Las nueve musas

Hacia una sociedad culta y feliz (II)

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BARUJ SPINOZA Y SIGMUND FREUD. ENSAYO SOBRE EL ESTADO, LA CULTURA, LA FELICIDAD Y EL PRÓJIMO (X – II)

¿Qué pensaba el doctor Freud acerca de este tema con tantas aristas, muchas de ellas contradictorias?

FreudComo primer paso, debemos tener en cuenta que el célebre médico austríaco, cuando se refiere a cultura, lo hace desde una perspectiva acotada a su época, que corresponde a la de la redacción de su ensayo, cruzada por las aspiraciones materiales, alejada de la espiritualidad, con los valores humanos tradicionales ultrajados por ideologías dictatoriales, con lo cual el creador del psicoanálisis no puede sino estar sometido a la urgencia de analizar el fenómeno de la felicidad con los recursos que encuentra a su mano. El primer hallazgo refiere a que el malestar en la cultura se halla entrelazado con la crisis del sentimiento de felicidad. La felicidad está atravesada por la cultura que perdió su centro y es atacada por todos sus flancos, aun los que se piensan más fuertes. En las consideraciones que siguen, voy a intentar explicar los motivos del pesimismo de Sigmund Freud con los acontecimientos que sacuden su tiempo y su vida.

En ‘El porvenir de una ilusión’ (1), Freud sostiene que el fin último de la cultura radica en protegernos de la naturaleza y posibilitar nuestra convivencia Por eso la cultura debe ser protegida de aquellos que la consideran su enemiga por limitar el estado de naturaleza al cual ellos desearían regresar (PI. pg. 15). Esa protección está dada por dos medios: las normas e instituciones que crea la propia cultura y las personas cultas junto a los trabajadores intelectuales.

Al margen de estos sustentadores de la cultura, se mueve una gran masa de iletrados, oprimidos, que buscan permanentemente su ruina y cuyas premisas para conseguirlo se apoyan, entre otras cosas, en la religión. En tal sentido, el fundador del psicoanálisis reconoce que la religión puede llegar ser un freno a la violencia contra la cultura a partir de la premisa “Amarás a tu prójimo…”, a causa de la prohibición de matar que lleva implícita (PI. pg. 39). Sin embargo, pronto desecha esa hipótesis debido a la naturaleza irracional de las doctrinas religiosas que se sustraen a las exigencias de la razón puesto que no hay instancia alguna que se encuentre por encima de ella (PI. pg. 28).

La felicidad no es un estado, es un ideal. No somos felices, estamos felices por un lapso que puede ser prolongado o restringido, depende de las circunstancias. Pensar que la felicidad carece de fecha de vencimiento es una fantasía que puede hacernos mucho daño. Por esa razón, fundamentar un razonamiento sobre algo tan elusivo puede hacernos perder de vista el objetivo de tal experimento.

Esto es reconocido por el investigador cuando explica que “lo que se llama felicidad surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión y sólo puede darse como fenómeno episódico” (2). Entonces, ¿por qué continúa en esa senda? Cuando el lector termina de leer El malestar en la cultura lo incomoda un vago sentimiento de duda. ¿Es este el Freud que defendía con tanto ahínco la cultura como una de las máximas conquistas del alma racional humana? ¿Por qué ahora es tan crítico, tan unánime en su reproche a la civilización, al desarrollo intelectual del ser humano, el progreso de la ciencia y el dominio técnico de la naturaleza? Todos puntos tratados con laudatoria pasión en sus textos anteriores.

Con nuevas lecturas, otros ángulos de análisis, el texto se vuelve claro, preciso. Con el respeto que corresponde a tan gran intelectual y científico, me parece que el autor de ‘Moisés y la religión monoteísta’, en su afán de demostrar una realidad que lo atormenta, cae en contradicciones difíciles de superar. Por ejemplo, al escribir: “La felicidad es algo profundamente subjetivo” (MC. pg. 41). Si la cultura es determinante en definir nuestro grado de felicidad y si ésta es subjetiva, la cultura es subjetiva. Si la cultura no va más allá de nuestra órbita de acción, no tiene la capacidad de concretar producciones e instituciones que regulen la convivencia de las personas entre sí y por lo tanto sus leyes universales dejan de tener validez. Como resultado, volvemos al estado de naturaleza, es decir, cada uno hace lo que mejor le resulta para conservar su vida, volviendo a Spinoza.

FelicidadLa felicidad es la máxima aspiración del hombre en su vida, ya que evita el dolor y el displacer, como finalidad negativa; y provee, como fin positivo, experiencias internas, sensaciones placenteras, que es al que se aplica el término felicidad. Más adelante establece que la felicidad está circunscrita por nuestro propio temperamento (que no es lo mismo que subjetividad). En cambio, es más fácil padecer la desgracia, el sufrimiento. El ser humano se considera feliz por haber evadido la adversidad (MC. pg. 23-25).    

