimientos de su nación. No podía sospechar que las gamberradas cometidas por sus oficiales cuatro años antes serían la causa de su resurrección política.

En la localidad de Tacubaya, adyacente a la capital, estaba abierto un establecimiento de hostelería de un nacional francés apellidado Remontel. En 1832, varios oficiales de las tropas de Santa Anna habían organizado una fiesta en ese local, donde se comportaron vandálicamente provocando serios destrozos del mobiliario, devorando todas las existencias de repostería y marchándose sin pagar. El embajador de Francia, barón de Deffaudis, unió la cuantiosa reclamación de Remontel (sesenta mil pesos) a las de otros nacionales franceses que habían sufrido daños en otras partes del tumultuoso México y exigió el pago de indemnizaciones. El gobierno mexicano hizo primero oídos sordos y después se negó a pagar. Se rompieron las relaciones diplomáticas y el embajador abandonó el país para regresar el 21 de marzo de 1838 en una flota de diez embarcaciones con fuerzas armadas, dispuestas a cobrar. Anastasio Bustamante –otra vez presidente– se negó a negociar mientras las naves francesas permanecieran en la costa. Los franceses pasaron a la acción en abril e incautaron barcos mercantes mexicanos. Se había desencadenado la que se dio en llamar Guerra de los Pasteles. En noviembre comenzaron los bombardeos contra el fuerte de San Juan de Ulúa y la ciudad de Veracruz. El 4 de diciembre se inició un desembarco que fue hábilmente rechazado por las fuerzas del general Santa Anna, ahora al mando de los defensores. La valerosa actuación de Santa Anna consiguió rechazar a los invasores, pero él fue gravemente herido en una pierna y una mano por la metralla de un cañonazo. Perdió un dedo de la mano derecha y hubo que amputarle la pierna izquierda por debajo de la rodilla. En marzo de 1839 se firmó un tratado de paz con Francia en el que México se comprometía a pagar indemnizaciones por un total de 600.000 pesos. Los enemigos de Santa Anna comenzaron a llamarle Quincededos.

La amputación –sin anestesia– y el valor mostrado en el combate sirvieron para restaurar la imagen del general, muy dañada tras la bochornosa derrota en Tejas, y le permitirían acceder, varias veces más, a la máxima magistratura. Pero antes, el trato reverente lo recibió el miembro amputado, que fue recogido por un párroco de Veracruz y enterrado respetuosamente en Manga de Clavo. Santa Anna encargó a un ebanista de Nueva York dos prótesis –dos obras de arte, al decir de los expertos en la materia– confeccionadas con madera, corcho y cuero (con éste se simulaba una bota negra de media caña), cada una de las cuales le costó mil trescientos dólares y aún siguen dando qué hablar. Hasta que se las entregaron, el general se trasladaba en una litera. A finales de 1839 aún no había recibido las prótesis, según se deduce del interesante relato de Frances Erskine Inglis, esposa del primer embajador de España en México, Ángel Calderón de la Barca (La vida en México. Traducción de Raquel Brezmes Raposo. Ed.: REY LEAR S.L. 2007), que se transcribe a continuación:

Después de atravesar leguas del jardín natural propiedad de Santa Anna llegamos a Manga de Clavo sobre las cinco…Fuimos conducidos a una gran sala, amueblada con sencillez, en la que poco después entraba la señora de Santa Anna: alta, delgada y, a esa hora tan temprana de la mañana, vestida de muselina blanca, con zapatos blancos de satén, unos espléndidos pendientes de diamantes, broche y anillos. Muy educada, nos presentó a su hija Guadalupe (de 10 años), su madre en miniatura, tanto en gestos como en indumentaria.

