Las nueve musas
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Evolución histórica del concepto de literatura

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A pesar de los múltiples esfuerzos de la teoría literaria, aún hoy nos es difícil determinar qué es aquello que llamamos «literatura».

Con el fin de ayudar a desentrañar su significado, en este artículo revisaremos someramente la evolución histórica del término.

  1. Desarrollo léxico y semántico de la palabra literatura

 El término literatura es un derivado erudito de su par latino litteratura, y éste, a su vez, una conversión de la voz griega grammatiké. Ambas palabras contienen respectivamente la voz latina litterae y la griega gramma, voces que, en tanto términos, pueden traducirse al español con el vocablo letra. Este hecho da cuenta, como veremos enseguida, de la íntima relación que se estableció desde un primer momento entre el concepto de literatura y el de escritura, pero también de cómo semejante correspondencia problematizará cualquier futuro intento de diferenciación.

Fijémonos que, para los latinos, el sentido del término literatura —y en esto también podemos advertir su filiación etimológica— apuntaba a un dominio del saber, el relacionado con la lectura (Seneca) o la escritura (Cicerón); pero también a otros significados diversos, tales como ‘gramática’, ‘alfabeto’ (Tácito); ‘ciencia’, ‘erudición’ (Tertuliano). Estas acepciones, en mayor o menor medida, se mantuvieron vigentes hasta el siglo XVII.[1] No obstante, será recién en la segunda mitad del siglo XVIII cuando la palabra experimentará un profundo cambio en el plano semántico.

En Cartas acerca de la literatura actual, una obra publicada entre 1759 y 1765, Lessing define la literatura no ya como un saber determinado, sino como el conjunto de obras resultantes de las inquietudes estéticas de la humanidad. Siguiendo la huella de este señalamiento, hacia 1775, la palabra literatura pasó a designar el conjunto de las obras literarias de un país. Pronto, la palabra comenzó a nombrar al fenómeno literario en términos generales, sin limitarlo ya a un ámbito nacional. Este camino terminará por consolidar la idea de literatura como creación estética. En De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales, de madame de Staël, obra publicada en el año 1800, la palabra literatura aparece empleada, precisamente, en esta última acepción.

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Vítor Manuel de Aguiar e Silva

Según Manuel Aguiar e Silva, dos circunstancias favorecieron este vuelco semántico. En primer lugar, la palabra ciencia, como corolario del intenso desarrollo alcanzado por la ciencia inductiva y por la ciencia experimental, había adquirido un contorno significativo muy especializado y, por tanto, dejaba ya de ser posible incluir, en el campo de la literatura, los escritos rigurosamente científicos; en segundo lugar, la creciente valorización de géneros y especies literarios en prosa —desde la novela hasta el periodismo— había comenzado a reclamar una palabra, un nombre, capaz de incluir a todas las manifestaciones del arte de la escritura.[2] De esta puja entre rechazo y exigencia surgiría el nuevo campo semántico del término literatura, que, más allá de sus variantes e incorporaciones, continuaría en los siglos XIX y XX.

  1. Tentativas insuficientes de definición

Si intentáramos dar una definición de la literatura a través de la etimología del vocablo, es decir, basándonos en su vinculación con la palabra latina litterae, podríamos llegar a una afirmación tan imprecisa como ésta: «Literatura es todo aquello que está escrito en letra impresa o de molde». En efecto, una definición de estas características resultará siempre insuficiente, tanto por exceso como por defecto. El concepto de literatura gana aquí extensión, pero pierde especificidad, pues incluye objetos que luego habrá que marginar del ámbito literario, a la vez que excluye otros probablemente imprescindibles.

Ateniéndonos a esta definición, un tratado de astronomía, una crónica periodística, el ‘Discurso del método’, de René Descartes, y ‘Hamlet’, de William Shakespeare, serían igualmente obras literarias. Nuestra experiencia nos muestra, sin embargo, que sólo el último de estos ejemplos lo es, más allá de que los cuatro cumplan con la exigencia de la letra impresa.[3] Resulta innegable, por consiguiente, que esta particular caracterización de la literatura presenta una amplitud que excede los más elementales límites teóricos.

Pero esta definición tiene otra falla. Al considerar determinante la exigencia de la letra impresa, una inmensa cantidad de objetos, que con justicia podemos tener por literarios, quedarían fuera del mundo de la palabra escrita. Basta pensar en obras que tuvieron una primera forma de vida oral (y en otras que aún hoy la tienen) para entender que limitar la literatura a una sola de sus posibles formas de manifestación sería mutilarla gravemente. La definición etimológica, en este caso, peca por defecto.

Si lo que pretendemos es lograr una caracterización más sólida, tal vez convenga pensar la literatura como el resultado de una actividad particularmente estética. Desde esta perspectiva, podemos proponer una nueva definición: «La literatura es una creación de belleza que se realiza por medio del lenguaje».

