La arqueología como estudio y ciencia tiene algo más de dos siglos de historia (aunque no así el interés del ser humano por su pasado, no lo olvidemos) por lo que es de humildes reconocer que aún estamos en pañales.
Para todo arqueólogo e incluso aficionado a la arqueología o la historia (¿hay algo más manipulable que la HISTORIA?) existen varias vertientes de la misma. ¿Por qué?
Vamos a verlo en esta primera parte de un artículo algo más extenso, pero lo que es obvio es que existe una corriente que interpreta la historia intentando no salir de los dogmas establecidos por el evolucionismo, por lo que es importante, acercarse a la historia y a la arqueología con una mente abierta, y si en algún momento aparece algún hallazgo que contradiga lo “políticamente correcto”, revisarlo e incluso reescribir la historia tantas veces como sea necesario. Avanzaremos muy despacio si continuamos como hasta ahora, negando evidencias que no concuerdan con las eras ya establecidas. Durante los últimos años, la ciencia como tal está de parte de la historia. Hay métodos de datación, conservación e incluso investigación muchísimo más avanzados que hace 50 años, lo que ha originado los últimos descubrimientos de homínidos que esta vez, si o si, obligan a replantear nuestro origen. El problema es seguir ignorando los elementos que no concuerdan de otros yacimientos que, si hubiesen sido escuchadas en su momento (hablamos de los siglos XIX y XX, no más lejos) hubiesen dado un buen empujón tanto a los libros de historia como a la arqueología en sí misma.
Todos recordamos el caso de Marcelino Sanz de Sautuola, el “descubridor” de la Cueva de Altamira (1879). Durante toda su vida fue tildado de loco, y farsante. La cueva (hoy Capilla Sixtina de la Prehistoria) fue visitada solo para desacreditar su autenticidad. Como sabemos, varios años después de su muerte, La Cueva de Altamira fue finalmente aceptada como auténtica llegando Émile Cartailhac, el más ferviente detractor de la veracidad misma, a retractarse públicamente (cosa impensable a día de hoy por cierto) en su famosa carta “Mea culpa d’un sceptique” en 1902 y a día de hoy Altamira es uno de los principales centros de interpretación, información y estudio de pinturas rupestres prehistóricas a nivel mundial.
Parece que este tipo de casos han ocurrido en los siglos que nos preceden, pero no. Veamos algunos casos del siglo XX:
Muy poca gente habrá oído hablar de Marija Gimbutas que, aunque como Sautuola, ha sido reconocida después de su muerte en 1994 (y no todo lo que debería) en vida se la acusó de especular, ridiculizaron sus teorías e incluso le negaron la dirección de excavaciones para las que estaba más que preparada. Nació en 1921 y era de nacionalidad lituana. La genialidad de su teoría, llamada “teoría de los kurganes” (la palabra kurgan, de origen ruso se refiere a los constructores de túmulos funerarios en Europa del Este) reside en su originalidad, su validez y su sentido común. Ella defendía con esta hipótesis que unos pueblos de Asia Central migraron a Europa aproximadamente durante la Edad de Bronce, aportando una lengua unificadora, la protoindoeuropea que daría lugar después a la protoeuropea. Su tesis, a principio de los años 60 causó sorpresa al principio, y desdén después. A día de hoy está aceptada como posible pero sigue sin estudiarse en la carrera de Historia o Arqueología. Cabe destacar que Marija Gimbutas no hablaba por hablar, nunca mejor dicho, ya que era lingüista, arqueóloga y paleo antropóloga licenciada Cum Laude entre otros estudios. Su defensa de una cultura madre y matriarcal (basándose en las figuras de mujer de los yacimientos) cimentada obviamente en el lenguaje es una de las más originales y verosímiles posibles, pero en su época fue tildada de feminista, no en el buen sentido, y de ridícula, además de desacreditar su trabajo. A día de hoy, se sigue discutiendo si los neandertales se comunicaban entre sí o no, por ejemplo, sin tener en cuenta que es imposible avanzar como civilización, incluso como grupo aislado, sin comunicación entre los miembros con palabras definidas. Pues bien, esta era la base de su teoría, la importancia del lenguaje, todo derivado de una misma lengua madre. Ella pudo ver al final de su vida como poco a poco, conforme avanzaba el estudio de la arqueología, su teoría pasaba de imposible a aceptable.