Al cabo de un rato entraba el general Santa Anna, un caballero correcto y atractivo, vestido discretamente y con aspecto bastante melancólico. Aunque le falta una pierna –a simple vista un inválido– nos pareció la persona más destacable del grupo. Tenía un color cetrino, bonitos y penetrantes ojos oscuros y un rostro interesante. Si no se supiese nada de su pasado podría decirse que parecía un filósofo que lleva una vida retirada después de haber visto mundo y comprobado que todo es vanidad…Calderón le entregó una carta de la Reina (Isabel II) escrita bajo el supuesto de que todavía él era el presidente (lo había sido durante una ausencia de Bustamante), lo cual le agradó mucho, pero solo hizo un comentario ingenuo: “¡Qué bien escribe su Majestad!”

La expresión de su rostro solamente se iluminaba de vez en cuando, especialmente cuando hablaba de su pierna, amputada de la rodilla para abajo. Se refiere a ello con frecuencia…y cuando da cuenta de su mutilación y alude a los franceses de ese día, su cara se llena de amargura… Por lo demás, se mostró muy amable: mencionó mucho a los Estados Unidos y a la gente que había conocido allí. Su comportamiento era tranquilo y caballeroso en general, el de un veterano más refinado de lo que me esperaba. A juzgar por su pasado, no permanecerá mucho tiempo inactivo…

Después de almorzar, la señora mandó un oficial a por su tabaquera, que era de oro con un diamante, y me ofreció un cigarro que rechacé. Ella encendió su cigarrito y los caballeros imitaron su sana costumbre.

Luego visitamos las estancias exteriores, las oficinas y el caballo favorito del general: un viejo corcel blanco, probablemente un filósofo más sincero que su amo.

Rendición de Santa Anna
Rendición de Santa Anna por William Henry Huddle

La perspicaz escritora estaba en lo cierto: la ambición de gloria del general no podía satisfacerse tan solo con la administración de sus extensas haciendas. Tenía vocación de dictador y así se puso de relieve en sus sucesivos mandatos presidenciales.

En 1842 el presidente Antonio de Santa Anna decidió exhumar la pierna enterrada en su jardín y utilizarla como símbolo de su reconocido valor y su acendrado patriotismo. Con toda formalidad, el despojo fue trasladado a la capital para ser objeto de unas extraordinarias pompas fúnebres. El 27 de septiembre, como colofón de las fiestas en conmemoración de la victoria del general-presidente sobre las tropas españolas de Barradas en Tampico, del Grito de Dolores que inició el proceso de independencia y de la entrada del Ejército Trigarante de Itúrbide en la ciudad, se celebró con la mayor solemnidad el sepelio de la pierna. En una alta plataforma escalonada, se había erigido en el Panteón de Santa Paula (muy dañado en el terremoto de 1858) una columna sobre cuyo capitel dorado se habría de colocar el sarcófago que resguardaría la pierna infausta y, sobre aquél, se colocó un pequeño cañón de artillería con el águila mexicana superpuesta. La base de la columna estaba adornada por faces y hachas, los símbolos consulares de la antigua Roma.

El periódico oficial, Diario, dio cuenta detallada del evento. Después, han comentado la singular inhumación muchos escritores e historiadores, entre otros, el madrileño y nacionalizado mexicano Enrique de Olavarría y de Ferrari (1844-1919) (Episodios históricos mexicanos, Fondo de Cultura Económica, ICH, México, 1987), y, más recientemente, Luis Alberto de la Garza Becerra (El entierro de una pata y otras historias santannistas, Estudios Políticos nº 21, México, sept.-dic. 2010), quien elabora un original análisis del evento desde la perspectiva de las artes escénicas.  

