Las nueve musas
BATALLA-DEL-SALADO

La batalla del Salado

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Corría la primera mitad del siglo XIV.

Las fronteras de al-Ándalus proseguían en retroceso hacia el sur peninsular y los andalusíes veíanse cada vez más presionados por los reinos cristianos del norte, sobre todo por Castilla.

 

mapa de sultanato benimerín reino GranadaEl poderoso emir de los benimerines Abũ-l-Hasãn`Alí —el Albohacén de las Crónicas cristianas (r.1331-1351)— fue el último sultán de las tribus africanas que decidió intervenir en nuestra península en 1340 d.C., para tratar de entorpecer el avance de Castilla-León en al-Ándalus e impedir que Alfonso XI incorporase la costa norte del estrecho de Gibraltar a sus reinos.

Ya desde el verano de 1338 había comenzado a enviar fuerzas a la península en auxilio del rey de Granada, convencido de que Alá había depositado en sus manos una misión providencial. Ignoraba que frente a él íbase a encontrar a un monarca castellanoleonés que sería muy digno competidor y que habíase propuesto dar notable impulso a la conquista de lo que restaba de los reinos musulmanes hispanos, desplazando sus fronteras hacia el sur; se decía de Alfonso el Onceno que ni un solo día podía vivir sin guerra y que, cuando no las había, medía sus fuerzas con las grandes alimañas de las sierras o participaba en justas y torneos, oculto tras una desconocida coraza y de incógnito.

Alfonso XI de Castilla
Alfonso XI de Castilla

La Península Ibérica atravesaba tiempos violentos, en los que diferentes culturas y religiones disputábanse el territorio. Los musulmanes (entre los que el gran cuerpo de la población se constituía por hispanorromanos e hispanogodos conversos al Islam) habían dominado buena parte del solar peninsular desde hacía más de cinco siglos. Tras la decisiva batalla de las Navas de Tolosa en 1.212, los almohades perdieron el control sobre el sur de la Península y los reinos cristianos fueron ganando terreno poco a poco. En el siglo XIV tan sólo el reino nazarí de Granada lograba mantenerse independiente. En aquel momento, Granada comprendía las actuales provincias de Granada, Almería y Málaga, más el istmo y peñón de Gibraltar. Pero, pese a la conquista de Tarifa por Sancho IV de Castilla en 1292, los granadinos siguieron manteniendo su frontera con los cristianos en el río Barbate, por lo que la ciudad —ya castellana— quedó aislada en medio de territorio enemigo.

Por otra parte, los almohades, dueños de al-Ándalus desde hacía un siglo, se hallaban ya muy debilitados y no reunían en aquellos momentos condiciones para poder defenderse de los benimerines, tribus bereberes que acabaron por dominarlos y asumieron el control de todo al-Magreb. Tras estos éxitos iniciales decidieron, a finales de siglo XIII, declarar la ŷihãd a los reinos cristianos ibéricos; estos viéronse obligados a hacer frente a los nuevos enemigos a partir del año 1300. La situación se recrudeció cuando, en 1339, Abũ-I-Hasãn controló con su flota las aguas del estrecho de Gibraltar, lo que permitió a los africanos desembarcar en el sur de la Península y enviar luego cuantos refuerzos necesitaran sin ninguna oposición.

En este mismo año estaban a punto de expirar las treguas concertadas a raíz de la pérdida de Gibraltar en 1333, lo que contribuyó a que los nazaríes granadinos comenzaran a mostrarse agresivos y, sobre todo, fortalecidos en su confianza  al sentirse respaldados por los benimerines. Fue entonces cuando el rey castellano, Alfonso XI, envió una misión al Papa a fin de conseguir de él ayuda pecuniaria para la guerra inminente, a la que anhelaba dotar del carácter de cruzada. Más de cien documentos relacionados con la batalla del Salado se conservan en archivos vaticanos, prueba del interés e implicación que mostró el Papa Benedicto XII ante el peligro de invasión de la península por los benimerines. El Papa extendió una Bula para todos los participantes cristianos, por la que les otorgaba beneficios económicos y espirituales; también levantaba al rey castellano la pena de excomunión dictada contra él el año anterior por apropiarse indebidamente de las tercias. Pese a todo, no hubo participación extranjera (salvo la portuguesa), por el poco tiempo con que contaron para predicar la cruzada.[1]