Frente a la definición etimológica, esta otra aporta dos rasgos nuevos: en primer lugar, pone su acento en la belleza del objeto; en segundo lugar, prescinde de su forma de manifestación. Naturalmente, esta caracterización, al marginar la etimología del término, no crea ninguna incompatibilidad entre el hecho literario y su manifestación oral. Es indudable que, cuando hablamos de literatura oral, eximimos al vocablo literatura de esa suerte de subordinación a la letra que le viene dada por su origen.

Sin embargo, conviene advertir que una caracterización de la literatura como creación de belleza por medio del lenguaje puede resultar asimismo excesiva, pues apela a un concepto un tanto nebuloso, el de belleza. Pero aun prescindiendo de este «inconveniente», la definición propuesta se ve también obstaculizada por la existencia de prestigiosas obras literarias que no tuvieron intención de plasmar belleza alguna (al menos, no en el sentido que se le da en este caso al término).

concepto de literatura

  1. Hacia un concepto específico de la literatura

Las limitaciones semánticas hasta aquí esbozadas plantean la histórica incompatibilidad entre un concepto amplio de literatura, vinculado a toda actividad cultural, y otro más reducido vinculado a la actividad eminentemente estética. Estas dos vertientes empiezan a unirse en una muy interesante definición de Antônio Soares Amora: «Literatura es expresión por la palabra, hablada o escrita, de cultura espiritual»[4]. En este postulado pueden advertirse claras referencias al instrumento expresivo (la palabra), a su doble posibilidad de manifestación (palabra hablada o palabra escrita) y al contenido temático (cultura espiritual). No obstante, todavía falta algo.

Veamos ahora la caracterización que propone Fidelino de Figueiredo: «Literatura es creación, por medio de la palabra sugestiva, de una suprarrealidad (o realidad aparencial), construida con los datos profundos y singulares provenientes de la intuición y de las vivencias del creador, elaborados por medio de una técnica, exteriorizados con fuerza expresiva»[5]. La riqueza y diversidad de los conceptos vertidos en esta definición nos obligan a desmontarla en procura de una comprensión más cabal:

  1. Literatura es creación: El objeto literario no es un objeto natural, sino un producto de la actividad del hombre, razón por la cual integra el ámbito de los objetos culturales y, dentro de éstos, de los objetos artísticos.
  2. por medio de la palabra sugestiva: La palabra es el instrumento expresivo de la literatura. No basta con decir que la palabra es el medio del que se vale el creador; el adjetivo con que Figueiredo califica a la palabra-instrumento alude al especial poder connotativo que ésta asume en el lenguaje literario. De algún modo, las palabras que alimentan la comunicación cotidiana son las mismas que fundan el universo literario, pero aquí su poder de irradiación es mucho mayor.
  3. … de la suprarrealidad (o realidad aparencial): La obra literaria puede hundir sus raíces en la realidad, pero el mundo que ella erige es ficticio, es supraterrenal, un mundo que nos depara una realidad sólo aparente, ilusoria, hecha simplemente de palabras.
  4. construida con los datos profundos y singulares provenientes de la intuición y de las vivencias del creador: Por muy heterogénea que sea su procedencia, todos los materiales que sustentan la creación de la ya mencionada suprarrealidad (la realidad objetiva, la propia intimidad, el saber, la literatura misma, etc.), deben ineludiblemente convertirse primero en materia psíquica del escritor.
  5. elaborados por medio de una técnica: Hablar de elaboración supone hacer referencia al aspecto artesanal de la creación, adquirida a través del esfuerzo y la disciplina. Para procesar cualquiera de los datos mencionados se requiere una técnica, una destreza, un arte (en el sentido griego de tejné). Todas las personas tienen intuiciones y vivencias de intensidad y variedad diversas, pero no todas son escritores; para serlo, hay que saber convertir esas intuiciones y vivencias en materia literaria, y ello exige, naturalmente, una habilidad especial, sin la cual no hay construcción posible.
  6. exteriorizados con fuerza expresiva: A esa aptitud especial que se requiere para operar con los datos provenientes de la realidad, hay que sumarle otra igualmente inevitable: la de plasmar en palabras la construcción elaborada a partir de los datos. Sin su exteriorización a través de la palabra, no hay obra literaria más que en potencia. La obra literaria sólo puedo darse en el ámbito de las palabras, por tanto, éstas han de asumir en el acto creativo todo su poder de expresión.

Por su multiplicidad de perspectivas, la caracterización de la literatura propuesta por Fidelino de Figueiredo constituye una tentativa de conceptualización bastante satisfactoria, conceptualización que, por cierto, no abandona en absoluto la búsqueda de especificidad. Con respecto a esto, vale la pena resaltar dos rasgos que el crítico portugués introduce en su postulado: el carácter irreal del objeto y la importancia concedida al lenguaje. Estos elementos se convertirán en los fundamentos más importantes de la teoría literaria moderna.

