Las nueve musas

Caballeros y Monjes

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Sus armas fueron la Cruz y la espada; sus vidas oscilaban entre la oración y la  guerra.

Los freires de las Órdenes Militares medievales convirtiéronse en el brazo armado de Dios. Las Órdenes Militares siempre respondían raudas cuando de enfrentarse al musulmán se trataba: eran los freires los primeros en llegar, los últimos en abandonar y los más esforzados en la batalla.

 la cruz y la espada
Caballero de la orden de calatrava

Desde mediados del s. XII actuaban en los reinos cristianos de España e hiciéronse indispensables tras cada reconquista en la defensa de las áreas fronterizas y de los repobladores. Los monjes-soldados eran muy diestros en todas las disciplinas marciales y, pese a decirse servidores de Cristo, no sentían reparos en arrebatar la vida del adversario. Pero freires y tonsurados gustaban de usar la maza ferrada mejor que la espada; creían seguir así el precepto divino de no verter sangre, aunque tampoco la maza perdonara vidas.

La Órdenes Militares participaron en hechos de enorme trascendencia, como las batallas de Alarcos y de las Navas de Tolosa, pero, sobre todo, jugaron un papel decisivo en las franjas fronterizas entre la España cristiana y la musulmana. Aunque instituciones similares existían también en al-Ándalus desde siglos atrás: las rápitas o rábidas. Eran, asimismo, centros musulmanes de carácter religioso-militar, situados también en los límites de sus dominios y en sus costas para vigilancia y protección del territorio. Idéntica misión que las Órdenes Militares cristianas, pero anteriores a ellas. Estas surgen inspiradas en aquellas, porque los enemigos se imitaban para poder enfrentarse con las mismas armas. Unas y otras lidiaban entre sí, y ambas contendían con la exigua población que habitaba las zonas limítrofes.

“Los escasos pobladores de esas tierras de nadie, junto a las fronteras, eran enaciados que actuaban como espías y confidentes; movíanse por allí como por su casa, yendo y viniendo entre caseríos y atalayas, disfrazados, esquivando las rápitas, husmeando y rapiñando los rumores hasta el más mínimo detalle, y luego vendían sus noticias al mejor postor. Llevaban las nuevas al cristiano, enriquecidas con intrigas de su propia cosecha, y al punto iban al musulmán con las mismas noticias, aderezadas con los pormenores fisgoneados en tierras cristianas” (‘La Cruz y la Media Luna).

Caballeros y Monjes
Calatrava la Nueva

Al sur de las tierras castellanas distinguiose, en especial, la Orden de Calatrava. Nació en la medina Qalãt-Rãhba (provincia de Ciudad Real), ciudad bienamada de los musulmanes españoles, de cuya pérdida en 1147 nunca se consolaron. La Orden se fundó cuando los Templarios que velaban por la ciudad la devolvieron al rey Sancho III de Castilla, en la certeza de no poderla defender, ya que la situación en la frontera era precaria y no conseguían liberarla del asedio a que era sometida incesantemente por los sarracenos. Se brindaron entonces para su custodia dos monjes del Cister, fray Raimundo Sierra, abad de Fitero, y fray Diego Velásquez, y lograron al fin en 1158 que los almohades levantaran el cerco. Muchos caballeros se les fueron agregando, y extendiose la Orden por todo el sur de Castilla, repoblando campos y fundando villas, castillos y conventos. Muerto fray Raimundo, los monjes tornaron a Fitero, pero los nuevos hermanos eligieron por Maestre a fray García, y la Orden, convertida en milicia al modo del Temple, se dotó de una regla en Capítulo General del Cister, que fue aprobada por el Papa Alejandro III en 1164, siendo ya rey Alfonso VIII. Y durante casi medio siglo, el Alcázar de la vieja ciudad fue castillo-convento de los caballeros-monjes de la Orden, su casa matriz.