Antonio López de Santa Anna
Antonio López de Santa Anna

Un testigo presencial del acontecimiento, el historiador y político mexicano, don Carlos Mª de Bustamante (1774-1848), en Apuntes para la historia del gobierno del general D. Antonio López de Santa-Anna: desde principios de octubre de 1841 hasta 6 de diciembre de 1844, en que fue depuesto del mando por uniforme voluntad de la nación, (edición facsimilar), México, Instituto Cultural Helénico-FCE, 1986, describe con detalle la multitudinaria procesión de dignatarios políticos, militares y religiosos, bajo la vela del Corpus, un calor insufrible y el acompañamiento de las masas populares, los niños y niñas de la Compañía lancasteriana y unidades del ejército con sus correspondientes bandas de música:

La guarnición formó valla: los sargentos cargaron la urna colocada en unas andas, y detrás de ella marchó mucha infantería. La urna fue colocada por mano del ministro de guerra acompañado del de hacienda. Ínterin se practicaba esta operación bastante arriesgada por los andamios, y espuesta (sic) no sólo a que se quebrase los pies, sino a que se matasen los ministros, el Lic. Sierra y Rosso, apoderado y favorecido de Santa Anna, pronunció cerca de la columna y en la galería inmediata que forma los sepulcros, una oración en honor a su héroe y remembrando sus hazañas… Concluido el acto, Esnaurriazar (Jefe de la Comisaría de México) tomó la llave de la urna y delante de mí la entregó a Santa Anna haciéndole una arenga, a la que respondió éste lacónica y tibiamente. Por la tarde fue en un magnífico coche acompañado de gran comitiva de tropas y oficiales para ver el monumento, a donde a (sic) de ir el resto del cuerpo el día de la resurrección universal a recoger su pie para presentarse íntegro en el tribunal de Dios.

No sin cierta carga irónica, Bustamante termina el relato asegurando: No tardó en poder comprarse en los portales las réplicas de bolsillo del monumento y del sarcófago elaboradas por los artesanos de ocasión.

Por su parte, Olavarría y de Ferrari considera que …Apenas se concibe un rebajamiento igual de la dignidad humana; pocas veces habrá traspasádose más vergonzosamente el límite de la más vil adulación. Pasemos sobre este suceso como se pasa por sobre de todo lo que es pestilente y corrompido.

Dolores Tosta
Dolores Tosta – “La flor de México”

Pero los enemigos de Santa Anna no pasaron: desenterraron la pierna y la arrastraron por las calles de México en 1844. Ese año el descontento general con el gobierno personalista de Santa Anna desemboco en tumultos. Contribuyó a su impopularidad el escándalo que causo la brevedad inusual –no llegó al mes y medio– del luto que guardó por su esposa, fallecida en agosto. A principios de octubre se casó con Mª de los Dolores Tosta Gómez, una belleza de 17 años –la llamaban “La flor de México”– que era hija de un propietario de minas madrileño. La boda se celebró en su hacienda El Lencero, situada en Veracruz, que había adquirido poco antes. A finales de año, Santa Anna decidió exiliarse en La Habana, no tanto para acallar las protestas de los liberales y otros enemigos cuanto para evitar hacer frente a renovados reproches por el afrentoso episodio de Tejas pues él sabía que ya se estaba ultimando la incorporación de esa república a los Estados Unidos de América del Norte.

Con el restablecimiento del orden monárquico europeo tras la conmoción napoleónica, el quinto y el sexto presidentes de los Estados Unidos, John Quincy Adams y James Monroe, habían sentado claramente una doctrina -conocida por el nombre de este último- que se puede resumir en la frase “América para los americanos”, considerándose las intervenciones coloniales de los europeos en el continente como un acto de agresión. Ahora, la doctrina Monroe se complementará con la doctrina del Destino Manifiesto, que algunos sintetizan como “América para los norteamericanos”. En el número de julio-agosto de 1845 de la revista neoyorkina Democratic Review, el periodista John L. O´Sullivan escribió: El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino.

