Las nueve musas
Sistema lingüístico

Consideraciones sobre el sistema lingüístico

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En artículos anteriores, además de referirnos a grandes lingüistas y gramáticos como Emilio Alarcos Llorach, Salvador Gutiérrez Ordóñez o Leonardo Gómez Torrego, también hemos aludido, con admiración reverencial, a uno de nuestros más excelsos, eximios y brillantes filólogos. Se trata de Francisco Marcos Marín, lingüista de excepción con una ingente cantidad de trabajos de enorme interés que, desde nuestro eclecticismo funcional de corte alarquiano, nos parecen aportaciones imprescindibles al ámbito de la Filología Hispánica.

Gramática española
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Muchos quizá conozcan su Curso de gramática española[1], que es un libro de gramática descriptiva del español, y aun con algunas referencias a la gramática generativa, parte desde un planteamiento descriptivo, estructural y funcional. Sin embargo, la primera obra que yo leí con quince años –recomendación de mi entonces profesor de Lengua y tutor- de nuestro ilustre lingüista y que luego releería muchas veces fue su Gramática de la Lengua española[2], de la editorial Síntesis, que contó con la participación de Javier Satorre Grau y María Luisa Viejo Sánchez. En la introducción a este libro y respecto de obras anteriores suyas como Aproximación a la Gramática Española[3] o el Curso de Gramática Española dice Francisco Marcos Marín: “Personalmente, tal vez sería gratificante para la vanidad de autor que los lectores vieran un hilo conductor entre esos dos trabajos y esta nueva Gramática Española. Lo más exacto, sin embargo, es destacar que este libro es una obra nueva que, solo de modo muy limitado y siempre con una mayoría de elementos innovadores, puede aprovechar una pequeña parte de la escritura previa. Es más, puede decirse que lo que mantendría la coherencia entre los tres libros no sería un inexistente magisterio del primer firmante sobre los otros dos, sino su común adherencia a postulados básicos de la Filología española, expresados con independencia, pero abiertamente relacionados con la obra de Rafael Lapesa y de Emilio Alarcos”. He ahí la impronta de dos de nuestros más insignes eruditos: don Rafael Lapesa Melgar y don Emilio Alarcos Llorach. A este último le dedicó el bellísimo artículo “Ángel fieramente humano[4]”.

De hecho, Marcos Marín reconoce su libro como obra libre de dependencias, que no de enseñanzas. En modo alguno rechaza el legado de los grandes maestros y así lo refleja en dicha introducción: “Es hora de que expresemos nuestra satisfacción por formar parte, todo lo modesta que se quiera, de una tradición de enseñanza de la gramática que cuenta con más de quinientos años y que ha producido los evidentes avances que puede notar cualquier curioso que se acerque a la bibliografía. Estamos, por ello, orgullosos de las enseñanzas de los maestros y de que, a partir de ellas, pueda verse una continuidad en una obra científica, personal o compartida”. Es cierto que afirma, respecto de dicha obra, que “limitarnos a una base funcional, que existe, pero sin hacer una gramática funcional propiamente dicha, habría sido engañar al lector, que sabe perfectamente que es más fácil poner un adjetivo en un título que construir una teoría de acuerdo con ese adjetivo”, pero, al mismo tiempo reconoce el enfoque estructural-funcional que impregna tan magnífica obra: “Por ello, tomando un criterio estructural-funcional como peldaño siguiente a ese concepto histórico de la lengua al que nos referíamos antes, solo unas puntualizaciones de carácter tipológico nos permitían una reubicación progresiva en la lingüística contemporánea, sin perder de vista el hilo rojo de la continuidad doctrinal.

La Tipología, que es en sí misma vinculación de la investigación más moderna con los postulados más tradicionales a partir del siglo XVIII, es una disciplina que exige un gran esfuerzo, pero que enlaza muy bien con orientaciones que arrancan de una formación filológica, histórica, comparatista y estructural, como la de los autores de esta Gramática Española, sobre todo cuando la intención no es tampoco construir una gramática tipológica del castellano, sino permear el libro de los elementos tipológicos precisos para poder definir unos parámetros”.

