Las nueve musas
Canal de panamá

El canal de Panamá: las esclusas de Gatún

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Panamá es un país sorprendente, el gran desconocido del Caribe.

Tiene numerosos tesoros por descubrir, pero, sin lugar a dudas, su joya más preciada es el eje vertebrador de la nación que une los océanos Atlántico y Pacífico: el canal

Canal de Panamá
Fotografía © María Eugenia Santa Coloma

Cruzar el canal de Panamá es una experiencia inolvidable.

Tuve la fortuna de poder hacerlo en el año 2007 y aún recuerdo de forma muy vívida la sensación de abandonar el inmenso oceáno para encarar un diminuto canal por el que tenía serias dudas de que pasara el barco. Y pasó, y además con holgura.

Fue el 15 de agosto de 1914 cuando el vapor “Ancón” inauguró oficialmente el Canal de Panamá.. Fue un hito histórico de una obra de ingeniaría magna que supuso un avance importante en la navegación oceánica. Durante más de sesenta años, el canal estuvo bajo el control de Estados Unidos, un hecho que llegó a su fin en 1979 con la firma de un tratado entre Estados Unidos y Panamá en el que se estableció una asociación para la administración, operación y mantenimiento del canal. Y así fue hasta el 31 de diciembre de 1999, fecha en la que Panamá consigue el control total del canal.

Fotografía © María Eugenia Santa Coloma

Con una longitud de ochenta kilómetros, se tarda entre ocho y diez horas en cruzarlo. El canal se encuentra rodeado por parques nacionales y reservas de la biosfera. El paisaje es frondoso, con una gran diversidad de fauna y flora que habita en los lagos y selvas que circundan el canal. La lenta navegación constituye una excelente oportunidad para observar animales en su medio natural: perezosos, tucanes, monos, serpientes y otras muchas especies.

Si se cruza el canal desde el mar Caribe hasta el océano Pacífico, lo primero que hay que pasar son las esclusas de Gatún. Este complejo sistema de ingeniería está formado por tres esclusas que elevan los barcos a veintiséis metros de altitud. Hay quien piensa que esto se debe a que ambos océanos se encuentran a diferente nivel, pero la razón es mucho más simple: para cruzar de uno a otro es necesario pasar por un lago que está a esa altitud. Obviamente, al llegar al lado del Pacífico, hay que volver a descender estos metros en las esclusas de Pedro Miguel y Miraflores.

Navegar por el canal es una auténtica experiencia. Antes de la ampliación que se está llevando a cabo actualmente, existían dos vías que solían funcionar una en cada dirección, aunque a determinadas horas del día se pueden utilizar en el mismo sentido según el flujo de tráfico (es mayor del Atlántico al Pacífico que al revés). Estados Unidos es el principal usuario; de hecho, el sesenta y nueve por ciento de las embarcaciones que cruzan el canal tienen su origen o destino en este país. Por contra, los barcos panameños que lo utilizan suponen solamente un cinco por ciento del total del tráfico marítimo. El ahorro en tiempo y costes es notable. Por poner un ejemplo, un barco que navegue de Nueva York a San Francisco se ahorra 7.873 millas si utiliza el canal en lugar de rodear el Cabo de Hornos en América del Sur.

Fotografía © María Eugenia Santa Coloma

En octubre de 2006 se comenzó a debatir una propuesta de ampliación cuyo fin era duplicar la capacidad del canal. Finalmente, el 3 de septiembre de 2007 se iniciaron las obras de ampliación con la construcción de una tercera vía de tránsito y dos nuevos complejos de esclusas, que permitirán el paso de embarcaciones de hasta 49 m de anchura y 366 metros de longitud.

No obstante, cruzar el canal no es gratuito y es necesario solicitar un permiso para transitar por él. Si no se tiene, los barcos deben esperar varios días hasta que haya disponibilidad. Por eso es habitual ver una enorme cola de barcos esperando su turno a la entrada del canal. Este cruce no es precisamente barato y se debe abonar un peaje que se calcula en función de diversos parámetros relacionados con las dimensiones del buque. El mayor peaje pagado hasta el año 2007 fue el de un crucero noruego de la compañía Norwegian Cruise Lineque abonó la nada desdeñable cantidad de 313.000 dólares estadounidenses. Pero si se tiene el capricho de cruzar el canal y no arruinarse en el intento, siempre queda emular a Richard Halliburton, quien solo pagó 36 céntimos de dólar en 1928 al atravesarlo a nado. Eso sí, no tardó diez horas, sino diez días.

Fotografía © María Eugenia Santa Coloma

A medida que el barco se aproxima a la entrada de las esclusas de Gatún, existe una flecha que indica en qué lado debe posicionarse para iniciar el tránsito. Al acercarse a la primera esclusa, la carretera que cruza el canal se abre en dos y se repliega sobre sí misma para dejar paso al barco. Se abre la primera compuerta y comienza a llenarse de agua el primer compartimento a la vez que en el segundo disminuye el caudal. Cuando ambos se igualan, las compuertas se abren y el barco avanza lentamente. Este proceso se repite en tres ocasiones hasta que se llega al lago Gatún.

Fotografía © María Eugenia Santa Coloma

Esta operación requiere una gran precisión, sobre todo cuando se trata de barcos de gran tonelaje en los que apenas quedan unos centímetros entre el casco y las paredes de la esclusa. Para conseguirlo, dos máquinas situadas a ambos lados de la embarcación tiran de unos cables para mantenerla en mitad del canal. Si se produjese algún tipo de accidente que hiciera que el barco rozase alguno de los muros, es responsabilidad del canal correr con los gastos que este error genere.

Fotografía © María Eugenia Santa Coloma

En los próximos años finalizarán las obras de ampliación de un canal que se construyó a principios del siglo XX con medios mucho más rudimentarios que los actuales. Un acontecimiento mundial que consiguió acortar distancias entre dos océanos y que cambió la historia de la navegación oceánica.

María Eugenia Santa Coloma


 

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