Las nueve musas
Calentamiento global

Calentamiento global y cambio climático. ¿Evidencias o falsedades?

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Complejo, controvertido e inquietante.

Así es el tema que vamos a traernos entre manos, en una sociedad en la que resulta complicado disentir de aquello que una gran mayoría adopta como cierto o verdad absoluta, máxime si esta acontece como catástrofe mundial.

Para muchos —quizás demasiados— el asunto es simple y directo: el hombre, en su afán desmedido de industrialización y desarrollo, está poniendo en peligro especies vegetales y animales y sus ecosistemas, alterando las corrientes y niveles oceánicos, y hasta desestabilizando el curso de los fenómenos atmosféricos.

Es muy lógico sumergirse de pleno en tales acontecimientos apocalípticos cuando se han escuchado voces tan influyentes como la de un exvicepresidente estadounidense y Premio Nobel de la Paz (Al Gore y su oscarizado documental Una verdad incómoda, 2006), un organismo de la ONU también Nobel de la Paz (el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, o IPCC en sus siglas en inglés) o docenas de gobiernos que, preocupados y velando siempre por sus ciudadanos y la salvación planetaria, se han convertido al ecologismo en un abrir y cerrar de ojos.

 

Si además añadimos grandes corporaciones que apoyan la causa, junto a ONGs y activistas influyentes, y lo aderezamos con una alta dosis de alarmismo —para el que los grandes medios de comunicación se han graduado satisfactoriamente en los últimos años—, la catástrofe ecológica y planetaria está servida y es prácticamente imposible obviarla o cuestionarla.

Hasta ahora, nada nuevo entre las filas de una situación que ha derivado en un profundo fenómeno político y social. Pero lo que a simple vista no se percibe es el entramado estratégico y los intereses que mueven los hilos de lo que, más exactamente, se debería calificar como una manifestación colectiva de comportamiento manipulable.

Porque no es un secreto que los medios de comunicación, desde las élites políticas y económicas, pueden llegar a ser verdaderos instrumentos de tergiversación y difusión de los intereses que aquellas decidan. Y tampoco es desconocido que, como tales instrumentos e intermediarios que son, pueden estar al servicio de la verdad y de la ética periodísticas.

¿Verdad? ¿Cuál verdad? ¿La incómoda o la más incómoda que la cuestiona? ¿Existe pluralidad informativa?

Lo que no habría que cuestionar es que, ante un problema global que incumbe a toda la humanidad, debiera ejercerse el sano oficio de escuchar todas las voces expertas posibles para, una vez diversamente informado (o mal informado, según sea el caso), optemos por discernir nuestra propia verdad, a ser posible con ciertos tintes de sensatez y objetividad.

Antes de conocer las auténticas raíces de esta situación y aventurarnos en desgranar otras fuentes, es preciso recordar dos premisas fundamentales, cuya ausencia puede revertir en religión dogmática a la ciencia: esta ha de fundamentarse en evidencias observables y no en consensos, y su investigación debe ser abierta y transparente, e independiente de influencias determinadas por intereses políticos, económicos o de poder.

Bert Bolin
Bert Bolin

Si hacemos un poco de historia, el origen de todo este reciente desaguisado habrá que situarlo en la década de los 70 del pasado siglo, en plena recesión mundial por la crisis del petróleo. Por aquel entonces, surgió una teoría, un tanto excéntrica para muchos coetáneos, que postuló el sueco y meteorólogo Bert Bolin, y en la que consideraba al gas dióxido de carbono (CO2) como probable causante de subidas en la temperatura. Él mismo reconoció no estar seguro.

Tal postulado no habría trascendido a más, si no hubiese sido porque fue rescatado por la Primera Ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, a la que le vino al pelo para apoyar, como otro argumento más, su nueva agenda energética.

