Las nueve musas
Islas Galápago

Islas Galápagos: el edén que surgió de las cenizas

Promocionamos tu libro

Difuminado su perfil en los días brumosos, una tierra perdida, tocada por el encantamiento de las fuerzas naturales y el curso progresivo del tiempo, se yergue sobre lava y cenizas desde las entrañas infernales de Gea, dando a luz un paraíso inigualable: las islas Galápagos.

Saqueadas, investigadas, invadidas o protegidas, la peculiar historia geológica y biológica de este grupo de islas cambió irremediablemente el rumbo de las ciencias de la vida sobre el planeta.

Islas GalápagosA poco menos de 1.000 kilómetros de la costa sudamericana, en dirección oeste y a horcajadas sobre la línea del ecuador terrestre, un ramillete de diecinueve islas y más de cien islotes, promontorios y arrecifes descansan, solo aparentemente apacibles, sobre la inmensidad oceánica del Pacífico.

Conectadas en lo profundo con el corazón de la Tierra, se hace necesario para comprender su génesis y subsiguiente surgimiento de la biodiversidad de criaturas irrepetibles que albergan estas islas nada corrientes, deducir la existencia de un punto caliente.

El planeta exhala por estos puntos de actividad volcánica los excesos de presión y temperatura que se le acumulan bajo la corteza desde el manto, originados desde algún otro rincón de su estructura, y ello trae consecuencias de extraordinaria importancia: temperaturas de 100 ºC, magma ardiente, humo sofocante y explosiones violentas de lava configuran un panorama que va moldeando paisajes marinos o terrestres fascinantes, contribuyendo a conformar el bello perfil de nuestro planeta azul.

Islas GalápagosEl punto caliente de Galápagos se encuentra bajo la confluencia de tres placas tectónicas de la corteza terrestre: la del Pacífico, la de Nazca y la de Cocos. Hace más de tres millones de años, por fenómenos convulsos promovidos por esta confluencia submarina de la corteza sobre dicho punto, nació la primera y más anciana de las islas del archipiélago, la Española.

El hecho de que hoy sea una isla que esté pereciendo, hundiéndose poco a poco en el seno que la vio nacer, y que sea de las más orientales y alejadas del punto caliente —en contraposición con la más reciente, Fernandina, la más occidental y activa, con tan solo 30.000 años de vida— ha llevado a los expertos, no ya a demostrar cómo el universo geológico de roca y fuego también nace y muere, sino a establecer una lógica teoría sobre el origen y evolución de estas islas volcánicas.

Islas GalápagosComo si de un fondo marino a la deriva se tratase, no solo cada isla fue naciendo, una tras otra, desde las aguas burbujeantes del punto caliente, sino que fueron posteriormente desplazándose hacia el este y enfriándose, a través de esa danza permanente de la corteza terrestre sobre su inferior y a veces maleable manto.

Esto dio como resultado y en la actualidad, unas islas occidentales más jóvenes y, por tanto, menos evolucionadas, estériles y más candentes y volcánicas que las orientales, de mayor edad y evolución paradisíaca, tras someterse a las peculiaridades de las caprichosas corrientes marinas y del clima cambiante. En menos de doscientos años se han desplazado unos diez metros en dirección sudeste, a una velocidad media de unos centímetros al año.

Islas GalápagosEs así posible concebir la increíble variedad de paisajes de este archipiélago de unos 8.000 kilómetros cuadrados de superficie, desde oscuras y escarpadas tierras eruptivas infernales —es la segunda región con mayor actividad volcánica del mundo, con seis volcanes activos—, hasta verdes bosques húmedos y exuberantes.

Y de esta forma, también podrá comprenderse mejor la esplendorosa multiplicidad biológica que puebla sus islas. Que un alto porcentaje de la flora y fauna que allí viven sean endémicas —más de doscientas especies— nos está indicando, además de lo valioso de su riqueza, que ha debido de ocurrir un proceso de evolución muy digno de destacar.