James Knox Polk
James Knox Polk

Bajo las presidencias de John Tyler y James Knox Polk , el expansionismo norteamericano se manifestó en la adquisición forzada de la parte británica de Oregón, la anexión de Tejas el 29 de diciembre de 1845 y la propuesta a México para comprar, por unos treinta millones de dólares, los territorios de California y Nuevo México. Las enfurecidas autoridades de México, que habían considerado siempre la anexión de Tejas como un casus belli, se negaron a recibir al comisionado norteamericano para negociar la compra de sus territorios. Los norteamericanos provocaron incidentes en la zona fronteriza del Rio Grande como excusa para justificar una invasión. La declaración de guerra no se hizo esperar. En el verano de 1846, los norteamericanos ocuparon Nuevo México y promovieron la sublevación de colonos en el norte de California. También habían pactado secretamente con el exiliado Santa Anna: si le daban paso seguro hasta México, él convencería a las autoridades competentes para efectuar la venta de territorios. Una vez en México, Santa Anna se desdijo y se puso al frente de la defensa. Los resultados fueron desastrosos, perdió una batalla tras otra, negándose siempre a negociar (Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos. Varios autores. CONACULTA. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, 2005. ISBN: 9789703507856).

En el enfrentamiento que tuvo lugar en Cerro Gordo, Jalapa, el 18 de abril de 1847, Santa Anna no solo perdió la batalla sino también la prótesis de la pierna. El regimiento de voluntarios de Illinois acribilló a balazos el coche del general –logró escapar gracias a sus soldados que le acarrearon en hombros– en el que encontraron la pierna artificial, dieciséis mil dólares en oro para la paga de la tropa y un pollo asado para el almuerzo de Santa Anna. El regimiento –convertido después en la Guardia Nacional de Illinois– se llevó la pierna como trofeo y ahora se encuentra expuesta en el Museo Militar Estatal de Camp Lincoln, Illinois.

Tratado de Guadalupe Hidalgo
Tratado de Guadalupe Hidalgo

Pese a todas las derrotas, México no se rindió hasta 1848. El 2 de febrero, el presidente interino Manuel de la Peña y Peña tuvo que firmar en la localidad de Guadalupe Hidalgo las leoninas condiciones del Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América. Santa Anna se encontraba en el exilio, en Colombia. México se vio obligado a ceder California, Nevada, Utah, gran parte de Arizona, y partes de Nuevo México, Colorado, y Wyoming. Pero México no solo perdió la mitad de su territorio nacional (más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados) sino también unas cincuenta mil vidas humanas, frente a las veinte mil de los atacantes. Y aún le quedaba por entregar el área de La Mesilla, con una extensión aproximada de ochenta mil kilómetros cuadrados. Santa Anna perdió la hacienda Manga de Clavo, que quedó devastada.

Finalizada la guerra, las luchas políticas y el desorden se agudizaron. El incombustible Antonio de Santa Anna fue invitado por los conservadores a regresar del exilio en 1853 para hacer frente al caos económico y social. En los dos años siguientes, el presidente-general desarrolló una política dictatorial excéntrica. Gravó con impuestos la tenencia de perros y graduó los gravámenes sobre inmuebles en función del número de ventanas. Dictó un decreto otorgándose el tratamiento de Alteza Serenísima, en el que muchos intuyeron la intención de cambiar la forma de gobierno hacia una monarquía hereditaria, y se apalancó en el poder autonombrándose “presidente vitalicio”. Además, mediante el Tratado celebrado entre la República y los Estados Unidos del Norte, sobre límites, firmó, en 1854, la venta (por 10 millones de dólares) de La Mesilla, región de unos setenta y siete mil kilómetros cuadrados, situada en el extremo sur de los estados de Arizona y Nuevo México, por la que se había previsto que transcurriera una línea de ferrocarril transcontinental.

La conjura de los liberales no se hizo esperar, plasmándose en el llamado Plan de Ayutla. El documento que contiene el plan comienza así:  Considerando: Que la permanencia de don Antonio Lopez de Santa Anna en el Poder es un amago constante para las libertades públicas, puesto que con el mayor escándalo, bajo su gobierno se han hoyado las garantías individuales que se respetan aún en los países más civilizados … Que debiendo conservar la integridad del territorio de la República, ha vendido una parte considerable de ella…Que la Nación no puede continuar por más tiempo…dependiendo su existencia política de la voluntad caprichosa de un solo hombre.

