Hay personas capaces de habitar un mundo paralelo.
Ésta es la convicción que acaba poseyendo al lector cuando se adentra en la poesía de Enrique Clarós (*Sabadell, 1959 -+ Barcelona, 2015).
Clarós fue un poeta tardío, pero fue un gran poeta; su primer poemario Creo en la noche (Ed. Playa de Ákaba, 2014) nos lo mostró como una revelación. Y éste hubiera sido hasta ahora su único libro de poemas publicado si no hubiera sido por la loable iniciativa de la Asociación Cultural El Laberinto de Ariadna y de Parnass Ediciones, que han querido rescatar algunos de los poemas inéditos de Clarós, para ofrecérnoslos ahora en forma de plaquette. El autor, que preparaba un segundo poemario de título Reverso de la sombra, no llegó a concluirlo, sin embargo sí publicó muchos de los poemas en el bloc literario que gestionaba, de donde Valle Clarós e Inma J. Gamero han extraído los que reúne el libro que ahora ve la luz.
El vértice de cada hora, y con mayor frecuencia el vértice/los vértices, es un leitmotiv que recorre un número significativo de estos poemas, que sugiere una intensa percepción del paso del tiempo por parte del sujeto poético, como si el tiempo pesara abrumadoramente sobre su ánimo, anhelante de algo que no llega: […]/La sinceridad del silencio/en el momento humilde/tu signo espera,/la sutura de todos los firmamentos/en el vértice de cada hora./Esto es lo que ocurre/día tras día,/en la distancia hecha de conjeturas,/cuando bajo un cielo partido,/te despiertas muerto (El vértice de cada hora). En uno de los poemas de la serie que titula Obsesiones, la voz poética manifiesta: Me obsesiona/[…]/alcanzar todos tus vértices porque significa que te contengo/el espesor exacto de la niebla que te hace invisible. La angustia existencial que se plasmaba densa en su primer poemario se extrema si cabe en los poemas que recoge la plaquette, una angustia que sin embargo permite aún en algún momento a la voz poética distanciarse de sí misma, contemplar su tribulación desde fuera y concluir: […]/La estenosis emocional, cuando se cronifica,/cancela cualquier futuro salvo el de la oscuridad,/ahí donde nace el dolor intolerable,/el lugar en el que habitan todos los fantasmas (Desalojo).
La zozobra se hace patente en cada poema: Muero cada noche,/en una inmensidad insuficiente/para cobijarme (Muero cada noche) y se concreta […]/en un presente eterno/de perpetua incertidumbre./En el horror de esta noche,/preso en los punzantes/colores del sudario,/en regiones de obsesión espiral/bajo un cielo sin límites/coagulado de astros/que ya no miran hacia abajo,/me siento extraño/[…] (Éter-nidad).
Como en Creo en la noche, se adivina en la voz poética una aspiración a otro mundo, una intuición de una realidad paralela que sólo se manifestara a pocos elegidos, una realidad en lo oscuro, en lo nebuloso, en lo celeste, que no en un cielo trascendente: Me obsesiona/la velocidad de los objetos en su regreso al polvo/la eterna noche que yace oculta tras la noche/[…] (Cuaderno de Budapest). La voz poética se nos manifiesta desde el umbral de esta otra realidad. Uno de sus poemas sin título, que invita a leerse como poema amoroso, y que sin embargo tiene otra lectura por la que me inclino –el desdoblamiento del sujeto poético que se dirige a la vida, invocándola-, hace patente el vivo anhelo de esa otra dimensión: […]/Conozco tu secreto nombre,/el que resume y cifra todo tu ser,/en el que veo ahora un vértice inaccesible,/un espacio sin sendas que distancia,/porque habitamos, lo sé,/inconexas dimensiones.// […]//Con el roce de los días/me he convertido, sin esperarlo/-no lo sabrás nunca-/en un ser rodeado de ti, por todas partes,/menos por una, llamada muerte,/ese istmo que se estrecha/y se ensancha caprichosamente/según sea el saldo/entre lo que necesito de ti/y lo que puedes darme./[…].
Enrique Clarós fue un poeta, un verdadero poeta.
Enrique Clarós
El vértice de cada hora
Parnass Ediciones, Barcelona, 2016, 147 pp.
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