La cultura sería responsable en gran medida por nuestras miserias, por lo que si la abandonásemos podríamos ser más felices, aunque en ese proceso retornaríamos a modos de vida más primarios. El dominio de la Naturaleza a partir de las ciencias y la técnica no ha hecho al hombre sentirse más feliz. Esta cultura, que ha sido refutada como medio para obtener la felicidad, nos facilita, sin embargo, los elementos para enfrentar los padecimientos que provienen de su acción (MC. págs.37-41). En el plano social, se constituye en una barrera destinada a contener la agresión entre los hombres y entablar vínculos fraternos.

En ese marco, se destaca el precepto de amar al prójimo como a uno mismo (MC. pg. 68), aunque substancialmente contrario a la naturaleza humana, útil, no obstante, para crear un sentimiento de culpa cuando se lo daña (MC. pg. 84). Así, la cultura activa la moral, por medio de la cual crea el sentido de culpabilidad, éste conduce a la pérdida de la felicidad y por último concibe una insatisfacción  por la cual se imputa a otras  cuestiones (MC. págs. 97, 99). (Es una pena que Freud no aclarara cuáles son estos asuntos que provocan esa insatisfacción).

Entre los impedimentos impuestos por la cultura figura la atenuación de la vida sexual como fuente de la felicidad con el fin de reforzar los vínculos entre las personas mediante la amistad. Por otra parte, establece la forma heterosexual de la sexualidad, hombre-mujer, no es una fase de placer sino en función reproductora (MC. págs. 60-63). Asimismo, considera que la propiedad privada le provee al individuo poder y la tentación de maltratar a sus semejantes. Al dejarla sin efecto, si todos los bienes se declaran comunes y todos pueden participar en su disfrute, desaparecerán el egoísmo y la animadversión entre los hombres. Una vez más, insiste que la agresión altera los vínculos con el prójimo y coloca a la sociedad culta bajo una permanente amenaza de disolución (MC, pg.109).

Este ir y venir de Freud, acusar y exculpar a la cultura de todos los males de la época, el equilibrio sobre el precipicio, hacen irreconocible al maestro que siempre se mostró seguro en sus aseveraciones, aguantando a pie firme las tormentas que desencadenaron sus investigaciones, las teorías que rompían mitos, el complicado encaje de una sociedad cristalizada en el conservadurismo, enmarcada en convenciones sociales, políticas y religiosas.

Romain Rolland
Romain Rolland

Me parece que un detalle a no perder de vista es el momento y las circunstancias en que este volumen fue compuesto. Una serie de acontecimientos deben ser rastreados en el período intermedio entre El porvenir de una ilusión y El malestar en la cultura que hacen que Freud modifique su entusiasta defensa de esta última y la responsabilice por la crisis del sentimiento de felicidad que acomete a los seres humanos en ese lapso.

Al comienzo de este ensayo, expresé que el libro en cuestión se escribió entre los meses de junio y julio de 1929, publicándose a finales de ese año, aunque se consigna como fecha de edición 1930. En su correspondencia, el médico vienés se refiere en dos cartas al ensayo que tenía en preparación (MC), dirigidas a diferentes e ilustres destinatarios. En la primera de ellas, con fecha del 14 de julio de 1929, le escribe al escritor y filósofo francés Romain Rolland acerca de la impresión que le produjo el adjetivo “oceánico”, empleado por éste, para describir El porvenir de una ilusión, tanto que no le ha dejado un momento de sosiego. Luego agrega: “En un nuevo trabajo, que tengo ante mí incompleto, convierto esta observación en punto de partida mencionando tal sentimiento “oceánico” e intentando interpretarlo desde el punto de vista de nuestra psicología  (3). En esa esquela, el autor duda de mencionar este detalle en su escrito. No obstante, en las primeras líneas del mismo, habla de “un hombre excepcional que se declara en sus cartas su amigo”… “Esta declaración de un amigo que venero me colocó en no pequeño aprieto pues yo mismo no logro descubrir en mí este sentimiento oceánico”. (MC. pgs.7-8). En la nota 1, incluida en ese opúsculo el año  1931 (MC, Nota 1, pg.115),

Freud aclara que este amigo es Romain Rolland. ¿Por qué es importante este aparente desvío en el desarrollo de mi artículo? Para poner en evidencia que aún después de publicado el manuscrito, Freud continuó su revisión y no hesitó en intervenirlo con nuevas indicaciones cuando lo consideró necesario. Entiendo que esta es una prueba que justifica el punto que señalaré más adelante.

