Sorteos, juegos y apuestas a través de la Historia
La fundación Princesa Cristina de Noruega se creó en la década de 1990 para promover los lazos e intercambios culturales entre España y Noruega.
Entre sus objetivos prioritarios destaca uno tan sorprendente como es el de dar cumplimiento a una promesa desatendida desde el siglo XIII.
Durante su visita a Madrid en febrero de 2002, casi ochocientos años después de haberse formulado esa promesa, el Sr. Kjell Magne Bondevik, primer ministro noruego, anunció la convocatoria de un concurso para el diseño arquitectónico de un santuario que se edificará en Covarrubias, provincia de Burgos (España), en honor del santo patrono de Noruega, el rey Olaf Haraldsson, también conocido como Olaf el Gordo y Olaf el Santo o San Olaf.
Si exceptuamos las numerosas y devastadoras incursiones vikingas en las costas peninsulares, cabe afirmar que las relaciones hispano-escandinavas no tuvieron virtualidad hasta 1257, con la concertación del matrimonio entre la princesa Cristina, hija del rey de Noruega, y el infante Felipe, hermano de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla y León. Alfonso buscaba apoyos para su candidatura al trono del Sacro Imperio y Haakon IV esperaba la ayuda castellana a la hora de normalizar las relaciones comerciales y culturales con los territorios europeos. Por su parte, el infante D. Felipe venía desempeñando los cargos de abad de la Colegiata de Covarrubias y arzobispo de Sevilla.
Las crónicas de la época no son muy explícitas al respecto pero es de suponer que abandonaría con gusto la vida religiosa para unirse a la exótica joven, alta, de largas trenzas rubias y ancha de caderas, que llegó a España tras meses de azaroso viaje por mar y tierra, acompañada por un séquito numeroso y portando, entre otros bienes, lingotes de oro, plata y “fermosas pieles blancas y grises”.
La boda se celebró en Valladolid con toda pompa en 1258, pero el cuento de hadas finalizó prematuramente. Cuatro años después, a los 28 años, la infanta Cristina falleció sin descendencia en Sevilla, “de calor” según los coetáneos españoles, “de tristeza” según las sagas nórdicas, o de meningitis a juicio de los expertos que, en 1978, abrieron en el claustro de Covarrubias su bello sarcófago gótico de piedra labrada (la momia aun conservaba el pelo rubio, los dientes blancos y las uñas rosadas). Todas las fuentes escritas, sin embargo, coinciden en que, antes de la boda, doña Cristina había obtenido de don Felipe la promesa de erigir una capilla bajo la advocación de su antepasado Olaf el Santo, rey perpetuo de Noruega. Es el compromiso cuyo incumplimiento está subsanado. Pero, ¿quién era San Olaf y qué relación puede guardar con el asunto de los sorteos, que es el que realmente nos ocupa? Veámoslo.
Los noruegos consideran a Olaf el Santo, “padre de la Patria”, y celebran su fiesta el 29 de junio. Toda su biografía se diluye en las brumas de las posteriores sagas medievales escandinavas, donde se entremezcla la historia y la leyenda de los actuales territorios de Suecia, Noruega y Dinamarca, el cristianismo en vías de consolidación y la agonía de los ritos paganos.
Olaf nació hacia el año 995 y en su adolescencia participó en incursiones vikingas por las tierras bálticas y británicas. Se hizo inmensamente rico con el botín obtenido en Inglaterra. Los piratas se apoderaron de Canterbury en 1011, dirigiéndose hacia el sur con el propósito de pasar al Mediterráneo, saqueando de paso las costas ibéricas. No llegó a su destino porque en el litoral peninsular tuvo un extraño sueño: se le apareció un hombre, “un hombre notable”, “fuerte y a la vez atemorizador”. El hombre le habló y le dijo que abandonase su proyecto y reemprendiera el viaje: “Regresa a Noruega, porque en Noruega serás rey por siempre”. En Normandía (dominada desde el siglo VII por esos mismos “hombres del Norte”, vikingos) entró al servicio del muy cristiano duque Ricardo II, quien patrocinó su bautismo en Rouen. Se cree que allí adquirió un amplio conocimiento de la labor cristianizadora de Carlomagno e intentó aplicar el método de la administración territorial eclesiástica en Noruega cuando retornó, en 1015, para establecerse como rey y recuperar con las armas la mayor parte de su territorio, en manos de daneses y suecos.