Rene Wellek
Rene Wellek

La influencia de Figueiredo puede comprobarse en la obra de René Wellek y Austin Warren, de quienes quisiera compartir algunas líneas:

El núcleo central del arte literario ha de buscarse, evidentemente, en los géneros tradicionales de la lírica, la épica y el drama, en todos los cuales se remite a un mundo de fantasía, de ficción. Las manifestaciones hechas en una novela, en una poesía o en un drama no son literalmente ciertas; no son proposiciones lógicas. Existe una diferencia medular y que reviste importancia entre una manifestación hecha incluso en una novela histórica o en una novela de Balzac, que parece dar «información» sobre sucesos reales, y la misma información si aparece en un libro de historia o de sociología. Hasta en la lírica subjetiva, el «yo» del poeta es un yo ficticio, dramático. Un personaje de novela es distinto de una figura histórica o de una persona en la vida real. Sólo está hecho de las frases que lo retratan o que el autor pone en su boca. No tiene pasado ni futuro, y a veces carece de continuidad de vida.[6]

Es evidente que ese «mundo de fantasía, de ficción», al que remite la obra literaria, es, de algún modo, la «suprarrealidad (o realidad aparencial)» de la que habla Figueiredo. Wellek y Warren coinciden también con Figueiredo en la valoración del lenguaje como instrumento de expresión de la obra literaria y como componente decisivo para una justa demarcación del concepto de literatura: Figueiredo habla de la «palabra sugestiva» y de una exteriorización «con fuerza expresiva»; Wellek y Warren, de establecer distinciones entre el uso científico, el uso literario y el uso cotidiano de la lengua. Sobre esto último, estimado lector, prometo volver en un futuro artículo.


[1] Véase Óscar Tacca. La historia literaria, Madrid, Gredos 1968.

[2] Véase Vítor Manuel de Aguiar e Silva. Teoría de la literatura, versión española de Martín García Yebra, Madrid, Gredos, 1972.

[3] Si bien este razonamiento es conveniente para los propósitos de este artículo, en Una introducción a la teoría literaria (México, FCE, 1988), el crítico inglés Terry Eagleton nos recuerda que no debemos pensar la literatura sólo como «una cualidad o conjunto de cualidades inherentes que quedan de manifiesto en cierto tipo de obras, desde Beowulf  hasta Virginia Woolf, sino como las diferentes formas con que la gente se relaciona con lo escrito». Lo que equivale a decir, como el mismo Eagleton lo hace más adelante, que «cualquier texto puede ser leído “poéticamente”», incluso un tratado de astronomía, una crónica periodística o un libro de Descartes.

[4] Citado por Raúl H. Castagnino en El concepto «literatura», Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967.

[5] Fidelino de Figueiredo. Últimas aventuras, Río de Janeiro, Ed. Noite, 1941.

[6] René Wellek y Austin Warren. Teoría literaria, versión española de José María Gimeno, Madrid, Gredos, 1962.


 

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Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi

Flavio Crescenzi nació en 1973 en la provincia de Córdoba, Argentina.

Es docente de Lengua y Literatura, y hace varios años que se dedica a la asesoría literaria, la corrección de textos y la redacción de contenidos.

Ha dictado seminarios de crítica literaria a nivel universitario y coordinado talleres de escritura creativa y escritura académica en diversos centros culturales de su país.

Cuenta con seis libros de poesía publicados, los dos últimos de ellos en prosa:
• «Por todo sol, la sed» (Ediciones El Tranvía, Buenos Aires, 2000);
• «La gratuidad de la amenaza» (Ediciones El Tranvía, Buenos Aires, 2001);
• «Íngrimo e insular» (Ediciones El Tranvía, Buenos Aires, 2005);
• «La ciudad con Laura» (Sediento Editores, México, 2012);
• «Elucubraciones de un "flâneur"» (Ediciones Camelot América, México, 2018).
• «Las horas que limando están el día: diario lírico de una pandemia» (Editorial Autores de Argentina, Buenos Aires, 2023).

Su primer ensayo, «Leer al surrealismo», fue publicado por Editorial Quadrata y la Biblioteca Nacional de la República Argentina en febrero de 2014.

Tiene hasta la fecha dos trabajos sobre gramática publicados:
• «Del nominativo al ablativo: una introducción a los casos gramaticales» (Editorial Académica Española, 2019).
• «Me queda la palabra: inquietudes de un asesor lingüístico» (Editorial Autores de Argentina, Buenos Aires, 2023).

Desde 2009 colabora en distintos medios con artículos de crítica cultural y literaria.

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