Finalmente, no deja de reiterar la impronta de los grandes maestros: “Rafael Lapesa y Emilio Alarcos son presencias constantes y relaciones personales vividas. Victoria Marrero, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, prestó una colaboración imprescindible para la elaboración de los capítulos de Fonética y Fonología […]”. Además de aludir también, entre otros, al inolvidable Antonio Quilis.

Hay que agradecer que el maestro Marcos Marín no solo nos haya ofrecido magníficas obras académicas, multitud de libros y manuales excelentes y artículos sublimes, sino que también haya contribuido a acercar algunos aspectos relacionados con la lingüística y el mester filológico desde un prisma más divulgativo y cercano, como hace desde su interesantísimo blog o en algunas de sus enriquecedoras charlas o conferencias, como aquellas sobre la historia verdadera de los orígenes del español en que derriba mitos o ideas que cree erradas como la del vascuence como lengua prerromana, y para lo cual se coaliga con los más reputados expertos, por ejemplo, en arqueología, con objeto de acercanos la verdad con el máximo rigor y con una solvencia intelectual digna de toda loa.

No podemos olvidar, sobre este este tema, los trabajos y escritos del maestro Alarcos, como los recogidos en el libro de ediciones Ámbito El español, lengua milenaria[5]. A todo ello hay que sumar el impecable compromiso cívico de Marcos Marín, por ejemplo, con la comunidad hispanohablante como ciudadano estadounidense (adoptivo) vinculado al Partido Demócrata. Conoce, además, a fondo la realidad estadounidense como profesor de la Universidad de Texas, en San Antonio, donde coincidiría con el célebre sociólogo Amando de Miguel, con quien escribió el fantástico librito Se habla español[6].

Además del mito del vascuence como lengua prerromana, Marcos Marín desgrana –y desmonta- otros mitos o las expresiones lingüísticas de los mitos étnicos, entre otras entradas dedicadas precisamente a la Lingüística y sus mitos que, cuando menos, son de muy recomendable lectura.

En una de las entradas de su blog nos habla Marcos Marín sobre la lingüística y otras ciencias afines, remontándose lógicamente al maestro ginebrino Ferdinand de Saussure, que estableció, a principios del siglo XX, una diferencia entre la lingüística interna y la lingüística externa, a la vez que, más o menos paralelamente, se desarrollaban corrientes de aplicación lingüística en relación con la Antropología o la Etnología, con la Psicología o con la ciencia de los signos, la Semiología. Todo ello estaba en relación con el interés por el lenguaje como rasgo específico humano. La Lógica, por supuesto, ya se había ocupado de ello desde los griegos, tal y como nos apunte nuestro ilustre lingüista, quien continúa diciendo: “En el marco estructural que se desarrolla a partir de la preferencia por la Lingüística interna, lo propiamente lingüístico es lo que se limita a la relación de un sonido con un sentido, un significante con un significado, una expresión con un contenido. La razón es porque así se define el signo lingüístico. La Pragmática es el estudio de la relación de la lengua con sus usuarios […]”.

Dicho todo ello, matiza claramente que, cuando asevera que es una disciplina o ciencia diferente de la Lingüística, no quiere decir en modo alguno que no tenga elementos lingüísticos o que no los necesite ni que sea menos importante ni que piense que hay que preguntar algo similar al tópico “¿a quién quieres más, a tu papá o a tu mamá?”. Lo ejemplifica aludiendo a otras ciencias que, en ocasiones, se vinculan con la disciplina lingüística desde otros parámetros; así, también la Neurología necesita esos elementos lingüísticos y los neurólogos, con los que el propio Marcos Marín ha trabajado bastante, no dicen que son lingüistas. En cambio, se sorprende en cierta forma nuestro egregio lingüista, los que hacen Pragmática no se llaman a sí mismos pragmáticos, ni siquiera pragmatistas, sino lingüistas. Es verdad, como seguidamente afirma, que muchos de ellos, sin duda, también lo son, pero no acaba de convencerle la confusión de lengua (es decir, sistema) y uso.

