Las nueve musas
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El museo del Hermitage, San Petersburgo

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Hay que remontarse al año 1754 para escuchar hablar por primera vez del Palacio de Invierno de San Petersburgo.

En aquellos tiempos dominados por la arquitectura barroca, la Emperatriz Elizabeth Petrovna daba luz verde al proyecto presentado por el arquitecto Bartolomeo Rastrelli para el proyecto del palacio que albergaría a la realeza rusa.

San Petersburgo, L,ermitage

El proyecto del nuevo palacio se hizo con la idea de eclipsar las residencias reales europeas. La realeza rusa no gozaba de la misma fama y popularidad de que podía presumir las casas reales europeas, y sus emperatrices se empeñaron en ponerse a la misma altura de sus rivales, e incluso sobrepasarlas.

El inicio del suntuoso palacio contó más de 4.000 obreros, que participaron en la construcción de las 460 estancias que el palacio tenía en sus inicios. La construcción del nuevo palacio se dilató por ocho años, en los cuales la Emperatriz Elizabeth finalizó su reinado, y Pedro III llegó al poder.

Sería la Emperatriz Catalina II la que finalizara con el proyecto empezado por su predecesora, y quien diese vida al edificio que ha llegado a nuestros días.

Nuevos tiempos, nuevos aires…

La llegada de una nueva emperatriz como directora de orquesta del Palacio de Invierno trajo consigo las diferencias de estilos y de tendencias: mientras la emperatriz anterior admiraba el estilo barroco, las nuevas modas apuntaban al Neoclasicismo, y Catalina la Grande sentía predilección por esta nueva tendencia arquitectónica. Rastrelli tuvo que reinventar las estancias y adecuar el diseño al gusto de su nueva emperatriz y  de los nuevos tiempos que asomaban a la ciudad del sol de medianoche.

Hablar del museo del Hermitage es hablar de Catalina la Grande, la mujer que llegó al poder como mujer de Pedro III, y con ayuda de la Guardia destronó a su marido y se hizo con el poder durante 34 años de la Rusia de sus tiempos. Catalina estuvo al mando de la supervisión de las construcciones que formaban el Hermitage; ella misma compró las colecciones de arte que hoy podemos admirar en las paredes del palacio, y le dio el esplendor con el que este palacio-museo nos sorprende a todos los que lo visitamos.

El Hermitage nació con un propósito que era deslumbrar a las monarquías europeas de la época. La llegada de la Emperatriz Catalina la Grande redireccionó el propósito inicial, creando el museo que hoy conocemos como colección privada de la emperatriz.

Visita al museo.

Turistas La visita al museo es corta y es larga: corta, porque la media de tres horas que dedican los que llegan hasta estos impresionantes edificios cargados de arte no son suficientes para admirar sus tesoros; un par de días sería lo apropiado para atreverse a hablar de conocer el Hermitage. La visita también se vuelve larga; las grandes colas de gente procedentes de todas partes del mundo parecen interminables, insufribles, todos llegados a ver uno de los museos pictóricos más importantes del mundo.

La cantidad de obras que vamos a ver es mínima: pasaremos por el Pequeño Hermitage, donde se encontraba originariamente la colección privada. Seguidamente el Gran Hermitage nos mostrará la gran extensión de obras de la Emperatriz. En 1852 se inauguraba el Nuevo Hermitage. Pero aquí no acaba la colección: también el Palacio de Invierno guarda sus tesoros y sus estancias cargadas de arte.

Impresionistas como Monet, se dan cita en el Hermitage; pintores de todos los siglos, como Kandinsky y Picasso, junto a Rubens o Tiziano; todas las tendencias y modas, países y estilos, se dan cita en este espacio ruso. Hay tantas pinturas de pintores tan importantes, que muchos terminan relegados en el olvido, eclipsados por otros que parecen más importantes a los ojos de los turistas ávidos de la foto que pruebe, que ellos estuvieron allí.

Si me tengo que quedar con algo del Hermitage es con sus estancias, aquellas que han sobrevivido a los zares que las construyeron, a la Revolución Rusa y sus componentes, y que han visto cómo sus cuadros eran descolgados y vueltos a colgar de sus paredes con la llegada de las Guerras Mundiales.

Hermitage

Más de 1.500 habitaciones conforman el palacio verde, aquél que fue testigo del llamado Domingo Sangriento, que vivió el paso de la Revolución Rusa en el año 1917, cuando Alexander Kerensky ocupó sus estancias para dirigir desde allí el país.

Son muchas las obras y muchas las estancias que visitar, de ahí que interese ir con tiempo y sin contar las horas, para dedicarle toda nuestra atención. No se puede terminar la visita sin dejar de mirar por los enormes ventanales de sus estancias: ¡qué pensaría Catalina si viese su palacio visitado por tantos extraños! Quién sabe, igual se alegraría de ver que su palacio es uno de los lugares más visitados del mundo.

Ir a San Petersburgo y no visitar esta acumulación de arte sería un delito. Sin lugar a dudas…

Rosabel Serrano Llopis

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