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La “manada” que mató a la Justicia

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Pocos segundos duró la expectación generada ante la lectura de la sentencia de Audiencia Provincial de Navarra por el caso de la agresión sexual a una joven por parte de un grupo de repugnantes animales (que con justa razón se hacen llamar “la manada”) durante los Sanfermines de 2016.

Y para que todos nos sintamos heridos, se constató que los acusados contaban con un cómplice inesperado: la mismísima justicia, que se puso de su lado.

manadaY que la víctima volvía a ser agredida, de un modo aterrador, por tres jueces (uno de ellos, mujer). En especial, por el voto particular de un inmundo leguleyo orgulloso de burlarse de la ley, Ricardo González, quien llegó a pedir la absolución de los cinco acusados por los delitos juzgados, y dejarlo en un simple hurto de móvil (un teléfono robado, todo hay que decirlo, a una chica desnuda, violada, y abandonada en un portal para que ni tan siquiera pudiera pedir ayuda), porque el resto de lo ocurrido, según ese juez, se puede resumir en un “jolgorio” (sic).

Jolgorio, sí. No violación. Jolgorio.

La justicia ha quedado tan tocada que habrá que ver como salimos de este insultante rasero. Porque, como siempre, el foco no se puso sobre los ya culpables (de un delito muy distinto por el que eran juzgados). Todo se centró en la actitud de la víctima, quien al no enfrentarse a las cinco bestias, cometió un error.

Al parecer, tendría que haber presentado más resistencia ante cinco hombres, borrachos y adictos a hacer daño (que incluso quedaban y se preparaban para cometer sus atrocidades) y haberse llevado una cruenta paliza, lo que quizás probase que sí que fue violada, o no, porque si ella provocó, obtuvo lo que buscaba.

Y así, mientras los jueces limpiaban con tanto esmero y dedicación el honor de los agresores, la víctima pasaba a ser la culpable, como ocurre habitualmente en los casos de violencia sexual.

Ella los incitó, los animó, consintió cuando ocurría y aunque nadie se atreve a afirmar taxativamente que ella también lo pasó de maravilla, se transmitió el mensaje de que lo sucedido es de nuevo responsabilidad de la joven, así que caso cerrado y esa sentencia, que fue un escupitajo, es otro barrote en esa prisión de la que las mujeres no pueden escapar.

Decisiones así lo único que logran es animar a estos grupúsculos de salvajes, que ya saben que cuentan con la connivencia de una cultura que justifica a los violadores, y humilla aún más a las víctimas.

De nada han servido las pruebas. De nada ha servido cuatro integrantes del grupo estén pendiente de otro juicio por agredir otra joven a la que previamente habían drogado para poder abusar de ella (hoy se ha conocido la sentencia contra Bill Cosby, y le han caído treinta años por prácticas similares, a la espera de que otras sesenta mujeres de las que abusó logren algún tipo de compensación, aunque sea poder ver al culpable señalado como lo que realmente es, un psicópata que debe ser apartado de la sociedad), aunque es de suponer que si estaba inconsciente tampoco se les condenará, total, si ni se enteró, y seguro que alguna provocación se le achacará, como por ejemplo, existir.

La cultura de la violación ha obtenido una de sus mayores victorias. Que queden recursos por interponer (la Fiscalía de Navarra ya ha anunciado que recurrirá el fallo) no cambiará nada. La sentencia ya ha sido dictada, y el código penal ha amparado a estos delincuentes, y la jurisprudencia da alas a todos los agresores sexuales, como ha ocurrido antes por llevar minifaldas, o por no cerrar las piernas, o por cualquier otra sucia arbitrariedad que gentuza como Ricardo González, juez y parte de este atentado contra las mujeres en general, decidan alegar para liberar a delincuentes, que puedan seguir haciendo daño y convertirse en héroes para los de su misma calaña.

Incluso el Ministro de Justicia, esto es, una voz llegada desde el gobierno, no ve nada terrible en esta sentencia. Se ve que el Sr. Catalá también tiene ganas de sumarse al jolgorio.

violaciónNo hay violación si no hay muerte” es uno de los gritos que más se escuchan en las manifestaciones que desde ayer abarrotan las ciudades. Es el precio que deben pagar las mujeres. Si quieren demostrar que han sido violadas, deben morir. La cuestión es que la voz de las mujeres siempre se quede en nada. Si son asesinadas, la violación queda probada.

La justicia en España ha naufragado.

Y llegar a un lugar donde las mujeres puedan sentirse amparadas y protegidas por la ley parece algo más que una entelequia.

De momento, su única salida es no salir.

Eso, o morir, o ser violadas, para solaz de violadores y asesinos que han vuelto a ganar esta batalla para mantener el sometimiento al que las mujeres viven encerradas.

El asco no lo provoca “la manada”. El asco es vivir en este país, donde la justicia sólo sirve para humillar aún más a las mujeres que son despreciadas.

Ahora todos somos parte de esta pesadilla, gracias a una sentencia judicial que lo único que ha logrado es animar a los que piensan que la violencia machista es un derecho, y no un delito.

Emilio Calle

Emilio Calle (Málaga, 1963)

Crítico de cine y guionista, ha publicado el libro de cuentos “Imaginando rutas” (Huerga & Fierro, 1999), y las novelas “Linda Maestra” (Ediciones Libertarias, 1995), “La estrategia del trueno” (Huerga & Fierro, 2001) y “El hombre que pudo salvar el Titanic” (Editorial Martínez Roca, 2010, reeditada por Editorial Planeta ese mismo año).

Asimismo es coautor de “Los barcos del exilio” (Oberón, 2005 y RBA, 2010), escrito junto a Ada Simón.

Durante diez años trabajó en “El País”, en “Tras la pista”. Y colaboró en Onda Vasca en el programa “Melodías de Seducción”, dedicado a la música en el cine.

También estuvo cinco años en el suplemento infantil de “ABC”, y ha colaborado con diversos periódicos tanto nacionales como internacionales.

Actualmente prepara su nueva novela.

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