En definitiva, este eminente autor es claro partidario de abordarlos por separado e interrelacionarlos (así lo ha reflejado en su prolífica trayectoria); pero no de confundirlos. No obstante, considera que pueden hacerse reflexiones diversas sobre lo que es Lingüística propiamente… y la experiencia le dice que habrá quien no esté de acuerdo con quienes piensan así. Pero, siguiendo la ausencia de dogmatismo y el criterio ecléctico y abierto del maestro Alarcos, remacha diciendo que “Afortunadamente, siempre hay alguien que piensa de otro modo”, y es de agradecer que haga tan interesantes observaciones, aunque sea informalmente, en su blog, un escenario personal que nos sirve para conocer más profundamente el pensamiento de uno de nuestros mejores lingüistas, dicho en honor a la verdad y sin ningún afán de hipérbole laudatoria, ya que el incomensurable y brillante trabajo de nuestro autor es incontestable y, por consiguiente, no podemos por menos que valorarlo y dignificarlo como merece.

Marcos Marín y Amando de MiguelPara apoyar esta consideración suya nos pone otro ejemplo bastante diáfano como el de la Fonética, que tampoco es Lingüística (en el sentido definido anteriormente, que exige la asociación de expresión y contenido), sí, en cambio, lo sería la Fonología. Como detalla didácticamente: “Claro que el fonema es una unidad de la expresión y no del contenido; pero es una categoría que permite establecer los valores del signo lingüístico: distinguimos mata de pata por el segmento inicial, al que llamamos fonema /m/ o fonema /p/. Mas no somos naturalmente conscientes de que en la producción del primero (en su sonido) usamos el resonador nasal y en el segundo no. En el estadio fonológico no nos importa que mata pueda ser verbo o sustantivo, referirse a la acción de quitar la vida o a una forma vegetal. Eso corresponde a otras partes de la Lingüística, como la Morfología o la Semántica. A sabiendas de que lo que podemos categorizar hoy estructuralmente está muy alejado de la realidad de la lengua neurológica (la única con base biológica), siguen importándome las formas, la geometría del lenguaje”. Por ello, Marcos Marín considera que la lengua es Fonología, Morfología y Sintaxis, por una parte, y Léxico, por otra. Así, nos dice que la estructura del léxico exige una combinación de Morfología y Semántica, una morfosemántica cuyo estudio (incluyendo el de la no-arbitrariedad del signo) le ha resultado siempre tan atractivo y al que, en consecuencia, ha dedicado algunos trabajos, sobre iconicidad, en algunos casos, sobre etimología y desarrollo histórico, en otros. Estas cuestiones, nos confiesa, no sin cierta sorpresa, el autor son las que, según parece, suscitan más intereses entre los lectores.

A pesar de la impronta estructural-funcional de los trabajos de Marcos Marín, tal como apuntamos en líneas precedentes, su funcionalismo de corte estructuralista es independiente, no dogmático, ecléctico y, de hecho, en contra de lo que quizá algunos esperarían, Marcos Marín no piensa que lo fundamental del lenguaje sea la comunicación. Nos lo explica así: “Lo fundamental del lenguaje es la categorización del universo perceptible por los humanos, dentro de las leyes que gobiernan su mundo. La categorización del mismo modo es lo que hace posible la comunicación. Si yo categorizo un objeto plano como “mesa” y el lector como “techo” y otra persona como “suelo”, jamás nos podríamos comunicar. Es preciso encontrar el modo de que esos tres objetos planos se categoricen de modo que sea reconocible y aceptable para todos, de ahí la extraordinaria importancia de la norma, en el sentido de Coseriu: lo que del sistema (de las amplias posibilidades estructurales de una lengua) es común a todos los hablantes. Por eso me interesa sobremanera la Física (y no se me ocurre convertirla en una disciplina lingüística). La asunción de que nuestro universo (que es solo una ínfima parte del Universo) está regido por una Física cuántica es esencial para entender un aspecto fundamental del lenguaje, el lenguaje como cambio.

