Las nueve musas
la milagrosa

La Milagrosa: santa popular de los cubanos

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Como leí en cierto prólogo del folclorista Rogelio Martínez Furé, a principios del siglo xx las religiones seculares, en particular la católica, están lejos de abarcar en Cuba a las grandes mayorías.

Ello provoca, por supuesto, un gran entrecruzamiento de los credos y ritos del paganismo africano y una peligrosa difusión del espiritismo y otras supersticiones de remotos orígenes.

la milagrosaEn realidad, si los jueces inquisitoriales de la conquista y poblamiento hubieran podido resucitar, habrían llenado a la Isla de miles de hogueras con herejes, relapsos, demonios, brujos y blasfemos. ¡Sálvanos Dios!

Lo apuntado justifica el fenómeno que se da con Amelia Goyri de la Hoz, La Milagrosa, una suerte de santa popular, no reconocida por ninguna autoridad eclesiástica o seglar, cuyo encanto radica, precisamente, en su falta de beatificación. Los pueblos, indefensos ante los desequilibrios del destino, necesitan fervores. Cuando no existen o se dejan ciertas lagunas, los inventan.

Amelia, una hermosa dama, muerta en su primer alumbramiento, se erige desde los primeros lustros del siglo precedente como la protectora de las mujeres en el trance nervioso de la gestación, quienes acuden a su tumba, única de sus características en el habanero Cementerio de Colón, en busca de asistencias ultramundanas. Allí, entre fieles, curiosos, turistas y custodios, está siempre María Antonia Ruiz Guzmán. Ella, para pagar una promesa, se convierte, un buen día, en la historiadora y misionera de La Milagrosa.

El folletín

José Vicente jamás dejó de visitar la tumba de su amadaEn un inicio, la historia de Amelia no se aleja mucho del tradicional folletín. Procedente de una rica familia de origen vasco, la muchacha, sobrina de Inés, la marquesa de Balboa, se enamora de su primo segundo José Vicente Adot Rabell y tras sufrir varios años de rotundas negativas, debido a las desigualdades sociales existentes entre las familias, logra consumar su matrimonio a los veintitrés años, cuando su pretendiente se aparece en La Habana con los grados de capitán del Ejército Libertador tras el fin de la Guerra de 1895.

Amelia Goyri y José Vicente Adot.Más tarde, la feliz pareja pasa a residir en el barrio del Pilar, perteneciente al municipio capitalino del Cerro, donde la suerte no la acompaña: la joven queda de inmediato embarazada y a los ocho meses sufre una hipertensión —ataque de eclampsia— que la afecta, tanto a ella como a la hijita que llevaba en su vientre. José Vicente, aterrado, convoca con urgencia al doctor Eusebio Hernández, general de brigada y participante en nuestras tres guerras de independencia, aunque poco se puede hacer. Amelia expira el 3 de mayo de 1901 junto a su bebé.

A Amelia, por su rango familiar, le corresponde ser enterrada en el panteón de los marqueses de Balboa, pero José Vicente no lo permite. Por esta razón, sus restos son finalmente colocados en la bóveda que Gaspar Betancourt y de la Peza, compadre de su esposo, tiene en el campo común número 28 de la necrópolis de Colón.

La devoción

A partir de aquí lo novelero y convencional le da paso a una atmósfera de fidelidad y entrega sin miramientos que sitúa a sus protagonistas lejos de las patrañas de alcoba y los gladiolos baratos. En su folleto Un amor de leyenda, publicado en un inicio en abril de 1977, y reeditado en múltiples ocasiones, María Antonia retoma este drama con un estilo objetivo salpicado con ciertos toques melodramáticos:

«Desde el día del entierro de Amelia, y hasta que José Vicente murió, fue a diario a visitar a su mujer, para él permanecía dormida y la despertaba tocando una de las cuatro argollas de la tapa de la cripta en la que ésta reposaba, la argolla situada al lado del corazón de Amelia. Tras despertarla permanecía largo tiempo hablando con ella hasta que se retiraba triste.

«Un amigo de José Vicente se entera de la noticia y decide compensar esa tristeza con la alegría de regalarle una bella escultura de su amada esposa. Me refiero a José Vilalta Saavedra, uno de los mejores artistas que haya tenido nuestro país, creador del José Martí del Parque Central, y, en el propio cementerio, del monumento dedicado a los estudiantes de medicina y del conjunto de la entrada principal, donde se aprecian las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad (…).

«José Vilalta estaba residiendo en Italia y le manda una carta a José Vicente pidiéndole una foto (…). Terminó el conjunto en 1909 y lo trajo él mismo colocándolo encima del osario.

«Él fue muy cuidadoso con los detalles, podemos apreciar que la estatua lleva una túnica femenina propia de la época, de maternidad, es de mármol blanco de las canteras de Carrara en Italia, sostiene en su brazo izquierdo una pequeña cuyo mentón reposa sobre su pecho y el brazo derecho lo apoya en una inmensa cruz que tiene un gran significado. Amelia muere el 3 de mayo, Día de la Santísima Cruz…

«Ya colocada, José Vicente, muy emocionado, continuó acudiendo al encuentro con su amada, aunque, al verla esplendorosa, incorporó una nueva nota a su ritual, guiado siempre por su gran amor, respeto y caballerosidad. Luego que la despertaba y conversaba con ella, cuando se iba a marchar, vestido de negro, como acostumbraba, se quitaba el sombrero y lo colocaba en su pecho, daba la vuelta por detrás de la escultura y se retiraba sin darle nunca la espalda.

