Las nueve musas
cadaqués

Carmen Panadero Delgado

Promocionamos tu libro

Cuando a pasión y sensibilidad se unen solidez en la formación y claridad conceptual, un artista logra obras como las que nacen del talento de Carmen Panadero Delgado, pintora y escritora española, presente en este enriquecedor  diálogo.

El encuentro con tu obra presenta una sólida construcción del espacio y un uso muy sutil de la geometría,  sobre las que el color impulsa la dimensión sensible de tu obra. ¿Cuáles son las principales marcas de tu formación? Me refiero tanto a tus maestros cercanos como a líneas estéticas con las que te identificas.

      Los primeros cuatro años de mi formación plástica, en un estudio-taller privado de Madrid el estudio Gutiérrez-Navas, fueron de una formación muy clásica y siguiendo un orden muy lineal, sin saltarse pasos; una de mis primeras maestras, Concha María Gutierrez-Navas, siempre nos decía: “Antes de atreverse a desdibujar, hay que saber dibujar”. Tenía razón; hay que llegar al estilo más personal, incluso al abstracto, desde una evolución personal y profesional basada en una formación sólida, porque partiendo de una formación se distorsiona, interpreta y abstrae en profundidad, con razones sinceras, lejos de la frivolidad esnob. Cuando a continuación pasé a la facultad de Bellas Artes de la Complutense, ya llevaba algún bagaje; aun así, allí lo probé todo porque, hube de cambiar de estilo según cambiaba de profesor. Esto, que a veces me parecía un lastre que me frenaba, me enriqueció no obstante en técnicas y materiales, lo que ayudó cuando decidí realizar mis propias investigaciones. Yo había salido del primer taller y entrado en Bellas Artes con una pincelada que mis maestros alababan —larga, segura, muy empastada, suelta…— en un expresionismo figurativo muy abocetado. Cuando renuncié a la pincelada para hacer mi obra más personal, entrando en las tintas planas, más de uno de mis maestros lo creyó un error. Pero no di ese paso caprichosamente, tenía razones: mientras más trabajaba por planos, más me liberaba en el color, además, en mi estilo anterior me resistía a terminar los cuadros, haciendo en cambio estudios rápidos y cada vez más abocetados; un cuadro muy trabajado me parecía relamido. Cambiar de estilo me ayudó a saber terminar un cuadro sin que supusiese cargármelo, aunque lo hubiera trabajado durante meses. Si hasta entonces mis pintores de referencia habían sido Goya, Daumier, Cezanne, Sorolla, Van Gogh, Kokoschka, Paul Klee y, entre abstractos, Manuel Millares, Kandinsky…, tras mi cambio pasaron a interesarme más los estilos constructivistas: cubismo, futurismo, vanguardia rusa, etc. y sobre todo, Juan Gris, Picasso, Robert Delonay, Ismael de la Serna, Modigliani, Malevich, Severini, Balla

¿Qué lugar tienen la técnica y los materiales como soporte elegido para tu trabajo?

      He trabajado a lo largo de mi carrera con diferentes técnicas y materiales. En mi etapa de formación probé de todo en técnicas _óleo, acrílicos, carbón, pastel, tintas, aguadas, grabado, collages de todo tipo, tapices, escenografía…_ y en materiales _además de los tradicionales, arenas, polvo de mármol, piedras, lacre, lejía, cuerdas, hilos, telas…_ Pero en mi obra más representativa me centré ante todo en el óleo mezclado con arenas de distintos grosores, que confieren a mis obras aspecto de frescos murales, y en la obra sobre papel lo que más he trabajado es el dibujo, los gouaches y las tintas. El siglo XX priorizó por encima de todo la materia, lo instrumental; parecía que no se investigaba si no se hacía en el campo de los materiales, mientras que críticos, marchantes, artistas, galeristas y otros “expertos” despreciaban la pintura figurativa y sostenían que esta, por poseer referencias reconocibles, tenía un tema y por ello la denostaban llamándola literatura. Por mi parte, siempre he pensado que el tema y el lenguaje que lo expresa son cosas bien distintas; que por sí solo no puede convertir a una obra en buena o mala. Entretanto, la sobrestimación en la investigación formal, si bien enriqueció con el aporte de abundancia de técnicas y materiales, supuso no obstante el endiosamiento de la materia, y nuestra época convirtió en un fin lo que debe ser un medio, un instrumento. Demasiadas veces tuve que pensar frente a aquellos cuadros: “¡Qué investigación más interesante! ¿Por qué no la aplicará y hará una obra?” Personalmente, las investigaciones que siempre más me han absorbido han sido las de composición, espacio, interpretación de formas y, sobre todo, color. En el color ha sido en lo que más me he implicado y con lo que más he arriesgado. Nunca me he planteado mis obras como cuadros, sino como ejercicios, y en cada uno me propongo algo diferente, bien sea en composición, en ritmo, en espacio, en color, en luz, en materiales…, pero siempre he procurado no perder de vista que cada uno de esos elementos son instrumentos al servicio de la unidad de la obra. La obra siempre por delante. Como base de mi pintura siempre está mi filosofía de vida. Recuerdo de aquellos años de mis inicios en solitario (años 80), en que solo parecía importar lo formal y material, haber recibido más de una vez el consejo, no sin cierto paternalismo, “¡Pinta con las vísceras!” Y me recuerdo contestando: “Pintaría con las vísceras si ellas fueran lo mejor que tiene el ser humano”. Yo pinto con el pensamiento, la imaginación, el dolor, la solidaridad, el amor, el inconformismo y la rebeldía, la memoria, la experiencia… Pinto con todo mi “yo”, y con las vísceras también.