Ordenó el rey de Castilla a su almirante Alfonso Jofre Tenorio que concentrase y guarneciese la mayor escuadra castellana que lograra reunir, aliándose también con el reino de Aragón, que se comprometió a aportar la mitad de galeras de las que integraban la flota castellana para defensa de las aguas del estrecho. La escuadra aragonesa constó de 12 naves, al mando de Gilabert de Cruilles.

Bandera rayas azules benimerines batalla SaladoApenas llegado Alfonso XI a Sevilla, determinó comenzar las hostilidades atacando Ronda, Antequera, Archidona y sus entornos, valiéndose de todas las huestes reales, las mesnadas de don Juan Manuel y de don Juan Núñez de Lara, más las fuerzas del Arzobispo de Toledo y los caballeros de todas la Órdenes Militares. Poco después, Abũ Malik —hijo del sultán benimerín Abũ-l-Hasãn— decidió avanzar por Algeciras hasta Arcos, donde entabló dura batalla con los cristianos bajo una enorme borrasca otoñal, y los musulmanes resultaron derrotados. Dirigiéronse luego hacia Alcalá de los Gazules para rehacerse y, si podían, tratar de reconquistar la plaza perdida; su ejército acampó junto al río Barbate, pero las huestes cristianas, que los habían ido siguiendo, atacaron el campamento benimerín un amanecer con solo 2.000 caballos y 2.500 peones. La batalla allí desencadenada concluyó en un atroz desastre para los fieles de Alá: murió Abũ Malik, además de entre 5.000 y 10.000 musulmanes[2].

Juró venganza el sultán y, a principios de 1340, envió nuevos refuerzos a la península y armó una gran flota de 100 galeras, que atacó a las escuadras aragonesa y castellana, causando en ellas la muerte de muchos de sus marinos —entre otras la de Gilabert de Cruilles—, provocando la retirada de las naves aragonesas y siendo destruida la armada castellana y muerto asimismo su almirante, Jofre Tenorio. Pero en septiembre de ese año ya se había armado una nueva escuadra castellana (compuesta por 15 galeras, 12 naves y cuatro leños), a la que volvió a unírsele la nueva armada aragonesa que el rey Pedro IV el Ceremonioso de Aragón había conseguido reunir.

Pero aquella había sido poca venganza para satisfacer el dolor del sultán benimerín por la muerte de su hijo, y resolvió invadir la península. El “Romance de Alfonso XI“, escrito ocho años después, narra así las causas  de la invasión:

E venían por vengar

los infantes que fueron muertos;

unos por tierra, otros por mar,

passar querían los puertos.

……

Mi fijo ovieron muerto

por esto passé la mar;

nunca passaré el puerto

fasta que lo non vengar.

 

Benimerines
Benimerines

A mediados de septiembre, las fuerzas benimerines emprendieron la marcha hacia la ciudad —ya cristiana— de Tarifa y la sitiaron. Ante lo desesperado de la situación, el rey castellano Alfonso XI  ordenó avanzar a su ejército para encontrarse con el musulmán, el cual acababa de recibir también numerosas tropas de refuerzo de Yusuf I, rey nazarí de Granada. No obstante, al percatarse de la descomunal fuerza enemiga, el monarca castellano, por medio de su esposa la reina doña María, solicitó ayuda a su suegro, el rey Alfonso IV de Portugal. Admirable fueron el temple y la generosidad de esta reina que, pese a verse postergada por su esposo el rey de Castilla y León a causa de sus amores con Leonor de Guzmán, intercedió ante su padre, el rey de Portugal, para que se implicase en esta guerra y acudiese en auxilio de los castellanos.

Pero, mientras aguardaba a estos refuerzos, el rey Alfonso XI se desesperaba, ya que, en cada jornada de retraso, las máquinas de asedio enemigas que batían las murallas noche y día progresaban más en su demolición. Los asediados, entretanto, se defendían heroicamente.