Las lenguas cambian sencillamente porque pertenecen a estructuras que se rigen por leyes cuánticas, es decir, que simultáneamente son 0 y 1 y la determinación como 0 o como 1 depende de la observación, dicho sea simplificando de modo excesivo, sin duda. Es otra manera de decir que las lenguas viven en variantes y que la variación es constitutiva. Depende de la estructura, no de los usuarios. Lo que estos hacen es simplemente elegir entre las posibilidades del sistema”. Como se ve, existen visiones estructuralistas que, sin renunciar a ciertos postulados del funcionalismo, se alejan de otras corrientes que priorizan la comunicación y, al contrario que estas, prefieren una visión si cabe más inmanente del sistema lingüístico separando el sistema, o sea, la lengua, del uso que se hace de la misma.

Una visión distinta a otras existentes, pero igualmente sugerente y sugestiva, que es la que le lleva a decir que “la Pragmática no es sino una reducción (avant la lettre, si se quiere) de ese principio. Cuando alguien dice “hay corriente”, para conseguir que alguien cierre la puerta o la ventana, lo que está haciendo es, sencillamente, convertir su observación en la nueva realidad, la que se crea a partir del cierre de la puerta o la ventana. ¿Por qué así? Porque el elemento observado (= fijado, seleccionado como se quiera) era la corriente, no su causa. La observación de la causa depende de la interpretación del oyente que se mueve y cierra puerta o ventana, convirtiendo su observación en nueva realidad. Lo contrario será, por ejemplo, lo que hacen Picasso y Braque en el cubismo extremo, tratar de ofrecer todas las posibilidades sin elección alguna. Por eso la importancia del Arte en Lingüística, no porque el Arte sea Lingüística, sino porque ambos son Semiología, como lo es la Pragmática, al menos parcialmente. Que operemos con sistemas de signos no tiene por qué implicar que todos los signos sean idénticos, serán, como mucho, equipolentes”. En consecuencia, la Pragmática sería parte de la Semiología –o la Semiótica-, pero no de la Lingüística, aunque, obviamente, como otras distintas disciplinas, se vincule con ella.

Alexander von Humboldt
Alexander von Humboldt

Sobre este tema insiste en “Lingüística y Pragmática” (dedicado a María Teresa Navarro) donde nos dice: “Cuando se habla hoy de la Lingüística como visión del mundo, no se está haciendo referencia, estrictamente, a lo que se suele conocer como la hipótesis Sapir-Whorf, nunca formulada por ambos autores como tal: que hay determinadas marcas o preferencias culturales que se asocian a los elementos lingüísticos de una cultura o, en otros términos, que ciertas culturas se apoyan en determinadas condiciones lingüísticas hasta el punto de que los hablantes tienen una visión del mundo condicionada,  limitada, por las lenguas que usan. Lo que hoy se suele querer decir es que existen determinadas preferencias culturales que hacen que los lingüistas antepongan una orientación a otra para su trabajo. Cuando se habla de preferencias culturales se habla de lo que, desde Saussure, se considera extralingüístico. Hay unos elementos sociales que se imponen sobre las capacidades electivas. Sería, en cierto modo, partir exactamente del punto de vista opuesto al que se señalaba en una entrada anterior de este cuaderno [blog] a propósito de Humboldt: ‘la idea de la verdadera relación gramatical solo se introduce en las palabras mediante una operación del pensamiento’”.