Políticamente hablando, a ella no le interesaba ni el petróleo (crisis) ni el carbón (huelgas mineras), así que apostó por la energía nuclear, que resultaba ser limpia de emisiones de CO2. En aquellas circunstancias de subidas de temperaturas mundiales, en caso de que fuese demostrado que se debían a este gas invernadero —generado en parte por el hombre y la industrialización—, la energía nuclear resultaba ser perfecta para sus objetivos.

Sin duda, fue el principio de unos intereses políticos de los que se desconocían las consecuencias posteriores y hasta qué punto se tergiversaría con el tiempo.

De forma casi paralela y distante, la corriente ideológica del ecologismo contra el progreso y las sociedades desarrolladas como destructoras del mundo, se reforzaba por esta sólida asociación con el CO2 industrial y por un masivo trasvase de antiguos pacifistas y activistas políticos —fruto de la reciente caída del comunismo—, que se adaptaron con facilidad al lenguaje verde y tras el que escondían un neomarxismo y anticapitalismo disfrazados, lejos de toda ciencia o ecologismo genuino.

Fue así cómo se llegó a una extraña confluencia entre la derecha de Thatcher y la izquierda de un nuevo ecologismo político, en base a aquella extravagante teoría sobre un gas, que tanto protagonismo fue adquiriendo.

ContaminaciónEn este caldo de cultivo —en el que las ayudas y subvenciones de los gobiernos a las ciencias del clima fueron aumentando a partir de los años 90, multiplicándose hasta diez veces—, los medios de comunicación, gracias a una nueva generación de reporteros ecológicos, fueron preparando a la población, alarmando permanentemente y asociando cada fenómeno natural ocurrido en cualquier rincón del planeta con un calentamiento global de origen totalmente antrópico y devastador.

En el año 2009, se hackearon documentos de la élite científica del IPCC que mostraban una posible manipulación y destrucción de datos, así como presiones hacia los científicos que disentían: fue el Climagate o Watergate climático.

Ese mismo año, se creó la Coalición Científica Internacional del Clima (ICSC, en sus siglas en inglés), una plataforma de 150 científicos, economistas y expertos en energía de 15 países, que pretendían mejorar la información pública, oponiéndose a las medidas de la Cumbre de Copenhague y arguyendo que no existían evidencias empíricas sobre el calentamiento global causado por el hombre y el CO2 industrial.

En la actualidad, lo que no cabe duda es que nos encontramos ante un gran negocio de intereses políticos y económicos de energías renovables, biocombustibles —y las consecuentes talas masivas para la producción industrial de plantaciones transgénicas a través de multinacionales—, transporte eléctrico, fondos de inversión de bancos en tecnología verde, patentes de nuevos productos ecológicos y rehabilitación energética de edificios —con los derivados costes de impuestos—, y una novedosa legislación. Es la nueva industria verde del cambio climático.

Una vez situado el fenómeno en un contexto histórico, político y económico, veamos lo que un buen número de científicos —procedentes de universidades e instituciones por todo el mundo—, expertos en diversos campos relacionados con el asunto, han intentado transmitir desde el primer momento, sin demasiado éxito ante tan poderosa campaña. No es arbitrario que hayan sido atacados y sentenciados al ostracismo, por cuestionar una teoría y analizar de forma coherente la situación.

Entre estas voces no politizadas, algunos pertenecen o han pertenecido a esa comunidad científica de élite del IPCC, creadora del llamado consenso —que no es tal— de este nuevo paradigma científico.

ContaminaciónNos anuncian que debemos preocuparnos porque el clima de la Tierra está cambiando, pero lo que estos estudiosos responden es que el clima de la Tierra siempre ha estado cambiando —y sin nuestra colaboración—, siguiendo sus ciclos naturales.

Sobre los datos del aumento de la temperatura media del planeta (0,4ºC), hay que aclarar que estos son el resultado intermedio de dos mediciones bien distintas: una desde estaciones en la Tierra (0,6ºC) y otra desde el espacio, a través de satélites de la NASA y globos sondas (0,2ºC).