Islas Galápagos
Cactus de lava (Brachycereus nesioticus)

Los primeros en colonizar los campos de ceniza sólida compactada suelen ser los pequeños cactus de lava, que almacenan gran humedad en sus tallos suculentos, y los mangles en bahías y ensenadas, resistentes a la sal y que dan pie al ecosistema de los manglares, auténticas guarderías protectoras de alevines de peces.

Debido a la situación de este puñado de islas en la encrucijada de las cuatro corrientes oceánicas más relevantes del Pacífico, se produce una interacción entre corrientes cálidas y frías que origina una explosión de vida marina en sus aguas costeras: interminables bancos de peces, singulares anguilas de jardín, anchas  manta rayas, impresionantes tiburones ballena y martillo, protegidas tortugas verdes, leones marinos del norte e inexplicables pingüinos del sur.

Islas GalápagosTodos sus antepasados vinieron de otras costas o a través de estas corrientes desde puntos lejanos, y con el tiempo evolucionaron hasta extraños descendientes, únicos en su especie. Son las corrientes frías de Humboldt desde el sur y de Cromwell desde el oeste las que facilitan que tantas especies zoológicas marinas puedan vivir en pleno ecuador terrestre, brindando una exquisita proliferación de alimento en forma de plancton.

El archipiélago acoge en los márgenes de sus islas abundancia de especies de aves marinas, que disponen de cuantiosa pesca, como los alcatraces de patas azules y los pelícanos pardos, o aves de costumbres más terrestres como los pinzones, el búho campestre o el ratonero, todos endémicos.

Islas Galápagos
Alcatraz de patas azules (Sula nebouxii)

Pero no fue igual para las especies terrestres, que llegaron a estas islas de forma accidental, arrastradas seguramente desde fuertes riadas y traídas por el mar sobre restos arbóreos flotantes: iguanas, tortugas y otros reptiles se adaptaron a estas nuevas tierras marcadas por cicatrices de lava.

La mimética iguana marina de apariencia térrea y cresta puntiaguda, excelente nadadora y devoradora de algas rojas y verdes, solo existe en estos confines del planeta, y aunque es el único lagarto marino, sus antepasados lejanos que anclaron aquí eran animales terrestres que, para sobrevivir en islas baldías como Fernandina, acabaron adaptándose al medio marino.

Islas Galápagos
Iguana marina (Amblyrhynchus cristatus)

Son famosos sus estornudos siseantes, gracias a los cuales expulsan en chorros el exceso de sal adquirido en su dieta marina, a través de unas glándulas para tal fin. A pesar de su apariencia de dragón de hasta más de un metro, esto no parece ser impedimento para que un diminuto compañero de color escarlata, la zayapa, un tipo de cangrejo, se le asocie para limpiarlo de parásitos y restos de algas o de piel muerta, y darse así un buen festín.

Islas Galápagos
Cangrejo zayapa (Grapsus grapsus)

El cormorán de la costa oriental de esta isla nos expone otra prueba de la evidente adaptación de las especies vivas en el tiempo: es el único cormorán que ha perdido la capacidad de volar, solo con un tercio de sus alas originales. Es una de las aves más raras en el mundo, con patas palmeadas y fuertes piernas para bucear en busca de sus presas.

Guarida de dragones prehistóricos y gigantes antediluvianos, cada isla tiene su propia personalidad. Isabela, la isla en forma de caballito de mar situada al este de Fernandina, y por tanto la siguiente en longevidad del archipiélago, tiene una edad insular adolescente de casi un millón de años, lo que le ha permitido desarrollar ya un vergel de vida en sus montañas (calderas) de 1.500 metros de altitud.

Islas Galápagos
Tortuga gigante (Complejo Chelonoidis nigra)

En sus cimas vive quizás el más emblemático reptil, que dio nombre a estas inusitadas islas, y el de mayor tamaño de todos los de su categoría existentes en el mundo: la tortuga gigante, de hasta 250 kilos de peso, casi metro y medio de caparazón y con más de cien años, que pueden sobrevivir hasta meses sin agua, mientras llega la estación húmeda. Para defenderse de su vulnerabilidad ante los parásitos, llega otro amigo singular desde el aire, uno de los famosos pinzones de Darwin.