Ludwig FeuerbachAsí se llega a la necesidad de estudiar el pensamiento pues recordemos que, para muchos, el lenguaje es el andamiaje del pensamiento en la medida en que pensaríamos con las palabras que nos sirven para conceptualizar el mundo. Y este estudio se hace en relación con diversos aspectos. Por un lado, nos cita, lógicamente, el estructuralismo: “Uno de ellos es el del estructuralismo lingüístico, que vincula el pensamiento con el lenguaje a través de una doble articulación del sonido (significante o expresión) con el sentido (significado o contenido). El par {expresión, contenido} es lo que define al signo lingüístico, según este planteamiento. Sin embargo, en el estudio del lenguaje se han introducido otras perspectivas de estudio del pensamiento. Por ejemplo, en la segunda de las tesis de Karl Marx (1845) sobre Feuerbach se escribe: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”. Esta negación tiene consecuencias muy importantes, que habrá que dejar para otro momento. Ahora se considerará solo desde el punto de vista del signo, de la semiosis. En un principio, la semiosis se definía como una función, la que existe entre un objeto (físico o no) y un signo. Pero esa definición simple y, presumiblemente, teórica, ha ido complicándose al intervenir otros aspectos o consideraciones. Estos se relacionan, en ciertos casos, a veces muy directamente, con la tesis de Marx que se acaba de exponer. La praxis, según el planteamiento marxista, solo aparece en la etapa final del proceso del conocimiento como criterio de verdad. Hay, por ello, una definición de un tipo de signo, el lingüístico, desde la relación de los signos con la dimensión pragmática de la semiosis. De ahí deriva una visión pragmática del mundo (y una ciencia que la analiza) centrada en el uso del signo, en el desarrollo de “cómo hacer cosas con palabras”. Sin embargo, recordemos que realmente la relación que se establece en la mente del signo lingüístico es entre un patrón sonoro y un concepto, no entre una palabra y un objeto de la realidad[7]. No obstante, por lo expuesto en líneas precedentes, Marcos Marín cree que precisamente esa es la razón por la que es lícito considerar que la Pragmática, como una de las ciencias del conocimiento, no es Lingüística ni parte de ella, porque no puede separar el conocimiento de la práctica. No permite la consideración del signo como tal, como conjunto binario, par {expresión, contenido}. Es, naturalmente, una ciencia que necesita el análisis de los elementos lingüísticos, de los signos, pero supeditados a la relación que permiten entre los usuarios, a la praxis. Vuelve, como en otras ocasiones, a distinguir entre el sistema (la lengua) y el uso. Continúa Marcos Marín: “Lo que lleva a la contradicción es que todo lo que se supedita a la praxis implica la necesidad de un proceso de selección. El único proceso posible, en el caso del marxismo, como queda explícito en la tesis tercera, es “la práctica revolucionaria” [de tan terribles y devastadoras consecuencias]. Tampoco hay ninguna razón que pueda imponer un principio de la evolución y de la selección. Ambas, evolución selección, interrelacionadas, son imprescindibles, no ya para estudiar las lenguas humanas, una pequeña parte del proceso, sino todo lo que concierne al universo conocido y pensado por el hombre. Tal supuesto principio, desde la exclusiva perspectiva de la razón humana, simplemente no existe. No hay, en consecuencia, ningún motivo (o razón) para enfocar el mundo desde la perspectiva limitada del innatismo (evolución), ni desde la de la variación (selección), como se propone desde otros ámbitos de la Lingüística. Como la capacidad explicativa del estructuralismo, con su doble articulación, que es la tercera posibilidad, impide, por principio, fundamentar en él una cosmovisión, es preciso aceptar, con Shakespeare, que “There are more things in heaven and earth, Horatio, Than are dreamt of in our philosophy” (Hamlet: 1.5.167-8, con la variante our ‘nuestra’ y no your ‘tuya’, tal como aparece en el First Folio, 1623). Es decir, todos tenemos que suponer (dream of) para aprender (philosophy), y aun así no se consigue abarcar la realidad”.