freires
Calatrava La Vieja

Pero, tras la derrota sufrida por el rey castellano en Alarcos (1195), los muslimes recuperaron su emblemática ciudad, y los calatravos hubieron de aposentarse en Ciruela y en Zorita durante unos años, hasta que en 1198 el Maestre don Nuño Pérez de Quiñones decidió emprender la conquista de Salvatierra. Unas dos leguas al sur de la antigua ciudad de Oreto y a medio camino entre el Guadiana y el Guadalquivir, en las primeras estribaciones de la Sierra Morena hay un ancho desfiladero custodiado por dos fortalezas, frente a frenteSalvatierra a un lado y el castillo de Dueñas al otro—. Estas dos plazas, situadas a ambos lados de una de las calzadas romanas (de Mariana y Oreto a Calatrava), jugarían su principal papel en el siglo XII y principios del XIII.

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El Maestre de Calatrava envió a sus huestes contra Salvatierra, y un ejército de freires al mando del Comendador Mayor de la Orden, Martín Martínez, apoderose de dicha plaza, aislada en medio de territorio enemigo. En ella se encastillaron impávidos cuatrocientos caballeros-monjes y setecientos peones-legos, alternando episodios de correrías, conquistas y devastación de las plazas árabes vecinas con otros en que hubieron de protagonizar verdaderas defensas numantinas. En esta etapa (1198-1211) pierde la Orden su nombre original y los monjes pasan a ser llamados freires de Salvaterra, según aparecen nombrados en documentos por Papas y reyes.

Después de que dicha fortaleza viniera a sus manos la Orden fortificó el castillo y repobló su villa. “La fortaleza de Salvatierra, puesto avanzado, centinela y llave de las tierras fronterizas, mostraba un aspecto impresionante y transmitía sensación de inexpugnable. Se había edificado encajada entre dos enormes crestas rocosas, paralelas entre sí. Sobre estas prominentes paredes de piedra natural se encastraban buena parte de las murallas de la fortaleza y en algunos puntos esas paredes de roca eran las únicas defensas, allí donde formaban auténticos acantilados cortados a pico” (La Cruz y la Media Luna).

Por la ladera del monte, de pronunciada pendiente, se diseminaba la puebla hasta la base del cerro. Veíase un gran recinto rectangular sin techar, adosado al cuerpo principal de la fortaleza, murado también y con torres en sus esquinas: era la albacara o corral para el ganado, repleta de animales para el aprovisionamiento de los ocupantes.

Ese cerro abrupto de Salvatierra no es, sin embargo, la altura más importante en la zona y se ve dominado por otros, como el cerro del Alacranejo frente a él y a escasa distancia, sobre el que se asentaba el castillo de Dueñas.  Pero los calatravos no dudaron entre los dos; tenían claro su objetivo porque hay que tener en cuenta que la elevación del monte no es el factor más importante a la hora de elegir emplazamiento para un castillo; otros valores estratégicos, como la posibilidad de defensa, el perímetro de murallas y la facilidad de aguada, son primordiales antes que la altura.

La gran importancia que tenía la fortaleza de Salvatierra en aquellos momentos para los cristianos debíase, sobre todo, a que se había constituido en la llave de al-Ándalus, pues, hallándose los demás pasos en manos agarenas, era este el único acceso en las fronteras con los musulmanes que controlaban los cristianos. “Impresionaban la belleza y la solidez tanto del castillo como del cerro, que se acoplaban y entrelazaban el uno en el otro de tal modo que parecían formar un mismo bloque, como si el castillo hubiera brotado de forma natural en aquellos roquedales” (La Cruz y la Media Luna). Desafiaba a los adversarios, dando así origen al hecho histórico de mayor trascendencia entre los que se vivieron en ambas fortalezas:

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Maqueta de Calatrava la Vieja