«Y así creció el rumor, uno se lo dijo a un compañero, éste se lo dijo a otro y así lo que empezó siendo una historia de amor particular se transformó en el amor de un pueblo hacia una mujer, hacia el símbolo de la maternidad, hacia un símbolo del amor eterno. La gente comenzó a otorgarle poderes sobrenaturales a la bella imagen, la veían como la defensora de las mujeres en estado y de aquél que acudiera con un problema y se lo contara a la bella Amelia.

«José Vicente trató de impedir el clamor popular (…). Hasta mandó a grabar una plaquita que decía lo siguiente: “Prohibido poner flores aquí”. Pensó que con eso le daría solución a su gran problema. Más tarde, la plaquita fue borrada y las flores, aparte de las suyas propias, eran renovadas día a día, mes a mes. Principalmente, las madres acudían a verla, comenzaron a llamarla «La Milagrosa», naciendo así el culto popular espontáneo que todavía se mantiene.

«El 3 de diciembre de 1914, al cumplir Amelia 13 años de muerta, fallece el padre de José Vicente y siendo él ya dueño de esa bóveda decide enterrarlo junto a Amelia. Al abrir la sepultura, José Vicente quiso ver a su amada Amelia por última vez y ella estaba intacta, pero la criatura descansaba, ahora, apoyada sobre su brazo izquierdo, como José Vilalta Saavedra las imaginó (…).

«José Vicente esperó con paciencia hasta el 24 de enero de 1941. En su lecho de muerte sus hermanas le dan la foto de Amelia, la tomó entre sus brazos, la aprieta junto a su corazón y exclama: «Ya me puedo ir para siempre con mi amada Amelia».

«Sus restos reposan junto a su querida y venerada esposa, dándole así perpetuidad a este amor de leyenda.

«Tiempo después la argolla que él estuvo tocando durante cuarenta años desapareció (…); sin embargo, aún hay tres… que sus fieles, día a día, tocan para despertar a Amelia y hacerle sus peticiones con fe, porque antes, antes de él morir, ya Amelia les pertenecía (…)».

Tumba de Amelia GoyriEl conocido etnólogo Fernando Ortiz, en un artículo titulado «La Milagrosa del Cementerio de Colón», incluido en 1928 en Archivos del Folklore Cubano, demuestra que el impacto social, tan temido por José Vicente, adquiere con los años ribetes muy singulares:

«Se nos dice que tiempos ha esta superstición llegó a manifestaciones similares a las practicadas en Cuba por los humildes creyentes de las religiones africanas (…). Así, solían depositarse en esa tumba cazuelas con comida, como a los orishas de los negros lucumíes; o monedas, como aún se le ofrecen por las negras fanáticas a Oshún o la Virgen de Regla (…).

«Algunos colocan sobre el nicho recipientes con agua, que al día siguiente retiran, atribuyendo al líquido virtudes terapéuticas. “El agua es magnetizada”, me decía una pobre anciana (…).

«Se nos ha asegurado, y éste es ya un caso harto significativo, que una infortunada mujer que había ya sufrido partos desgraciados e infructuosos al sentirse de nuevo parturienta se hizo conducir junto al lugar prodigioso y allí, yaciendo entre el sepulcro de La Milagrosa y el inmediato, que es el de su hermana, dio a luz, con toda felicidad, un robusto infante, de plena viabilidad (…).

«Hemos visto repetidas veces a devotas que se acercan al panteón y frente a él se persignan o se arrodillan, y parece que musitan una plegaria o una deprecación anhelosa.

«Se comenta que se le piden tres cosas y ella concede una de las tres. Y ahí está el milagro. Hay quien nos ha dicho que ya ha recibido cuatro milagros (…).

«Buena muestra de la exaltación creciente que inspira la referida efigie es el comercio que ya ha surgido junto a ella (…). Un mocetón acude los domingos para vender fotografías, éstas son de varios tamaños y precios (…), el vendedor nos especifica que en los días festivos vende más de diez, que los clientes llevan a sus hogares como reflejo de una nueva advocación mágica, por no decir religiosa.

«Situad, pues, el bello monumento tumular en un lugar propicio, en una capilla o aislado, en un despoblado, y pronto tendréis un santuario con imágenes, ofrendas, exvotos y culto irregular.

La devoción por La Milagrosa no debe sorprender demasiado: en Cuba durante decenios se le han atribuido facultades especiales a las mujeres primíparas muertas: los creyentes católicos consideran que esta es purificada y va enseguida al cielo y las personas de color le otorgan a la infeliz virtudes místicas. Es sabido que en Remedios, en la antigua provincia cubana de Las Villas, a principios del siglo pasado unos negros brujos fueron al cementerio del lugar, desenterraron el cadáver de una blanca primeriza muerta en el parto, y le cortaron la cabeza para usarla en sus ritos mágicos.

Otro factor no desdeñable es la escultura de Vilalta, con un gran realismo de sus facciones, un hado de bondad y una misteriosa vivacidad. Para los fervientes sus ojos tienen un poderoso atractivo, un toque de «hipnotismo». Sea así o no la idolatría no es solo patrimonio de los ciudadanos menos dotados intelectualmente. Cuando pedí noticias sobre Amelia para mi libro Hijos de la luna, una etnóloga de la Biblioteca Nacional, sin ocultar su sorpresa y disgusto, me preguntó: ¿Y La Milagrosa es un personaje popular?

Orlando Carrió

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