Sin embargo, en la solución de los conflictos no siempre se hizo uso de la fuerza. Hacia el año 1020, los reyes de los territorios suecos propusieron a Olaf un acuerdo de reconciliación.
En el encuentro se planteó el problema de la soberanía sobre una zona deshabitada, Hising, que había formado parte de Noruega en unos periodos y de Suecia en otros. En esa ocasión, los reyes decidieron que la suerte, manifestada a través de un par de dados, determinaría la titularidad del territorio. El rey sueco, que casualmente también se llamaba Olaf, arrojó los dados en primer lugar. Le salieron dos seises y le dijo educadamente a San Olaf que podía evitarse la molestia de intentarlo. Olaf el Santo, agitando los dados en sus manos, le replicó: “Aunque haya dos seises en los dados, señor, fácil sería para el Dios Todopoderoso hacerles jugar en mi favor”. A continuación los arrojó y también sacó dos seises. En el desempate, Olaf el sueco, disimulando el nerviosismo, tiró los dados con tal fortuna que repitió la jugada: “¡dos seises una vez más!” Es de imaginar la sonrisa de triunfo en su rostro, que no alteró –queremos pensar– la serenidad del santo semblante noruego, aunque, tal vez, la procesión fuera por dentro. Pero el “milagro” se produjo. En la tirada de San Olaf uno de los dados se partió por la mitad, mostrándose así tres caras: en la del dado intacto se veía un seis; en las dos caras del dado roto, un seis en la una y un uno en la otra. El siete de San Olaf es una original modalidad de juicio de Dios a través del juego de azar.
San Olaf no tuvo tanta suerte en su empeño por centralizar el poder. En 1029, una revuelta nobiliaria le obligó a buscar refugio en Rusia. Regresó al año siguiente con tropas de refuerzo, para encontrar la muerte el 29 de junio en la batalla de Stiklestad, que simboliza para los noruegos el fin de la era vikinga precristiana y el paso a la Edad Media cristiana.
El hacha, objeto con el que supuestamente recibió su martirio, se incorporó al escudo nacional de Noruega en las zarpas de un león que representa a la totalidad del reino. La fama de santidad de Olaf creció exponencialmente tras su muerte, considerada “martirio” por la Iglesia. La larga lista de sus milagros se inició con el ciego que recuperó la vista al frotarse los ojos con la sangre que manaba de la mortal herida regia (la mera determinación de ensayar semejante tratamiento dice más sobre la mentalidad de la Edad Oscura que cien volúmenes de expertos historiadores).
La Iglesia Católica tenía motivos sobrados para fomentar la devoción al santo mártir que, con el auxilio de cuatro obispos trasladados desde Inglaterra, había adoptado como leyes los preceptos canónicos, aboliendo la poligamia, la violación, el rapto de las mujeres y el abandono de los recién nacidos en el campo o el bosque; ahora todos tendrían que ser bautizados de manera obligatoria. Los muertos pasaron a enterrarse en suelo santo, es decir, en las iglesias, y no en túmulos de piedras en las colinas como era habitual en la cultura pagana.
Según la tradición, el propio soberano fue sepultado inicialmente en un sencillo ataúd de madera a la orilla del río Nidelva, en Nidaros-Trondheim. Allí se levantó la capilla que iría creciendo hasta convertirse en soberbia catedral y centro de peregrinación, a la manera de Santiago de Compostela.
En otros lugares de la cristiandad, desde Estambul a Tallin y desde Londres a las islas Órcadas e Islandia, se dedicaron centenares de templos a su culto. Por eso nos alegrará tener noticia de la finalización del santuario de Covarrubias y, en ese momento, tal vez pueda celebrarse en la hermosa localidad burgalesa un sorteo especial dedicado al “Gordo de San Olaf”, el rey jugador que abandonó el barco pirata para subir a los altares.
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