El fin de las treguas y las provocaciones de sus adversarios habían movido al emir almohade al-Nasir (Miramamolín) a acudir a al-Ándalus, en respuesta a las llamadas de socorro que le dirigían desde las tierras saqueadas en las algaras de los cristianos. El rey de Castilla Alfonso VIII y su hijo, por un lado, y los caballeros-monjes de Salvatierra, por otro, no cesaban de hostigar a los muslimes. Sobre todo los caballeros de la Cruz, que habíanse hecho fuertes en esa plaza aislada en medio de territorio musulmán, habían logrado aterrorizar a toda la comarca, porque se aventuraban hasta el Wadi-al-Qabir, “El río grande”, asolando a su paso e imponiendo sus cruces. Y el emir resolvió convocar la guerra santa.

Su visir Ben Gâmea sentía verdadera obsesión por expulsar de aquel castillo a los caballeros de la Cruz. No olvidaba que en esa vaguada y frente a frente se alzaban dos plazas antes musulmanas y por entonces (1211) en manos de los calatravos: los castillos de Talŷ (para los cristianos, castillo de Dueñas) y Sarbatera (arabización de Salvatierra). Unas columnas ascendieron la pendiente del cerro del Alacranejo y tras breve porfía se les rindió el castillo de Talŷ; allí se acomodó el Emir con sus visires e instaló su cuartel general. El campamento sarraceno se situó a lo largo de la vaguada y a los pies de ambos castillos. En torno a Salvatierra alzáronse, apretando el cerco, cuarenta máquinas de asalto entre almajaneques y algarradas. Pasaron las semanas y vinieron las lluvias y los fríos, pero Salvatierra no se entregaba.

Salvatierra y Dueñas, frente a frente

Los asediados no perdían la esperanza de recibir ayuda, sobre todo aguardaban al príncipe D. Fernando, el heredero de Alfonso VIII, que por su extrema juventud deseaba con pasión emprender grandes gestas. Suponían que, cuando el infante lo supiera, al punto acudiría con sus huestes a liberarlos apenas concluyera su incursión por Montánchez (donde se hallaba). Pero el príncipe heredero retornó de su campaña extremeña aquejado de un extraño mal. Los reyes, sus padres, recibieron en Toledo nuevas de la enfermedad del hijo, que se encontraba muy postrado y arrebatado por aguda fiebre en la villa de Madrid. Mientras ellos se ponían en camino enviaron por delante a sus físicos Arnaldo y Abraham ben Al-Fakkar. Pero el mal avanzó inexorable y, a pesar de la denodada lucha de su naturaleza joven y fuerte, murió con apenas veintidós años.

Murió el heredero, don Fernando, el 12 de octubre de 1211, y nada cierto llegó a saberse de la naturaleza de su mal. Se habló de unas fiebres contraídas durante su algara por Montánchez y hasta llegó a circular el rumor de un envenenamiento, aunque no existía fundamento alguno para creerlo. En Salvatierra ya no esperaban refuerzos porque, al dolor infinito del rey, se sumó el hallarse inmerso en los preparativos de la gran empresa de las Navas de Tolosa, que ya estaba en marcha. Salvatierra estaba sentenciada.

Pero los caballeros calatravos estaban determinados a resistir. Se fue alargando tanto el cerco que llegaron las nieves y los hielos, a los que los sitiadores no estaban habituados, y menos los de origen africano. Con el recrudecimiento de la estación  escasearon las provisiones, así de hombres como de caballerías, y el ejército sarraceno hubo de padecer tantas penurias o más que los sitiados; sobre todo, sufrieron con desmesura los rigores de la intemperie. Muchos perecieron a lo largo de asedio tan pertinaz, y en el campamento almohade cada vez se sumaban más razones para el descontento reinante.