Otro poco más al este de Isabela, en pleno corazón del archipiélago, Santa Cruz se eleva con sus cráteres muertos al fuego y resucitados a la vida que estalla en sus frondosas selvas sobre fértil tierra volcánica, sus estanques de agua dulce y fecundas lagunas salobres —en las que transitoriamente se alimentan flamencos rojos migratorios—, pues sobre sus cumbres se forman las nubes que traen lluvias de forma regular.

Islas Galápagos
Flamenco rojo (Phoenicopterus ruber)

En el ambiente más cálido y seco de sus márgenes crecen cactus gigantes, formando auténticos bosques de esta especie de nopal de diez metros de altura, manjar de dioses para las tortugas.

Mientras, a los pies de Santa Cruz, en la pequeña isla Santa Fe, las rojizas y amarillentas iguanas terrestres saborean este mismo manjar en otro bosque de cactus o arrancan las flores amarillas de la portulaca. Siendo de sangre fría, necesitan ponerse al sol sobre la roca volcánica durante el día y dormir en madrigueras nocturnas para conservar el calor.

Islas Galápagos
Iguana terrestre (Conolophus sp.)

Los investigadores teorizan sobre el hecho de que evolucionaron, junto con las iguanas marinas, a partir de un único ancestro común, procedente de Sudamérica, hace unos ocho millones de años, por lo que debieron asentarse en islas más antiguas a las actuales, que ya desaparecieron, siendo sumergidas.

En Santa Fe una bella laguna turquesa reúne a leones marinos, y existen bosques de árboles de palo santo.

Islas Galápagos
Pingüino de las Galápagos (Spheniscus mendiculus)

También en la zona central del grupo de islas, pero en el extremo sur, se alza la isla Floreana, habitada por bosques, y en cuyas costas anidan tortugas marinas y el inesperado y pequeño pingüino de las Galápagos, que por su tamaño tiene muchos predadores, incluidos cangrejos y culebras.

En el este de las islas Galápagos está ubicada San Cristóbal, con el mayor lago de agua dulce, y en la que se avista una colonia de anidación de fragatas o rabihorcados, otra ave endémica que nadie olvida cuando ve por primera vez al macho en celo hinchar como un globo rojo su buche, para llamar la atención de la hembra.

Islas Galápagos
Rabihorcado (Fregata magnificens)

La abuela de las Galápagos, la Española, a pesar de su estado agónico, como fue desplazándose casi doscientos kilómetros hacia el sudeste a lo largo de su larga vida, ahora hunde sus raíces entre la corriente de Humbdolt, deliciosa en nutrientes, lo que ha congregado en el norte a una de las manadas de leones marinos. Magníficos predadores, también muy juguetones, son colegas de una de las lagartijas de lava endémicas de las islas, pequeños reptiles que se tragan las moscas que rondan a aquel: puro beneficio mutuo.

Islas Galápagos
León marino (Zalophus wollebaeki) y lagartija de lava (Microlophus sp.)

En su lado sur, además de las iguanas marinas, anida el albatros ondulado, el ave de mayor envergadura de las Galápagos —dos metros con sus alas extendidas—, que llega a estas costas después de seis meses de emigración, para protagonizar su simpático baile nupcial. Su único huevo será incubado por ambos progenitores, y el polluelo alimentado de calamares y peces cazados y predigeridos también por los dos.

Islas Galápagos
Albatros ondulado (Phoebastria irrorata)

Para conocer mejor al más reciente habitante de las islas y la profunda y marcada huella que ha dejado sobre su estado actual, haremos un poco de historia.

Aunque se han llegado a descubrir restos de cerámica, probablemente del periodo incaico, hasta el momento no hay prueba alguna de asentamientos humanos de aquella época.

Los datos escritos más antiguos que se tienen de las islas datan del año 1535, cuando el navío en el que viajaba el obispo de Panamá, Tomás de Berlanga, se vio arrastrado hasta allí por fuertes corrientes, desde su ruta de Panamá hacia Perú.

A mediados de ese mismo siglo XVI, el capitán Diego de Rivadeneira, coincidiendo con la estación de la garúa que crea una niebla fría y húmeda cerca del mar, ante tal fantasmagórico horizonte, las denominó islas Encantadas.

