Hace algunos días, estaba compartiendo unos mates con viejo fotógrafo, cuando me sorprendió diciendo, con cierto tono de lamento, que la era digital ha cambiado tanto a la fotografía, que todo lo que él sabía, toda su experiencia, su trayectoria, ya no le servían para nada.
En un comienzo pensé que se refería a las cuestiones técnicas, por lo que opiné que en lo básico, no era necesariamente así.
Para lograr una exposición técnicamente correcta, sigue siendo necesario medir la luz, y ajustar el diafragma, tiempo de exposición y sensibilidad acorde al valor obtenido. Con la apertura del diafragma seguimos controlando la profundidad de campo, y con el tiempo de exposición, el registro del movimiento.
Sí, es cierto que ahora hay mayor libertar para elegir la sensibilidad. Y que algunos fotógrafos prefieran trabajar a prueba y error, en vez de realizar las mediciones de luz necesarias, no significa que los conocimientos técnicos no sean de gran ayuda.
—Esa parte sí —me dijo—. Pero no eso de lo que hablo.
Creí entonces que quizá estaba aludiendo a cómo fueron cambiando los cánones de composición, en función de los cambios en la forma de ver por el uso de diferentes dispositivos digitales y la proliferación de imágenes que ahora sirven como medio de comunicación, como un nuevo lenguaje. Insistí entonces que una buena composición siempre ayuda a facilitar la decodificación del mensaje que se quiere transmitir, por lo que dominar ese aspecto sigue siendo valioso.
—No, tampoco hablo de eso
Como entonces ya no tenía idea de qué me había querido decir, me contó que él trabajaba como fotógrafo publicitario, y que su desafío radicaba en lograr la foto que alguna mente creativa había imaginado, sin importar lo difícil que fuera conseguirla. Él conocía cómo hacer que la botella de champán aparezca recubierta por esa capa de rocío que sugiera que está a la temperatura ideal, mientras que la etiqueta muestre claramente la marca. O que un valioso reloj luzca inmaculado mientras el agua lo salpica. O que un licuado de frutas se vea apetitoso en el oasis de algún desierto.
Hoy en día, todo eso cualquiera lo resuelve fácilmente editando la imagen al momento de la postproducción, que con el Photoshop se hacen maravillas. Para la foto, no es necesario que la botella de champán ni siquiera tenga colocada la etiqueta, que alguien después se la agrega a la imagen y queda perfecta. El reloj puede ser fotografiado tranquilamente en seco, que ya hay miles de imágenes de hermosas salpicaduras para usar de fondo.
Y entonces recordé a aquel joven colega, nacido y criado en la era digital, con el que compartí unos momentos durante una sesión fotográfica en su estudio, mientras tomaba fotos de un licuado de frutas, sin tener una mesa de producto, ni utilizar siquiera un fondo infinito. Nada de producción. Tan sólo la luz de un velador, que del resto se encarga Photoshop.
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