Una joven alza el vuelo con esas ganas de vida que dan los dieciocho.
Ya eres mayor, ya te sientes libre y el mundo es una prometedora sonrisa que te espera ahí fuera.
Un coche, un amigo y tras unas horas de viaje ya estás en el lugar donde, como en aquellos viejos cuadros del viejo Brueghel, la vida se celebra con abundancia y prisa, antes de que llegue el otoño y haga caer los frutos.
Sed de baile, de amigos, de aventuras, de amores, de risas. Carpe Diem que hallarás sin esperarlo en unas horas, reducido en forma de tatuaje en el pubis de uno de los cinco garrulos que forman el siniestro comité de bienvenida al mundo adulto que te depara el destino.
Fiesta, risas, libertad, noche y un tipo gordo y de afable acento que se te acerca hablándote de fútbol como puente de asalto de unos figuras barbados, bienpeinaos y bizarros. Como sacados de los tercios de Flandes, si supieran lo que es eso.
Bailan con amaneramiento como han visto hacer en los videoclips a estrellas del marketing. Una manida danza de apareamiento que, junto con el original señuelo del gordo simpático, constituye su estrategia de caza en ese monte que para ellos es todo orégano.
Y una pobre incauta muerde el anzuelo. Eres una niña, borracha y sola pero eso no arredra, más bien al contrario, a estos caballerosos carroñeros que pronto te rodean cinco contra una, se adelantan, retroceden y buscan con avidez un escenario lo suficientemente sórdido para coronar su gesta.
A partir de ahí, un sitio oscuro, unas manos de hombre que aprietan tus muñecas, sumisión, ojos cerrados, gemidos de dolor y cinco bestias, cinco catetos desbocados que graban sobre ti su propio Reality para tener algo que contar a los colegas. Quillo, esto no tiene guasa. La boca del lobo se ha cerrado contigo dentro y ya sólo aspiras a no ser masticada.
Luego todo pasa, o quizás todo empieza. No salgas, no vivas, muéstrate rota y consumida, Paga tu pecado original por ser mujer, por ser joven, por salir sola de noche, por irte con hombres, por no haberte sacrificado defendiendo tu virtud. Dicen que la han visto de fiesta, que se ha hecho fotos…
Y entonces llega el juicio. La sentencia refleja que tuviste miedo, que no tomabas parte, que gemías de dolor, que no querías estar allí y que eso es sólo la parte que ocurrió antes de que ese cateto decidiera que era mejor no seguir grabando porque aquello ya no tenía guasa. Todo eso lo recogen en la sentencia dos de los magistrados pero un tercero en discordia dice que menos lobos, que lo que ahí se aprecia, pese a tus gemidos, es “jolgorio”.
Lo cortés no quita lo valiente y en otras circunstancias cabría reconocer la gallardía del señor juez al mantener contra viento y marea su opinión aun a sabiendas de la impopularidad que le granjea. Aunque quizás sea un “sostenella y no enmendalla” propio de quien en función de su cargo se siente poderoso como un togado Gary Cooper, solo ante el peligro, el lobby feminista y la ola de buenismo que nos invade… En cualquier caso es notorio y llamativo que él no ha visto la misma película que sus ilustres colegas. Para nuestro asombro, él no ha visto tu sufrimiento más allá de que te hayan robado el móvil.
En nuestro imaginario porno, sin suponerle a su señoría afición alguna, resulta normal que, si eres mujer, aunque tu cara muestre sufrimiento, estés “gozando como una perra” de una situación en que cinco tipos te acorralen y te usen de clínex para sus fluidos.
La violación es un tema recurrente en esta industria que tiene en el público masculino su principal objetivo y quizás cabría preguntarse el porqué del arraigo en nuestra cultura de esa muestra de total falta de empatía. Por qué en todo lo tocante a la entrepierna la mujer sólo siente lo que al hombre le interesa. La respuesta en tu caso es que tienes dieciocho años y te acaban de dar una amarga bienvenida a un mundo de adultos en donde para muchos hombres la mujer sólo es cuerpo.
El señor magistrado defiende con valentía a esos pobres chavales, juerguistas ellos, a quienes vas a arruinar la vida por robarte el teléfono. No es que esté a priori en contra tuya, es que no te ve. No ve tu sufrimiento porque tú eres un cuerpo y nadie lo está golpeando, nadie lo está hiriendo porque no sangras, nadie lo obliga porque no estás atada. No dudes que si algo de esto ocurriera te defendería pero a él no se la das. Tu cuerpo no luchaba, tu cuerpo no huía así que menos lobos, Caperucita…
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