“Ya no quedaban árboles que talar ni animales que cazar en muchas leguas a la redonda; cada vez había que ir más lejos para aprovisionarse, pues no era fácil lograr manutención suficiente para tal muchedumbre. Tanto y tanto se prolongaba el sitio a Salvatierra que vieron como, sobre el pabellón rojo del Emir una golondrina anidó, puso sus huevos y los empolló; más tarde vieron volar a sus pajarillos, crecer estos y ganar pericia. Y Salvatierra seguía inquebrantable” (La Cruz y la Media Luna).

Cruz de Calatrava
Cruz de Calatrava

Entonces apretaron el cerco con porfiado empeño, los ingenios redoblaron su actividad y, además de grandes piedras, lanzaban bolas de hierro, metales candentes, animales muertos y todo tipo de inmundicias. Los arietes se aplicaron a fondo para lograr batir las inexpugnables murallas y, al fin, lograron abrir brechas en los nobles muros, lo que dificultaba aún más su defensa. Con la llegada de la primavera advertíanse indicios de que los defensores de Salvatierra se veían ya en gran apuro, porque los víveres y el agua empezaban a escasear y, por tanto, a ser racionados.

El Maestre de la Órden, D. Ruy Díaz de Yanguas, el clavero y el comendador advertían consternados que el número de enfermedades crecía y se propagaban con rapidez. Temían que, conforme avanzasen hacia los calores estivales, el peligro de epidemias fuese en aumento, dadas las condiciones de hacinamiento en que vivían y el deterioro de las medidas de higiene a que obligaba el racionamiento del agua. Corría el mes de mayo cuando el Maestre tomó la resolución de proponer al Miramamolín la entrega de la fortaleza de Salvatierra a cambio de las vidas de todos sus moradores.

Pocos días después, ya en junio, salía Alfonso VIII de Toledo con sus fuerzas, acompañado por su primo Pedro II de Aragón con sus huestes y por los ultramontanos europeos. Partían rumbo a Calatrava.

“Entretanto, el visir ben Gãmea intrigaba a espaldas de Al-Nasir. Ya había recibido la primera petición de auxilio desde Qalãt-Rãhba y se la ocultó a su Emir. La firmaba el esforzado caudillo andaluz Abũ-l-Hegiag ben Qãdis, alcaide de la plaza, y en ella informaba de que un poderoso ejército cristiano, nunca visto, había partido de Toledo y acampado en Guadalerza, amenazando seriamente a Malagón. Al siguiente día, una nueva carta llegó desde Qalãt-Rãhba, aún más apurada que la anterior. En ella ben Qãdis solicitaba refuerzos con premura e informaba de la caída de Malagón en manos de Alfonso y del degüello de todos sus habitantes. Pero el visir ben Gãmea, encelado en la conquista de Salvatierra y pretendiendo que nada distrajera a Al-Nasir de su objetivo, siguió ocultando al Emir las peticiones de socorro del alcaide de Qalãt-Rãhba, que se aprestaba ya a defender la ciudad con solo setenta caballeros como guarnición” (La Cruz y la Media Luna).

Finalmente, el ejército cristiano vadeó el río Wadi-Ana y puso cerco a Calatrava. Defendiéronse los setenta muslimes heroicamente frente a un ejército innumerable, en el que se veían raros pabellones de allende los montes Pirineos y oíase hablar en todas las lenguas. Tras varios días de asedio, viendo Aben Qãdis que no se le enviaban los refuerzos, el extremo en que se hallaban y que no podían defender la plaza, comenzó a proponer negociaciones para alcanzar una capitulación que respetase las vidas de quienes estaban a su cuidado, pues numerosa era la población civil.

Alfonso VIII aceptó, y ofrecieron la plaza al rey, pero él pidió que la entregaran a los caballeros calatravos, pues de su casa matriz se trataba. Era el domingo 30 de junio de 1212. Pocos días después el rey de Navarra y sus mesnadas llegaban como refuerzo del ejército cristiano. Evacuado el castillo por los muslimes, ben Qãdis y su grupo de leales dirigieron sus cabalgaduras hacia el castillo de Talŷ (Dueñas) para presentarse ante el Emir Amuminín y dar cuenta del desenlace del asedio. Estaba cierto de que morirían todos en cuanto llegasen ante el Emir, debido a la rendición de Calatrava.