El viejo molino

¿Cómo vincularías tu trabajo en pintura con la escritura? ¿Cómo han compartido o ganado espacio a lo largo de tu vida ambas vocaciones o lenguajes?

      He dibujado desde muy niña, hasta donde me alcanza la memoria; era lo más natural en mí, lo que resultaba evidente para todos y por lo que nadie se extrañó luego al verme dedicada a ello. También me recuerdo leyendo siempre todo lo que caía en mis manos, desde niña; pero en la escritura me inicié más tarde, porque, como ya tenía otro medio de expresión, no lo sentí al principio con la misma urgencia. Aun así, antes de dedicarme de forma profesional a la Pintura, ya había escrito una novela corta. Más adelante, metida ya de lleno en ambos lenguajes, la verdad es que, cuando pinto, únicamente me siento pintora y me parece mentira que pueda dedicarme a ninguna otra cosa que no sea pintar, y cuando escribo, sólo me siento escritora y no necesito ni aspiro a otra cosa que no sea escribir. A lo largo de mi recorrido profesional, la pintura ha supuesto para mí una lucha inconformista, a veces alienante, que me hace sufrir, como si siempre hubiera algo que se me resiste. La escritura, por el contrario, me resulta más gratificante, todo parece fluir con menor esfuerzo, encuentro soluciones de forma más natural y con menos lucha. En lo que se refiere a mi persona, he de decir por tanto que es más feliz la escritora.

Investigando sobre tu trabajo de documentación para la novela “El Collar de Aljófar“, he notado que recuperaste como fuente aspectos de la poesía andalusí. También observo en tu obra pictórica un bello cuadro titulado “Homenaje a Pessoa”. Entiendo que la poesía es un lugar de búsquedas o encuentros. ¿Qué nos contarías al respecto?

      Quien haya leído algo de mi obra sabe que la mayor parte de mis novelas históricas transcurren en la España medieval y, concretamente, en al-Ándalus. El esplendor de la cultura andalusí se prolongó en los siglos posteriores al derrumbe del califato y desintegración de al-Ándalus en múltiples reinos de taifas. De modo que, en el siglo XI, la decadencia política y la ruina de Córdoba no impidieron que la poesía floreciera e incluso se generalizara en todo el país, debido a que los intelectuales cordobeses exiliados se dispersaron por todas las provincias como fuerza centrífuga y transmisora. Mi novela “El Collar de Aljófar” refleja ese momento en que la Poesía andalusí tuvo tal predicamento que se podía ser nombrado visir únicamente por el prestigio poético del candidato e incluso salvar la vida un condenado sólo debido a unos sentidos versos. Por eso en dicha novela, que se desarrolla en el siglo XI, no se puede soslayar la Poesía; gracias a ella se conocen detalles de la caída de Sevilla bajo el poder almorávide o del destierro del rey sevillano al-Mutamĩd, así como podemos reconstruir las vidas y amores entre el visir poeta ben Zaydũn y la princesa omeya Wallãda. Cuando la secta fanática almorávide invade nuestra península, arrasando y haciendo en cada población piras de pergaminos y de instrumentos musicales, a los que culpaba de la presunta frivolidad y tibieza religiosa de los andalusíes, uno de los personajes se queja: — ¡Y dicen que vienen a salvarnos porque aman a al-Ándalus! Mienten, porque ¿qué somos los andalusíes sin música y sin poesía? La influencia de la poesía andalusí alcanzó a toda la cultura española posterior: ella subyace en nuestro Renacimiento y dio lugar, especialmente, a la aparición de la Poesía Mística, que no se explicaría sin la existencia anterior del movimiento sufí andalusí.

      También la Poesía se haya presente en mi obra plástica; recuerdo en especial obras como “Homenaje a Pessoa” (1988) con motivo de su centenario, o también un gouache que titulé “Romance del sefardí errante” (1992), basado en una poesía judía medieval española, con ocasión del 5º centenario del primer decreto de expulsión de los judíos españoles por parte de los Reyes Católicos en 1592. Valgan estos ejemplos, aunque no sean los únicos.

Victoria Fabre

 

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