En otra de sus entradas, y a pesar de la supuesta preponderencia –más bien mediática- del pensamiento chomskyano –pues como bien dice nuestro autor, quienes dicen que De Saussure era un pensador válido [solo] hasta la irrupción de las ideas chomskyanas y la gramática generativa en los Estados Unidos son algunos generativistas que califica, con acierto, como “hombres de un solo libro”-, Marcos Marín reivindica al ya mentado Coseriu cuyo pensamiento, nos dice, mantiene su prestigio y su fuerza en buena parte de la lingüística centroeuropea e iberoamericana y se muestra más activo en esta segunda década del siglo XXI que el tan traído y llevado generativismo. Y hace lo propio de nuevo con la impronta sauserreana por cuanto su célebre Curso[8] expone principios que se desarrollan y aplican en corrientes muy actuales de la Lingüística, como ocurre con el de variación: “Su idea de la Lingüística permitía construir una ciencia en la que la variación y la dinámica inherente al cambio hubieran tenido su lugar. Ello es posible porque la variación se sitúa en el campo de las relaciones entre signos y formas simbólicas. En esas relaciones el habla corresponde a representaciones irrefutables y singulares (de ahí su importancia en la lingüística de corpus). La lengua, por su parte, reúne dos condiciones, por un lado, es teórica, estable, repetible y, por otro, es histórica y social. Cada acto de habla es único; pero la lengua que hablamos es un objeto histórico, sujeto al cambio, se puede definir como “una estructura en su historia” (así lo he propuesto en varias publicaciones). El habla, por su parte, implica un cruce de normas, puesto que es preciso establecer un consenso para la comprensión”. Y aquí precisamente rescata el concepto de norma, en la definición clásica de Coseriu, como simplemente el resultado del consenso de los hablantes sobre lo que todos ellos comparten del sistema (esto es, de la lengua). Por ello, como dice Marcos Marín, la dicotomía lengua/habla tiene interés central en la Semiótica, la ciencia del significado o contenido de los signos de cualquier tipo. Y recurre a lo que dejó de manifiesto con gran acierto el maestro Alarcos: “En Semiótica, como señaló oportunamente Emilio Alarcos, no solo se debe hablar de “unidades distintivas”, que operan en la expresión, como los fonemas, o de “unidades distinguidas”, es decir, de aquellas diferenciadas por los hablantes en la relación entre expresión y contenido, como los monemas, sino de “unidades distintas”, las que se diferencian estructuralmente, solo en el contenido, como una posible tercera articulación del lenguaje”. Y es que el desarrollo de este último tipo permitiría una ampliación de la metodología estructuralista a otros campos de las Humanidades, como el Arte o la Música, cuya expresión no es fonemática. Por último, señala que esta posibilidad de desarrollo de formas simbólicas a partir de la dicotomía lengua /habla es la que se refleja en filósofos contemporáneos como Merleau-Ponty, de un modo que recuerda algunos supuestos de Guillermo de Humboldt, al diferenciar las actuaciones del lenguaje de la actividad de este.

Maurice Merleau-PontyPor último, volviendo a la mitología de las lenguas, no me resisto a comentar brevemente otro escrito del maestro Marcos Marín, en este caso aludiendo al mito biologicista. Por supuesto nos habla de la lengua como el el rasgo distintivo de la especie humana, ya hemos dicho que el Homo sapiens es en realidad el Homo loquens, y, en consecuencia, es también algo sentido por los hombres como hondamente propio. Alude a don Miguel de Unamuno para recoger un aserto –a su juicio hiperbólico- del vasco salmaticense: “La sangre de mi espíritu es mi lengua”. El propio Alarcos hablaba de su lengua irrenunciable, refiriéndose al español, la única en que podía decir prácticamente todo aquella que pensaba y sentía. Es legítimo –e incluso puede ser muy saludable- ese noble sentimiento; el peligro, nos advierte Marcos Marín, es llevar ese sentimiento a una exaltación que deriva en el conflicto, precisamente advirtiéndonos contra esos nacionalismos étnicos cuya ponzoña venenosa tanto padeció el propio maestro Alarcos. Y es que, como dice Francisco Marcos Marín, esa exaltación nacionalista –que nada tiene que ver con el legítimo amor por la lengua de uno- puede derivar en la metáfora biologicista rodeándose de mitos e incluso desnaturalizándose de forma sorprendente.