Para colmo, no le compensó al rey castellano tan desesperante espera, porque los refuerzos portugueses no pasaron de mil jinetes. Según la “Crónica de Alfonso XI”, el ejército cristiano se componía en su conjunto de 8.000 mil caballos y 12.000 mil infantes. Los defensores de Tarifa no podían ser mucho más de otro millar, dado el reducido perímetro de la plaza. Parece razonable calcular que el total de fuerzas cristianas no pasaría de 22.000 soldados. El ejército forzó la marcha, tratando de ahorrar días por la escasez de avituallamientos que habían conseguido, hasta que, extenuado, alcanzó a finales de octubre del año 1340 las orillas del río Salado —pequeño riachuelo de unos siete kilómetros de longitud, cercano a Tarifa—. A la vista del enorme ejército enemigo, quedaron los castellanos impresionados y descorazonados, porque, oprimiendo con duro cerco a la ciudad, concentrábanse nada menos que más de 60.000 hombres (otras fuentes dicen que 80.000), en su mayoría lanceros a pie, ballesteros y la temida caballería ligera mahometana.[3] Por el contrario, la mayor potencia de los diferentes aliados cristianos radicaba, principalmente, en su caballería pesada, cubierta de fuertes defensas y herrajes.

Por parte de los agarenos, también la batalla llegó a ser un conflicto internacional, puesto que los reyes de Túnez y Bujía, y el soldán de Babilonia se involucraron con numerosas tropas y naves.

escudo reino nazarí
escudo reino nazarí

Frente a frente, separados por el río Salado, los caudillos de ambos ejércitos empezaron a distribuir sus fuerzas sobre aquel tablero en que habíase convertido el alfoz de Tarifa. Benimerines y nazaríes pegaron fuego a sus ingenios y máquinas de asalto antes que permitir que fueran capturadas por el enemigo y, tras dividir su ejército en dos campamentos —benimerines sobre un otero frente a la ciudad y granadinos sobre otro cercano a la sierra—, tomaron posiciones para plantar cara a las tropas adversarias. Pero Alfonso XI sorprendió a los sarracenos al lograr que 5.000 de sus hombres (4.000 infantes y 1.000 jinetes) rompieran inesperadamente el cerco que apretaba a la ciudad y entraran en Tarifa para auxiliar a sus extenuados y famélicos moradores.

Amanecía el 30 de octubre de 1340.  Tras serles perdonados todos los pecados en confesión general y comulgar para afrontar en las mejores condiciones aquella contienda a la que el Papa había conferido carácter de Cruzada, los cristianos hicieron formar a todas sus huestes. Las últimas disposiciones militares de los aliados cristianos dividían los objetivos: mientras los castellanos enfrentaríanse a los benimerines, los portugueses, con su rey Alfonso IV a la cabeza, con el refuerzo de 3.000 caballeros hispanos —los vasallos del príncipe heredero don Pedro, los maestres de Alcántara y Calatrava, así como las huestes de varios concejos extremeños y castellanos—, combatirían a las tropas nazaríes de Yusuf I de Granada.

Leonor de Guzmán (1310-1351)
Leonor de Guzmán (1310-1351)

Las fuerzas de los cruzados peninsulares se organizaron en una formación ya clásica entre ellos: la caballería de don Juan Manuel y de don Juan Núñez de Lara, señor de Vizcaya, además de otros nobles y los concejos andaluces constituían la vanguardia; el centro o corazón de la formación lo reservó Alfonso XI para él mismo, con sus mesnaderos, sus hijos bastardos (Trastamara) con sus vasallos, todos los prelados y numerosos concejos castellanos. Las alas integraban diferentes contingentes, según la siguiente distribución: mientras el flanco derecho era defendido por  don Alvar Pérez de Guzmán al mando de los Donceles de su casa, por jinetes de algunas Órdenes Militares y por los caballeros fronterizos, el flanco izquierdo lo formaba la caballería pesada portuguesa con el refuerzo de aquellos concejos castellanos que no iban con el rey de Castilla, además de los concejos vascos, leoneses y asturianos a las órdenes de don Pero Núñez de Guzmán (padre de Leonor de Guzmán, la amante del rey). En la retaguardia iba el concejo de Córdoba al mando de don Gonzalo de Aguilar, junto con algunos nobles y sus mesnadas.