Islas GalápagoLa primera noticia cartográfica de estos accidentes geológicos del Pacífico puede verse plasmada en el primer atlas moderno de 1570, del geógrafo y cartógrafo flamenco Abraham Ortelius. Aparecen nombradas como islas de las Galápagos.

Allá por el siglo XVII, fueron descubiertas por bucaneros ingleses, como refugio idóneo para repostar y repartir botín, y atacar al acecho a navíos españoles incautos que surcasen la zona.

Hasta el escocés Alexander Selkirk, probable inspiración del escritor inglés Daniel Defoe para crear su afamado náufrago Robinson Crusoe, pisó tierras galapagueñas en el año 1709, tras ser rescatado por un buque pirata desde su forzado exilio, en donde había vivido su famosa aventura de supervivencia.

Islas GalápagoEn el siglo XVIII y luego hasta el XIX, a los piratas se sumaron los balleneros y cazadores de focas, que utilizaban las islas para repostar y aprovisionarse de agua de las fuentes y de abundante carne, esquilmando las colosales tortugas: más de 200.000 capturadas a lo largo de doscientos años.

En 1832, con el general Juan José Flores como presidente de Ecuador, el archipiélago fue anexionado al país, con el nombre de archipiélago de Colón. Se estableció entonces una colonia penitenciaria para exiliados políticos en la isla Floreana.

Tres años después, el 15 de septiembre de 1835, un joven naturalista con ganas de comerse el mundo hizo escala en este racimo de islas, visitando cuatro de ellas, a la par que el Beagle realizaba los estudios cartográficos encomendados.

Islas GalápagoEste suceso histórico que duró un mes influyó definitivamente en las ideas que comenzaban a bullir en la cabeza del inglés Charles Darwin, y que culminarían veinticuatro años después con la presentación ante el mundo del origen evolutivo de los seres vivos sobre la Tierra.

La diversidad morfológica de las trece especies de aves pinzones, con diferentes picos para alimentarse —alargado para las flores, grueso para las semillas, puntiagudo para introducirlo en las grietas de las rocas, carpintero para agarrar herramientas o vampiro para beber la sangre de otras aves—, la variedad de los sinsontes y las quince especies de tortugas gigantes con distinta forma en sus caparazones que poblaban aquellas singulares islas le ayudó a identificar para cada caso un antecesor común, procedente del continente americano, que divergió con el tiempo, el ambiente y el aislamiento geográfico de cada isla, adaptándose exitosamente hasta la gran variedad de hoy.

Islas Galápago
Tortuga gigante (Complejo Chelonoidis nigra)

Ya en el siglo XX, aunque las primeras leyes de protección fueron promulgadas en 1934, debido al caso omiso de estas y al mercado de animales, en 1959 fueron finalmente declaradas Parque Nacional por el gobierno ecuatoriano. Poco después, se estableció en la isla Santa Cruz la Estación Científica “Charles Darwin” (ECCD), con objetivos conservacionistas para la investigación científica y la educación ambiental.

Las islas Galápagos fueron declaradas Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco, en el año 1978. Pero era evidente que unas islas de tan monumental riqueza biológica no podían preservarse sin proteger de forma paralela la fauna y flora oceánicas que las circundaban y con las que formaban un ecosistema ineludiblemente delicado. En 1986 se declaró Reserva Marina al mar que las rodeaba y en 2001 la Unesco la añadió a dicho Patrimonio.

Islas Galápago
Iguana terrestre (Conolophus sp.)

Sin embargo, siendo además Reserva de la Biosfera desde 1985, han estado en la Lista del Patrimonio de la Humanidad en peligro, han desaparecido para siempre especies endémicas —como la tortuga gigante de la isla Pinta—, ha aumentado su población humana de 2.000 almas a más de 25.000 y crecido exponencialmente el turismo masivo, y ha padecido uno de los peores males desde que los hombres pisaran estas tierras: la catastrófica introducción de especies foráneas vegetales y animales, predadoras e invasoras, y rompedoras de tan cerrados ecosistemas acuáticos y terrestres. Cabras, perros, cerdos, burros, gatos o ratas habían campado libres por las islas habitadas durante siglos, haciendo estragos en la fauna y flora milenarias y diezmando de forma agónica varias especies vitales para el conjunto.