Como puede comprobarse, ambos datos difieren, sobre todo si tenemos en cuenta que los registros en tierra se llevaron a cabo en puntos inapropiados de temperaturas altas, como en el interior de ciudades, cerca de los bosques o en los océanos por su zona costera, donde las aguas superficiales son más calientes por la influencia terrestre.

Pero el debate más conflictivo procede, sin duda, del estigmatizado CO2 y su mortífero efecto invernadero. Dos argumentos, tan primordiales como básicos en la ciencia de los ecosistemas o Ecología y en la Geofísica, contribuirán a ilustrarnos y a darle a este sencillo compuesto químico su auténtico lugar en el mundo.

El primero es que el efecto invernadero es un proceso, no ya natural que posee el planeta, sino que es vital en la regulación constante de la temperatura global planetaria, entre unos márgenes en los que pueda darse el curso de la vida. Pero se ha expuesto de forma tan insistente en asociación con el CO2 de origen humano, que se llega a creer que es nocivo y consecuencia casi única de las actividades industriales.

Cambio climáticoEn este efecto invernadero creado por nuestra Gaia, entran en funcionamiento variados gases. Entre ellos, el de mayor cantidad es el vapor de agua (95%), que además es mucho más eficiente absorbiendo y transmitiendo calor. El temido CO2 supone un 0,054%, al que habría que sumar el provocado por el hombre; mas hete aquí que el porcentaje de origen antropogénico es aún menor que este que existe de forma natural para conservar el efecto invernadero.

El segundo argumento básico al que nos referíamos tiene que ver también con el dióxido de carbono y el importante papel que juega, no ya en dicho efecto, sino en otros procesos geológicos de la Tierra.

A base de demonizar al CO2 por los medios periodísticos y los alarmismos, se nos olvida algo principal, simple y, a la vez, hermoso: tú, mi querido lector, y yo, estamos hechos de CO2; todos los seres vivos y la atmósfera están formados de CO2. Es más, sin él, no podría construirse la materia orgánica de la que están hechos los vegetales, pilares fundamentales para la existencia del resto de seres vivos.

LuecesPero, más allá de la vida, las mayores emisiones de este compuesto a la atmósfera las provocan un alto número de volcanes en actividad por todo el planeta, además del proceso de descomposición de plantas y animales muertos, y la mayor fuente de todas, los océanos, puesto que llevan a cabo un intercambio con la atmósfera en el que, a temperaturas altas, lo liberan, y al bajar la temperatura, lo toman y almacenan.

La Tierra siempre ha experimentado épocas de calentamiento —mayores que el actual— y épocas de enfriamiento, que nos muestran cómo Gea acaba autorregulándose. Así ha sido durante millones de años.

Por ello, no solo han existido las grandes épocas glaciares terrestres, con períodos interglaciares como el actual, sino que hay datos sobre pequeñas glaciaciones, precedidas por temporadas de subidas de temperaturas. Fue el caso de la pequeña edad de hielo ocurrida entre 1645 y 1715, con un período previo cálido, que se asemeja mucho a nuestra realidad actual, sobre la que ya algunos expertos nos anuncian un inminente enfriamiento.

Los paleoclimatólogos disponen de los datos de la historia climática de Gaia desde hace unos 570 millones de años, registrada a gran escala en materiales geológicos, como los núcleos o bloques de hielo del Ártico. Al analizar la relación entre el dióxido y la temperatura, se ha podido constatar que ha habido períodos en la historia terrestre con niveles más altos de este gas que ahora —hasta diez veces más—, sin apreciar, sin embargo, cambios del clima en las correspondientes reconstrucciones climáticas.

LuzAstrofísicos de la Universidad de Harvard analizaron la comparativa gráfica de ambas variables en los últimos 100 años en el Ártico, pero no observaron coincidencia alguna. De hecho, el CO2 aumentó en los años 40, justo cuando las temperaturas comenzaron a descender durante tres décadas.