En 1855 el Plan de Ayutla triunfó y supuso la muerte política del dictador. Santana comenzó otra prolongada expatriación que le llevó a Cuba, los Estados Unidos, Colombia y las Islas Vírgenes.

General Santa AnnaA finales de la década de 1860, el expatriado entabló relaciones en Nueva York con el científico e inventor Thomas Adams, que tenía un negocio basado en el caucho natural, artículo entonces carísimo que procedía exclusivamente de la selva amazónica. Pensando que podrían abaratarse los costes de producción mezclando el caucho con el chicli mexicano, Adams compró al general una partida de una tonelada de chicli. Para decepción de ambos, ninguno de los procedimientos utilizados para la mezcla dio resultado, pero Adams tuvo la feliz idea de orientar la investigación hacia otro lado. A mediados del siglo XIX se había puesto de moda el uso de la goma de mascar, elaborada con parafina, azúcar y saborizantes. Santa Anna seguía esa costumbre, pero empleando la tradicional materia prima mexicana, el chicli. A Thomas Adams se le ocurrió hacer un preparado masticable y sabroso con esa resina y el éxito de las bolitas coloreadas fue inmediato. Patentó el invento en 1869 y fundó la compañía New York Chewing Gum, que fue vendida por 4.200 millones de dólares a la empresa Cadbury Schweppes a finales de 2002.

Empobrecido, anciano, enfermo y casi ciego por las cataratas, Santa Anna y su Flor de México fueron autorizados a regresar a la capital en 1874, en medio de la indiferencia general, el peor de los castigos para aquellos que buscan la gloria. Su Alteza Serenísima falleció a los 82 años en la noche del 21 de junio de 1876. Yace en el Panteón Civil de Tepeyac, pero no en el olvido.

Como si tuviera vida propia, la pierna artificial de Santa Anna se ha convertido en tema de actualidad. El gobierno del estado de Tejas lleva años intentando que el estado de Illinois le ceda la prótesis expuesta al público –con un éxito indescriptible– en el Museo Estatal Militar, en Springfield, para ser exhibida en las vitrinas del Museo de Historia de San Jacinto. Consideran que es una pieza fundamental para explicar la batalla de San Jacinto y la independencia del territorio. Han llevado a cabo una campaña de recogida de firmas para que les sea entregado el trofeo. Ante la denegación de Illinois, plantearon el asunto a la Casa Blanca durante el mandato de Barack Obama. La administración de Obama no se pronunció, pero, en 2016, al museo de Illinois se le abrió un nuevo frente: una representación de estudiantes mexicanos se trasladó a Springfield para pedir, sin resultado por el momento, la restitución de la pierna de Santa Anna a los Estados Unidos Mexicanos. La negativa del museo de Illinois es muy explicable: ¿cedería el Museo del Louvre el cuadro de La Gioconda? ¿cedería Las Meninas el Museo del Prado?

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José Antonio Álvarez-Uría Rico

José Antonio Álvarez-Uría Rico

Nace en Pola de Siero, Asturias, el 31 de octubre de 1944.

Es licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo (1965) y diplomado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de España (1973).

Impartió clases de lengua española como profesor auxiliar en la Wallington Grammar School for Boys, Londres (1967-68).

Colaboró en la elaboración del informe para las Naciones Unidas sobre la descolonización del Sahara Occidental (1974). Es miembro del Instituto de Cultura de Sahara.

Trabajó como traductor autónomo para la Organización Sindical española, las editoriales Saltés, Júcar, Alhambra, el Ministerio de Educación y Ciencia, la Organización de Estados Americanos y la Organización Mundial del Comercio (O.M.C.) (1974-1998).

Trabajó en Ginebra como traductor oficial de la O.M.C. (1999)

Prestó servicios como técnico en los Ministerios de Trabajo, Asuntos Sociales y Economía y Hacienda (1979 a 2009).

Dirigió la revista Cibelae de la Corporación Iberoamericana de Loterías y Apuestas de Estado (2003 a 2009).

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