Pongamos un ejemplo de Egipto, tan fascinante como siempre y mucho más reconocible. Conocemos la esfinge de Guiza ¿verdad? Y tenemos por cierto, y se estudia y aprende como CIERTO que pertenece a la 4º Dinastía y es contemporánea de las grandes pirámides, Keops, Kefrén y Micerinos. ¿Por qué? Porque están en el mismo sitio y punto. No hay otra evidencia, nombres escritos o tablillas que lo confirmen. Esto es así, historia en estado puro. No sabemos quienes la hicieron ni porque, pero conjeturamos que representaba a Kefrén. Nada más lejos de mi intención dudar de esta datación o estas conclusiones, al contrario, puede ser tan válida como otras, por lo que hay que tomar esas otras en cuenta. ¿Y si alguien con tiempo y dinero disponible la estudiase más a fondo? Obviamente sería un investigador o arqueólogo independiente, no académico. Eso ya ha pasado y sus conclusiones y las de su equipo no aparecen en ninguna revista científica o libro de texto.
Aquí encontramos a Robert M. Schoch y John Anthony West, estadounidenses e ideólogos de la teoría de que la esfinge de Guiza ha estado sumergida en algún momento de su historia, bastante anterior a la historia oficial según ellos. Veamos:
John Anthony West era un escritor y guionista bastante famoso que, casi retirado de su profesión, tenía gran curiosidad por el mundo egipcio en general y por la esfinge en particular. Hizo varios viajes antes de cuestionarse tanto la datación como el uso de esta. Cabe destacar su similitud con Heinrich Schliemann, re descubridor de Troya, ya que, al igual que éste, se basó en textos de la época, incluida la Biblia, para hacerse preguntas. En 1990 contactó con Robert M. Schoch, joven profesor y licenciado en antropología y geología, para que hiciese un estudio de la esfinge. Tras un año de trabajo de campo, Schoch concluyó, como geólogo, que las erosiones laterales de la esfinge no eran ocasionadas por el viento que arrastra arena, como es comúnmente aceptado, sino por agua. Se basó para esto, principalmente en sus estudios como geólogo ya que comparó las marcas y ondulaciones visibles a simple vista, de la esfinge con otras de otros monumentos del lugar, que si tenían erosiones eólicas y también con esculturas sumergidas o sometidas a oleaje. Por otra parte recalcó dos hechos, el primero que ningún monumento del mismo lugar, incluidas las pirámides y pequeñas mastabas adyacentes presentaban ese tipo de marcas, y en segundo lugar, el hecho históricamente comprobado de que la esfinge ha estado bajo la arena durante la mayoría de sus casi 3.000 años de vida, siendo desenterrada en varias ocasiones.
Con estos datos, llegaron a la conclusión de que la esfinge no pudo ser realizada alrededor del 2.500 a.C. ya que el clima en la meseta egipcia era igual al actual, sino que tuvo que edificarse entre el 5.000 a.C. y el 7.000 a.C. COMO PRONTO, ya que hubo grandes lluvias durante unos dos milenios, al igual que cinco milenios anteriores.
Expusieron sus conclusiones en varios congresos, artículos y libros, al igual que en documentales, pero incluso hoy, que tiene tantos adeptos esta teoría, sigue sin ser aceptada en los círculos académicos y entra dentro de la vertiente de la “arqueología heterodoxa” o sensacionalista. Se ha hablado, para justificar esas marcas, de lluvia ácida, desgastes químicos… pero sin dar una explicación. El hecho es que supuestamente, hace 7.000 años no había en la faz de la tierra ninguna civilización capaz de edificar un monumento como este.
A día de hoy, se han realizado varios documentales sobre el tema y puede encontrarse abundante información sobre los estudios realizados, para los curiosos. Este hecho también nos deja una clara enseñanza sobre los aliados que debe tener un arqueólogo: lingüistas, científicos, antropólogos, lingüistas…
Y sobre todo, una mente ABIERTA.
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