Lou Andreas Salome con Freud
Lou Andreas Salome con Freud

Dos semanas después, el 28 de julio, le comunica del mismo modo a Lou Andreas Salomé (4), que ese día puso el punto final  a un “trabajo que se ocupa de la civilización, del sentimiento de culpabilidad, de la felicidad…”. Sin embargo, el texto le resulta “algo totalmente superfluo, comparado con otras obras anteriores que solían proceder, siempre, de una perentoria necesidad interior”. Confiesa que escribió la obra para que el tiempo pasara agradablemente y “de paso descubrir unas cuantas verdades un tanto triviales”. Es evidente que el maestro no se siente satisfecho con su tarea y la considera con liviandad, a pesar de que su trabajo ahonda los conflictos preocupantes de la época.

Este sentimiento se torna más evidente en el primer párrafo del capítulo VI, al anotar puntualmente: “Ninguna de mis obras me ha producido, tan intensamente como ésta, la impresión de estar describiendo cosas por todos conocidas, de malgastar papel y tinta, de ocupar a tipógrafos e impresores para exponer hechos que en realidad son evidentes” (MC. pg.74).

Siguiendo la línea temporal de los sucesos, el 4 de mayo de 1930 viajó a Berlín para hacerse una nueva prótesis para la mandíbula afectada por el cáncer. Allí se reunió con el embajador norteamericano W. G. Bullitt, quien confió a Ernest Jones, su biógrafo, una observación que le hizo Freud sobre que los alemanes estaban en condiciones de frenar el movimiento nazi. “No es posible que una nación que ha producido a Goethe pueda marchar hacia el mal”, expresó (5). Como se puede apreciar, ya en esos años iníciales consideraba al nacionalsocialismo una fuerza nefasta para la civilización alemana y europea, confiando en su pronta neutralización. Desde la Primera Guerra Mundial, Freud era enemigo de los nacionalismos extremos y su gran preocupación fue el destino que podían correr los judíos con el avance de las fuerzas hitleristas.

El malestar en la cultura, luego de algunas consideraciones,  culmina con una pregunta que su autor formula esperando una respuesta que sólo los acontecimientos le respondieron y que él, por fortuna, no alcanzó a presenciar: “He aquí, a mi entender, la cuestión decisiva para el destino de la especie humana: si su desarrollo cultural logrará, y en caso afirmativo en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento. Nuestra época merece quizás un particular interés justamente en relación con esto. Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado. Y ahora cabe esperar que el otro de los dos «poderes celestiales», el Eros eterno, haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal. ¿Pero quién puede prever el desenlace?”.

Esta pregunta desesperada, que enmarca la terrible angustia que somete a Freud, fue incluida en 1931, cuando ya comenzaba a ser notoria la amenaza que representaba Hitler. James Strachey la incluye como nota adicional en la edición de las Obras Completas de Amorrortu (MC. pg. 140).

James Beaumont Strachey
James Beaumont Strachey

Entonces, es fundamental establecer los motivos que condujeron a este hombre notable a escribir el breve aunque intenso libro que nos ocupa. ¿Cuál es el malestar en la cultura que tanto lo afecta? ¿Cuál es la cultura que está perturbada por ese malestar? Freud es deudor y partícipe de la cultura de su tiempo. A despecho de algunos ideólogos que quieren interpretar que su crítica está orientada a la cultura que nace a partir de la Ilustración y el desarrollo tecno-científico, en más de una ocasión expresó la solidaridad hacia ella.  En carta a Romain Rolland se califica a sí mismo como racionalista extremo. (6) Si bien no tiene dudas en el momento de expresar sus reproches acerca de ciertos aspectos que no le parecen acordes, en ningún lugar se muestra partidario de su eliminación o sustitución por otras de contornos más difusos o fines menos específicos.

En El malestar en la cultura no se refiere al malestar que genera esa cultura, sino al malestar que experimenta la cultura por elementos ajenos a ella que la atacan y la bastardean. El ascenso del nazismo influyó de manera decisiva en la redacción de este opúsculo. Un Estado totalitario donde el exceso de regulaciones somete al hombre y lo hace infeliz; el ataque a las libertades más elementales; la persecución de las mentes notables; el terror como medio de dominación; la discrecionalidad en las leyes; la justicia domeñada al poder; el sometimiento por la fuerza; las falsas ideas raciales como política de discriminación; la supresión de la diversidad de opiniones para acallar las voces disidentes… Todos estos factores hacen imposible el crecimiento y la capacidad de las ciencias y las artes para expresarse con toda su potencia.

