Las nueve musas
Isabel II

El origen de los demócratas en la España liberal

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El surgimiento del Partido Demócrata en la España liberal de Isabel II partió de una escisión del Partido Progresista en el contexto de la Revolución de 1848 en Europa que, aunque no se desarrolló en España por la represión ejercida por Narváez de los motines producidos en diversas capitales, sí generó en el seno de la izquierda del liberalismo un vivo debate, en conexión con otras sensibilidades políticas de signo republicano y del primer socialismo.

El origen de los demócratas en la España liberal
Isabel II buscando trabajo – Caricatura de la revista La Flaca

La Década Moderada (1844-1854) supuso el definitivo establecimiento del Estado liberal en España en su versión más moderada. El liberalismo doctrinario, de raíz francesa y con aportaciones españolas, había alcanzado la hegemonía que solamente sería cuestionada, realmente, en el Bienio Progresista (1854-1856), y luego en el Sexenio Democrático (1868-1874), para remozarse y actualizarse en la Restauración borbónica de Cánovas del Castillo. El progresismo no parecía una opción capaz de combatir el poder del moderantismo, ni planteaba una clara alternativa ideológica; a lo sumo, defendía una apertura hacia la pequeña burguesía en la participación política, pero sin llegar al sufragio universal masculino, realizaba una lectura más abierta del reconocimiento y garantía de los derechos individuales, y era partidario de una cierta disminución del poder de la Corona, frente a un sufragio censitario muy restrictivo, la prioridad del orden frente a las libertades y derechos, y una clara soberanía compartida entre la Corona y las Cortes, pilares del programa moderado.

José María Orense
José María Orense (sentado). de izquierda a derecha: Fernando Garrido, Eliseo Reclus, Arístides Rey y Giuseppe Fanelli

De los vientos más radicales de Europa y de la constatación de que no se avanzaba en las libertades dentro del Partido Progresista, un sector del mismo comenzó a moverse. En este sentido, en 1847 José María Orense publicaba un folleto titulado ¿Qué hará en el poder el Partido Progresista?, que supuso un avance en relación con el programa clásico del progresismo porque recogía aspiraciones populares como la abolición de las quintas, además de las libertades completas de imprenta (expresión) y de asociación, y el reconocimiento del sufragio universal, pieza clave de la democracia. En diciembre de ese mismo año, Rafael María Baralt fundaba El Siglo. Periódico Progresista Constitucional. Ya en su primer número se planteaba una clara apuesta por la democracia. En el grupo de los demócratas se estaban destacando también José Ordax Avecilla y Nicolás María Rivero.

Tenemos que tener en cuenta, en línea con lo que expresamos al principio, que el futuro Partido Demócrata no sólo estaría compuesto por el ala izquierda del progresismo, sino que también conectaba con elementos republicanos y del primer socialismo utópico. Estas distintas sensibilidades son importantes porque terminarían por generar, con el tiempo, tensiones al poner cada una de ellas el acento en sus propias prioridades, como las cuestiones sobre las fórmulas de gobierno o la necesidad de plantear cambios socioeconómicos profundos con participación activa del Estado. La interpretación historiográfica sobre el origen y desarrollo del Partido Demócrata ha incidido en esta división como en Eiras Roel, D. Castro y hasta en Román Miguel, aunque mucho más recientemente, Florencia Peyrou ha matizado esta innegable heterogeneidad para defender que no están tan claras las fronteras entre demócratas del progresismo, republicanos “neojacobinos” de la época de la Regencia de Espartero, y socialistas utópicos de tendencia fourierista. La defensa de la democracia se configuró como un espacio donde podían estar todos, al menos durante un tiempo, porque luego un conjunto de circunstancias provocaría tensiones, divisiones, cruces de fronteras entre distintas ideologías y enfrentamientos.

Ramón María Narváez
Ramón María Narváez

Todo el movimiento que hemos señalado provocó un debate en el seno del Partido Progresista. Los líderes del Partido, como Manuel Cortina, Juan Álvarez Mendizábal y Salustiano Olózaga, entraron en un diálogo con Orense, Ordax y Rivero. Todos estaban de acuerdo en su profunda crítica hacia la Constitución de 1845, el pilar del régimen político vigente, y elaborada exclusivamente por los moderados, pero la controversia se generaba en relación con el reconocimiento o no del sufragio universal. Los primeros consideraban que era muy pronto para plantear esta batalla porque el pueblo español no parecía estar preparado para asumir tal responsabilidad hasta que no se extendiese la educación y aumentase el nivel medio de vida. Este punto de fricción fue clave para la casi inmediata ruptura.

Precisamente, el estallido de la Revolución en Francia, que derribó la Monarquía de Luis Felipe y estableció la Segunda República, convenció a los demócratas no sólo de la importancia del sufragio universal, sino de la necesidad de plantear el debate entre Monarquía y República, aunque, por el momento no se formularía en la práctica. Pero los progresistas, fieles a su programa, vieron con intensa preocupación la violencia de la Revolución en el país vecino, tanto en febrero como en relación con los sucesos de junio. En este sentido, es significativo que Cortina manifestara que el progresismo era leal a la Monarquía y al orden público, ante los acontecimientos revolucionarios que estaban teniendo lugar en media Europa. El entendimiento era imposible, por lo que los primeros decidieron romper con el Partido y dar un paso más para crear uno nuevo, a través del Manifiesto del Partido Progresista Demócrata, que se publicó en abril de 1849, redactado por lo que era denominada la “fracción democrática del Congreso”. Sus autores fueron José Ordax, Nicolás M. Rivero, Aniceto Puig y Manuel M. Aguilar.