En este sentido, rebate la metáfora biologicista de suponer que las lenguas sean seres biológicos que viven y mueren. Es verdad que todos hemos utilizado –y utilizamos- esa metáfora y todo el mundo –empezando por los profesores- habla de lenguas muertas para referirse a las que ya no se hablan. Incluso su colega y entrañable amigo, el sociólogo Amando de Miguel, llamó a su sección de Libertad Digital durante un tiempo La lengua viva, sintagma que también da título a uno de sus libros. Por ello Marcos Marín matiza el problema que surge de equiparar las lenguas con los seres vivos. Una cosa es que las lenguas estén en constante cambio, cambios que, en el ámbito léxico, son bastante evidentes en cortos períodos de tiempos frente a los cambios morfosintácticos o fonético-fonológicos que suelen abarcar varias generaciones, y de ahí que se recurra a la metáfora de lengua viva, igual que se la homologa a la democracia en la medida en que son los propios hablantes quienes, con su uso, acaban consiguiendo que se admitan o censuren unas u otras expresiones, o bien que caigan en desuso o se circunscriban a unos u otros estratos. Pero, a pesar de lo dicho, Marcos Marín afirma que las lenguas son constructos mentales, que dependen de la inteligencia humana, son sistema de signos, estructuras, que ocupan ciertos trechos de la historia humana e insiste en que los que viven y mueres son los hombres, los usuarios de las lenguas, y que, por consiguiente, no hay lenguas vivas y lenguas muertas, sino lenguas que se usan y lenguas que no se usan. Concluye, por tanto, que “nada garantiza (y los ejemplos son abundantísimos) que una lengua que se habló en un período, incluso largo, que se usó como vehículo de un poder, incluso fuerte, vaya a ser usada más que otra o durante más tiempo. A lo largo de la historia se han dejado de usar cientos de lenguas y se seguirán dejando de usar muchas más. Y la causa de ese abandono no es sino parte del progreso. Así lo entendió la Revolución Francesa, cuando comprendió que el principio de Igualdad incluía la igualdad educativa y que ello implicaba que todos los niños de la República tenían que adquirir el conocimiento y buen uso de la lengua francesa, mediante la educación, para ser ciudadanos iguales. Así lo entendieron las Repúblicas Americanas, que desarrollaron una poderosa legislación lingüística que hizo que el español, hablado por un tercio de los americanos en el momento de la independencia, pasara a ser hablado por la gran mayoría, incluidos los nuevos inmigrantes europeos, un siglo después, en detrimento de las lenguas indígenas, mucho mejor preservadas durante el virreinato [precisamente gracias a los colonizadores españoles]. Profetizar en el asunto de las lenguas es aventurado; pero sabemos que dentro de mil años no se hablará ninguna de las lenguas actuales”. Eso nos sirve para enlazar con el agudo e inteligente escepticismo del maestro Alarcos, quien, junto a su aprecio por su lengua irrenunciable, siempre mantuvo el rigor con total desapasionamiento, alejado de cualquier exaltación visceral, constituyendo un ejemplo de impecable intelectual y figura capital de la Filología española. Del mismo modo que se forraba de escéptica cautela ante el normativismo –que no quiere decir que no sea necesario pues, como bien apunta nuestro admirado Leonardo Gómez Torrego, sirve enormemente para la cohesión de un idioma, máxime para uno supranacional o internacional como el español-, pero, como decía Alarcos, la norma se desprende del peso y medida, esto es, de cuán extendida pueda estar tal o cual expresión, y de en qué niveles, y por eso siempre, como remarcaba: “provisional y a merced del uso[9]”.

