Las nueve musas
Ben Elohim

¿Ben Elohim? ¿Hijo de Dios?

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Vuestros hijos no son vuestros hijos: son los hijos y las hijas de las ansias de vida que siente la misma vida.

Khalil Gibran

Dentro de la infinidad de aciertos inherentes a nuestra naturaleza de los cuales tenemos respuestas sin una pregunta determinada se encuentra el saber que somos Hijos de alguien.

Esta preposición otorga pertenencia y por lo tanto seguridad, confiere el sentimiento de pertenencia  a un grupo familiar el cual se va expandiendo en el mundo.

Ser hijo expande en el ser humano la trascendencia, por ello  para un gran porcentaje de la sociedad tener un hijo se convierte en algo más que un deber social, moral o religioso sino, como dice la escritora francesa Francoise Sagan En un cierto momento de la vida se desea un hijo. Quizás, para morir un poco menos cuando se muere.

Esta hermosa frase tiene un sentido muy profundo porque tener un Hijo retorna el existencialismo y a la espiritualidad al padre, a la madre, a quienes están a su alrededor, y ser Hijo otorga fortaleza para continuar la historia en el misterio de la coexistencia, aunque en muchas ocasiones está reflexión causa  dolor y sufrimiento.

En contraparte, existen personas que ignoran quiénes fueron sus padres a causa del abandono y/o la muerte pero que fueron adoptados recibiendo  otra manera de fortaleza y de reflexión sobre lo que implica ser Hijo. Es claro que padre no es sólo el natural sino quien cuida, guía y protege, pero, la concepción desarrollada en el Hijo de serlo si antropológicamente diferente, unido a estas concepciones se hallan quienes crecieron solos, en casas u orfanatos convirtiéndose en seres protegidos y cuidados únicamente por ellos mismos, de esta manera el vocablo Hijo se revela no sólo en la diversidad de significados dependiendo el contexto cultural, la manera y las razones en la cuales fue concebido, sino se percibirá en el carácter con el cual se vive.

Los sabios de épocas antiguas contemplaban en el Hijo la perpetuidad de los padres y antepasados, el Hijo será quien recordará las enseñanzas y quien tiene la responsabilidad de enriquecerlas, de cierta manera un descendiente tiene en sí mismo la sabiduría de sus padres y la sabiduría del misterio otorgado por su propia vida.

En las culturas antiguas el equilibrio se manifiesta en la dualidad, luz- oscuridad, bondad-maldad, frío-caliente- derecha-izquierda, positivo-negativo, masculino-femenino, sol-luna y esto tiene un gran fundamento en la presencia del Padre-Madre, ya que a través de este equilibrio en la vida de todo ser humano el crecimiento humano y el misterio se fortalecen, de ahí la importancia y el valor de las Triadas Divinas.

Triadas divinas

Para la mística de las religiones el lado positivo es lo masculino y el lado negativo el femenino, un ejemplo claro lo  comprendemos a través del Taoísmo donde el yin – yang muestra la dualidad del cosmos, así el yin, es lo femenino, la tierra, lo oscuro, lo paciente, lo que embelesa y el yang lo masculino, el cielo, la luminosidad, lo que asimila, por esta razón desde el pensamiento místico y cuántico el cerebro tiene dos hemisferios derecho e izquierdo, por ello en el Cristianismo Jesucristo está a la derecha del padre y por esta razón dentro de la gematría el número Tres se revela como un símbolo de perfección y de Dios, porque al unirse el uno con el dos, es decir, el Yo se une al Tú y revela un Nosotros.

Está dualidad se manifiesta en el cuerpo: dos manos, dos piernas, dos orejas, dos ojos, dos fosas nasales, dos ovarios, dos testículos enseñando que siempre se necesitará del otro para ser uno, este Uno manifestado en un órgano sexual, un ombligo y una boca, es decir, elementos físicos claros de donde surge y se otorga vida.

Esta sabiduría perpetuada nos revela la profunda responsabilidad con nosotros mismos y al mismo tiempo encuentra sentido la regla de oro Ama al otro como si fueses tú mismo, porque de manera concisa el ser humano lleva en sí mismo la dualidad del cosmos. Cordovero uno de los más importantes cabalistas dice Cada persona tiene algo de su prójimo, por lo tanto quien peca no sólo se perjudica a sí mismo sino a esa parte de sí mismo que pertenece al otro.

Es así como el vocablo “Hijo” conlleva una profundidad mística, cada uno de los seres humanos conozca o no a sus padres es Hijo símbolo de la punta del triángulo de la triada que confiere equilibrio a la dualidad, de ahí la profundidad de llamar a Dios Él, [como pronombre personal de la tercera persona, más allá de que en civilizaciones como Mesopotamia se nombre El – sin acento- que simboliza el nombre de un dios] ya que esté Él/Ella se fundamenta del YO-Tú y de las dualidades mencionadas anteriormente.

Para la mística judía Hashem es el dios masculino quien otorga fortaleza y racionalidad al ser humano, y la Shejina  el lado femenino de Dios  de quien surge la creación, el alefato y de donde germina la Emuna o fe, el arte, los sueños, la oración, la espiritualidad, esta visión se asemeja a otras religiones o filosofías orientales como lo es el Hinduismo. Es por medio de esta meditación mística que se comprende el sentido del título Hijo de Dios.

