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El espíritu navideño o Jesús y el sol invictus

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Por exhaustivo que haya sido el estudio de la figura y vida de Jesús no existe certeza alguna de la fecha en la que pudo producirse su nacimiento.

Algunas iglesias cristianas defienden que éste debió producirse durante los meses de verano atendiendo al hecho narrado en los Evangelios de que los pastores se hallaban al raso, y no obstante las iglesias católica y ortodoxa prefirieron designar el día 25 del mes de diciembre como día de la nativitas o navidad: el día en que nació el mayor de los misterios que pisó esta tierra.

NavidadAparte de los Evangelios católicos y apócrifos, la única referencia histórica a la figura de Jesús más o menos coetánea se encuentra en las ‘Antigüedades de los Judíos’ de Flavio Josefo, y es bien breve; pero a pesar de las escasez de pruebas históricas que pudieran certificar la existencia de Cristo, y de la probabilidad de haberse hallado éstas sujetas a algún tipo de manipulación, se considera un hecho cierto que existió en tiempo de Tiberio un hombre llamado Jesús de Nazaret, y únicamente su origen divino sigue siendo objeto de controversia.

En los primeros tiempos de la Iglesia era necesario afianzar la imagen y la historia de Jesús prescindiendo de todo aquéllo que pudiera poner en duda la versión oficial. Casi todos los textos antiguos sufrieron manipulación y muchos de ellos fueron destruidos por inconvenientes. Los hechos reales se amoldaron de forma que pudieran ser asimilados por la mayor cantidad de gente posible, incluso aunque para ello fuera necesario recurrir a las tradiciones antiguas, y de este modo un bebé nuevo (Jesús) vino a sustituir al antiguo hijo de Isis (Osiris), cuyo nacimiento venía celebrándose desde tiempos del Antiguo Egipto precisamente el 25 de diciembre.

Belén vivienteLa fiesta de Navidad viene a coincidir en el calendario con el solsticio de invierno, o sea, el momento en que los días comienzan a hacerse más largos y por tanto la luz del día empieza a ganar terreno a la oscuridad de la noche. Esta victoria del sol sobre las tinieblas se representaba en la antigüedad con la imagen de un niño recién nacido cual sol victorioso, el sol invictus que cerraba en tiempos de los romanos las fiestas saturnales también un 25 de diciembre. Ya que Saturno era el dios de la agricultura y las cosechas, es fácil asociar las saturnales con una celebración alegre y de acción de gracias en la que curiosamente era también costumbre el intercambio de regalos.

La cuna de la civilización, Babilonia, contempla el mito de la maternidad virginal con Semíramis, madre de Tamuz. Otra diosa siria, Astarté, sería también una madre virgen en un mito equiparable al  del Osiris egipcio, y ya más adelantada la Historia encontramos entre los griegos a Dánae, la virgen mortal a quien Zeus fecunda sin contacto físico, a través de una lluvia de oro. Entre los romanos se daba por cierto el nacimiento milagroso de Rómulo y Remo, hijos de una virgen vestal llamada Rea Silvia fecundada por el dios Marte; aunque quizá sea la mitología hindú quien nos proporcione el ejemplo más curioso de similitud con la tradición cristiana de concepción divina, esta vez no en la persona de una virgen sino en la de Devaki, esposa de Vasudeva, escogida por el dios Visnú para ser madre de su encarnación: Krishna. La historia de Krishna contiene muchas similitudes con la tradición cristiana, incluyendo la presencia de un rey (Kamsa) empeñado en acabar con la vida del niño Krishna ordenando una matanza de inocentes, como hiciera Herodes con Jesús según los Evangelios.

Belén viviente¿Pero por qué esa manía de virginizar a la madre de Dios? Precisamente para dar más valor a la figura destinada a regir el mundo. Existiendo antecedentes mitológicos de concepción divina y virginal, no iba a ser menos la tradición católica. De hecho nadie se planteó la cuestión de la virginidad de María hasta que en los principios de la Iglesia una multitud enfervorizada reclamó en Éfeso su derecho a rendir culto a Diana madre de dios, y en el concilio de Éfeso deciden zanjar la cuestión declarando madre de Dios a María; un simple cambio de nombre, y se aprovechaba el fervor ancestral por Diana en favor del nuevo culto.