También se observó que el mayor aumento de la temperatura global en los últimos 150 años, se acusó en las primeras décadas del siglo XX, época de producción industrial baja, si la comparamos con la ocurrida posteriormente a partir del boom económico de la posguerra, hasta la actualidad.

Los detractores de la teoría del calentamiento global no niegan la evidencia de una subida de la temperatura media terrestre —que comienza a revertir—, pero ponen en cuestionamiento que el ser humano o el CO2 subsiguiente de sus actividades de sociedad desarrollada sean los causante de aquella, y sí las causas naturales. ¿Cuáles serían estas?

El hecho de encontrarnos sobre un planeta desde el que apenas miramos al cielo, entre bloques de hormigón, nos hace olvidarnos de que hay mucho más ahí afuera, y que todo nos influye, pero especialmente una estrella que nos nutre de energía, haciendo posible la vida y el alimento: nuestro astro rey.

Piers Corbyn
Piers Corbyn

Al físico polar y meteorólogo Piers Corbyn se le ocurrió estudiar la relación que podría tener la actividad solar —campos magnéticos provocados por las manchas solares— con la temperatura en la Tierra. Los resultados fueron asombrosos: en una muestra comparativa del gráfico de la fluctuación de las manchas solares de los últimos 100 años en el Ártico y el del cambio de la temperatura —información independiente extraída de la NASA—, la coincidencia era exacta. A mayor actividad solar, mayor aumento de la temperatura, y viceversa.

Investigaciones posteriores sobre otros factores influyentes en la temperatura, como la incidencia en la atmósfera de los rayos cósmicos y la formación de las nubes, concluyeron que, en todo caso, el sol siempre era el causante número uno en la producción de calor terrestre.

El Instituto Danés de Meteorología también comparó los registros de manchas con los de las temperaturas durante el siglo XX, así como en los últimos 400 años, y evidenciaron las mismas conclusiones. Durante la pequeña edad de hielo mencionada, se observó un período de mínimas manchas. En 1998, el año más cálido de la década de los 90, la NASA anunció que la actividad solar se amplificaría.

Por otro lado, si hubiese un aumento en la temperatura de la superficie terrestre por la actividad humana, también debería observarse en la atmósfera. Sin embargo, los datos de medición de los satélites y globos sonda no lo constatan; de hecho, incluso la temperatura baja.

Según uno de los informes del IPCC, la malaria es una enfermedad tropical y el aumento de las temperaturas por el calentamiento global conllevará que se extienda hacia los países del norte. Sin embargo, Paul Reiter, del Departamento de Entomología médica del Instituto Pasteur de París y que formó parte del grupo de élite del IPCC, afirmó que el mosquito de la malaria es muy abundante desde siempre en zonas frías, habiéndose producido millones de casos con muertos, como en Rusia, en los años 20.

Respecto a los cambios en los niveles del mar, desde el Departamento de Biogeografía de la Universidad de Londres, apuntan que se deben más bien a cambios relativos de los niveles terrestres y por factores naturales de expansión termales de los océanos, pero no al derretimiento de los polos.

VerdeMediciones realizadas de la cantidad de hielo en el Ártico desde 1970, han mostrado un aumento en el mismo. La extensión de hielo, tanto en Groenlandia como en la Antártida, es mayor que antes y la temperatura ha descendido, según las mediciones del Altímetro de Radar Satelital, debido a un incremento en las nevadas. Hasta la misma NASA reconoce que el continente antártico no contribuye al aumento del nivel del mar, como dicen los informes del IPCC.

Aunque las noticias sobre el cambio climático suelen mostrar fragmentos de hielo desprendiéndose, según el Centro Internacional de Investigación Ártica de la Universidad de Alaska Fairbanks, esto ocurre cada año y forma parte del deshielo cíclico natural, al aumentar las temperaturas en la primavera.