Con su poderoso discernimiento, Baruj Spinoza, indudable mentor de nuestro ensayista, había descrito, en el último tercio del siglo XVII, la manera de proceder de un Estado con esas características, como con el que ahora lidiaba Freud. Así, las autoridades de un país pueden ejercer la más desproporcionada violencia y condenar por las causas más triviales a los ciudadanos a muerte, sin embargo, no será un gobierno racional. Un Estado no puede obligar a los hombres a no hablar, a negarles la libertad de expresar y enseñar sus opiniones, no juzgar por sí mismos según su entendimiento o ser dueños de sus pensamientos y aceptar el mandato del poder supremo.

Estas características definen a un gobierno violento que extiende su voluntad sobre los espíritus y, además, es corrupto, constituido por hombres mezquinos y facciosos, enemigos de la libertad. Una de las mayores preocupaciones del filósofo político holandés y que también oscurecía la conciencia libre del maestro de Viena eran las restricciones impuestas a la libertad de razonamiento, necesaria para el desarrollo de las artes y de las ciencias obligadas al silencio y al destierro de quienes se considera enemigos o imponer la pena de muerte a los que expresan su independencia.

Estas leyes son dictadas por aquellos que no toleran la libertad y por gracia de su nefasta supremacía pueden obtener el apoyo del populacho y manejar sus sentimientos con arbitrariedad. En un Estado, anular la libertad es posible, mas nunca se restringirá la capacidad de razonar. Con ello, los ciudadanos de buena educación, íntegros, con pureza en las costumbres y espíritu elevado pensarán de una manera y actuarán de otra y hallarán todas las formas a su alcance para resistir. Un gobierno semejante acerca a los hombres a su estado de naturaleza y, por consiguiente, más violento debe tornarse para controlarlos. Por lo tanto, el Estado tiene que garantizar la libertad porque con ella hace ciudadanos fieles y permite al soberano conservar su autoridad y gobernar a los hombres en concordia aunque expresen pensamientos opuestos. El sistema de gobierno que garantiza estas potestades es la Democracia (7).

Spinoza da un paso más en su afán de dotar a la sociedad de un sentido más liberal y restarle al Estado injerencia en la vida de las personas al sostener que la educación a su cargo favorece la represión del talento antes que su cultivo, a la vez que las ciencias y las artes alcanzan mejores resultados si su enseñanza se deja en manos privadas, asumiendo el docente los gastos y la puesta en juego de su reputación (TP. VIII, 49).

¿Acaso los planteos que presenta Spinoza no describen los acontecimientos que sacuden a Alemania doscientos sesenta años más tarde de su enunciación? ¿Acaso Sigmund Freud no comprueba en su presente la catastrófica realidad anticipada por su mentor, con el agravante de que  las víctimas principales de la malevolencia visceral del régimen nazi son sus hermanos judíos? El anciano investigador percibe que su obligación es advertir, anunciar los nefastos años que sobrevendrán si no se da a la cultura de su época el valor intrínseco que posee. El malestar en la cultura no encuentra su origen en los artefactos de su creación, físicos o intelectuales, siempre perfectibles, nunca definitivos (esa es su principal propiedad), sino en desvirtuarlos, torcerlos hasta que parezcan meros remedos de sí mismos y sean condenados a un uso totalmente ajeno para el que fueron forjados a lo largo de la evolución humana: el odio y la destrucción.

Por todo ello, considero que El malestar en la cultura es un libro de coyuntura, tal como fue en su momento el ‘Tratado teológico político de Spinoza ‘ o el ‘Leviatán’ de Hobbes, así como tantos otros textos que nacieron al impulso de los acontecimientos que ocurrieron en la época de su concepción y realización.

Pablo Freinkel

Hacia una sociedad culta y feliz


Abreviaturas utilizadas

MC: El malestar en la cultura

PI: El porvenir de una ilusión

TP: Tratado político (el número romano indica el capítulo; el arábigo, el parágrafo)

TTP: Tratado teológico político

Notas

1-Sigmund Freud. El porvenir de una ilusión. Obras completas, tomo XXI. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1992, págs. 5-6.

2- El malestar en la cultura. Obras completas, tomo XXI. Amorrortu editores. Buenos Aires, 1992, pg. 24.

3-Epistolario 1873/1939. Plaza y Janés. España, 1984.  carta 241, pg. 340.

4-Epistolario, op. cit. Carta 243, pg. 341.

5- Ernest Jones. Freud. Vol. 2. Salvat. Barcelona, 1985. Pg. 516.

6- Sigmund Freud. Epistolario, op. cit. Carta a Romain Rolland. 19-1-1930. Carta 246, pg. 344.

7- Baruj Spinoza. Tratado teológico político. Ediciones Libertador. Buenos Aires, 2005, cap. XX.

8- Tratado político, Alianza Editorial. Madrid, 1986.

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