Tan en serio se tomó la ausencia de sexo en todo lo concerniente a Jesús de Nazaret que en la tradicional representación de su nacimiento se cuenta con un hombre casto (José), una madre virgen (María), y hasta acompañan a la Sagrada familia los dos únicos casos que da la naturaleza de animales estériles: una mula, y un buey.

UNA UVA POR CAMPANADA Y UN CALENDARIO QUE COMIENZA EL 1 DE ENERO

Numa Pompilio
Numa Pompilio

La segunda fiesta navideña en importancia llega siete días después de la Nochebuena, la noche del 31 de diciembre al 1 de enero, fecha en que comienza el año nuevo. Esta costumbre data del año 47 a.C; hasta entonces había venido celebrándose el primero de marzo. Julio César creaba con este cambio el calendario juliano consagrando el primer mes del año  a Janus, el dios de las dos caras: una joven que representaba al futuro, y una de viejo que encarnaba al tiempo pasado. La de Janus era para los romanos una noche de celebración, aunque no de fiesta: se trabajaba para conjurar que en el año que entraba no faltase el trabajo; y aunque sin saberlo se mataban dos pájaros de un tiro, porque del mismo modo que se consagraba la fiesta al dios, se celebraba también el evento en que la tierra entraba en perihelio, es decir, el momento del año en que se encuentra más cerca del sol.

Aunque los egipcios funcionaran con un calendario parecido 3000 años antes de Cristo, también solar y compuesto de 365 días, los años constaron de 10  meses hasta que el rey Numa considerase más práctico que tuvieran 12, y por tanto la perfección del calendario juliano puede atribuirse al Imperio de Roma.

En 1582 el Papa Gregorio XIII modificó el calendario juliano porque éste daba lugar a demasiados años bisiestos. La idea había partido de dos eruditos de la Universidad de Salamanca, que remitieron sus trabajos a la Santa Sede en los años 1515 y 1578. Habría sido de justicia que el nuevo calendario hubiera pasado a la Historia con el nombre de Calendario Salmantino, pero no eran tiempos de tolerar justicias que pudieran eclipsar la gloria de un Papa.

Los romanos aportaron también la tradición de comer uvas en noche tan señalada. Las uvas se consideraban un manjar de gente pudiente, y de buen augurio porque de ellas provenía el vino; puesto que los romanos adoraban el vino hasta el punto de dedicarle un dios (Baco), no es de extrañar que fuera propio consumir las uvas, y el vino, en las celebraciones. En España la clase alta adoptó la costumbre de celebrar el año nuevo con vino espumoso y uvas, una por campanada; y el pueblo llano, que tan dado es por estos lares a hacer parodia del pijerío, adoptó la de reunirse en la Puerta del Sol, donde había un reloj bien visible, para tomar sus uvas como chanza.

Nochevieja en la Puerta del Sol
Nochevieja en la Puerta del Sol. Dibujo de Arteches para la revista Crónica, 1933

España es la tierra de sacarle punta a las oportunidades, y en 1909 unos comerciantes alicantinos tuvieron la idea de vender un excedente de cosecha de uva blanca para su consumo la noche de fin de año, y quedó establecida la creencia de que consumir uvas invoca la buena suerte en el año que comienza.

EL ÁRBOL DE NAVIDAD ES UNA TRADICIÓN CELTA

Árbol de Navidad
Capitolio de Washington

Ya hemos hablado de cómo la Iglesia nueva cristiana encontró el modo de no tener que luchar contra antiguas creencias muy arraigadas por el procedimiento de vincularlas a las propias, y no iba a ser menos la tradición del árbol navideño cuyo origen es, en realidad, celta. Los celtas de la Europa central celebraban el nacimiento de su dios del sol  adornando un árbol al que llamaban Divino Idrasil. Parece ser que fue San Bonifacio quien tuvo la idea de sustituir el Idrasil por un pino, y adornarlo con manzanas que aludían al pecado original, y con velas que simbolizaban la luz del cristianismo.