Cuando se acercaban al campamento mahometano, extendido a los pies de Salvatierra y Dueñas, “les salieron al encuentro varios adalides de los andaluces para avisarles de lo mal predispuesto que estaba contra ellos el Gran Visir, de la mucha diligencia con que buscaba sus cabezas, y rogarles que evitaran acercarse por allí pues temían por ellos. Pero ben Qãdis afrontó su responsabilidad, resuelto a presentarse ante el emir” (La Cruz y la Media Luna).

Informado el visir ben Gãmea de la llegada de los de Qalãt-Rãhba, se fue hacia ellos con la guardia negra y mandó que los apresasen. El valiente y leal ben Qãdis rogó al visir que lo dejase entrar con él ante el emir Al-Nasir para poder explicarle la entrega de la plaza que estaba a su cuidado. Respondiole ben Gãmea:— No entra a ver al Emir Amuminín ningún infame —. “Luego los maltrató e insultó, afeándoles la traición que no habían cometido, y sin atender sus explicaciones y excusas los mandó matar en el acto. Fueron alanceados a la vista de todos. El ejército quedó horrorizado y criticaban este procedimiento tan extremado” (Crónicas Arábigas). Los que más se quejaban, abiertamente ya y sin recatarse, eran los andalusíes, que con lo acaecido perdieron los buenos propósitos que tenían, ya que Aben Qãdis era un caudillo andaluz muy querido y respetado en todo al-Ándalus. El visir supo de sus quejas y receló de ellos; convocó a los principales caídes andalusíes ante el Emir y así les dijo con tono desabrido:

—Vosotros nada tenéis que hacer junto a los fieles. Abandonad el ejército almohade. Acampad aparte y servid aparte, porque no tenemos ninguna necesidad de vosotros. Cuando acabemos esta expedición, examinaremos la causa de todos los perversos.

Al punto, la mayor parte de los andaluces abandonaron indignados el ejército. Fue tanto el pesar que invadió al Emir por la pérdida de la ciudad de Calatrava que según las crónicas llegó a enfermar y no podía pasar bocado, pero, al saber la proximidad de tan gran ejército enemigo, no le quedó otro remedio que mandar predicar de nuevo la guerra santa con suma urgencia. Los almohades habían creado el conflicto con los andalusíes en el momento en que se veían forzados a tener que pedirles nuevos alistamientos. El despecho que sentía el emir por la rendición de la emblemática ciudad de Calatrava hizo que se empeñase con obcecación en el asedio a Salvatierra, para obligarlos a entregarse en pocas horas. Los caballeros calatravos, viendo todo perdido y temiendo por las vidas de freires y pobladores, se avinieron por fin a negociar la capitulación. Al día siguiente se rendía Salvatierra.

Castillos Calatrava la Nueva y Salvatierra

Un mes más tarde, en julio, llegaba Alfonso VIII a las Navas; de camino se detuvo con su inmenso ejército en la vaguada, ante los dos castillos recién perdidos, pero no quiso malgastar tiempo ni perder efectivos en recuperarlos, porque quería reservar sus fuerzas intactas para la gran batalla que se avecinaba. Sin embargo, no se privó de realizar un espectacular alarde, con arengas y desfile militar de impresionante despliegue a los pies de la fortaleza de Salvatierra, que otra vez era musulmana.

A partir de ahí, lo que sigue es bien conocido: Los reinos cristianos de Castilla, Aragón y Navarra, con sus reyes en cabeza y con la ayuda de voluntarios y prelados ultramontanos, vencieron al ejército del Miramamolín en la Navas de Tolosa; podría añadirse que también con la ayuda de las fuerzas musulmanas no almohadesandaluces y numerosos beréberes—, porque muchos fueron los andalusíes que eligieron morir sin llegar a desenvainar y más aún los que dieron la espalda y abandonaron a los almohades en venganza por la muerte injusta del caid andaluz ben Qãdis y por el trato arrogante y vejatorio que el visir ben Gãmea y los almohades en general siempre hicieron sufrir a los andalusíes de sangre hispana.