El ejército musulmán constituyó su al-muqaddãma o vanguardia con una sólida formación de infantes y arqueros, trás los cuales avanzó la caballería ligera benimerín formando al-qalb o corazón, dividido a su vez en cinco grandes grupos. La zaga fue ocupada por la infantería andalusí, mientras el flanco derecho fue asignado a la caballería nazarí, al mando de Yusuf I, y el izquierdo a los voluntarios.

Cuando el sol se alzó y las tropas musulmanas se exhibieron en formación en la orilla contraria, el ejército cristiano se dispuso a atravesar el río Salado y enfrentarse al enemigo. La vanguardia castellana fue la primera en atacar y, para ello, lo primero era tomar un estrecho puente, defendido por dos mil quinientos caballos musulmanes, con los que se midieron y, siendo ellos solo ochocientos, los obligaron a abandonar el puente.

La caballería pesada cristiana se abalanzó, irreflexivamente y con sus armas en ristre preparadas para devastar las líneas enemigas, contra la infantería musulmana, mas, al ver que sus pendones se desviaban por la ladera del otero hacia el campamento de los benimerines, abandonó su inicial objetivo y se centró en el saqueo y captura del botín; los defensores del campamento lo abandonaron y fueron las mujeres del harem real las que lo defendieron hasta el heroismo. Pero esta distracción pudo costar cara a las fuerzas de los cruzados, porque el rey Alfonso XI quedó casi abandonado en el centro del campo y frente al grueso del ejército sarraceno, desplegado en el valle.

Yusuf I de GranadaLos arqueros benimerines envolvieron al grupo que rodeaba al rey en una nube de azagayas, de tal modo que una de las saetas llegó a clavarse en el arzón de la montura del soberano. Allí se vieron en gran peligro, aunque, presto, acudieron caballeros del concejo de Mondoñedo y adelantose la retaguardia con don Gonzalo de Aguilar al mando del concejo de Córdoba, con lo que se logró restablecer la seguridad real y dominar la situación. Los benimerines, que por un momento habían creído posible la victoria, vieron al punto como todas las fuerzas cristianas, antes dispersas, confluían hacia el corazón del valle: bajaban del otero los que habían arrasado el real del sultán, descendían la ladera los que antes rompieron el cerco y entraron en Tarifa, así como los portugueses que habían atacado primero al campamento nazarí.

Aquel error inicial de los cristianos al desviarse hacia el campamento enemigo e iniciar el saqueo, se trocó en factor favorable porque, al dirigirse luego contra el grueso del ejército musulmán enzarzado en la lucha junto al río, les permitió atacarlos por la espalda. Cuando los mahometanos que combatían en el valle vieron lo que se les venía encima, desbandáronse y comenzaron la huida rumbo a Algeciras. Al mismo tiempo, en el otero de los granadinos también estos se daban a la fuga, perseguidos por los portugueses y las mesnadas de don Pero Núñez de Guzmán, quienes los siguieron a los alcances hasta el río Guadamecí.

Pese a la superioridad numérica musulmana, la batalla concluyó con una aplastante victoria de los reinos cristianos peninsulares. Muy numerosos fueron los musulmanes muertos en aquella retirada caótica, que acabó con muchos de ellos ahogados en la playa o alanceados por la espalda. Finalmente y ante la huida masiva, castellanos y lusos destrozaron los campamentos de sus adversarios, donde se adueñaron de inmensos tesoros: enormes cantidades de oro y plata (en barras y en monedas), joyas, aljófar y piedras preciosas de las mujeres del sultán, armas labradas, paños de oro y seda y tiendas de gran precio. Asimismo, hiciéronse gran número de cautivos. El rey Alfonso IV de Portugal, en un gesto desinteresado, no quiso recibir su parte del botín y, solo ante la insistencia de su yerno Alfonso XI de Castilla y León, acabó por aceptar una cimitarra con piedras engastadas y un cautivo: el sobrino del sultán benimerín.