Del mismo modo otros rituales paganos, como la costumbre de encender hogueras la noche de Navidad, que los celtas llamaban Yule, o la víspera de Epifanía, fueron adoptadas por el cristianismo como símbolo purificador, y no de adoración al sol. Este gusto por el fuego y por encender candelas derivó más tarde en la iluminación de casas y árboles navideños, encendiendo velas hasta que la electricidad procuró medios de iluminación más sofisticados.

LA EPIFANÍA O LA LLEGADA DE LOS REYES MAGOS

Algunas iglesias cristianas consideran la Epifanía, o sea, el 6 de enero, como el día del nacimiento de Jesús. Curiosamente es el día de la Epifanía el elegido para celebrar en España el final de las fiestas navideñas con la tradición más esperada por los niños: la llegada de los Reyes Magos que, en conmemoración a la ofrenda de oro, incienso y mirra, reparten regalos entre los pequeños. Puerto Rico, República Dominicana, Paraguay, Argentina y Uruguay comparten modo parecido de celebrar la Epifanía contando con los Reyes Magos; pero ¿existieron realmente?

Ninguno de los Evangelios menciona que fueran tres, ni mucho menos que se llamaran Melchor, Gaspar y Baltasar. Únicamente San Mateo menciona de pasada en el capítulo 2 de su Evangelio  que “Unos magos venidos del Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: `¿Donde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle´”, San Mateo cuenta que Herodes interroga a los magos y les encarga maliciosamente que le traigan noticias del hallazgo del niño en cuestión, tras lo cual “Entraron en la casa; vieron al niño con María, su madre, y, postrándose le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino”.

reyes magosLa cuestión de los Reyes Magos tiene su miga como ejemplo de hasta qué punto puede evolucionar un dato cuando se le van añadiendo otros de cosecha propia a lo largo de los siglos. Ni siquiera San Mateo pudo ser el autor material de su Evangelio, que está fechado aproximadamente en el año 90 de nuestra Era; probablemente dejaría algún texto en los que se basaría el verdadero autor, que por fuerza tenía que ser un cristiano de dos a tres generaciones posteriores; pero dejando ésto aparte, y dando por cierto el relato evangélico, paremos la atención en primer lugar en la afirmación de que “entraron en la casa”, no en el portal ni en el establo, sino en la casa; y ya hay motivo para descartar la imagen tan navideña de la Sagrada Familia en el portal de Belén, por si no era bastante la consideración lógica de que ningún recién nacido sobreviviría en las condiciones que retrata la tradición, por más calor que le dieran mula, buey y pastores.

Tertuliano
Tertuliano

Sobre la creencia de que fueran tres, posiblemente se deba a que tal era el número de las ofrendas -que por cierto también tenían su miga, porque si bien el oro y el incienso podían interpretarse como símbolos de majestad,  la mirra era una resina destinada a embalsamar a los muertos-; pero según el texto, que solo nombra a “unos magos”, lo mismo podían ser dos que veinte. Parece ser que fue el teológo del siglo III Orígenes quien tuvo la idea de establecer que fueran tres. Tertuliano desliza en el siglo VI que los tres magos eran “casi reyes”, y entre eso y el salmo 72 “Los reyes de la tierra se postrarán y le ofrecerán sus dones”, ya tenemos que son tres las majestades de Oriente. La adjudicación de nombres llega en el siglo V con el ‘Evangelio de la Infancia de Armenia”: Melkon, Gaspar y Baldassar, reyes de Persia, India y Arabia; en el siglo VIII los nombres evolucionan  hacia Bithisarea, Melchior y Gathaspa, que se convierten en Melchor, Gaspar y Baltasar ya entrado el siglo IX gracias a la imaginación del historiador Agnello cuyo nombre, por cierto, significa Cordero.

Si damos por ciertos los orígenes probables de los magos de Oriente podemos afirmar casi con rotundidad que, sintiéndolo mucho por la ilusión de los más pequeños, ninguno de los tres -o de los veinte- podía ser de raza negra.