Islas Galápago
Cactus gigante (Opuntia echios)

Pero siempre hay buenas noticias, y tras nuevos proyectos de control y erradicación de especies invasoras y recuperación de especies en peligro, en el año 2010 salió de la lista roja. Y aunque el turismo es un fenómeno asombrosamente habitual en una región protegida —más de 100.000 turistas y unas cincuenta expediciones científicas cada año—, parece que la concienciación medioambiental de una urgente y real protección va calando, apostando por el turismo ecológico para preservar su vida natural.

Islas Galápago
Pingüino de las Galápagos (Spheniscus mendiculus)

Se podría pensar que debiera ser por evitar destruir uno de los abundantes paraísos que ensortijan nuestra Gaia, pero quizás sea ya hora de comprender que hace miles, muchos miles de años antes de que el Homo sapiens se constituyese como tal, los seres vivos siempre poblaron la Tierra de forma armónica y reguladora, y así habrá de ser apreciado por cualquier especie, por muy industrial o tecnológica que resulte ser, pues nunca un instrumento puede considerarse peligroso o no, sino a quien lo maneja y para qué lo hace.

Islas Galápago
León marino (Zalophus wollebaeki)

La tremenda lección de adaptación, equilibrio y respeto por el medio que nos enseña la hechizante Arca de Noé de las Encantadas, pequeño microcosmos de Gea, con cientos de especies que se amoldaron a su entorno a lo largo de miles de años, favoreciendo siempre la vida, tristemente está aún pendiente de ser aprendida por esa otra especie, colonizadora y devastadora, que ajusta la naturaleza a él y a su fría y gris concepción urbana, allá por donde va.

Pero la tortuga gigante recién descubierta en Fernandina y creída extinta, también nos susurra al oído que no todo está perdido, y que siempre el hombre podrá equivocarse desde su insolente imprudencia, pero también algún día remediar su osadía, al calor del hogar de una Pachamama comprensiva, sabia y acogedora, a la que pertenece.

Mar Deneb

Mar Deneb nació en Sevilla. Es bióloga, escritora y música.

Como bióloga, fue supervisora en el Proyecto de la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía “Generación y Captura de Datos de los Subsistemas de Relieve y Uso del Programa Sistema de Información Ambiental de Andalucía (SINAMBA)”.

Fue Directora Técnica del Proyecto de la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía “Plan Rector de Uso y Gestión (P.R.U.G.)” del Parque Natural Bahía de Cádiz y Coordinadora en el del Parque Natural Barbate.

Trabajó como Técnica de Medio Ambiente y Educadora Ambiental en el Ayuntamiento de Sevilla.

Como escritora, publicó las novelas “Zenia y las Siete Puertas del Bosque” (2016), de fantasía épica, y “Ardo por ti, Candela” (2016), de género erótico.

Formó parte de las Antologías de Relatos “Cross my Heart. 20 Relatos de amor, cóncavos y con besos” (2017) y “Ups, ¡yo no he sido!” (2017), junto a otros escritores.

Fue redactora de la sección de Ciencias en la Revista Cultural “Athalía y Cía. Magazine”.

Colaboró en el Programa Cultural de Radio “Tras la Puerta”, con alguno de sus relatos.

Formó parte del jurado del I Certamen de Relatos Navideños del grupo literario “Ladrona de sonrisas”.

Como música, fue Jefa de Seminario y Profesora de Música de Enseñanza Secundaria y Bachillerato.

Fue Socia y Coordinadora de Producción en varias empresas de Producción Musical.

Formó parte como instrumentista de diversas agrupaciones musicales.

En la actualidad, imparte talleres sobre la inteligencia de las plantas y sus elementales.

Lleva la sección “Más que plantas” en su canal de YouTube.

Trabaja en sus dos próximas novelas, en diversos relatos y escribiendo artículos para su propio blog.

informes de lectura

Añadir comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

salud y cuidado personal