El rey castellanoleonés envió luego al Papa en agradecimiento una numerosa embajada, portadora de muy valiosos presentes escogidos entre el botín, así como de 24 cautivos y banderas de los vencidos.

A consecuencia de aquella derrota, Abũ-l-Hasãn no volvió a disfrutar de una situación tan favorable de bonanza económica que le permitiera otro intento de invasión de la península ibérica. Por otra parte, el fortalecimiento que supuso para Alfonso XI le condujo a lograr poco después la conquista de Algeciras, cerrando así definitivamente las puertas a nuevas posibles invasiones africanas.


[1] – “Al-Qantir: La Batalla del Salado (1340)“, de Wenceslao Segura González.

[2]“La intervención de los benimerines en al-Andalus“, de Mª Jesús Viguera Molins.

[3] – “Las grandes batallas de la Reconquista durante las invasiones africanas”, Ambrosio Huici Miranda.- Edit. Universidad de Granada, 2000.- “Alfonso XI”, J. Sánchez-Arcilla.- Trea, Gijón, 2008.- “Crónica de Alfonso el Onceno, de los Reyes de Castilla y León”, 2ª edición conforme a un antiguo manuscrito de la Real Biblioteca de El Escorial.

Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado nació en Córdoba (España). Estudió Profesorado de Educación General Básica (Magisterio, Escuela Normal de Ciudad Real, 1971) y ejerció la enseñanza. Ingresó en la Facultad de Bellas Artes, Universidad Complutense de Madrid, 1985.

Ganadora del XV Premio de novela corta "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo (2017).

Medalla de oro 2018 a la investigación histórica (del Círculo Intercultural Hispanoárabe).

Pintora con sólida experiencia, estilo personal en la línea constructivista figurativa. 24 exposiciones individuales, 25 colectivas y 3 premios conseguidos. Con obra en museos y colecciones públicas y privadas de España, Alemania, Portugal, Estados Unidos y Reino Unido. Representada con obra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).

Novela histórica:
— “La Cruz y la Media Luna”. Publicada por Editorial VíaMagna (2008). 2ª edición en bolsillo bajo el título de “La Fortaleza de Alarcos” (2009). Reeditada como libro eléctronico “La Cruz y la Media Luna” por la Editorial Leer-e, Pamplona, abril, 2012, y en papel por CreateSpace (Amazon) en mayo de 2015.
— “ El Collar de Aljófar”. Editada por Leer-e (Pamplona) en soportes papel y electrónico, mayo, 2014.
—“El Halcón de Bobastro”, editada en Amazon en soportes electrónico y papel (CreateSpace) en agosto de 2015.
— “La Estirpe del Arrabal”, editada por Carena Books (Valencia) en 2015.
Ensayo:
— "Los Andaluces fundadores del Emirato de Creta" (ensayo de investigación histórica). Editado en Amazon en soporte digital en julio de 2014 y en papel (CreateSpace) en mayo de 2015.

Novelas de misterio y terror (novela fantástica):
— “La Horca y el Péndulo” (XV Premio de narrativa "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo), 1ª Edición en marzo de 2017 por Ayuntamiento de Toledo. - 2ª edición en mayo de 2017 por Impresion QR 5 Printer, S.L. (Ciudad Real).
— “Encrucijada”. Inédita.
— "Maleficio Fatal". Inédita.

Parodia de Novela Histórica:
— "Iberia Histérica" (novela corta en clave de humor). Editada en soporte digital en Amazon y en papel en CreateSpace en mayo de 2018.

Autora también de relatos históricos y Cuentos de literatura infantil.
Colabora con artículos en diversas revistas culturales. (Tanto en papel como en webs digitales): Fons Mellaria (F.O.Córdoba), Letras arte (Argentina), Arabistas por el mundo (digital), "Arte, Literatura, Arqueología e Historia" (Diputación de Córdoba), Revista Cultural Digital "Las Nueve Musas" (Oviedo).

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