En diciembre de 2012 la cristiandad recibe una noticia sorprendente que viene a complicar la cuestión del portal de Belén y de los Reyes Magos, esta vez de manos del propio Papa Benedicto XVI. En su obra La infancia de Jesúsel Pontífice asegura que es necesario prescindir de la mula y el buey a la hora de montar el Belén, porque ninguna de las dos figuras aparece en el Evangelio -recomendación de la que casi todo el mundo hizo caso omiso-; y no contento con ésto asegura que los Reyes Magos no venían de Oriente, sino de Tartessos. Refiriéndose al Salmo 72,10 y a Isaías 60 dice: “La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis, Tartessos en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa”.

Benedicto XVI
Benedicto XVI

La afirmación de que los Reyes Magos eran andaluces, de algún lugar entre Sevilla, Huelva y Cádiz, entusiasmó a muchos y sumió en el estupor al resto; en todo caso disparó las ventas de “La infancia de Jesús”. Benedicto XVI tiene unas palabras en el capítulo IV para el querido rey negro: “El rey de color aparece siempre: en el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza o el origen. En Él y por Él, la humanidad está unida sin perder la riqueza de la variedad”; palabras que no pueden menos que provocar un amago de sonrisa en cualquier aficionado a la Historia, porque en el reino de Jesús qué duda cabe… pero sería curioso ver qué respondían los negros africanos a los que en nombre de ese reino la Iglesia Católica negaba el alma, por no hablar de los indios masacrados en Sudamérica, los judíos perseguidos y las guerras entre moros y cristianos.

Resulta curioso que la figura de los Reyes Magos haya llegado a estar tan asentada en la cultura cristiana que incluso la industria de las reliquias cuente con sus cuerpos, trasladados desde Milán hasta la Catedral de Colonia en Alemania, convertida gracias a los Reyes Magos en el cuarto lugar de peregrinación más visitado por los católicos después de Jerusalén, el Vaticano y Santiago de Compostela. Los supuestos restos se conservan dentro de un relicario de madera bañada en oro y cubierto de piedras preciosas.

Ya hemos visto que las fiestas navideñas tienen orígenes más que conocidos desde la antigüedad, y en consecuencia que no hay nada nuevo bajo el sol… aunque éste sea el invictus.

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Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas

Yolanda Cabezuelo Arenas es un espíritu libre, extraño equilibrio entre la estricta educación conservadora y la influencia librepensadora de su padre José Luis Cabezuelo Holgado, insigne abogado que durante muchos años lo fuera del Consulado de Italia en Sevilla, ciudad donde era conocido por su erudición.

De su madre, Laura Arenas Green, perteneciente a una familia aristócrata y aficionada a las Artes, hereda el de verbalizar y hacer visible la realidad. Hay que recordar que es sobrina de Luis Arenas Ladislao, conocido fotógrafo cuyo legado diera a la belleza de Sevilla proyección internacional, incluso la Sevilla secreta de la más estricta clausura en e Sevilla oculta, Sevilla eterna y Semana Santa en Sevilla.

Su tatarabuelo, Isauro López-Ochoa y Lasso de la Vega, fue un periodista perseguido por sus ideas liberales; fundador de la revista El Avisador, que contaba con la colaboración de Javier Lasso de la Vega, José Gestoso, Luis Montoto, Antonio Machado y José de Velilla, entre otros.

El ambiente familiar propició el trato desde niña con personajes destacados de las Artes, recibiendo una formación esmerada en el estudio de la Historia, Literatura, Música y Pintura, faceta que perfeccionó en la escuela de Artes Aplicadas y oficios artísticos de Sevilla. También fue alumna de José María de Mena en la escuela de Arte dramático, llegando a interpretar y dirigir obras como Cinco horas con Mario, La vida es sueño, Don Juan Tenorio y La casa de Bernarda Alba.

La principal temática de sus escritos ligeros se centra en el comportamiento humano. Para estudiarlo no ha dudado en introducirse en distintos ambientes sociales, incluso marginales. Aunque reconoce que “habría podido evitar conocer a algunas personas, he aprendido la importancia de los valores viendo las consecuencias que sufren quienes viven sin ellos”.

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