Hashem es el Dios del cielo y la Shejiná es la parte femenina de Dios que baja a la tierra, al unirse se crea el Adam Kadmon, es decir la humanidad primigenia, aquella que estaba sólo en la esencia de esta dualidad, pero en el momento en el cual Dios se contrae así mismo y deja este espacio nombrado Nada, el cual simboliza el Amor incondicional y es representado en el libre albedrío se crea el Adam Ha-rishón, es decir, la humanidad o el Hombre bíblico. Entonces podemos comprender que la Kasana o intención Mística de la voz Hijo es enseñar a cada ser humano a amarse, respetarse y sobre todo lleva a comprender desde la mística el sentido de Encarnación o  Avatar.

En el Nuevo Testamento leemos que Dios se encarnó de una Almá es decir,  una doncella, quien dio a luz a un hijo a quien puso por nombre Iesous, nombre con una profundidad espiritual y mística si se analiza desde el lenguaje, en lengua Palí se escribe Isa y significa Señor, Creador supremo, inmanente y trascendente en su creación, de ahí pasa al sánscrito cuya escritura es similar pero su sonido alarga la s es decir, suena Isssa, en lengua hindú y tibetana se pronuncia Issa o Isha, de ahí pasa al arameo como Ishvara, al árabe como Isa y al griego y latín como Ieosus, pero cuyo significado es el mismo.[1]

La historia del nombre de Jesús y su significado el cual no cambia lleva a comprender que el sentido primordial de la Encarnación es la trascendencia del Hijo en la creación,  es decir, ser Hijo de Dios significa desde la mística el Hombre que lleva en sí mismo la consciencia de ser Uno gracias a la dualidad Tierra y Cielo, es decir, humano y divino.

En la mística hebrea, menciona Gershom Gerhard Scholem,  que el vocablo Reshimu, vestigio o residuo de luz divina toma su sentido en el significado de Hijo, vocablo el cual designa a la más sublime consumación de las potencias universales, este concepto se une con el significado místico del Hinduismo donde Hijo es  la Omnipresente Conciencia Universal,  y al mismo tiempo comulga con el sentido que Jesús se otorga al nombrarse Hijo de Dios cuya finalidad es enseñar a través de su vida y del Padrenuestro que todo ser humano es Hijo de Dios porque está creado y formado de la dualidad, cada Hijo es la punta de la triada, es sostenido por el padre y la madre en su diversidad de significados, es divino y humano,  masculino y femenino,  bueno y malo.

Quienes adoran a  Jesús en la india explican que Isa en Pali significa creador pero también destructor, pero no se debe de tomar negativamente, porque todo lo que destruye tiene como función otorgar una nueva existencia, acto que se simboliza en la Trimurti hindú con Brahma, Shiva y Visnú.

La trascendencia de ser Hijo es parte de la Revelación, es un signo universal de sabiduría y misterio, porque cada ser humano a través de ser Hijo/a  comprende el sentido de ser padre-madre, el sentido de ser uno a través de la dualidad, de ser divino y humano, siendo su misión encontrar la sabiduría fundamentada en el conocimiento que otorga el Padre y la creación ofrecida por la madre, por ello, la Palabra al unirse a la Escucha paree al Silencio, por eso Hashem se nombra en tres tiempos, Ehyeh Asher Ehyeh, es decir, Yo soy el que fui el que soy y el que seré.

Está simbología del Hijo y de la Encarnación se encuentra en diversas mitologías, filosofías y religiones a través de personajes como Adonis, Mitra, Krsna, Zarathurstra, Buda, Horus, Jesús, por mencionar algunos, porque ofrece significado trascendental que transfiere a cada ser humano a comprender y a sentir que ser Hijo de Dios es llevar en sí mismo el Cosmos (Hashem, Cielo, positivo, fuerza, intelecto, masculino) y la Creación (Shejiná, tierra, negativo, fragilidad, espiritualidad, feminidad) acrecentando el Misterio porque como menciona el escritor español José María Pemán Un hijo es una pregunta que le hacemos al destino.


[1] Cf. Investigaciones de  Notovith Nicolas.


 

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Martha Leticia Martínez de León

Martha Leticia Martínez de León

Hermeneuta en Libros Sagrados y Lenguas Antiguas.

Maestra en Ciencias Bíblicas y Hebreo Antiguo. Maestrante en Estudios Judaicos por la Universidad Hebraica. Licenciada en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de México. Especialidad en islam por la Universidad de Al Azhar de El Cairo, Egipto.

Especialidad en el Pensamiento del Papa Francisco y el Libro del Apocalipsis por el Boston College.

Especialidad en Música Contemporánea (Piano-guitarra).

Generación XXXII de la Sociedad de Escritores Mexicanos (SOGEM).

Ha publicado treinta y siete libros en México, España, Estados Unidos e Italia en diversos géneros literarios y teológicos.

Conferencista a nivel internacional.

Creó y desarrolla la teología del Silencio y de la Carne la cual entrelaza con la investigación mística, científica y musical bajo el nombre de “Lectura gemátrica, pitagórica y cuántica del Séfer Bereshit 1-3 -Hashem se revela a través del Big Bang-

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