La derrota infligida al ejército almohade en las Navas fue el inicio de la decadencia definitiva del poder de los invasores africanos,que a partir de entonces fue cediendo paulatinamente terreno y la Reconquista avanzando con gran celeridad. Un año después de esta batalla, en 1213, los calatravos recuperaron los castillos de Salvatierra y Dueñas (Talŷ), reconstruyeron este, lo ampliaron y edificaron su iglesia, empleando para ello como mano de obra a cautivos musulmanes capturados en la batalla de las Navas. Cuatro años más tarde, en 1217, la Orden dejaba su casa matriz de Calatrava (la Vieja) para establecer su sede central en el antes castillo de Dueñas, al que desde entonces se conoce como Sacro Castillo-Convento de Calatrava la Nueva.


 

Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado

Carmen Panadero Delgado nació en Córdoba (España). Estudió Profesorado de Educación General Básica (Magisterio, Escuela Normal de Ciudad Real, 1971) y ejerció la enseñanza. Ingresó en la Facultad de Bellas Artes, Universidad Complutense de Madrid, 1985.

Ganadora del XV Premio de novela corta "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo (2017).

Medalla de oro 2018 a la investigación histórica (del Círculo Intercultural Hispanoárabe).

Pintora con sólida experiencia, estilo personal en la línea constructivista figurativa. 24 exposiciones individuales, 25 colectivas y 3 premios conseguidos. Con obra en museos y colecciones públicas y privadas de España, Alemania, Portugal, Estados Unidos y Reino Unido. Representada con obra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid).

Novela histórica:
— “La Cruz y la Media Luna”. Publicada por Editorial VíaMagna (2008). 2ª edición en bolsillo bajo el título de “La Fortaleza de Alarcos” (2009). Reeditada como libro eléctronico “La Cruz y la Media Luna” por la Editorial Leer-e, Pamplona, abril, 2012, y en papel por CreateSpace (Amazon) en mayo de 2015.
— “ El Collar de Aljófar”. Editada por Leer-e (Pamplona) en soportes papel y electrónico, mayo, 2014.
—“El Halcón de Bobastro”, editada en Amazon en soportes electrónico y papel (CreateSpace) en agosto de 2015.
— “La Estirpe del Arrabal”, editada por Carena Books (Valencia) en 2015.
Ensayo:
— "Los Andaluces fundadores del Emirato de Creta" (ensayo de investigación histórica). Editado en Amazon en soporte digital en julio de 2014 y en papel (CreateSpace) en mayo de 2015.

Novelas de misterio y terror (novela fantástica):
— “La Horca y el Péndulo” (XV Premio de narrativa "Princesa Galiana" del Ayuntamiento de Toledo), 1ª Edición en marzo de 2017 por Ayuntamiento de Toledo. - 2ª edición en mayo de 2017 por Impresion QR 5 Printer, S.L. (Ciudad Real).
— “Encrucijada”. Inédita.
— "Maleficio Fatal". Inédita.

Parodia de Novela Histórica:
— "Iberia Histérica" (novela corta en clave de humor). Editada en soporte digital en Amazon y en papel en CreateSpace en mayo de 2018.

Autora también de relatos históricos y Cuentos de literatura infantil.
Colabora con artículos en diversas revistas culturales. (Tanto en papel como en webs digitales): Fons Mellaria (F.O.Córdoba), Letras arte (Argentina), Arabistas por el mundo (digital), "Arte, Literatura, Arqueología e Historia" (Diputación de Córdoba), Revista Cultural Digital "Las Nueve Musas" (Oviedo).

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