El Manifiesto planteaba el reconocimiento y garantía por parte del Estado de derechos, “como condiciones primarias y fundamentales de la vida política y social”, como eran: la seguridad individual, la libertad de expresión, la libertad de reunión y asociación, y el derecho de petición individual y colectiva. Pero, además, se planteaba el derecho a la instrucción primaria gratuita. Solamente la Constitución de 1812 había recogido este derecho de la educación, pero que desaparecería posteriormente en las siguientes Constituciones. Además, los demócratas defendían el derecho a la igual participación de todas las ventajas y derechos políticos, pero también la equidad y proporcionalidad en el repartimiento de las contribuciones, así como en el cumplimiento del servicio militar. En esa misma línea estaba su defensa de la igualdad para optar a empleos o cargos públicos sin más condición que el mérito y la capacidad, quedando excluida cualquier preferencia de nacimiento, privilegio o distinción. Por fin, defendían el juicio por Jurado, una de las señas de identidad del liberalismo más avanzado.

Nicolás M. Rivero
Nicolás M. Rivero

Por otro lado, no se planteaba la fórmula republicana, aceptándose “el trono hereditario”. No se cuestionaban ni la familia ni la propiedad.

Partiendo de esos principios, los demócratas querían construir otro régimen político a través de la reforma o creación de una nueva Constitución en Cortes Constituyentes, elegidas directamente por sufragio universal. Debían ser electores todos los españoles mayores de edad que supiesen leer y escribir, con domicilio fijo, y que no tuvieran oficios que les hicieran depender de otros, es decir, criados y soldados. Estamos hablando, por lo tanto, de un sufragio que, aun siendo universal, mantenía excepciones, y no incluía a las mujeres. Otro avance tenía que ver con la retribución de los diputados, algo que el liberalismo más clásico no contemplaba, ya que solamente podían ser elegidos los ciudadanos con cierto nivel de renta.

Se defendía un modelo legislativo unicameral, sin Senado, que sería representación de la unidad nacional y de la unidad política de todas las clases del Estado, es decir, sin ningún tipo de representación corporativa o vinculada a nombramiento real. Por fin, el poder ejecutivo tendría limitadas sus atribuciones en relación con la convocatoria, suspensión y disolución de las Cortes, y sobre la sanción de las leyes.

Los demócratas eran partidarios de la Milicia Nacional, el cuerpo creado por el liberalismo para la defensa del orden constitucional, y que nunca fue del agrado de los moderados. La Milicia, además, tendría misiones sobre el orden público, y sería reserva del Ejército.

En conclusión, se trataría de un programa que planteaba una alternativa al liberalismo más clásico: amplia interpretación de los derechos, sufragio universal masculino, potenciación del poder legislativo sin las cortapisas del Senado, y limitación del poder ejecutivo encarnado en la Corona con el Gobierno.

En el mes de agosto de 1849 el Gobierno concedió permiso para que los demócratas comenzaran a tener reuniones. Así pues, ese fue el momento en el que comenzó la andadura del nuevo Partido.


Para ampliar el conocimiento del Partido Demócrata del siglo XIX español se pueden consultar los trabajos de los autores citados: A. Eiras Roel, ‘El Partido Demócrata Español’ , Madrid, 1966; D. Castro, “Unidos en la adversidad, unidos en la discordia: el Partido Demócrata. 1849-1868”, y “Orígenes y primeras etapas del republicanismo en España”, en N. Towson (ed.),’ El republicanismo en España (1830-1977)’, Madrid, 1994; R. Miguel, La Pasión Revolucionaria, Madrid, 2007; y F. Peyrou Tubert, “La formación del Partido Demócrata Español: ¿Crónica de un conflicto anunciado?”, en Historia Contemporánea, 37, (2008). Por otro lado, también es interesante la consulta del libro de J. Vilches García, ‘Progreso y Libertad. El Partido Progresista en la Revolución Liberal Española’, Madrid, 2001.


(Cabecera: retrato de Isabel II por Federico Madrazo – Casa de España en Puerto Rico)

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Eduardo Montagut

Eduardo Montagut

Licenciado en Filosofía y Letras. Geografía e Historia. Historia Moderna y Contemporánea (UAM) en 1988.

Premio Extraordinario de carrera (UAM)en 1994.

Doctor en Historia Moderna y Contemporánea (UAM) en 1996.

Profesor Educación Secundaria (Geografía e Historia) desde 1996.

Jefe de Estudios Delegado de la Sección de Morata de Tajuña del IES Anselmo Lorenzo (1999-2009).

Profesor en el IES Isidra de Guzmán desde 2009.

Socio de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País desde 1989.

Amigo de Número de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País desde 2000.

Secretario de Educación, Cultura y Memoria Histórica del PSOE-Chamartín desde 2012.

Secretario de Memoria Histórica del PSOE-M Chamartín desde 2017

Miembro del Grupo de Memoria Histórica del PSOE.

Miembro de la ARMH desde el año 2013.

Colaborador en distintos medios digitales

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