Para terminar, no podemos sino volver a recomendar aquella fantástica Gramática de la Lengua española, de la editorial Síntesis, de Marcos Marín (con Satorre Grau y Viejo Sánchez), una de las primeras que devoré en mi adolescencia de lecturas humanísticas, y que, como decíamos al inicio del presente artículo, se halla impregnada de la presencia constante del magisterio alarquiano, de don Emilio Alarcos Llorach, y también, claro está, de don Rafael Lapesa Melgar. Y para aquellos menos duchos en cuestiones filológicas, pero interesados en temas lingüísticos, puede resultar muy placentero el librito de Marcos Marín y Amando de Miguel, Se habla español, en que se tratan y comentan diversos temas, y como dice Pilar García Mouton, multitud de reflexiones, historias, apuntes, anécdotas, e incluso chistes, desde la visión y enfoque de estos dos autores y con la vasta cultura que a ambos caracteriza, además de su preocupación e interés por ese instrumento, que es nuestro idioma, ese sistema en que se parametriza o refleja nuestra capacidad del lenguaje, que es lo que nos hace más auténticamente humanos y que, desde un enfoque estructural-funcional, cabe resaltar tanto por ser vehículo de comunicación como por constituir el cauce de conceptualización del pensamiento, y, de hecho, como dice Salvador Gutiérrez Ordóñez, la forma de hablar está condicionada por el pensamiento y, de igual forma pero a la inversa, el pensamiento se refleja en el lenguaje, de ahí que hable del lenguaje como el instrumento –en realidad, el lenguaje es la capacidad que cristaliza o se sustena en el instrumento, que es el idioma- más perfecto creado por el hombre[10] y, por lo tanto, añadimos nosotros, lo apasionante de su estudio y de ir aprendiendo todo lo que subyace a ese sistema lingüístico merced a la facultad del lenguaje que, como hemos dicho, nos hace humanos, esa especie tan compleja que somos, con su memoria, voluntad e inteligencia –capacidad de discernimiento- y única consciente de la finitud de su ciclo vital, ese valle del mundo terreno o, como decía Alarcos, ese efímero y asendereado paso por la tierra que gramáticos y literatos –todos somos uno- llenamos jugando con la lengua de hablar, que como se sabe, se representa con las letras, con sus conjuntos ordenados, las palabras y con las combinaciones adecuadas que hacemos con estas[11], y es que la lengua es nuestro juego, ya sea destripándola como los gramáticos cuando la analizamos o construyéndola como los (buenos) escritores que van dejando su huella, aunque, como dice Marcos Marín, los que viven y mueren sean los seres humanos mientras las lenguas, sencillamente, se usan o dejar de emplearse por más que para referirse a este hecho se siga recurriendo a la extendida metáfora antes comentada, que no conlleva ningún riesgo siempre que no alimente mitos que sirvan de excusa para originar conflictos ya que las lenguas han de ser códigos de entendimiento tal como lo entendía y concebía el propio maestro Alarcos.


[1] MARCOS MARÍN, FRANCISCO: Curso de gramática española, editorial Cincel, Madrid, 1986.

[2] MARCOS MARÍN, FRANCISCO et al.: Gramática de la Lengua española, editorial Síntesis, Madrid, 1998.

[3] MARCOS MARÍN, FRANCISCO: Aproximación a la gramática española, editorial Cincel, Madrid, 1978 (3ª ed.).

[4] MARCOS MARÍN, FRANCISCO:  Ángel fieramente humano, en El País, Tribuna del 28 de enero de 1998. Artículo también aparecido en Razón y fe, 237, 319-325, Revista hispanoamericana de cultura de la Compañía de Jesús.

[5] ALARCOS LLORACH, EMILIO: El español, lengua milenaria (y otros escritos castellanos), Ámbito, Valladolid, 1989.

[6] MARCOS MARÍN, FRANCISCO; DE MIGUEL, AMANDO: Se habla español, Biblioteca Nueva/Fundación. Rafael del Pino, 2009.

[7] ESCANDELL, Mª VICTORIA et al.: Claves del Lenguaje Humano, editorial universitaria Ramón Areces, Madrid, 2014.

[8] SAUSSURE, FERDINAND DE: Curso de lingüística general, editorial Losada, Barcelona, 2002.

[9] ALARCOS LLORACH, Emilio (1994): Gramática de la lengua española, RAE, Colección Nebrija y Bello, Madrid, Espasa Calpe

[10]  Gutiérrez Ordóñez: “Soy un avaro afectivo” Entrevista en el Diario de León, 2 de febrero de 2011

[11] GRACIA NORIEGA, José Ignacio, Emilio Alarcos: Premio Provincia de Valladolid 1997, ed. Diputación de Valladolid.


 

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