Cada vez más expertos —entre ellos, la Academia de Ciencias de Rusia— explican estos sucesos como el advenimiento de una pequeña era glacial. Ante este panorama, una teoría como la del calentamiento global empieza a vislumbrarse, cada vez más, de mucha propaganda y poca ciencia.

en el espacioSiempre pueden concurrir diferentes teorías para interpretar un mismo fenómeno, pero cuando se captura una de ellas de forma abanderada y dogmática, censurando las demás, brota el desasosiego en el panorama científico. Si, como es el caso, además es una teoría sin consistencia empírica, no es más que publicidad para perseguir unos objetivos. ¿Podrían existir intereses detrás de todo esto?

Hay un hecho manifiesto, y es que estas nuevas y agresivas disposiciones de la industria verde para combatir el cambio climático están siendo funestas para el mundo en vías de desarrollo. No debemos olvidar que casi una tercera parte de la población mundial no tiene aún acceso a la electricidad y emplean carbón o madera como combustibles.

¿Qué pretende, pues, esta lucha contra el calentamiento global? Que los países más pobres del planeta —de África y Latinoamérica— utilicen la energía más cara (eólica, solar), al menos tres veces más que las convencionales.

Algunas voces, en este caso, gritan más alto de lo normal, puesto que se trata del aspecto más escandalosamente inmoral de esta campaña: evitar el desarrollo económico de ciertos países, con recursos sobrados.

¿Con qué peso moral los países occidentales desarrollados —que utilizan un pequeño porcentaje de energías renovables—, presionan a nuestros países hermanos desfavorecidos para que no hagan lo que sí hacemos nosotros? ¿En pro de salvar al planeta? ¿Salvarlo de qué? ¿De su propia autopredación humana?

Mientras el hombre no resuelva sus auténticos problemas, entre ellos y el peor de todos, el de la ignorancia y manipulación, seguirá andando dormido entre disparos de miedo, en un mar de inconsciencia colectiva.

Urge, por tanto, el pensamiento reflexivo, la educación del pensamiento propio y crítico; en una palabra, el ciudadano consciente.

No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría. Jean Cocteau

Mar Deneb

Mar Deneb nació en Sevilla. Es bióloga, escritora y música.

Como bióloga, fue supervisora en el Proyecto de la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía “Generación y Captura de Datos de los Subsistemas de Relieve y Uso del Programa Sistema de Información Ambiental de Andalucía (SINAMBA)”.

Fue Directora Técnica del Proyecto de la Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía “Plan Rector de Uso y Gestión (P.R.U.G.)” del Parque Natural Bahía de Cádiz y Coordinadora en el del Parque Natural Barbate.

Trabajó como Técnica de Medio Ambiente y Educadora Ambiental en el Ayuntamiento de Sevilla.

Como escritora, publicó las novelas “Zenia y las Siete Puertas del Bosque” (2016), de fantasía épica, y “Ardo por ti, Candela” (2016), de género erótico.

Formó parte de las Antologías de Relatos “Cross my Heart. 20 Relatos de amor, cóncavos y con besos” (2017) y “Ups, ¡yo no he sido!” (2017), junto a otros escritores.

Fue redactora de la sección de Ciencias en la Revista Cultural “Athalía y Cía. Magazine”.

Colaboró en el Programa Cultural de Radio “Tras la Puerta”, con alguno de sus relatos.

Formó parte del jurado del I Certamen de Relatos Navideños del grupo literario “Ladrona de sonrisas”.

Como música, fue Jefa de Seminario y Profesora de Música de Enseñanza Secundaria y Bachillerato.

Fue Socia y Coordinadora de Producción en varias empresas de Producción Musical.

Formó parte como instrumentista de diversas agrupaciones musicales.

En la actualidad, imparte talleres sobre la inteligencia de las plantas y sus elementales.

Lleva la sección “Más que plantas” en su canal de YouTube.

Trabaja en sus dos próximas novelas, en diversos relatos y escribiendo artículos para su propio blog.

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